martes, 31 de diciembre de 2019

Dan Mason: Hypnagogia // GrimLake: Memories // Space Funk (Afro Futurist Electro Funk In Space 1976-84) // Nick Cave And The Bad Seeds: Ghosteen

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 30 de diciembre del 2019.)

Aunque ya no el mismo de Sun Bleached (2015), Summer Love (2016) o Void (2018), a Dan Mason todavía le quedan uno o dos trucos bajo la manga. No por nada se considera aún a Florida, estado de la Unión de donde Mason es oriundo, la mayor reserva vaporwave a escala mundial.

Con doce rodajas a cuestas, eyectadas entre el 2013 y el 2018, Mason ha consolidado su estilo empapado de mallsoft y smooth lounge. La cantidad de “hits” que anotase dentro de su escena de extracción es en absoluto desdeñable. Sin embargo, no hay muchos de éstos en Hypnagogia: pese a lo que su nombre postula, el nuevo largo no comporta un giro hacia el subgénero vaporwave obsesionado con los gastados sonidos borrosos de muestreos televisivos cosecha 80s.

El floridano ha ido afianzándose progresivamente en el aprovechamiento de los beats cíclicos, la voz engrosada/engolada, las improvisaciones dilatadas hasta la exasperación, las guitarras ahogadas en glo-fi -ese “update del siglo XXI para la psicodelia” del que habla Simon Reynolds cuando alude al tronco central del árbol del vaporwave... En consecuencia, el brilloso tono pastel que Mason dispensaba en entregas anteriores está presente. El problema radica en que Hypnagogia suena más a oficio que a inspiración o inventiva.

Sampleos extraídos de desgastadas melodías y recontextualizados para una civilización de economía consumista que ya ha quemado todas sus neuronas y energías -“burn-out society”, vienen alertando algunas voces, sin que se les tome mucho en cuenta. Composiciones de cariz “escapista”, en las que sentimientos como la pesadumbre o la nostalgia recrean una realidad distorsionada -suerte de matrix sabida falsa desde un principio, pero asumida justamente como forma de evasión (“Stop Me”, “Melatonin High”). Viñetas que funcionan como respuesta psicológica con qué combatir la tristeza (“Fade”) o la ansiedad (“Good Night”) que produce la creciente deshumanización de nuestro modus vivendi... La cuestión de fondo es que percibo más de piloto automático que de genuina creatividad.

Sospecho que este disco hace las delicias de los fans, tanto de aquellos del ‘género’ como del autor. A mí me hubiera terminado por convencer, si no fuese por esos arrebatos pseudo trap -“Go Away”, “Visions”- que de ninguna manera puedo condonar. Intuyo que debe ser algo temporal, y que Mason se moverá pronto hacia otros destinos: si algo como el vaportrap ya es cosa del ayer, y aún el simpsonwave está por pasar de moda, que no te extrañe lo que el vaporwave puede depararnos en el futuro -mayor virtud y principal defecto de una estética incorpórea que cada cierto tiempo se reinventa cambiando de envase.


A estas alturas una tendencia codificada, status que en su caso provoca las más apasionadas discusiones, el post rock continúa prisionero del dilema que ha seleccionado como lugar de residencia -en exceso formalizado para la escena independiente, aún inasible para el “pop” que ali(m)enta el establishment. Pero qué bien marcha cuando se olvida de estas paltas existenciales.

El francés Mathieu Legros lleva ya algunos años levantando, en plan de hombre-orquesta, la enseña de GrimLake. Con ella ha publicado el mini-álbum Twin Sun (2012) y el LP Atlas Hands (2015), referencias que adscriben su unipersonal a la ola de post rock instrumental impulsada actualmente desde los ghettos indies de distintas partes del globo. Memories, de fatigados tonos entre cenicientos y azulados, consolida la experiencia ganada en esos primeros pasos.

Los detractores de lo que hoy se cataloga como post rock podrían alegar que el de GrimLake maneja la misma fórmula estructural que también empuñan nombres como Paint The Sky Red (Singapur) o Días De Septiembre (Venezuela). Es decir, aquella que destiló Mogwai en Rock Action (2001) y afinó en subsiguientes esfuerzos: una alternancia o equiparación de los segmentos de quietud prescindiendo normalmente de todo pulso rítmico, para tallar vítreos mosaicos de duermevela, y de los explosivos arrebatos en que la eléctrica salta al tope del volumen y el set tarola-bombo-platillos se eriza emotivo, presas de un vigor inexplicable.

Si tienen razón, ¿cuál es, entonces, el mérito de un esquematismo que le hace tan ‘flaco’ favor al ‘género’ que insufló de nueva vida al pop noventero de avanzada? Pues el modo en que cada fragmento es forjado -doy fe de que hasta ahora nunca es el mismo. En GrimLake, a ese absorbente sosiego se llega a través de gráciles figuras al piano, que en más de una vez me remiten a su compatriota Yann Tiersen. Los estallidos en que el multi-instrumentista pisa el acelerador, por otro lado, son modelados por una estrangulación tras otra de atmósferas plácidas -efectos a mansalva que convierten en mesmerizante cualquier pasaje a punta de sobrecarga eléctrica-, y las exultantes cabriolas de las baquetas.

Dado que las posibles variantes no son ilimitadas, llegará el día en que el post rock se convierta en un cadáver, presto a ser devorado por la gigante roja del mainstream. Mientras ese día no llegué, será interesante ver cómo se las ingenian agrupaciones o individualistas como GrimLake para rezagar al máximo la fatal fecha.


Que la música africana está orientada abrumadoramente hacia el Sonido es una aserción que, en nuestra condición de latinoamericanos, rarísima vez podemos comprobar. Mucho más sencillo, por una cuestión de cercanía geográfica, nos resulta maravillarnos ante las músicas que ha producido la Diáspora Negra en Occidente y su ‘intrínseca’ cualidad de “alienígenas” -como suele proclamar siempre Kodwo Eshun.


Así y todo, capítulos de esa saga permanecen esperando sus respectivos rescate y documentación. Soul Jazz Records, extraordinaria escudería londinense especializada en recuperar tales sub-escenas mediante sustanciosas recopilaciones, ha lanzado en noviembre Space Funk (Afro Futurist Electro Funk In Space 1976-84). El panorámico reivindica una serie de grabaciones realizadas por desconocidos músicos estadounidenses vía labels pequeñas durante el período de tiempo especificado. No se trata, pues, de una escena mínimamente articulada; sino de la confluencia en tiempo y espacio de mentes creadoras que desde sus propias trincheras, y siguiendo las enseñanzas de estetas como Herbie Hancock o Parliament/Funkadelic, empujaron al funk a la era electrónica teniendo como motor y horizonte el afrofuturismo.

Siempre me pareció fascinante y divertido cómo el mainstream sonoro de los 70s pensaba que sería el futuro, y cómo esa imagen se reflejaba en la tecnología y efectos “hi-fi” de la época. Mullido sobre un colchón de teclados, este space funk disgregado compartía algunos tics de ese imaginario ‘oficial’, sin que ello se convirtiese en venda que le impidiera vislumbrar en serio el futuro: aspirando a ser cibernética, esta música disfrutaba enormemente de las mutaciones que experimentaban sobre ella gente como Jamie Jupitor (su minimalista “Computer Power” incorpora el electro de las rutinas de breakdance) o Santiago (revelador “Bionic Funk”). Ese deleite se plasmaba en las pistas de baile, ritualizando la abducción sensorial, mientras que la fuerza vital del funk atacaba el mesencéfalo y propulsaba sus propios espacios psicoacústicos hacia el zen.

Una excelente compilación cuyo principal mérito es reivindicar las olvidadas obras de Ramsey 2C-3D (“Fly Guy And The Unemployed”), Frank Cornilius (“Computer Games”), Robotron 4 (“Electro-?”) o The Sonarphonic (“Super Breaker”). Eso, e ilustrar un pathos que no volvió a explorarse hasta el advenimiento del drum’n’bass.


Después de que la Vida lo condenase a vivir un infierno tras la muerte accidental de su adolescente hijo Arthur (2015), Nick Cave, figura mayor en el santoral del pop contemporáneo, regresa con un álbum que se sale de todos los cánones establecidos en la larga carrera del genio australiano.

Desde el doble Abattoir Blues/The Lyre Of Orpheus (2004), Cave ha ido acercándose a formas artísticas más sencillas, tanto en música como en letra e interpretación. Ese proceso se magnifica inusitadamente en el desgarrador Skeleton Tree (2016). Para entonces, ya la tragedia había acaecido: aunque el repertorio del disco había sido compuesto para fines del 2014, las grabaciones culminaron en los primeros meses del 2016, y Skeleton... llega a las tiendas en septiembre. El luctuoso acontecimiento, ergo, de todas maneras dejó su marca en este episodio -el dolor, la angustia, la desesperación de Cave pueden palparse más que verse en la oscuridad insondable que emiten las ocho pistas.

Ghosteen es la obra con que el sexagenario músico despide en regla a su hijo. Como corresponde a la ocasión, el acetato está fondeado por la solemnidad, toda vez que el luto no se halla todavía ausente (ni mucho menos). También se siente el “lastre” de los sintetizadores, que venían cobrando creciente notoriedad desde el ingreso de Warren Ellis (segundo al mando de los Bad Seeds tras la partida de Blixa Bargeld), y que aquí impelen la música del hoy sexteto a un ambient frágil y sedante más de lo que nunca lo ha sido/estado en sus 35 años de trayectoria.

Percusiones letárgicas, teclados árticos, frecuencias subsónicas. Con estos elementos, Nick Cave encara la travesía que lo conducirá a la última fase del duelo, la de la aceptación serena. El final del viaje, con “Hollywood”, es ciertamente liberador; pero el recorrido, del que la bellísima “Spinning Song” es la obertura, no perdona. El cantante honra la memoria del finado púber a través de concisos textos nimbados de una cotidianeidad desarmante, que trocan en melancolía pura -“A Ghosteen Dances In My Hand/Slowly Twirling, Twirling All Around/A Glowing Circle In My Hand/Dancing, Dancing, Dancing All Around/Here We Go”- el pop desvencijado y medio faite al que la banda solía recurrir hasta bien entrada la primera década del nuevo siglo.

Ante un suceso como éste, no mucho más se puede decir. Afrontar la audición del plástico, eso sí es necesario ponerlo por escrito, exige toneladas de empatía y un estado de ánimo similar al de quien ha debido atravesar el peor escenario que puede presentarse en la muerte -el de un padre/una madre enterrando a su vástago, tenga éste la edad que tenga.

Ghosteen es un díptico conceptual, pese a que su minutaje total tranquilamente pudo encajar en un CD. La primera parte, la más onírica, pertenece a los hijos que ya no están: ocho temas entre los que destacan “Sun Forest” y “Ghosteen Speaks” como lo más conmovedor/elegíaco que ha firmado nunca el viejo Nick. La segunda parte, mucho más realista, pertenece a los padres. Son solo tres cortes -“Ghosteen”, “Fireflies”, “Hollywood”-, que suman cerca de treinta minutos, los más cargados de resignación/serenidad/paz que puedes encontrar en el pop actual. A pesar de ello, imagino que la aflicción seguirá haciéndole compañía al australiano durante un tiempo. Quizá sus días aún terminen con el “buenas noches” de un ser querido al lado -un familiar, un amigo de años-, pero Cave responderá para sus adentros “not anymore” hasta que la pena desaparezca obliterada.


Hákim de Merv

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