Conocido ahora el
antecedente de una fase embrionaria allá por 1991 previa al bautizo oficial, de
la que sobreviviese un cassette de ensayos hoy paladeable a través de su cuenta
BandCamp, toda una vida se ha desmadejado desde que se fundase Catervas en 1996.
Una vida que acabó de hacerse pública en 1997, año en que se difunde la seminal
maqueta colectiva Crisálida Sónica: Compilación I, al lado de Hipnoascención, Espira y Fractal. Una vida que ha
atravesado sucesivos periodos de realineación y refinamiento hasta alcanzar el
presente, con las bodas de plata destacándose ya en el horizonte y con un plástico
que le tomó tiempo moldear.
El camino, que
también fuese transmigración, no se lo puso fácil a nadie. Ni a la banda, ni a
los fans. Fue un proceso de años, concretamente para cierto sector de la
parcialidad de Catervas, en el que me incluyo. Me refiero a sus primeros
seguidores, para quienes Los Cielos Vuelan Otra Vez marca el punto de inflexión que necesitaban a fin de
convencerse de que no hay vuelta atrás posible hacia la etapa fundacional de
los limeños, ésa que balanceaba con habilidad zen la experimentación sonora de
escuela post rock y la brillantez de sus sólidas incursiones en territorios del
pop independiente.
Y es que, como ha ocurrido
tantas veces antes y seguirá ocurriendo tantas veces más en el futuro, en
ocasiones somos los fans quienes no podemos -o nos resistimos a- asimilar
decisiones y rumbos con que un grupo afronta su devenir en el Tiempo. Debe aparecer
un album lo suficientemente especial como para que los nostálgicos remisos no
sólo nos avengamos a fumar la pipa de la paz, sino además reevaluemos a la luz
de éste los esfuerzos que “desengañados” hemos desdeñado. De ese espejismo de
fan ecuménico -el que inicialmente no quería saber nada de Mojave 3 mientras
lloraba sobre la tumba de Slowdive, el que amó el estreno de Gus Gus pero se
decepcionó con cada siguiente entrega de los islandeses, el que bregó para aceptar
la reconversión de Joy Division en New Order-, incluso una persona curtida en
la escucha de literalmente miles de títulos puede quedar presa.
Nunca he olvidado la
exquisitez del epónimo debut formal en largo, al que todavía me refiero como el
mejor trabajo peruano del calendario 2001 -existe, para quien no lo sepa, una
maqueta también homónima editada tres años antes-. Sólo ahora comprendo que el
recuerdo de ese logro mayúsculo me ha impedido avalar la metamorfosis propuesta
por los capitalinos tres años después con Semáforos,
cimentada por los posteriores Hoy Más Que Ayer (2008) y Lo Que Brilla En Tu Paisaje (2014). No me entraba en la cabeza que, para entonces, Catervas había
dejado de ser la banda que se nucleó hace 22 años y que alcanzó su culmen hace
17. Alguna vez, Pedro Reyes opinó que la reseña de Semáforos pauteada en la revista Freak Out! era la que más justicia le hacía -prueba palmaria de la
democracia que se respiraba en FO!,
si me disculpas la digresión: a mí el disco no me gustó, considerando los
ilustres antecedentes de Catervas, pero el texto estaba bien escrito y exponía
con solvencia un punto de vista, razón suficiente para darle el visto bueno-. Catorce
años después, entiendo el Semáforos como
la primera de una serie de transformaciones con las que el cuarteto de los
hermanos Reyes renunció a sus raíces avant garde y se entregó a las delicias de
un indie pop que hoy se muestra generoso en la cosecha.
Tracks como
“Moonset” y “Mentalizar” permiten constatar lo esencial que fue proponer en el
esférico del 2004 un corte de mangas lo suficientemente bestia -producción
austera, historias embebidas en saudade, filiación indie urbanita- como para
empezar a construir desde (casi) cero una nueva identidad, una que fue
floreciendo a posteriori en cortes como “Tantos Pasos” y “Las Mismas Calles”
(pertenecientes a Hoy Más Que Ayer).
Catervas vuelve con
cambios en la alineación. A los Reyes -Raúl (bajo), Pedro (guitarra y voz), Javier
(batería)-, que siempre han mantenido móvil el cuarto integrante -César Alcázar
de Triplex-b-Macnafusa y Las Vacas De Wisconsin, Wilmer Ruiz de Resplandor y
Fractal- o han prescindido de él, se suma en este largo el tecladista Juan
Esquivel (de cuya chamba solista hablaré en una próxima oportunidad). Producido
por el grupo en pleno, el nuevo disco ha sido grabado por Christian Vargas, de
Teleférico y los recordados Abrelatas. Una parte de la mezcla ha sido
responsabilidad de este último, en tanto la otra fue cosa de Esquivel: lejos de
procrear esta división de labores un volumen bicéfalo, ambos unificaron
conceptos en la fase de masterización, que ha dotado a Los Cielos Vuelan Otra Vez de un registro robusto e intenso.
No concuerdo con
las voces que proclaman a Los Cielos...
como seria candidata a mejor placa nacional del año. Catervas no tiene por qué
aspirar a ello. Ni los fans. Prefiero detenerme en el descollante nivel
instrumental que despliega el cuarteto: cohesionado, preciso, con la química
fluyendo en modo géiser... El pop/rock de Reyes/Reyes/Reyes/Esquivel apunta al indie,
como desde hace años, sólo que honrando esta vez tanto al shoegazing como a la
neopsicodelia e incluso al dark que alguna vez practicase (“Piedra Dormida”). La
mixtura es de sencillo envoltorio y consumo accesible, pero equilibrada, homogénea,
muy bien proporcionada. Esto se percibe en muchos de los pasajes del album:
“¡Boomerang!”, “Sinfín”, “El Desorden Perfecto”, “Soltar”, “Cristales” (lástima
de letra, nomás)... Todos ellos remiten en primera a esa melancolía pop de la
que hablaban los arequipeños Fobya hace casi tres lustros, a climas lunares
donde el moco está presto lo mismo que la serenidad de la resignación ante lo
inevitable, a escenas de la vida diaria reinterpretadas con una lucidez a la
que describiría correctamente si dijese de ella que es invernal.
Los Cielos... es la rodaja que necesitaba Catervas
para, ahora sí, ponernos de acuerdo a todos los fans. No creo que los recuentos
anuales le premien unánimemente por fuerza con el puesto de honor. No hace
falta, pues es lo suficientemente buena como para considerarle especial. Las
nuevas canciones han ganado mucho en relevancia respecto de las anteriores, y
establecen con prontitud múltiples conexiones con el oyente. Incluso sus
soberbios instrumentales (“Porcón”, “Fugaz”) y sus momentos más heterodoxos -si
la memoria no me falla, “Metrópolis” y “Vértigo En Saturno” deben ser los dos
temas más extensos firmados por Catervas- comparten esas cualidades. El momento
que tantas veces postergaste de abrazar otra vez a la banda de los hermanos
Reyes.
(Pero aún le tengo
alguito de ojeriza al Semáforos.)
Hákim de Merv
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