(Publicado originalmente a través de tres posteos en Facebook, el 9 de abril de 2024.)
A priori, me imagino que la interrogante con que encabezo esta nota sacará ronchas al por mayor, habida cuenta de la ambición e incluso soberbia que se le podría achacar. ¿Por qué Sudamérica en vez de Latinoamérica? ¿En qué situación está España, como para no considerársele? ¿Tiene la región una escena pop, independiente y/o mainstream, lo bastante representativa y sobre todo visible como para jactarse de una cosa así? Más importante aún, ¿el nivel de la pluma en esta parte del continente soporta la implícita aseveración?
La respuesta a la última pregunta esbozada es afirmativa, si bien debe tomársele de manera menos literal que figurativa. Al menos en este país (Perú), la prensa escrita especializada hace rato que agoniza. Los últimos medios serios resignaron posiciones a fines de los 00s. De allí en más, salvo experiencias aisladas -vg. el esfuerzo loable de la arequipeña Tesoros Mundanos, el fanzine Frecuencias (que de paso resucita el formato)-, los colectivos cedieron lugares a proyectos cuasi unipersonales cada vez más insulares. Ello, sin embargo, no supone la extinción de la crítica especializada; que ha encontrado otras maneras de seguir en la brega. Ahí están, para muestra, los programas radiales online, los videoblogs, los podcasts y los canales de YouTube.
El tema pasa entonces no sólo por la manera de encarar la labor, sino por lo rigurosamente documentados/as que deben mantenerse los/as responsables de éstas y otras tantas plataformas. Últimamente, he estado revisando muchos canales de YouTube enfocados en los diversos géneros del pop contemporáneo. La absoluta mayoría de ellos lo hace bastante bien cuando se trata de grupos y esféricos nuevos. Es en las revisiones del pasado, empero, donde localizo groseras fallas.
Verbigracia, el breve especial de tres partes que dedica Music Radar Clan a la añosa no wave neoyorquina. Me cae el conductor, basta escucharle algunos minutos y contemplar la variedad de estilos que audiciona -traducida en un menú harto variado de videos- para saber que el man la vive. No obstante, en el primer video que dedica al ¿estilo? antedicho patina rochosamente. Sitúa la génesis de la no wave a inicios de los 70s, cuando los estetas de New York iniciaron su cruzada impelidos por la revolución punk a partir del ‘77 -la idea era hacerle quedar como un manojo de riffs de Chuck Berry recalentados (en palabras de la histórica Lydia Lunch). Se alude a los primeros álbums de Sonic Youth y de Swans como las referencias no wavers más tempraneras (1983), cuando a principios de los 80s ese apocalipsis ya había pasado a mejor vida. En esa misma línea, se contradice mencionando el No New York (1978), carta de presentación curada/producida por Brian Eno. Y obvia detallar la discografía, en 33 y en 45, que sí pudo editarse en la época e inmediatamente después.
Antaño, uno/a podía esgrimir la disculpa de la falta de fuentes de información. Hoy, eso ya no es excusa. Pero aún en el hipotético caso de que no contásemos con Internet, en 1996 la revista Factory publicó un dossier sobre la no wave con info mucho más pormenorizada que la que puede extractarse del video señalado. Y la Factory fue una publicación española. Si yo, que estoy al otro lado del charco, he podido acceder a estas páginas a fines del siglo pasado; ¿cómo es posible que el conductor de MRC no?
Otro ejemplo del declive pronunciado que vive la prensa especializada ibérica lo ofrece el mismo canal de YouTube. Recuerdo que en su momento muchos medios latinoamericanos se rindieron ante las bondades de un disco como el Bocanada (1999), segundo en la trayectoria solista de Gustavo Cerati. No es mal trabajo en absoluto. De hecho, al menos en dos ocasiones he declarado que la carrera de Cerati me resulta bastante más atractiva que la de su grupo madre, Soda Stereo. La vaina es que, con los años y la creación de la biblioteca/meloteca/videoteca/pinacoteca global que es la Red, se ha ido descubriendo que -como dije hace poco- Cerati era en realidad un artista del muestreo.
Aprecio la sincera opinión del responsable de Music Radar Clan, quien sentencia que el Bocanada le parece uno de los mejores largos concebidos en lengua castellana. Que lo diga un español cuenta mucho, sin duda. El bemol es que ya existe buena cantidad de videos que se han tomado pacientemente la molestia de desbrozar las DECENAS de sampleos de que se valió el fallecido músico argentino para componer sus dos primeros trabajos -sobre todo el Bocanada. Que se haya servido de ellos, por supuesto, nada tiene de censurable. Lo malo, lo que es recontra cuestionable, es que no los acredita: salvo el sampleo de Focus (“Eruption”) en “Bocanada” y el de Los Jaivas (“Del Aire Al Aire”) en “Raíz”, que eran vox populi, Cerati ningunea a todos los demás. Y son legión: el brasileño Deodato, The Spencer Davis Group, el maestro John Barry, XTC, Porter Ricks... ¡Incluso la Steve Miller Band, The Electric Light Orchestra, Thomas Dolby!
Y, como ya te imaginarás, el choche de MRC ni enterado. En la casilla de acuciosidad, este brother no va a sacar nota aprobatoria. Cierto, es un caso puntual, pero lo suficientemente representativo como para poner en entredicho la meticulosidad de los medios españoles mejor documentados. Concordados ya en que la cosa anda de capa caída en la Madre Patria -después de todo, que Rock De Lux haya rendido la bandera fue un golpe doloroso cuyas consecuencias han trascendido allende la península ibérica-, ¿por qué decir “Sudamérica” y no “Latinoamérica”?
Podría aquí apelar a testimonios personales -como que, en un viaje a Argentina, el músico/no-músico Wilder Gonzales Agreda comprobó que Loop, el viejo grupo de Robert Hampson; era más conocido en Perusalem que a orillas del Río De La Plata. O que, después de reseñar al acto mapocho Descargo Y Maleficio, desde el hermano país al sur de Tacna me escribieron “Haces más investigación sobre las bandas de acá que los propios periodistas musicales chilenos. Aguante”. O que pocos pares en la zona tienen la erudición de Fidel Gutiérrez, el mayor crítico de música pop que ha nacido bajo estos cielos.
Usemos argumentos más objetivos. Semanas atrás, encontré el canal de YouTube llamado Lado B. Lo dirige un mexicano. Al primer golpe de vista, asoma tan enciclopédico como Music Radar Clan. Y el conductor es igual de carismático. Le doy click a un video que lleva por título el curioso subject de “5 Bandas Con Discografías Perfectas”... y empiezan los problemas.
El carnal escoge para la ocasión a The Chameleons, Portishead, Slowdive, The Smiths y Talk Talk. Nada que objetar. Quiero decir, ya sabes de sobra que no me llevo bien con los/as fans del combo de Morrissey y Marr, pero no alegaré para no empezar discusiones a estas alturas estériles. Las discografías de Talk Talk, Slowdive y Portishead me parecen brillantísimas. En cuanto a The Chameleons, no he escuchado el disco del ‘01, Why Call Anything; por lo que no puedo decir si se trata de una trayectoria impoluta. Lo que sí puedo decir, en cambio, es que el cuate se ha salteado LPs de los de Middleton. Debo asumir, pues, que no conoce de su existencia -o los habría considerado, dado el tema del video. Se menciona el Script Of The Bridge (1983), el What Does Anything Mean? Basically (1985) y el Strange Times (1986). Hasta ahí todo conforme. El paso en falso se produce cuando se dispara hasta el Why..., obviando tanto el Dali's Picture (1993) como el Strip (2000).
Que The Chameleons tenga o no una discografía inmaculada, no es lo que se discute. No es una apreciación subjetiva lo que se pone en entredicho, sino un dato fáctico. Si en los casos de Portishead, The Smiths, Talk Talk y Slowdive has revisado y defendido tu opinión enumerando todos sus discos en estudio; ¿por qué no ocurre lo mismo con The Chameleons? La única explicación lógica es que no los conoces. Por lo demás, es un acierto mayúsculo la opinión vertida y reivindicativa en torno a Talk Talk, banda injustamente infravalorada que en los 80s dio pie a un pop redondo e imprescindible. Si por mí fuera, le daría un Nobel póstumo de literatura a Mark Hollis -de los pocos cantautores que amo de manera incondicional.
Una última muestra de la ausencia de perspectiva. Lado B decide elaborar un top 50 con los mejores discos de los 80s. Ok. Hay cosas que no me cierran, pero bueno, es finalmente su criterio. Con lo que estoy en abierto desacuerdo es con el número 1 de su lista: el homónimo debut de The Stone Roses. ¿Por qué? No porque el plástico sea malo. Es todo lo contrario. Con todo, su sonido es mucho más 90s que 80s, como sucede asimismo con otros precursores como Pixies, Jane's Addiction, Sonic Youth, Big Black o Butthole Surfers. ¿Qué tan atinado es escoger para el primer lugar un álbum que no es tan representativo de la década en cuestión como sí heraldo del sonido de la que viene?
El largo de los Roses sale a la venta en 1989. Remarco la fecha para traer a colación algo que aprendí en una clase de Historia Del Arte durante los días universitarios, y que se puede sintetizar más o menos así: “los últimos años de una década ya no son esa década, sino la siguiente”. Después de 1987, acaso 1988, los 80s son una transición hacia los 90s.
No son pocas las personas (de éste y del otro lado del mundo), ni han sido pocas las ocasiones, en que se ha reconocido la calidad de la prensa especializada sudamericana; ésa que integra la perucha. Triste destino el de esta última, que vanamente redobla esfuerzos en pro de una excelente escena independiente marginada casi por entero de los medios masivos -y cuyo radio de acción/difusión se halla por ende imposibilitado de acceder a grandes audiencias. Sin pretenderlo, la escena independiente nacional vive aprisionada en una burbuja que la obturada mass media mantiene herméticamente sellada. Y ya sabemos lo que, tarde o temprano, sucede con las burbujas.
Hákim de Merv
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