(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 14 de agosto de 2024.)
Magníficas nuevas desde España. Al notable Plenilune de Rafael Sáez se suman el homónimo estreno de los valencianos Gazella, Santa Trinidad de Siloé (aunque lo de estos vallisoletanos empezó el ‘16), y la grandiosa puesta de largo de los madrileños Alcalá Norte. De momento en expectante espera el resto, paso revista ahora al debut de los capitalinos, que ha devenido viral en la península tras algunos meses de fervorosa rotación.
Nucleado en el ‘19 a instancias del cantante Álvaro Rivas, el batería Jaime Barbosa y el guitarra Juan Pablo Juliá, Alcalá Norte declina el alias inicial de Ciudad Lineal debido a que ya existía una agrupación catalana bautizada así. En octubre del año siguiente se publica el EP Demos, ninguna de cuyas canciones ha sido repescada en el disco del ‘24 pero que ya anuncia el vivo fuego oscuro al que la banda consagra su actividad. Casi un lustro después, covers de The Cure o Alaska Y Dinarama y algunos singles lanzados de por medio, el sexteto que completan Laura De Diego (teclados), Carlos Elías (guitarra) y Pablo Prieto (bajo) firma con la escudería vasca Balaunka.
Alcalá Norte se inscribe en la tradición necropop que inaugurasen los excelentes Antiguo Régimen y que más adelante exhibieran con orgullo gentes como Santa Companha o Mausoleo. Es decir, un revival del viejo dark rock de los 80s, sólo que ahora desprovisto de casi cualquier mácula de teatralidad. Es decir, una resurrección del género que no sólo descree del canon instaurado en los 90s, sino que también lo contradice apelando a la austeridad y a la sencillez. Sin grandilocuencias, sin pretensiones impresionistas, sin folklore ultraterreno -o, al menos, sin mucho de esto último.
Al resonar nomás las primeras notas de “La Sangre Del Pobre”, sientes la entusiasta vitalidad de un combo que rara vez quita el pedal del acelerador, la desbordante reconvención minimal a cuyo amparo éste sortea los clichés, la inteligencia puesta en juego -¿emocional? ¿existencial? ¿colaborativa?- para que la flama que escupe a mil la música no opaque su lobreguez (y viceversa). En composiciones como “Los Chavales”, “La Calle Elfo” o “La Vida Cañón”, se hace palpable además un tremebundo esfuerzo de producción, pensada ésta para sacarle el máximo partido posible a unos teclados de por sí inspiradísimos.
Intensas armonizaciones pulsantes, atmósferas sucediéndose sin pausa, vocales que no tienen pelos en la lengua a la hora de retratar con crudeza sus cuantas verdades de a kilo. Dependiendo de la opinión que a cada quien merezca “No Llores, Dr. G”, 9/10 o puntaje perfecto. Me avengo más a lo primero.
Hákim de Merv
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