(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 26 de julio del 2023.)
A manera de antesala para lo que será su
nuevo larga duración, sexto desde que en el ‘15 diese sus primeros pasos con el
notable Blonde, Miyagi Pitcher pone a consideración del público un
breviario de remezclas nombrado Gala EP. Como su denominación indica, se
trata de una más-bien-reducida selección de material sometido a
reinterpretación digital, con el agregado de dos números a modo de adelanto de
cara al próximo estreno.
Indicando de antemano una mirada furtiva
antes que un cierto repaso a la obra del proyecto, tres son los remixes de Gala
EP. De esa terna de relecturas, dos proceden de originales de Ikigai (生きがい) (‘22), en tanto la
tercera extrae su materia prima de Okuraseru (‘17); rodaja con que MP acentuó
la diversificación sonora que ya había empezado Nymph EP (también ‘17). Los
tracks del ‘22 han sido remezclados por Siam Liam: “Gala (ねこ)”
e “Ikigai (生きがい)”. En ambos casos, el tratamiento es bastante
similar: acaso “Ikigai...” no disponga de la opacidad nublada/sobresaturada que
da la bienvenida al escucha en “Gala...” y que luego declina, pero sí comparte
el trastoque de cadencias basado en una selección de loopeados muestreos de su modelo
matriz (como también le sucede a “Gala...”).
A cargo de un tal Atoq, al que no he escuchado
previamente, la remezcla de “Midori Iro” despega ahogada por el amperaje extremo
de un molesto zumbido. Tras casi dos minutos de anabolizado proto harsh noise y
de descuadrantes silencios intempestivos, el cielorraso se despeja un poco y
empiezan a oírse rastros del original. Como éste, el remix prescinde tanto de
los bpms como de cualquier otra tentativa de secuencia o programación.
Resulta interesante repasar varias veces la
dupla de cortes nuevos que incluye Gala EP. Ambos parecen comportar un
retorno a los días en que Miyagi Pitcher blasonaba de una pureza vaporwave, que
encandilaba ante la casi nula presencia de otros compañeros de trinchera sobre
suelo patrio. Y digo “parecen” porque no es la primera vez que me queda la
sensación de que el individualista oroíno tienta volver por sus primigenios
fueros. Como tantos otros en el pasado, en este caso lo logra, pero vaya uno/a
a saber si será ésa la nueva dirección del siguiente capítulo. Por el momento,
basta para ilusionarse: mientras el mallsoft de “Wabi-Sabi” nos regresa a las
épocas de Blonde y de Honey (’16), con la calidez pastel y el
glo-fi de sus teclados, el muzakcore de “Komorebi” subraya jornadas más
recientes del unipersonal en que se ha buscado restituir al vaporwave al lugar
preponderante que ostentaba en la retórica Pitcher -ambient pop afín a la
glosolalia y a la psicodelia, preñado de alusiones directas al específico
pasado ochentero en que se recrea el también llamado VHS pop.
Exceptuando la realineación oleada y sacramentada
por un reciente tour europeo, nunca me he sentado a averiguar si es que los miembros
de Kinder han sido los mismos desde que la banda irrumpiese en la escena indie -allá
por el ’05- hasta la segunda mitad de los 10s. Dos son los escenarios posibles:
o hubo un recambio de piezas al interior de la agrupación (cuán extenso,
también sería motivo de investigación), o se decidieron a practicar un giro
bastante radical en sus aspiraciones artísticas (entre 180 y 270 grados). Si
fue lo primero o lo segundo, lo cierto es que un Kinder es el que debuta con el
escuetamente bautizado Mini EP (Internerds Recors) y otro el que se
reinventa en su lanzamiento epónimo del ‘10 (Automatic Entertainment). Es este último
el que ha rubricado artefactos tan recomendables como Archipiélago EP (‘12)
o Migraciones (‘16).
Lo nuevo de su cosecha, Desastres Naturales Para Niños es el mejor álbum de Kinder a la fecha. Y no precisamente porque
se haya implementado otro golpe de timón en la travesía. El sonido es, en
esencia, el mismo validado por el precedente Migraciones -uno que jamás
se priva del groove hegemónico en los jammings, que pese a ello mantiene control
íntegro de cada uno de sus aspectos, que a través de ese delicado balance no
sólo se ensambla y cohesiona de maravillas, sino que además ejerce el
ilusionismo de la unicidad estilística realizando malabares con los códigos
abrazados durante por lo menos trece años.
¿No hay novedades, entonces? Sí, y éstas son
cruciales. La más sutil es la asimilación inteligente y consecuente ósmosis de
formas depuradas tanto del indie rock como del post rock del nuevo milenio y
del math rock. Aunque la velocidad del math, que ya poco o nada se sincroniza
con la del drum’n’bass, sea la que dictamine el brioso paso durante casi todo
el esférico; ésta no opaca la filia indie marca 90s que domina muchas de las
atmósferas elaboradas por guitarras y teclados en Kinder. Es, de hecho, esta
conjunción la que permite el símil con el post rock que traspuso el Año del Jubileo:
además de acreditar unos envidiables acierto y timing instrumentales, el indie
matematizado de “Las Colinas”, el paisajismo metamórfico de “Porque Eso Es Lo
Que Somos”, la poliédrica “Tomorrow I’ll Radiate” (acompañándose de La Cueva
Del Oso) o la apagada pesadumbre de “Incendios” (el ancla del plástico) son
indubitables lecciones del quinteto a este respecto.
La otra novedad, la más evidente, se relaciona
con el acabado. No es la electrónica una ilustre desconocida para los limeños, pero
en Desastres Naturales... adquiere mayor relevancia que la dispensada en
jornadas anteriores del combo. De arranque nomás con “Dream Master”, ese fulgor
electro en clave de viejo y arcádico 8BIT se convierte en justo contrapunto al
soporte rítmico de Kinder, transformando aquello que toca en puestas de un
ludismo fantástico. Aquí se puede mencionar sin ligereza a prácticamente todo
el menú: “Magnolias”, “Primeras Horas” (su segunda colaboración con Cristina Valentina),
la canción epónima (cuyo bajo ponedor se roba los flashes), el segundo inicio
que supone “Winnie Looper”...
Dejándose de prejuicios fofos y de ansiedades
momentáneas, me pregunto qué pensarían al audicionar este opus quienes fueron a
la hasta-ahora-única presentación de The Cure en Lima y se desvivieron tratando
de apurar a los Kinder para que terminasen su set. Si tuviesen dos dedos de
frente, se les debería caer la cara de vergüenza. Notorio candidato a disco del
ejercicio ‘23, el que han alumbrado Nicolas Gjivanovic, Esteban Rodríguez,
Mariano La Torre, Luis Alonso Altamirano y Francisco Borges -los dos últimos,
batería y bajo respectivamente, nuevos integrantes de la familia. Ello explica por
qué la sección rítmica del alias asoma rejuvenecida y decisiva en este extraordinario
esfuerzo.
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 30 de diciembre del 2019.)
Aunque ya no el
mismo de Sun Bleached (2015), Summer Love (2016) o Void (2018), a Dan Mason todavía le
quedan uno o dos trucos bajo la manga. No por nada se considera aún a Florida, estado
de la Unión de donde Mason es oriundo, la mayor reserva vaporwave a escala mundial.
Con doce rodajas a
cuestas, eyectadas entre el 2013 y el 2018, Mason ha consolidado su estilo empapado
de mallsoft y smooth lounge. La cantidad de “hits” que anotase dentro de su
escena de extracción es en absoluto desdeñable. Sin embargo, no hay muchos de
éstos en Hypnagogia: pese a lo que su
nombre postula, el nuevo largo no comporta un giro hacia el subgénero vaporwave
obsesionado con los gastados sonidos borrosos de muestreos televisivos cosecha
80s.
El floridano ha ido
afianzándose progresivamente en el aprovechamiento de los beats cíclicos, la
voz engrosada/engolada, las improvisaciones dilatadas hasta la exasperación,
las guitarras ahogadas en glo-fi -ese “update del siglo XXI para la psicodelia”
del que habla Simon Reynolds cuando alude al tronco central del árbol del
vaporwave... En consecuencia, el brilloso tono pastel que Mason dispensaba en entregas
anteriores está presente. El problema radica en que Hypnagogia suena más a oficio que a inspiración o inventiva.
Sampleos extraídos
de desgastadas melodías y recontextualizados para una civilización de economía
consumista que ya ha quemado todas sus neuronas y energías -“burn-out society”,
vienen alertando algunas voces, sin que se les tome mucho en cuenta. Composiciones
de cariz “escapista”, en las que sentimientos como la pesadumbre o la nostalgia
recrean una realidad distorsionada -suerte de matrix sabida falsa desde un
principio, pero asumida justamente como forma de evasión (“Stop Me”, “Melatonin
High”). Viñetas que funcionan como respuesta psicológica con qué combatir la
tristeza (“Fade”) o la ansiedad (“Good Night”) que produce la creciente
deshumanización de nuestro modus vivendi... La cuestión de fondo es que percibo
más de piloto automático que de genuina creatividad.
Sospecho que este
disco hace las delicias de los fans, tanto de aquellos del ‘género’ como del
autor. A mí me hubiera terminado por convencer, si no fuese por esos arrebatos
pseudo trap -“Go Away”, “Visions”- que de ninguna manera puedo condonar. Intuyo
que debe ser algo temporal, y que Mason se moverá pronto hacia otros destinos:
si algo como el vaportrap ya es cosa del ayer, y aún el simpsonwave está por
pasar de moda, que no te extrañe lo que el vaporwave puede depararnos en el
futuro -mayor virtud y principal defecto de una estética incorpórea que cada
cierto tiempo se reinventa cambiando de envase.
A estas alturas una
tendencia codificada, status que en su caso provoca las más apasionadas
discusiones, el post rock continúa prisionero del dilema que ha seleccionado
como lugar de residencia -en exceso formalizado para la escena independiente,
aún inasible para el “pop” que ali(m)enta el establishment. Pero qué bien marcha
cuando se olvida de estas paltas existenciales.
El francés Mathieu
Legros lleva ya algunos años levantando, en plan de hombre-orquesta, la enseña de
GrimLake. Con ella ha publicado el mini-álbum Twin Sun (2012) y el LP Atlas Hands (2015), referencias que adscriben su unipersonal a la ola de post
rock instrumental impulsada actualmente desde los ghettos indies de distintas
partes del globo. Memories, de fatigados
tonos entre cenicientos y azulados, consolida la experiencia ganada en esos
primeros pasos.
Los detractores de
lo que hoy se cataloga como post rock podrían alegar que el de GrimLake maneja
la misma fórmula estructural que también empuñan nombres como Paint The Sky Red
(Singapur) o Días De Septiembre (Venezuela). Es decir, aquella que destiló
Mogwai en Rock Action (2001) y afinó
en subsiguientes esfuerzos: una alternancia o equiparación de los segmentos de
quietud prescindiendo normalmente de todo pulso rítmico, para tallar vítreos
mosaicos de duermevela, y de los explosivos arrebatos en que la eléctrica salta
al tope del volumen y el set tarola-bombo-platillos se eriza emotivo, presas de
un vigor inexplicable.
Si tienen razón, ¿cuál
es, entonces, el mérito de un esquematismo que le hace tan ‘flaco’ favor al
‘género’ que insufló de nueva vida al pop noventero de avanzada? Pues el modo
en que cada fragmento es forjado -doy fe de que hasta ahora nunca es el mismo.
En GrimLake, a ese absorbente sosiego se llega a través de gráciles figuras al
piano, que en más de una vez me remiten a su compatriota Yann Tiersen. Los
estallidos en que el multi-instrumentista pisa el acelerador, por otro lado,
son modelados por una estrangulación tras otra de atmósferas plácidas -efectos
a mansalva que convierten en mesmerizante cualquier pasaje a punta de
sobrecarga eléctrica-, y las exultantes cabriolas de las baquetas.
Dado que las
posibles variantes no son ilimitadas, llegará el día en que el post rock se convierta
en un cadáver, presto a ser devorado por la gigante roja del mainstream. Mientras
ese día no llegué, será interesante ver cómo se las ingenian agrupaciones o
individualistas como GrimLake para rezagar al máximo la fatal fecha.
Que la música
africana está orientada abrumadoramente hacia el Sonido es una aserción que, en
nuestra condición de latinoamericanos, rarísima vez podemos comprobar. Mucho
más sencillo, por una cuestión de cercanía geográfica, nos resulta
maravillarnos ante las músicas que ha producido la Diáspora Negra en Occidente
y su ‘intrínseca’ cualidad de “alienígenas” -como suele proclamar siempre Kodwo
Eshun.
Así y todo,
capítulos de esa saga permanecen esperando sus respectivos rescate y
documentación. Soul Jazz Records, extraordinaria escudería londinense
especializada en recuperar tales sub-escenas mediante sustanciosas
recopilaciones, ha lanzado en noviembre Space Funk (Afro Futurist Electro Funk In Space 1976-84). El panorámico
reivindica una serie de grabaciones realizadas por desconocidos músicos
estadounidenses vía labels pequeñas durante el período de tiempo especificado.
No se trata, pues, de una escena mínimamente articulada; sino de la confluencia
en tiempo y espacio de mentes creadoras que desde sus propias trincheras, y siguiendo
las enseñanzas de estetas como Herbie Hancock o Parliament/Funkadelic, empujaron
al funk a la era electrónica teniendo como motor y horizonte el afrofuturismo.
Siempre me pareció fascinante
y divertido cómo el mainstream sonoro de los 70s pensaba que sería el futuro, y
cómo esa imagen se reflejaba en la tecnología y efectos “hi-fi” de la época.
Mullido sobre un colchón de teclados, este space funk disgregado compartía
algunos tics de ese imaginario ‘oficial’, sin que ello se convirtiese en venda
que le impidiera vislumbrar en serio el futuro: aspirando a ser cibernética,
esta música disfrutaba enormemente de las mutaciones que experimentaban sobre ella
gente como Jamie Jupitor (su minimalista “Computer Power” incorpora el electro
de las rutinas de breakdance) o Santiago (revelador “Bionic Funk”). Ese deleite
se plasmaba en las pistas de baile, ritualizando la abducción sensorial, mientras
que la fuerza vital del funk atacaba el mesencéfalo y propulsaba sus propios
espacios psicoacústicos hacia el zen.
Una excelente
compilación cuyo principal mérito es reivindicar las olvidadas obras de Ramsey
2C-3D (“Fly Guy And The Unemployed”), Frank Cornilius (“Computer Games”),
Robotron 4 (“Electro-?”) o The Sonarphonic (“Super Breaker”). Eso, e ilustrar
un pathos que no volvió a explorarse hasta el advenimiento del drum’n’bass.
Después de que la
Vida lo condenase a vivir un infierno tras la muerte accidental de su
adolescente hijo Arthur (2015), Nick Cave, figura mayor en el santoral del pop
contemporáneo, regresa con un álbum que se sale de todos los cánones
establecidos en la larga carrera del genio australiano.
Desde el doble Abattoir Blues/The Lyre Of Orpheus
(2004), Cave ha ido acercándose a formas artísticas más sencillas, tanto en
música como en letra e interpretación. Ese proceso se magnifica inusitadamente
en el desgarrador Skeleton Tree
(2016). Para entonces, ya la tragedia había acaecido: aunque el repertorio del
disco había sido compuesto para fines del 2014, las grabaciones culminaron en
los primeros meses del 2016, y Skeleton...
llega a las tiendas en septiembre. El luctuoso acontecimiento, ergo, de todas
maneras dejó su marca en este episodio -el dolor, la angustia, la desesperación
de Cave pueden palparse más que verse en la oscuridad insondable que emiten las
ocho pistas.
Ghosteen es la obra con que el sexagenario músico
despide en regla a su hijo. Como corresponde a la ocasión, el acetato está
fondeado por la solemnidad, toda vez que el luto no se halla todavía ausente
(ni mucho menos). También se siente el “lastre” de los sintetizadores, que
venían cobrando creciente notoriedad desde el ingreso de Warren Ellis (segundo
al mando de los Bad Seeds tras la partida de Blixa Bargeld), y que aquí impelen
la música del hoy sexteto a un ambient frágil y sedante más de lo que nunca lo
ha sido/estado en sus 35 años de trayectoria.
Percusiones
letárgicas, teclados árticos, frecuencias subsónicas. Con estos elementos, Nick
Cave encara la travesía que lo conducirá a la última fase del duelo, la de la
aceptación serena. El final del viaje, con “Hollywood”, es ciertamente
liberador; pero el recorrido, del que la bellísima “Spinning Song” es la
obertura, no perdona. El cantante honra la memoria del finado púber a través de
concisos textos nimbados de una cotidianeidad desarmante, que trocan en
melancolía pura -“A Ghosteen Dances In My
Hand/Slowly Twirling, Twirling All
Around/A Glowing Circle In My Hand/Dancing, Dancing, Dancing All Around/Here We Go”- el pop desvencijado y medio
faite al que la banda solía recurrir hasta bien entrada la primera década del
nuevo siglo.
Ante un suceso como
éste, no mucho más se puede decir. Afrontar la audición del plástico, eso sí es
necesario ponerlo por escrito, exige toneladas de empatía y un estado de ánimo
similar al de quien ha debido atravesar el peor escenario que puede presentarse
en la muerte -el de un padre/una madre enterrando a su vástago, tenga éste la
edad que tenga.
Ghosteen es un díptico conceptual, pese a que su
minutaje total tranquilamente pudo encajar en un CD. La primera parte, la más
onírica, pertenece a los hijos que ya no están: ocho temas entre los que
destacan “Sun Forest” y “Ghosteen Speaks” como lo más conmovedor/elegíaco que
ha firmado nunca el viejo Nick. La segunda parte, mucho más realista, pertenece
a los padres. Son solo tres cortes -“Ghosteen”, “Fireflies”, “Hollywood”-, que
suman cerca de treinta minutos, los más cargados de resignación/serenidad/paz
que puedes encontrar en el pop actual. A pesar de ello, imagino que la
aflicción seguirá haciéndole compañía al australiano durante un tiempo. Quizá
sus días aún terminen con el “buenas noches” de un ser querido al lado -un
familiar, un amigo de años-, pero Cave responderá para sus adentros “not
anymore” hasta que la pena desaparezca obliterada.
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 25 de julio del 2018.)
Side effect
negativo del mundo globalizado en que nos movemos hoy, “gracias” al home run obtenido
por la serie de Netflix ahora resulta que tooooooodo el mundo ha sido/es fan de
Luis Miguel. En el mejor escenario, para mí no es otra cosa que un sujeto
premiado por Madre Natura con determinados talentos -malgastados, como otros
inútiles del mismo rubro (Juan Gabriel a primer lugar), en una carrera
comercial/marketera orientada a extraer los últimos dividendos que podían exprimírsele
a un ¿género? tan anodino e insípido como la “canción hispanoamericana”; equivalente
al risible schlager alemán de post-guerra.
Te preguntarás a
santo de qué hablar del así llamado “Sol de México”, cuya reaparición hace unos
dos o tres años lo hacía parecer más una metagalaxia, de lo rollizamente
adiposo que estaba. Obvio: por definición, el vaporwave se nutre de esa
nostalgia con que arrebujamos el pasado entre fines de los 70s y principios de
los 90s. Marcado por aquello que arbitrariamente imponían radio y televisión, y
a diferencia del Primer Mundo, el nuestro estuvo literalmente plagado de las
melodías de Luis Miguel y los de su especie. A ellos se debe el vaporwave de
origen latino, (les) guste o no.
Con la consigna de agrupar
a los músicos vaporwave de esta parte del globo alrededor de una plataforma
sólida e independiente, la discográfica Eternal Vibes viene operando desde hace
unos meses. Su primer lanzamiento data de noviembre del 2017 (la compilación Eternal Vibes Vol. I), y en menos de un
año ya bordea la veintena de títulos. Aunque el hecho de que la label haya sido
fruto de la iniciativa de un mexicano (Rubén Ibarra), un dominicano (Edgard
López) y un chileno (Salvador Mella), da pie como para hablar de una sede
social sita en Internet; lo cierto es que la producción física de los álbums
tiene lugar en Chile.
Capitalizando el
runrún generado por la serie de marras, la reciente aparición de Luismiwave: Tributo A Luis Miguel (2018)
ha sido cálidamente recibida en los circuitos underground latinos. Se apuntan
actos de cuatro países de la región: Chile (MALO420 y PEPSIMAN™),
Paraguay (bøbi), Argentina (PLASMA, Invisible Lover y プテ/SvnPrxtxctxr/ック) y México (サントダック
Saint Duck, Blue Fancy, RFKR BAS$, Skule Toyama, T H A 竜児かれ超神 R U, Jesse
Cassettes y EMBA Soundsystem). El rango de participación es similar al del Eternal Vibes Vol. I.
La intención de Luismiwave... queda en luminosa
evidencia desde el subtítulo. Es éste un homenaje “al icono musical de la
década de los 80, Luis Miguel”. Dadas las características ya enumeradas de un
¿género? como el vaporwave, no podía ser de otra forma. Por eso, me deja
bastante pensativo el arranque del disco. En “No Culpes A La Noche”, “Cómo Es
Posible Que A Mi Lado”, “La Chica Del Bikini Azul”, “Cuando Calienta El Sol” y
“Écrivain D'Amour”; los bpms andan bastante pasados de revoluciones: más que
admirativos, parecen paródicos, e incluso hasta autoparódicos. Obviando este
hecho, suenan muy divertidos, porque precisamente la idea de un tributo
electrónico, subrayada todavía más por el vaporwave; es quebrar el contexto
original de los samples y reacomodar éstos en otro más subversivo. Digamos que
la cadencia superacelerada y tonera de estos cinco tracks permite catalogarles,
por analogía imperfecta, de bersek future funk. Lo mismo vale para “Soy Como
Quiero Ser”, de bøbi.
A partir de
“Estrenando Amor”, de Jesse Cassettes, número future funk que cumple
religiosamente el canon; las revoluciones bajan ostensiblemente (con la
salvedad ya acotada de bøbi). Relecturas como “手をつないで (私の恋人と)” de Trans World Airlines, “Por Favor Señora”
de MALO420
y “Golden Law” de Invisible Lover fluctúan entre el vaporwave original y el
mallsoft/muzakcore; sin llegar a constituirse en híbridos. Sí lo hace “SunnyProtection” de
プテ/SvnPrxtxctxr/ック, en tanto que
“Inolvidable” de EMBA Soundsystem ignora la voz del casi cincuentón cantante
para alcanzar la (¿sub?)categoría de dreamwave.
Admito que se trata
de una encantadora revisión de lo publicado por el mexicano-que-en-realidad-es-puertorriqueño.
Reconozco que muchos fragmentos de sus canciones nunca dejarán de rodar por los
intrincados pliegues de mi materia gris, porque a fuerza de encontrarme con
ellos hasta en la sopa, se me han quedado grabados sin la menor intención. Pero
también es verdad que este Luismiwave...
es una lúdica manera de enfrentarlos, deconstruirlos para acelerarles o
sosegarles, y así socavarlos -(les) guste o no.
La comuna portuaria
de Coquimbo, en la región del mismo nombre al norte de Valparaíso, es el hogar de
Seatemples. Formados en los estertores del 2014, en septiembre del 2015 y en agosto
del 2016 germinan respectivamente sus primeros singles virtuales, “Lanterns” y “Further”
-el primero de ellos permanece para descarga gratuita en SoundCloud.
Ambos son repescados
en el debut largo Down Memory Lane
(septiembre del año pasado). Antes y después, la banda colabora en dos homenajes
orquestados por la prestigiosa bitácora brasilera The Blog That Celebrates Itself: Just For A Life: A Homage To Slowdive (febrero del 2017, con “Spanish Air”, del primigenio Just For A Day) y Popkiss - TBTCI Meets Sarah Recs (febrero de este año, con “Quicksilver”,
de The Field Mice, editado en el So Said
Kay EP). Las versiones a tamaños referentes no son gratuitas, pues ambos -tanto
Slowdive como la seminal escudería Sarah Records- pueden ser mapeados en el
genoma del grupo que conforman Moisés Segovia (sintetizador), Diego Herrera (batería),
Priscila Ugalde (bajo y voz) y Patricio Zenteno (voz, guitarra y programación).
Cabe aquí resaltar que, durante la etapa tempranera de Seatemples, signada por
un feedback muy interesante entre el combo y su entorno, documentado a través
de fotografías, logo y videos; Zenteno también se hizo cargo de secuenciadores
y samples.
Parte de esa
retroalimentación se refleja en DML sólo
de modo accesorio. Ello, debido a las dos improntas que rubrican sobremanera el
output de los coquimbanos. Por un lado, el post punk a centímetros de
convertirse en dark. Por el otro, el shoegazing en fase dream pop. De las
principales características de estos discursos no opuestos, pero sí distintos,
está repleto el disco: guitarras incisivas que producen luminiscentes telarañas
de sonido, en medio de la “silenciosa” e inagotable marcha del bajo; sugerentes
ambientaciones instrumentales de espacios cerrados, dentro de los que la pluma
de Zenteno describe emociones como la saudade, el amor, la vulnerabilidad; percusión
contenida delimitando envolventes melodías de una rara tonalidad acústica...
Down Memory Lane, que circunstancialmente añade a sus
cuarenta y tantos minutos pinceladas neopsicodélicas (como en “Seaweed”), me ha
traído a la memoria el fantástico To Deaf And Day (2017) de los californianos Glaare. En las calles un mes después
del debut chileno, la maravillosa web mexicana Sound And Vision describió a los
norteamericanos como el equivalente a escuchar un 33 de The Cure y tenerlo presente
en las neuronas durante un directo de Slowdive. La pequeña-pero-importante diferencia
entre ambos estriba en que el sonido de los sureños es mucho más acerado y
potente: piezas como “The Burning World”, “The Crack Of Light”, “When The Sea
Reveals” (me encantó el guiño a Mercury Rev) o “Coronal Loop” transpiran una
energía, un vigor que no tiene ninguna pista del To Deaf... (que así y todo sale bastante airoso).
Actualmente,
Seatemples vive días felices. Su ingreso al catálogo de la disquera
norteamericana Custom Made Music (Ringo Deathstarr, Citrus Clouds, Peter Hook
& The Light), que se ha encargado de la realización física del Down..., ocurre en medio del proceso de
composición del segundo capítulo del cuarteto. Maquetas del mismo ya dan cuenta
de por lo menos dos singles listos, tentativamente titulados “Secuestro” y
“Holograms”. No hay fecha de lanzamiento a la vista, de lo que se colige que
tampoco hay apuro. Por donde se sopese, esta apasionante alternativa a lo hecho
por The Holydrug Couple constituye una (otra) agradable sorpresa.
(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 27 de junio del 2018.)
En el curso de
siete calendarios (la primera entrega data de julio del 2011), Chip Musik ha
convertido a la serie ‘Lego’ en su mejor carta de presentación. Si bien lento,
el proceso de refinamiento fue además paulatino e inexorable: los cuatro
primeros episodios recopilaban a mansalva creaciones sonoras de artistas afines
a la estética digital de la netlabel o pertenecientes a su nómina, pero luego
cada nueva publicación serial se concibió al interior de una perspectiva
temática. La clave de su vigencia/valía radica en que dicho enfoque ha manejado,
según ocasión y circunstancias, diversos criterios -algunas veces geográficos,
algunas veces estéticos, algunas veces “confrontacionales” (remarcar comillas,
por favor) e incluso alguna vez de género.
En no pocas oportunidades,
esos criterios se han fusionado. Así, mientras los Legos 5 y 9 ilustraron
respectivamente asonadas electrónicas experimentales de Francia y de México
(Michoacán, en concreto), el Lego 7 fue un saludable tête a tête entre agrupaciones colombianas y peruanas. En tanto, jornadas
como las de los Legos 6, 8 y 10 giraron -también respectivamente- en torno a
músicas “menos ruidosas”, a experiencias en espacios comunes con proyectos de
registro diferente al de la casa, y a féminas de todo el orbe capaces de elaborar
tanto ruido como sus pares varones.
Para este 2018
(junio), Chip Musik estrena Lego 11: Vaporwave Perú. Tal cual indica su título, la intención ha sido organizar una
recopilación que eche luces sobre la escena nacional de vaporwave, un ¿género?
electrónico del nuevo siglo sobre el que en estos bytes ya se ha abundado con
generosidad. Tarea nada sencilla: sí existen exponentes locales, pero se mueven
en un circuito muy pequeño, además de bastante subterráneo y autárquico;
debiendo los responsables de la discográfica invocar la asesoría de David
Izquierdo (Babefake) y Marco Luján (27 U H F) para llevar a buen puerto esta
interesante iniciativa.
Aunque el vaporwave
permite el uso de voces, éstas provienen casi sin excepción de sampleos, por lo
que no es incorrecto hablar de instrumentales. Son dieciocho los de este disco,
repartidos entre diez individualistas. De éstos, conozco a seis, pero discrepo
con la convocatoria de uno de ellos; por no ajustarse del todo a la definición que
manejo del ¿género?, antes que por querer negarle méritos propios. Me refiero al
acto cuzqueño Wiracocha -los demás son コダック KODAK, Miyagi
Pitcher, 27 U H F, Babefake y MF1914 (este último es más un híbrido
vaporsynth). Los cuatro restantes, novedad para mí, son Etherealust, Philko,
Pangea Sonido e Ivbo.
Al ser la suya una
estética que trasciende hacia múltiples capas de la cultura pop contemporánea,
en pocos años el vaporwave se ha ramificado en ¿subgéneros?/¿microgéneros? como
el mallsoft, el dreamwave, el future funk y el hypnagogic. De todos ellos, Lego 11... parece centrarse en el
mallsoft y en el future funk, si bien esto puede considerarse consecuencia de
las cepas que nuestros créditos han escogido conscientemente cultivar. El
primero sirve para rotular a combos que sólo buscan emular las intenciones
decorativas del muzak de ascensor y supermercado. El segundo ayuda a describir tracks
articulados alrededor del groove del sampleo escogido, mayoritariamente
extraído de algún hit célebre o perdido de los últimos 70s o de los primeros
80s.
Si las divisiones entre
estas etiquetas no llegan a ser del todo tajantes en el vaporwave, menos lo son
en este artefacto. Pese a que algunos unipersonales puedan ubicarse en tal o
cual marbete, se mantiene cierta permeabilidad hacia aportaciones de otros lotes
del barrio. Allí están, por ejemplo, “KG 83” de Philko y “ライブ
Experience (27 U H F Remix)” de Babefake. Mientras el primero empieza a lo
future funk para luego convertirse en mallsoft, al adaptar su ritmo a la línea
de bajo sampleada de “Too Shy” (el éxito de Kajagoogoo de 1983, de ahí la
denominación), el groove del segundo no llega a ser lo suficientemente funky
como para dejar de ser un híbrido entre ambos ¿subgéneros?
Más tirados para el
mallsoft, figuran “Sutti Karu” de Ivbo, “レユニオンbusiness . corp®” de コダック
KODAK y “De Javu” de Etherlust. El mismo コダック KODAK, con todo,
se muestra más future funk en los otros cortes con que colabora, “LUXURYINMOTELPALM” y “ラウンジLOUNGEDREAMの夢 1 9 8 4”. A éstos
hay que sumar, precisamente por el lado del future funk, a “Hikitsukeru” de
Miyagi Pitcher y a “笑う方が良いです” de 27 U H F (que
sintomáticamente samplea “Es Mejor Reír” de los Rollets, dúo adscrito a la saga
New Juggler Sound y acaso el único grupo peruano que hizo música disco cuando ésta estragaba el mundo
entero).
Medianamente
alejado de uno u otro cajón, también hay un puñado de temas que intenta ceñirse
a la ¿pureza? original del vaporwave. Éstos son “シンパシー” (Babefake),
“Nozomu” y “Sakkusu Sōsha” (ambos de Miyagi Pitcher), “Sunset Basa” (Philko), “SΔnFrΔn
'82” (inclinándose un poco hacia el mallsoft) y “T3L36U1Δ📼” (inclinándose un poco hacia el future funk, ambos de
27 U H F). Como se ve, las fronteras tienden a ser sólo nombres en el
vaporwave: un mismo individual puede meterse a practicar varios ¿subgéneros? a
la vez, y hasta un mismo surco puede participar de todos ellos al mismo tiempo.
Puntos adicionales para
la recopilación por incluir material de difícil acceso. Quien haya tenido la
suerte de escuchar, antes del Lego 11...,
los discos de 27 U H F (Nostalglitch
y Eternal Sunset), Wiracocha (Qhapaq Ñam, 2016) y MF1914 (A Propósito De Flores, ¿Y Dónde Están Los
Poetas?, 2016); no puede dar fe de conocer previamente sino la cuarta, tal
vez la quinta parte del lanzamiento. El resto del programa, o ha visto la luz
en sitios tan underground que casi calzan con lo que entendemos como “Deep Web”,
o aparecen por primera vez aquí -carne fresca a degustar y devorar.
Pondero la
colaboración de Pangea Sonido por provenir su sampleo de un sonido al que pocas
veces -o ninguna- prestan atención los músicos de vaporwave, ni siquiera en
esta parte del globo: la chicha.
UPDATE
No deja de
sorprender la triple intervención de Miyagi Pitcher en Lego 11...: Nymph EP y Okuraseru (2017 ambos) parecían dejar
bien en claro que MP se alejaba irremediablemente del vaporwave practicado en
el debut Blonde (2015) y en Honey (2016). Su inédita tríada para el
decimoprimer capítulo de la serie ‘Lego’ lo trae de vuelta al redil.