(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 13 de diciembre del 2017.)
No falta ya mucho
para que el maledetto verano llegue a estropearlo todo -así que, con este par, es
ahora o nunca...
En Latinoamérica, la
hora del meta-stoner lleva sonando al menos unos tres años. Suena tan bien
hasta ahora, que resulta imposible determinar cuándo llegará a su fin. Lo que
corresponde es, entonces, seguir disfrutando de los muchos frutos que la
cosecha viene sometiendo a nuestro paladar -una cosecha en la que participamos
todos los países de la región, dicho sea de paso.
Abril de este muriente
año fue testigo del epónimo debut de Cuarzo. Este tripartito ensamble limeño -Renato
Salmón (batería), Koko Cavani (guitarra y voz), Ademir Agurto (bajo y voz)-,
que bucea las hoy sobrepobladas aguas del stoner rock; tiene, como ocurre con
los chilenos Vago Sagrado, una constante a flote sobre las muchas aguas que
surca su música: la psicodelia, otra vez. Lejos de calcarle, el grupo no hace
de ésta un elemento que avasalle a los demás, sino uno que les adhiera y
centrifugue.
Son ocho episodios
de negra sinestesia, dispuestos/trackeados de tal forma que produzcan la
sensación de un conceptual tour de force
sin hallarse formalmente entrelazados. Cuarzo
es instrumental casi al 100% -sólo “Humo Rojo” y “Valhalla” tienen
vocalizaciones, que por lo demás prescinden de la palabra-. Sus pesados riffs,
abrumados de reverb y distorsión, son los verdaderos fundamentos del debut;
prestos a matizar con oscuridades diversas el monocorde output sonoro consustancial
a propuestas de similar talante, y a lidiar con todo resabio de phaser y
flanger que su filiación psicodélica invoque.
El esférico deviene
así en un sismo de grado 11 según la escala de Mercalli. Verdad que ecos del
Pink Floyd de Waters y del Black Sabbath de mediados de los 70s alternan, en
dosis precisas (“Duna Inhóspita”, “Sintiendo El Éter”), con generosos ramalazos
propios del subgénero “sludge” (“Energúmeno”, la genialmente bautizada “Absenta
Negra”). Con todo, es este último, entre atmosférico y hardcore; el vencedor en
Cuarzo. Un primer jab que hace pensar
entusiasta en muchas peleas por delante para el bisoño pero brioso terceto.
En cuanto a
Ancestro, el otro acto protagonista de esta reseña doble, baste recordar que su
debut El Regreso De Los Brujos le
mereció ser considerado revelación y puntal del ejercicio 2016. De ahí cierta
sorpresa en que no haya tardado mucho en publicar nuevo trabajo, máxime si ha
habido cambios en la alineación del trío -Víctor García ocupa ahora el puesto
de baterista, al lado de Boris Baltodano (bajo) y Diego Cartulin (guitarra,
percusión y teclados).
El Gran Altar es, comparativamente, un disco más
tranquilo que el anterior. Basta con darle play para corroborarlo. “Ícaro”, el
volátil número de apertura, a duras penas se escucha -decisión tomada por la
banda para que el contraste con “Mareación” se atice. Single de adelanto
publicado semanas antes de la aparición de EGA,
“Mareación” marca la pauta para lo nuevo de Ancestro. Hay no pocos momentos de
quietud física en este opus, segmentos que predisponen a la escucha estática
del mismo. Lo interesante es que los trujillanos lo logran recurriendo a la
densidad, utilizándola para atravesar el metamórfico continuum de psicodelia/stoner/doom
(que luce bastante domesticado)/space/metal abrazado por la terna desde el
inicio de operaciones.
El riff de Ancestro
ahora es más desértico que convulso, pero sigue siendo el principio básico de
su arquitectura sónica. Esto no quita que, cuando lo desean, los norteños
suenen a muerte y destrucción. En varios pasajes de temas como “Agua Muerta”,
“Gallinazos” y la fenomenal “Aguijón”; se conjura tal cantidad de energía
tanática, que poco te falta para ver al Ai Apaec cuchillo en mano, cobrándose
en persona el sangriento tributo de sus víctimas.
Y si “Mareación” es
la pieza en la que se refleja la dirección que por ahora ha tenido a bien tomar
Ancestro, es “Purga/El Gran Altar” la que mejor resume todas las virtudes del
disco. El track es un summum de instrumentación implosiva, ritualismo heavy, sapidez
altamente intoxicante, carga surreal-ácida y feeling jammero. A propósito de
esto último, algunos comentarios especializados han criticado que El Gran Altar carezca de la agitada
inmediatez de su antecesor, así como que haya salido “demasiado pronto”
(septiembre del año en curso). Esto, que a primera vista parece un
contrasentido, no es en realidad tal cosa: las composiciones pueden soportar un
largo proceso de maduración, y al momento de ser registradas estar embebidas de
urgencia expresiva. Yo, por supuesto, no concuerdo con ese dictamen.
En lo que sí
concuerdo con el consenso es que el método de improvisación seleccionado para
este EGA remite a Samsara Blues
Experiment, y sobre todo a Earthless -la impronta del power trio californiano se
entrevé prácticamente en cada minuto del disco.
Hákim de Merv
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