A punto de abandonar
la niñez e ingresar en la pre-adolescencia, mi generación y las inmediatamente
anteriores/posteriores fuimos testigos no sólo de la escalada exponencial que el
conflicto armado interno implementó en el país. También, de las apocalípticas
consecuencias que trajeron los años venideros. Al promediar los 80s, las
organizaciones terroristas incursionaron y golpearon brutal e insistentemente
en los centros urbanos de la costa -Lima incluida (en el ande y en algunos
puntos de la amazonia, tiempo hacía que estaban atrincheradas). Las principales
poblaciones de cara al Pacífico se convertirían en zona de guerra, tal cual les
sucedía a las del interior: atentados contra objetivos civiles y militares,
apagones diarios, cortes de agua a mansalva, bloqueo/toma de las carreteras que
abastecían los mercados... En la otra esquina, el Estado se comportaba a la
altura: corrupción generalizada, robo sistemático e institucionalizado,
inflación crónica de cotas obscenas, incapacidad galopante para mantener el
orden social cotidiano, escasez incesante de productos de primera necesidad...
Ése fue el
escenario en que emergió la movida subterránea nacional, definida por la
repulsa a los medios masivos y a lo que éstos entendían por “música rock”. En
principio abrumadoramente punk y hardcore, este en-la-práctica ‘sello de clase’
acabaría convirtiendo todo lo demás en sambenito: cuando las huestes sónicas de
la segunda oleada comenzaron a desmarcarse de esos caminos harto trajinados, la
reacción contra dichos esfuerzos desencadenó a corto plazo una escisión del
movimiento, cuya cepa original subsistió hasta mediados de la década pasada.
Sin embargo, la faena de quienes tomasen el relevo de los pioneros subtes sería
revalorizada con el transcurrir de los calendarios. Basta con repasar su legado
para que esta aseveración adquiera plena vigencia: Sociedad De Mierda, Feudales/Paisaje Electrónico, Éxodo, Voz Propia, Delirios Krónicos, Lima 13, Yndeseables, Masoko Tanga, T De Cobre, Sor Obscena, Disidentes...
A esta falange de
recambio perteneció de igual modo un trío que no dejó huellas concretas y
oficiales de su existencia, ni siquiera en formato demo. Los nombres que usó,
no obstante, siempre afloraron en las remembranzas de quienes estelarizasen ese
agitado período del pop peruano off-mainstream. Con la llegada del nuevo siglo,
se empezó a saber más de sus avatares y a difundirse su música, gracias a la
duplicación y digitalización de algunas cintas caseras que sobrevivieron. Ello,
sumado a los reportajes que de cuando en cuando concedía uno de sus
protagonistas centrales, avivó lo que hasta entonces se asemejaba a una leyenda
urbana en torno al mítico terceto. Una leyenda urbana que acaba de completar su
traspaso a la realidad histórica con la publicación de su obra compendiada vía
la notable discográfica Buh Records.
Salón Dadá y Col Corazón, pues, no son dos grupos distintos; sino dos fases -sucesivas- de un colectivo
inconstante en su alineación, pero homogéneo en su trasfondo creativo. Las
biografías de una y otra han sido explicadas en sites especializados de
Internet, y se han consignado generosamente detalladas en la edición física de la
recopilación, por lo que se me antoja baladí repetirlas. Suficiente con el escueto
recuento de rigor.
Los prolegómenos de
Salón Dadá datan de 1985, cuando terminan de conocerse todos los integrantes
fundacionales: Mónika Contreras De La Jara (guitarra), Juan Huamán Sihuas a.k.a.
Hoover (batería) y Támira Bassallo (bajo y voz). Junto a Guillermo Castro y a
Riqui Antituco, Támira y Hoover tocaban ya en Excomulgados. Para el verano del ‘86,
ambos se asocian a Mónika bajo el alias de Salón Dadá, realizándose a fines de
septiembre el primer concierto oficial. Por motivos de viaje al exterior, Mónika
se retira pronto de SD y en su reemplazo entra Jaime De Lama, baterista de
Zcuela Crrada recomendado por Jorge Revilla. La amistad entre el futuro Cocó
Ciëlo y Bassallo nació en los días (1983-1984) en que Revilla frecuentaba el
consultorio de la progenitora de la bajista, la psicóloga Telma Rossi. El
vínculo entre ambos fue muy estrecho, y Jorge se hizo entusiasta fan del
terceto desde un inicio. Gracias a la continuidad de De Lama y a la grabación
de un ensayo de cuatro temas a fines del ‘86, que el Tiempo elevase a la
categoría de maqueta no oficial y único testimonio accesible -sin portada ni
nombre-, el guitarrista se convirtió en el tercer miembro clásico de la saga. Susana
Zavala les apoyó con el cello.
Tras la salida de
Hoover, en 1988 Salón Dadá cambia de nombre a Col Corazón. En esta etapa,
Támira y Jaime incorporan a otra Susana (Torres), quien se encargó de la
percusión y los coros, e hizo las veces de performer. Como CC, brindan un
recordado concierto en la fabulosa No Helden. El puesto de baterista fue un
quebradero de cabeza -por las baquetas pasaron Marisela Young Rabines y Jorge
“Pelo” Madueño- hasta que llegó Rodolfo Cortegana. Las composiciones de la fase
SD no fueron dejadas de lado, sino que engrosaron el repertorio junto a otras nuevas:
Col Corazón se presentaría en La Casona (Barranco) el 30 de julio de 1990
interpretando un set de 13 temas por espacio de una hora, en lo que se ha
llamado el concierto más largo que ofreciese grupo subte alguno.
Lamentablemente, ése sería su último live.
En el país, la crisis llegaba a su cúspide, situación de la que el rock
subterráneo no se sustrajo. La anomia generalizada hizo mella en sus
principales figuras, muchas de las cuales apenas si sobrepasaban la barrera de
las dos décadas. Así truncóse la aventura emprendida por tres jovencísimos
estudiantes ligados al arte. Ante la falta de documentos sonoros, el recuerdo de
SD/CC empezó a menguar, como aconteció con el de tantas otras agrupaciones
innovadoras, inclasificables y fugaces...
Pero no desapareció.
¿Por qué una saga
como la de Salón Dadá/Col Corazón, de la que no sobrevivió ningún archivo
audiovisual, que apenas contase con el demo pirateado de un ensayo que no superaba
los quince minutos de duración; no se extravió en el Olvido? Razones atendibles
hay varias. Yo propongo tres.
1) Estadísticamente,
las bandas peruanas más reconocidas y de las que se sigue hablando fuera del
Perú son Los Saicos, Los Belkings y la mancuerna Silvania-Ciëlo. A nivel
internacional, ningún otro de nuestros créditos ha llegado así de alto. Pues
bien, buena parte de las evocaciones que han cosechado Salón Dadá y Col Corazón
están en deuda con la repercusión obtenida por Silvania, genial dúo constituido
por Mario y Cocó Ciëlo (asesinado en España en septiembre del 2008).
“Solineide”, del primer EP de Silvania (Miel Nube Hiel, 1992), es el nombre de una canción escrita por Támira que nunca
llegó a grabarse. La maravillosa “Flor De Agua Infinita”, pauteada en el debut
en largo (En Cielo De Océano, 1993), va
dedicada a Bassallo y a Torres.
2) Reproducida de
mano en mano una y otra vez, y pese a las limitaciones del registro, la cinta
casera de Salón Dadá habla por sí sola. Relanzado de manera no autorizada en
MP3 durante los 00s, el “extended” tiene una saturación inusual de los
instrumentos. El efecto hace que la voz de Támira tenga el mismo nivel de
volumen que éstos, convirtiéndola de hecho en un instrumento más, y como tal
generadora de una atmósfera. Tal vez sea este aspecto el punto de partida para
la comparación que siempre se ha postulado entre SD/CC y Cocteau Twins. De
cualquier forma, eso los hizo dueños de un sonido único en la escena.
3) Con relación al
nuevo siglo, los 80s no quedan tan lejos como los 70s o los 60s. Si bien hubo
una fragmentación al interior de la movida subterránea, básicamente acicateada
por rencillas que hoy son a todas luces ridículas -“pitupunks” vs “misiopunks”,
reivindicación intransigente de la máxima DIY frente a la necesidad vital de
evolucionar más allá de los tres acordes oleados y sacramentados por el Año
Cero 77-, la memoria colectiva logró sobrevivir hasta la era de la
documentación y preservación digitales. Támira, además y como dije, nunca
desapareció del todo. En 1998 dispensó una breve entrevista a un fanzine de
cuyo nombre no me da la gana de acordarme, y desde entonces se han invocado sus
declaraciones para referirse a/escribir sobre el casi legendario proyecto.
Lo Que No Existe, Existe: Registros De Una Saga Post Punk En El Perú (1986-1990) rescata mucho del material de Salón Dadá y Col Corazón
salvaguardado a la fecha. No es gratuito que haya dicho “mucho” en lugar de “la
totalidad”, pues del archivo que pudo armarse se ha hecho una cuidadosa
selección de las pistas a restaurar y masterizar: la mayoría de éstas
corresponde a ensayos y directos, acaso de un mismo surco ejecutado tres o más
veces, haciéndose en tal caso innecesario recuperar todas las tomas. Por
desgracia, del procedimiento no participó Jaime De Lama: aunque en un primer
momento aceptara la propuesta, luego la declinó, dejando todo en las manos de
Bassallo y del director de Buh Records, Luis Alvarado.
Tampoco es gratuito
que hable de un rescate en lugar de “el testamento definitivo de...”. Como
parte del lanzamiento de la edición física en doble presentación (CD y vinilo),
se ha conversado la posibilidad -nada segura- de interpretar los temas en vivo.
Esto abriría la opción de no sólo volver a escuchar la voz y el bajo originales
de SD/CC casi treinta años después, sino también la de continuar la travesía de
la saga grabando nuevamente los temas rescatados, aquellos de los que no
sobrevivieron grabaciones (como es el caso de la canción que De Lama compuso
partiendo del poema “Katatay”, de José María Arguedas), y aún de los que sólo
se quedaron en bocetos (como es el caso de “Solineide”, ya antes aludido).
“Y, en resumidas
cuentas, ¿cuál es la real valía de lo hecho por Salón Dadá/Col Corazón?”, es
lícito preguntarse, luego de tanto floro. Nada más presionar play y empezar a
sonar las notas de “Lista Ele”, la pregunta misma queda en offside, presos los
tímpanos de una opiácea embriaguez. “Lista...” se inspira en la obra de Antonin Artaud, y no será la única: esquivando los arabescos de la eléctrica, la
ininteligible voz de Bassallo desencaja por completo aún si se le considera sólo
en el contexto de las formaciones subterráneas de la segunda hornada. Esta
suerte de “impronta vocal” guía la por momentos frenética exploración timbral
que propone el sonido de Salón Dadá -un sonido que empata instantáneamente con
el ethos disidente del período post punk, su obsesión punzocortante y su
cacofonismo arty. El inicio luminoso de una jornada que recupera la labor francotiradora
de la bifronte entidad, reivindicándole en su justa dimensión.
Existen al menos dos
maneras de escuchar Lo Que No Existe,
Existe... Una es, simplemente, de corrido. La otra es usando el botón de
“skip” para audicionar primero los tracks de Salón Dadá, y luego hacer lo
propio para los de Col Corazón. Eligiendo la primera, soy consciente de que la
segunda proporciona la oportunidad de hablar sobre cómo una fase devino en la
otra.
Por encima de las
sustituciones de personal y de las circunstancias que debieron afrontar, SD/CC crearon
un output atiborrado de textura, destilando de manera intimista dicotomías
paradójicas y tirantes como ruido-noise, contemplación-maelström, onirismo
cristalino-abrasión tonal. El tratamiento de estos antagónicos binomios
comenzaba a ser cuestión de estado en la escena independiente internacional de
mediados de los 80s. Cocteau Twins es el ejemplo palmario. Otro podría haber
sido A.R. Kane, si le hubieren conocido en aquel entonces. Y mientras grupos
como Lima 13 o Sor Obscena ofrecían variaciones emotivamente incendiarias de lo
que hizo aquí Voz Propia, pero variaciones al fin y al cabo; gente como
Delirios Krónicos, Yndeseables o T De Cobre crearon una estética propia
partiendo de géneros como la no wave o el industrial. Es al lado de estos
últimos que debe incluirse a la mancha de Bassallo y De Lama, con una
atingencia: inscrita dentro de la escena subte, prontamente dejó de sentirse
cómoda en sus entrañas. El pop contemporáneo les quedaba chico, y por ello
recurrían a otras fuentes.
Entre la sección
rítmica grave, disciplinada, y las telarañas tejidas por De Lama; se paseaban
Arguedas y Jorge Eduardo Eielson. Dependiendo de la fase, los textos de estos
autores podían arropar respectivamente desnudas y cadenciosas percusiones consonantes
con nuestra etnografía tradicional, salpicadas de tórrida ecolalia (larguísima
“Sisinina”, como Col Corazón, saqsaqa incluida); o impetuosos números de after
punk encabritado (“Mutatis Mutandis (Parte 4)”, como Salón Dadá). De otro lado,
musicalidades asimiladas como la altoandina suministraban el contrapunto
preciso para bajarle las revoluciones a tintineantes extrapolaciones árabes
(“Virginia”, como Salón Dadá, ¿el casi inalterable pulso del bajo es de
ascendencia jalqueña?), o el catalizador con que estimular una brillantísima
performance vocal (“Doce Pupilas”, como Col Corazón).
Después de escuchar
los avances colgados en BandCamp, mi querido amigo Walter Rojas -gestor de una impagable
entrevista a Támira Bassallo la semana pasada, linkeada bajo estas palabras- se asombraba del sonido de SD/CC,
que percibía de una oscuridad más impenetrable que la de actos coetáneos
identificados con el dark rock. La contradicción es sólo aparente. En efecto,
tanto Sor Obscena como Lima 13 y Voz Propia firmaron trabajos de una calidad
extraordinaria, adscritos justamente a un género al que se aproximaron cuando sus
postulados estéticos ya habían sido codificados. El post punk, en contraste,
nunca arribó al status de “género”: fue un período nebuloso en el que sus
principales animadores partieron más de los descubrimientos del kraut o del
glam, sin mencionar el naciente electropop de Kraftwerk, antes que de los de la hecatombe
punk. No en vano, Simon Reynolds señala que los singles cruciales del ‘77 para la
generación post punk fueron “Trans-Europe Express” de los alemanes y “I Feel Love” de Donna Summer (producido por Giorgio Moroder). El zeitgeist del post
punk más se condecía con una zona liberada, donde las ideas del pasado fueron
insufladas de renovado vigor para crear un nuevo mundo sin barreras
estilísticas (cf. “The Experience Of Swimming” de Japan, “As You Said” de Joy
Division, “The Sweet Cheat Gone” de The Durutti Column). Tales fueron la ética
y la estética que abrazaron Salón Dadá y Col Corazón, como asimismo Delirios
Krónicos, Sociedad De Mierda, Conflicto Social o Disidentes: de ahí la
conveniencia de la analogía con el post punk anglosajón, pese a que ello no
implique una equivalencia de los manantiales en que abrevaban.
Notoriamente, la
fase de Col Corazón luce más avezada que la de Salón Dadá. Ésta fue la primera,
en que se acotaron las direcciones a seguir y se empezó a experimentar:
introspección dramática, borrosas ambientaciones de sesgo surrealista, el
pre-verbalismo como estilete con que acuchillar patrones. En cortes como “Clavicordio
Sin Fin”, “Virginia” o las partes de su adaptación del poema “Mutatis Mutandis”
de Eielson (4 y 7); es evidente un espíritu punk que trasciende sus
limitaciones inherentes, sin distanciarse de sus compañeros de trinchera. A la
fase de Col Corazón, por ende, los músicos llegaron ya con un background
consolidado; más curtidos y ganosos de elaborar música de una mayor complejidad.
Afirmar que de a pocos fueron acercándose a una suerte de proto dream pop no es
para nada incorrecto: si pistas como “Los Bosques” o “Marlene” dan cuenta de
sendos vendavales de distorsión, modulados por una encrespada marcialidad, números
como “Ram Ram” o “Debral” parecen reclamar la desaparición del encorsetamiento
de la etiqueta “rock”, en la misma línea de acre interpelación sónica de sus
pares -mutando de climas vaporosamente fantasmales a densos, e incluso
opresivos. Esto es claro sobre todo en “Debral”, cuyos fúnebres teclados
colapsan cuando Támira ento(r)na una errabunda voz casi estrangulada. Si hay
que escoger uno solo representativo de esta placa, habría que decidirse por el
otro de los canales inspirado en Artaud, “Pri Ur Fan Tish” (Col Corazón): sonatina
ondulante con la que Jaime De Lama se consagra de ígneo chamán de las seis
cuerdas -literalmente, parece rasgar su guitarra envuelta en llamas-, que
aparece en dos versiones. Recomiendo la que cierra el esférico, en vivo desde Magia,
que suena bastante mejor que la de “estudio”.
Desde hace por lo
menos años se venía anunciando la valiosa recuperación de uno de los grupos más
originales que han surgido de la escena independiente nacional, a cuyos anales
pertenece -le guste o no- el rock subte. Hacerlo realidad ha costado sangre,
sudor y lágrimas. Hoy sabemos que la inversión se cubrió gracias al primer
lugar adjudicado en los Estímulos Económicos Para La Cultura 2018, otorgados
por el Ministerio de Cultura del Perú. Detrás, por supuesto, ha habido un
trabajo de colosal documentación no sólo visual, sino también testimonial;
reflejado en las copiosas liner notes tanto de la edición en CD como de la
edición vinílica. Ad portas de su lanzamiento oficial, que además se hará
conjuntamente con la reedición en 7’’ de la maqueta pirata de Salón Dadá
(bautizada como Ensayo 1986 EP e
incluida íntegra en la versión CD), no queda sino celebrar el haberle ganado otro
asalto al Olvido. Merced a esta recopilación largamente esperada, los sueños
dispersos de un puñado de músicos visionarios vuelven a condensarse -para, por
fin, ocupar en la historia de la música pop peruana el lugar que se merecen.
Considerando que
todo en esta vida es cuestión de tamaño y perspectiva, un “pequeño” desfase
espacio-temporal impidió que Támira Bassallo y truly yours mataperreasen juntos
cuando niños. Nuestras familias vivieron un tiempo en el mismo distrito, en el
mismo barrio, a poquísimas cuadras de distancia. Acaso nuestros mayores
llegaron a tratarse, pero yo sólo viví allí durante mis seis primeros meses de
existencia, mientras que ella abandonó la querencia recién en 1999. Cualquiera
diría que no necesariamente estábamos destinados a cruzarnos, a pesar de estar
nuestras vidas signadas por la flama inextinguible de la Música. Pero resulta
que ambos estuvimos a las órdenes de Paco Kerouac en La Nave De Los Prófugos,
con una década de diferencia (ella en La Colmena, yo en Quilca). En el 2001, conociendo
someramente la historia de Salón Dadá/Col Corazón, llega a mis manos el número
debut del fanzine de arte, crítica y ensayo Arte Marcial; donde Támira, ya
especializada en Historia del Arte, reseña una muestra individual de Patricia
Villanueva titulada La Fiesta Del Té.
Una amiga en común, Marilú Ponte, entabla el contacto asincrónico, en tiempos
en que aún no existían las redes sociales. Debieron pasar algunos años más
hasta volver a retomarlo por esos medios, enterándome de su matrimonio con un amigo
que siguió el mismo desastroso sino que yo -estudiar Filosofía y escribir sobre
música. Hace poco más de una semana, por fin hemos podido conocernos en
persona. Da la impresión de que, ciertamente, existe un orden superior que nos
empeñamos en llamar Destino -y que éste tiene también sus glitchs/accidentes de
ruta.
Hákim de Merv
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