miércoles, 26 de febrero de 2025

Rolo Gallardo & Tribilín Sound: Zambo Urbano // El Jefazo: Colisión Brutal // Fiorella16: Mas(a)Océano // Haiti Bon Aire: 9 Amenidades (अनमास्टर्ड) //Miguel Uza: 20|22

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 19 de febrero de 2025.)

LOS DISCOS PERUANOS DE 2024 QUE NO ALCANCÉ A RESEÑAR (IV)

Colgado en plataformas un mes antes de que finalice el ‘24, dudé prácticamente hasta el último segundo en escuchar o no Zambo Urbano, ¿compilación? que reúne nuevamente a Rolo Gallardo y a Tribilín Sound para homenajear al desaparecido Arturo Cavero, santo patrono en la hagiografía de las músicas afroperuana y criolla. Primero, porque mi afición a las sonoridades de raíces negras no se lleva con mi desprecio hacia el arte decadente de los herederos de la casta “blanca” que ha dominado el país desde su nacimiento y que siempre hipoteca el bienestar general al suyo propio. Y segundo, porque si bien me parece divertida la subversión mashup de Tribilín Sound (pese a que rato ha ya no lo sigo), a Rolo Gallardo en su faceta de hip hoper casi no lo manyo. De sus días en los horripilantes Bareto, mejor no hablar.

A la postre pesaron no sólo el cachondesco sentido del humor de Tribilín Sound, sino también el pull de colaboradores/as invitados/as por la mancuerna, así como un precedente que podía echar luces sobre lo que mostraría Zambo Urbano. Ese precedente es Proyecto Zambo, publicado en el ‘19 y acompañado del artefacto de remixes de ley recién en la víspera de las últimas fiestas patrias. En ambas rodajas, acompañan al tándem nombres como Novalima, Dengue Dengue Dengue, Quechuaboi y Vudufa.

Para mi mala suerte, Zambo Urbano dista mucho de lo que sus antecedentes me hacían pensar. Aunque existen intervenciones sustanciales tanto de Gallardo como de TS, éstas son equivalentes a las de los/as artistas convocados/as para la ocasión. La mayoría de ellos pertenece a predios hip hop, a excepción de uno o dos que se esconden en la tramposa etiqueta “urbano”. “Bueno, lo dice el título del largo. ¿Qué esperabas?”. Esperaba que menudeasen los sampleos de Cavero y que se deconstruyesen con hartos punche e ingenio sus clásicos. Pasa lo primero, no lo segundo.

Jirones del inconfundible vozarrón del “Zambo” aparecen por todo el esférico, recontextualizados según lo destine tal o cual participante. Sin embargo, con la solitaria excepción de “La Abeja” (donde el sampleado finado es protagonista excluyente de una inteligente reversión en dialecto jamaiquino), las letras de sus canciones apenas son entonadas por los/as vocalistas de turno. Éstas, de hecho, son sólo tomadas como breves puntos de partida para lanzar fraseos de inspiración propia. No se trata de modificaciones parciales, sino de líricas -limericks, en este caso- nuevas en un 95% o más.

Definitivamente no es lo que había previsto. La inclusión de Tribilín Sound, que prometía algo varios cuerpos más loco, resulta en el balance engañosa. Zambo Urbano es una colección de piezas hip hop que podría ser piolera/ tomada más en serio si se hubiera explicitado su verdadera naturaleza al presentársele. “Olga” (con DJ Prax y Pounda & Nomodico), “Nuestro Secreto” (Chinono), “Callejón De Un Solo Caño” (Ali Lampoa), “Se Acabó Y Punto” (Psiko-Delia, MC Bomgo & King Buaat)... Ninguna, ni siquiera “La Abeja”, me parece especialmente extraordinaria. Mucho menos esos números en que dicen “aquí estoy” esperpentos como el trap (“Y Se Llama Perú” con Chispa Rap, “Ésta Es Mi Tierra” con Maco) o involuciones peores (el vomitivo reggaetón de Mostradamuz y “Rebeca”).

Siempre campechano, el “Zambo” se lo habría tomado olímpicamente. Yo, nones.

Mentiría si dijese que era consciente del lustro transcurrido entre Simbiosis y Colisión Brutal, nuevo álbum que El Jefazo editó en junio último. Sabía que el trío andaba buen rato sin despachar nada sustantivo, pero no cuán extenso era este hiato. Quizá ello respondía tanto a la salida del directo Tormenta Mental - Live At Woodstaco 2019 en mayo del ‘22 como a los pálidos réditos que éste ofreció. Siendo EJ uno de los combos más interesantes de la escena independiente, puntal indiscutible de la asonada stoner junto a Ancestro, Tormenta Mental... no capturaba ni las dimensiones épicas ni la colosal fortaleza, aún menos el nervio ignífero que anima la música de la sociedad Sánchez/French/Monzón.

Lo primero que cabe decir respecto de Colisión Brutal es que el regreso le ha costado un poco a El Jefazo. Su baterista de toda la vida, Renán Monzón, abandonó la alineación y fue sustituido por Adrián Hinojosa, que también es acreditado como percusionista. Fundamentadas muchas de las virtudes del grupo en el soporte rítmico, Hinojosa no lo hace mal, a despecho de lo cual es claro que requiere de mayor rodaje antes de calzarse los zapatos del ex. Y lo segundo que debe manifestarse es que los sencillos aparecidos -ninguno de los cuales ha sido recuperado en Colisión...- datan del ‘20, y el live fecha en el ‘19, por lo que cuando menos un trienio se ha desvanecido sin que el conjunto produzca ni anuncie nuevo material. Acuartelarse en invierno siempre pasa factura, incluso a los más pintados.

Colisión Brutal da la largada con guiñazo al documental holandés sobre taxistas peruchos, Metaal En Melancholie (1993). Utilizando efectos como el delay o el reverb, “Metal Y Melancolía” rescata las palabras de Jorge Rodríguez Paz, quien cita el poema “A Carmela, La Peruana” de Federico García Lorca para explicar la terrible realidad que le había obligado a mutar de actor a chofer de taxi. El inicio es asaz solemne en medio de sus fastos de vieja escuela, como para que la eléctrica de Bruno Sánchez protagonice una acometida de psychedelic blues ahogada en wah-wah. Más allá de su primera mitad, “Metal...” empieza a calentar motores, sin salirse nunca de los cauces ocupados tras el arranque.

De allí en más, asistimos a una jornada cuya masa muscular han trabajado principalmente el heavy psych y el rock de connotaciones desérticas, y a la que el stoner rock perla pero apenas permea. Salvo “Zarpazo” y algunos momentos en “Colisión Brutal” o en “Delta Acuárida”, Colisión... ostenta un acabado más bien “clásico”: aunque no tienen la tesitura apolínea de unos Deep Jimi And The Zep Creams, a los surcos les cuesta bastante trascender el status de “epigonales”, sin menoscabo de su estupenda factura. Echo en falta el entendimiento espontáneo, el achoramiento rabioso, la combustión liberadora; que hacían de obras precedentes auténticos tratados de rock pesado/stoneado y de pegada soberbia -y que les convertían en un fascinante mal viaje a cual más que el otro.

No es que no haya disfrutado del tercer esfuerzo de El Jefazo. Indiscernible, el bajo de Carlos French se ha prodigado en su papel de indispensable contrapunto tanto a las baquetas de Adrián como a las cuerdas de Sánchez. Brutalidad y dureza no le faltan al volumen, tampoco. El problema es que, pienso, le hubiera disfrutado mucho más de no haber coincidido las circunstancias descritas hace tres párrafos -si hubiese sino una u otra, en lugar de ambas... Asumo es cuestión de que vuelvan a alinearse las estrellas, como aconteciera en la briosa “Zarpazo” y en la primera mitad de “Colisión Brutal”. Confiar más en la intuición que en la razón, para no tener que soplarnos discretos solos a lo Satriani como en “Perro Seco”. Sí, fácil ésa es una máxima a tener como axioma al encarar el próximo proceso creativo. Disco modestamente transicional.

Para Fiorella16, José María Málaga cerró el ‘24 eyectando Mas(a)Océano desde los bytes de la novel escudería cuzqueña Primaveras Digitales, hace poco más de dos meses. Se sostiene así un período inventivo inusualmente dilatado que el arequipeño  todavía  se  encuentra  atravesando,  a  la  par  de una redefinición de conceptos al interior de su alias más reconocible -o, por último, de una traumática sustitución de esas variables que ha manipulado durante gran parte de su trayectoria.

Si en Suni A Través Del Espejo, al alimón con Asteroide, ya se notaba cuán creciente era la relevancia que la influencia de la obra de Sunn O))) ha cobrado durante los últimos tiempos para Fiorella16; en Mas(a)Océano esa relevancia llega a modificar el perfil mismo del proyecto, a saber si temporal o permanentemente. Es cierto que el registro evidencia dos segmentos no opuestos mas sí distintos. Es cierto además que el primero de ellos se compone de tracks bautizados como “Parte 1”, “Parte 2”, etc; acaso subrayando un concepto sólo válido en esta oportunidad. Pero también es cierto que el discurso de Málaga bajo esta faceta sufre una transformación mayúscula, no compartida por las improvisaciones en vivo que vertebran la segunda sección del LP.

Efectivamente, las formas de Fiorella16 son ahora pétreas y negruzcas. Sus atmósferas quedan hechas añicos debido a las subsónicas frecuencias saturadísimas que descerraja, y en su lugar quedan instaurados opresivos climas de oscuridad perpetua. Las espartanas melodías a las que ocasionalmente da pie se eclipsan pronto (“Parte 1”, “Nulle Part”, “Mas(a)Océano”), mientras esotéricos filtros surcan el encrespado mar de texturas distorsivas. El escaso resplandor visible corresponde a violentados destellos de luz que a lo que más se asemejan es a fuegos fatuos (“Parte 2”). Y la voz del mistiano tiende a replicar los gruñidos e inflexiones guturales de los de Seattle. Ése es el estado de cosas ¿actual?/¿de fines del ‘24? que se agita en el universo de F16.

Poco o nada de ese ritualismo drónico florece en la segunda parte de Mas(a)Océano. En ella se asientan tres ejecuciones en directo, a cuyas coordenadas geográficas hacen alusión sus correspondientes nombres. Psicofónicas intervenciones sonoras todas, tienden a parecerse bastante  entre sí, descontando  el  pulso  secuencial  de  cada  una.  “Montevideo  2 Tatami Registros - Uruguay” es comparativamente más relajada, por ejemplo. “Zárate CasaMou - Argentina”, más extrema. Todas ellas, finalmente, pertenecen al pasado inmediato del unipersonal. En beneficio de una experiencia más llevadera y menos incómoda, habría sido atinado prescindir de al menos una -que de tal modo se recortaba el minutaje a menos de una hora. Aunque, claro, Fiorella16 no necesita hacérselo más sencillo a sus habituales escuchas.

Actualmente desbandados y sin posibilidades de reunión a la vista, no sé cuánto tiempo duró la travesía de Haiti Bon Aire. Agradezco, eso sí, que no hayan dado de baja su cuenta en SoundCloud -hasta donde entiendo y junto a una exigua cuenta BandCamp, único lugar en el que puedes escuchar el que es su debut y despedida, aparte de en Spotify: 9 Amenidades (अनमास्टर्ड). Trátase de un puñado de mocosos airados que ni siquiera corre urgido de autoproclamarse heredero del legado del fallecido Leonardo Bacteria, a quien dedican “Leonardo Del Castillo AKA Leo Bacteria Miserito Jungle Conscious Break 11 Caleta”. Basta y sobra con presionar play para corroborar a prima facie ese ascendente.

La de Haiti Bon Aire es una genealogía gabber, como la que consolidase Insumisión entre los años 2000 y 2003. La apertura “Eaf 27sept1969” se dispara a una velocidad inhumana de bpms, tan imposible de descifrar al primer golpe de oído como efímero es su recorrido. De unos cuantos segundos más de extensión es la subsiguiente “‘77 Up”, que añade dosis de drum’n’bass desenfrenado cosecha Atari Teenage Riot (“Deutschland (Has Gotta Die)”) al insoportable digital hardcore que el grupo unge como la médula de su input. Ese huayco de bulla atronadora y demencial no hace sino potenciarse en “La Rubia Tarada . Noche De Karaoke” y en “Pare Y Dolia”.

Recién con “Koupe Tèt Funk”, la casi terrorífica celeridad de HBA consiente en ceder un poco. Es el canal más largo en lo que va de reproducido 9 Amenidades (अनमास्टर्ड). No obstante, su funk ensopado de ruido maniático y de onomatopeyas metálicas a granel nunca termina de metamorfosear la piel. Tampoco lo hace ese banco de pruebas para progresiones rítmicas varias y sampleos a destajo que es “Yo Vago”. Pese a su brevedad (no llega ni al minuto y medio), el auténtico cambio se produce con la enigmáticamente titulada “,”, cuyo reposo a golpe de falsa bossa nova es el primer asalto del repertorio en ponerle el cascabel al gato.

Penúltimo round de la placa, “Leonardo Del Castillo...” sube nuevamente el hebefrénico nivel de contaminación sonora, en tributo que debe haberle arrancado una sonrisa a Leo Bacteria donde se encuentre. Pienso que el plástico debió terminar aquí, redondeado en poco más de 18 minutos. Por desgracia, Haiti Bon Aire añade una última creación, “Bater Perna”, que eleva la duración global hasta superar los 25 minutos. Esto habla de un corte que por sí solo roza los 7 minutos de propagación. Dado que es un ejercicio infestado de grind noise en onda electrónica, como que acaba restándole algunos puntos a 9 Amenidades (अनमास्टर्ड) más que sumárselos.

De todas formas, HBA ha sido una de las sorpresas del año que pasó. A pesar de sostener desde sus respectivas trincheras tanto el hardcore punk como el metal sendas cruzadas de músicas agresivas y airadas, se extrañan propuestas así de tóxicas desde terreno electrónico. Me hubiera gustado verles en vivo, aunque quién sabe, por ahí regresan. De cualquier modo, aprecio la oportunidad de haberme vuelto a sacudir con ese bullicio abarrotado de drum’n’bass, grindcore, techno industrial, hardcore digital y gabber. Si su esencia aún persiste, un Bacteria harto satisfecho tendría que haber experimentado lo mismo.

Acabando noviembre del ‘24, el ex Rayobac Miguel Uza lanzó su segundo disco a título personal. Coyunturas curiosas rodearon la aparición de 20|22: entras en el BandCamp del músico y te das de narices con abundante material colgado sobre todo en las postrimerías del ‘21 -dos compilaciones de demos y un álbum entero denominado iPadMorita, que muy probablemente sea el legado inédito del acto del mismo nombre con que Uza editó un sencillo allá por el ‘14 (“Pomabamba 393”). Empero, estos testimonios han sido pauteados tanto antes de su homónimo debut (‘18) como de los singles que a éste preceden, enfatizando un carácter “accesorio” respecto de ellos.

Con 20|22, queda claro que la intención en la anterior jornada no era la de insuflar nueva vida al sonido de los extintos Rayobac. Si bien algunos instrumentales están dotados de bajo y batería (“Sin Título #14”, “Booster Rocker”), la mayoría de ellos no tiene sino tempos sugeridos. El ejemplo de la obertura “Lo Que Hacía Mientras El Mundo Se Estaba Muriendo” es sintomático: las guitarras de Uza no se perciben limitadas por ataduras formales, ni se apegan a género alguno. Carecen de voces que (les) dictaminen los tiempos, a excepción quizá de unas plumillas casi inaudibles. Salvo los casos ya especificados, el resto de viñetas sigue el mismo sino.

Es entonces un disco de estética ambient, el del limeño radicado en la Ciudad Condal. En 20|22, las eléctricas permanecen todo el rato enchufadas, prestas a florecer  improvisando  secciones  profusas  en  decoración  minimal  (“Sachi & Masao”,  “Valentín  San” -¿dedicada a su ex partner en Rayobac, de apellido Yoshimoto?-). No siempre consiguen navegar en medio de espesos cúmulos de albo vapor, ya que por muy ambientales que suenen, las de seis cuerdas van premunidas de timbres grosos/pesados -como ocurre en “20|22”, que parece las tuviera grabadas al revés, o en “Luz De La Mañana”. Así y todo, el estilo que mejor le define es el que se acuñase a partir de los álbums en que abandonó el pop Brian Eno.

Quedaba dicho que las excepciones de 20|22 son “Booster Rocker” y “Sin Título #14”. No son las únicas. A ellas hay que sumar “Terrores Nocturnos”, para completar la terna de composiciones con que Uza impone una interesante digresión hacia el pasado de su ex banda. A su modo, cada una asume la tarea de reinterpretarle. Las adustas y rígidas eléctricas de “Sin Título #14” enfilan hacia estratos más experimentales, sin llegar a los niveles crípticos de otras experiencias. “Booster...” merodea entre el indie, el punk, el slowcore. La más cacofónica de las tres, “Terrores Nocturnos” y sus cíclicos intervalos de ruido y onirismo se aproximan mejor a las performances a veces insoportables que en directo disparaba Rayobac.

Uza no es Archer Prewitt ni Vini Reilly. Mucho menos David Grubbs o Jim O’ Rourke. Con todo, extrañamente suena a inquietante híbrido de esos cuatro tótems. No es lo bastante árido como para entrar en la categoría post rock, si bien sí le evoca. No levita suficientes metros por encima del suelo como para mirarse en el espejo de The Durutti Column, aunque sí le insinúa. Y sus ocasionales  ramalazos  pop  y/o  rock  no  alcanzan  para  conjurar la maestría de un Prewitt o de unos The Sea And Cake. Pero -jódete, otra vez- sí puede pasar por muy aficionado suyo.

Hákim de Merv

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