(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 27 de abril del 2022.)
Grupos y artistas de primera categoría, que con
caracteres de fuego grabaron en la historia de la música pop la expresión más
acabada de la brillante fórmula estética destilada a través de su música, no
precisamente escasean. Una cuestión más espinosa, empero, es la relacionada a cómo
afrontar la propia carrera tras haber arribado al punto culminante de su
evolución. Algunas bandas no salen airosas de ese predicamento y desaparecen,
mientras que la mayoría prueba suerte tratando de avanzar más allá. De estas
últimas, casi todas toman la inexorable cuesta descendente que las conduce a su
disolución. Pocas alcanzan a refinar exitosamente el sonido de su(s) mejor(es)
jornada(s), y todavía menos son las que consiguen superarse a sí mismas.
De momento, Beach House parece sentirse a
gusto entre aquellos de sus pares capaces de sintetizar las virtudes de sus más
valiosos largos para seguir habitando en las alturas sin girar una y otra vez
la tuerca. Si con Depression Cherry y Thank Your Lucky Stars (ambos
lanzados el ‘15), Alex Scally y Victoria Legrand sacaron chapa de headliners gracias
a una surreal sonorización pop, nacida allí donde el indie post-noventero y el
nügaze del nuevo milenio se daban la mano/se agarraban a trompadas para
fusionarse; con 7 (‘18), ese output adquiría dimensiones majestuosas, augustas,
gracias al protagonismo que el CD confería a la lúdica electrónica seráfica abrazada
por los usamericanos y a la psicodelia reverdecida que impulsó el siglo XX en
sus postrimerías. Así, y hasta ahora, 7 es la valla más alta que los de
Baltimore han impuesto.
¿Dónde queda Once Twice Melody,
entonces? Luego de cuatro años en los cuarteles de invierno, lo nuevo de Beach
House es un imponente álbum doble que en total se aproxima a la hora y media de
duración. Aunque minutajes de idéntica extensión anuncian normalmente volúmenes
de factura irregular, infestados de material de relleno que les hace imposible
soportar intactos la erosión a que el Tiempo somete todo, el binomio ha tenido
el buen tino de dividir el díptico en cuatro capítulos diferenciados unos de otros, como si se tratase de un box set de cuatro EPs -dos para cada rodaja: ‘Pink Funeral’ y ‘New Romance’ en la primera, ‘Masquerade’ y ‘Modern Love Stories’ en
la segunda. Compartimentado OTM de esta guisa, aún el/la más
quisquilloso/a se quedará sin alegatos para criticar dicha amplitud.
De todos los proyectos que alimentó a partir
de los 00s el primigenio shoegazing, contados son los que optaron por enfatizar
el ingrediente pop de esa supersónica aleación. Whirr, el lo fi de Nicholas
Nicholas, los australianos de VHS Dream, los fantásticos Glaare... Ninguno de
ellos se arriesgó antes que Beach House, descontando a modo de antecedentes algunas
canciones de Fleeting Joys o de M83. El grueso de herederos apostó por hermosear
el noise a través de la pedalera -de 93MillionMilesFromTheSun a The Stargazer
Lilies, de Autolux a Tennis System, de Dream Suicides a Catch The Breeze. Con la
discografía de Victoria y Alex, pues, se inaugura en el nügaze una veta donde
la fúlgida melodía de estoque ostenta sobre el ruido una preeminencia que antes
era prorrateada.
De la increíble apertura epónima del disco a
la crepuscular “Modern Love Stories”, cuya segunda mitad se despide en clave
semiacústica, cada maldito minuto invertido en Once Twice Melody ha
reportado generosos réditos. Dado el notorio declive de carga distorsiva (“Through
Me”, “Only You Know”, “Superstar”, “Runaway”), la dupla ha empeñado todo su
talento en una performance instrumental que se agiganta íntegra a lo largo de los
dieciocho temas de la entrega. El placentero, apacible dulzor de las líneas melódicas
guarece en su interior mínimas dosis de pesadumbre y melancolía, suficientes
como para no olvidar ese desconsuelo impersonal que lleva siempre el ser humano
en el alma (incluso en la de quienes se muestran a toda hora joviales). “Many
Nights”, “ESP”, “Finale”, “The Bells”, “Sunset”, “Another Go Round”... La lista
de aciertos codificados en un formato más-pop-que-dream es nutrida. Injertadas en
ese catálogo no sólo aparecen las canciones más identificadas con el baggy líneas
atrás enumeradas, sino también aquellas donde el aditamento electrónico se
exhibe en toda su tórrida intensidad: “Over And Over”, “Once Twice Melody”, “New
Romance”, “Masquerade”.
Circulan verosímiles e insistentes rumores
sobre la pronta disolución de la mancuerna. De confirmarse, este Once Twice
Melody, mezclado por monstruos de la talla de Alan Moulder (Death Cab For
Cutie, The Smashing Pumpkins, Depeche Mode, Nine Inch Nails) y Dave Fridmann
(Mercury Rev, The Flaming Lips, Luna, Elf Power, Mogwai, Low); se convertiría
en el magistral epílogo de una carrera ejemplarmente ajena a las
consideraciones del mercado. El colofón idóneo para el que Beach House ha
preparado escrupulosamente una espectacular contraparte visual -dieciocho videos
en animación por computadora y con las líricas añadidas, disponibles en YouTube
por separado, de un porrazo y/o agrupados de acuerdo a los cuatro capítulos dispuestos
en ambos esféricos. El remate cuyo objetivo nunca fue clavar nuevas banderas en
territorios vírgenes a mayor gloria del dueto, sino sublimar/extractar/condensar
en poco más de ochenta minutos las cualidades y hallazgos que los de Maryland
han acreditado a la vez que ofrecido a la música pop del siglo XXI. Prefiero
centrarme, por ahora, en este bellísimo obsequio para sus fans -dándole vueltas
hasta literalmente levitar. Después habrá tiempo para lamentar su pérdida y
decirles hasta siempre.
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