(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 19 de marzo de 2025.)
Conforme lo pregona el nombre del extended que
funge como puesta de corto, de un tiempo a esta parte la gente de Desawe ha
empezado a pisar el acelerador hasta el fondo. Formado en el ‘16, el cuarteto
recién registra en mayo último la maqueta Sociedad Coprofágica, cassette
que le sirviera de bosquejo para la publicación hecha el pasado 10 de enero y
que motiva las presentes líneas: Grindattack EP. A su vez, ésta se ha difundido
como adelanto de lo que supongo vendría a ser su primer disco en regla, de
fecha de salida ignota y título desconocido.
¿Cuánto ha avanzado Desawe, entonces, entre
el demo y Grindattack EP? Aunque ha habido algunos cambios, yo dudaría
en tipificarles como avances antes que como retrocesos -y eso no sería
necesariamente un jalón de orejas. Porque el chiste del grindcore es el del
bajo malsanamente retorcido, el de la(s) guitarra(s) intencionalmente
desafinada(s) varios tonos cuesta abajo, el del doble pedal tejiendo
velocidades demoníacamente sobrehumanas. Y obvio, el de voces guturales cuando
no agudas -en el combo parece haber dos, una que gruñe y otra que grazna.
De Sociedad..., el grupo ha rescatado
“Destruir” y “Chapa Tu Choro Y Mátalo”. Las nuevas versiones suenan aún más chancrosas
que las tomas de la cinta, precisamente en el marco de un género para el que
“peor es mejor”. Esa peculiaridad en la grabación se propaga a casi todos los
tracks del EP -media docena, que en conjunto se quedan a las puertas de los
seis minutos. Arranca éste con “Intro”, que no es otra cosa que parte del
speech de Hades, muestreado del capítulo que a Orfeo dedica la recordada serie The
Storyteller (segunda temporada, denominada “Mitos Griegos”).
Mugre opacidad, uniforme continuidad,
ininteligibilidad, fugaz concisión. Algunos seguidores de la banda se han
quejado de lo poco o nada que se puede entender de sus letras, cuando en el
grind y afines la ira es el mensaje a transmitir/recabar. Esto se evidencia al
escuchar “Pueblo Elegido”, “Motor De Sangre” o “Caca Blanda” -las dos últimas
en una clave hardcore más reconocible-, siempre en la línea grind/crust/fast de
la que hay antecedentes por montones en estas comarcas. Vale el esfuerzo, si es
que estás habituado/a a este tipo de vejámenes sónicos. Si no, como dijese François
Quesnay tres siglos atrás, “dejar hacer, dejar pasar”.
A poco de acabar el primer mes del año, el inagotable
Miguel Ángel Burga liberó para descarga gratuita nuevo álbum acreditado con
nombre civil, que se ha convertido en una tremenda sorpresa dada la fractura
que implica respecto del devenir kosmische normalmente atribuible a su
discografía. Pese a ser cierto que en algunos EPs Burga explora direcciones más
periféricas, ninguna de esas producciones se adentra en ellas de la manera en
que lo ha hecho su más reciente trabajo.
Según el músico, la génesis de Tecnología
En La Religión Futura comienza un año atrás, cuando se propuso distenderse
ejercitando su talento con programaciones y sampleos que guardaba en la PC o en
la laptop. En cuanto a los sampleos, éstos habían sido creados a partir de
voces cantando o rezando plegarias, con lo que su cualidad litúrgica queda fuera
de discusión. Miguel Ángel no especifica si las piezas estuvieron perfilándose
conforme trascurrían los meses o si se retomaron hace poco para pulirles y
finalmente empacarles tras un mismo rótulo. Sea una cosa o la otra, el
resultado suscita la sensación de estar audicionando expresiones sonoras de un
credo teñido de orientalismo, en tiempos aún por venir.
Las programaciones recicladas postulan beats
corpulentos de tempo rebajado -son todo lo iterativas que cabe esperar de
composiciones pensadas para solemnes ceremonias en torno a un altar o tótem, sin
mutar en/acometer empellones. Las atmósferas están llenas de ruidosa estética
drone, pero su enérgica ominosidad no desciende hasta transfigurarse en lóbrega.
Y las voces que percibimos como tales se asemejan mucho a las de aquellos/as
hijos/as de los desiertos medio-orientales que llamaban/llaman a la oración,
cualesquiera sea o haya sido su religión abrahámica de procedencia: almuecines,
anacoretas, patriarcas. De ahí el aroma vagamente oriental y la invocación
subconsciente a esa extraña fascinación por los mares de arena.
Sin embargo, en algo difieren estas visiones
de Burga de las impuestas por las culturas judeocristiana y arábiga, y ello es
el rol que la Mujer desempeña en estos cánticos futuristas. La divergencia propugnada
calza a la perfección con el illbient escarpado que cincela áspero cada corte,
con el minimalista IDM oscuro que facilita la metamorfosis de cada surco en un
mantra, con el ambient dub ritual que adelanta su mirada cientos de años hacia
el remoto mañana. De esta guisa, Tecnología En La Religión Futura bien
puede plantearse como banda sonora alternativa de la fantástica Dune de Denis Villeneuve. Ignoro si el ex Espira la habrá visto o tenido en cuenta. De no ser
así, estaríamos hablando de un excepcional caso de poligénesis sónica -que
incluiría, cómo no, la ligeramente brutalista portada, soportal hiperbólico de
un templo enclavado en mitad de grisáceos yermos.
Es una opinión subjetiva, por supuesto. Pistas
como “Noth”, “iisaM”, “Shinto” o “Das” a mí se me hacen idóneas para vivir
junto a los fremen, cabalgar los gigantescos Shai-Hulud, meditar las palabras
de las Bene Gesserit. Números manantes de reverberaciones ritualistas con que
suspirar por el advenimiento del Kwisatz Haderach -que no llegaremos a ver.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 12 de marzo de 2025.)
No había querido escribir sobre Elisa Tokeshi
hasta ahora. Principalmente, porque me era imposible sintonizar con su
desmadejado pop de hábitos coprolálicos, menos aún con esas vocales
equilibristas entre volcánicas y desapasionadas. Quiero decir, la comprendía y
sabía que era talentosa. Pero no conseguía sentirla, establecer una conexión fuerte
y segura con la música que liberaba al éter. Cuando aparece Hipersensible
(hubiera quedado mejor con los signos de admiración consignados en portada),
pensé que acaso podía ser una cuestión generacional, ya que la peruana es
bastante joven. Hoy sé que los tiros no van por ahí, sino por otro lado -el de
las horas más oscuras, sentenciaría Dave Mustaine.
De padre aficionado al piano y a la guitarra,
la cantautora empieza siendo una niña. No tengo claro si su proyecto solista
Julieta Azul data de aquella época y se reactivó tras extinguirse el grupo de
covers que integró en quinto de secundaria, o si Julieta Azul -que acredita un
EP subido a SoundCloud en el ‘16, Artificial- arranca al decidirse a
hacer camino sola. Como fuere, es recién en el ‘23 que aparece la primera
referencia a título personal -el mencionado Hipersensible. Allí se hacen
presentes in extenso las características del pop facturado por la muchacha:
sencillo, honesto hasta decir basta, próximo al folk y al indie,
contraproducentemente severo, muy pocas veces rockero, tan tributario de su
frugal par anglosajón como de su mexicana contraparte mainstream.
Abre Tokeshi este 2025 por medio de Mi Peor Accidente EP. En la práctica, el extended es una prolongación de Hipersensible,
salvo por la ruta escogida -excluyentemente acústica, o a lo sumo
electroacústica. Pop desnudo cuyas raíces pueden rastrearse hasta los glasgüenses
Camera Obscura por un lado, mientras que por el otro ganan la orilla de los
bristolianos The Sundays, pasando a mitad de camino por Julieta Venegas o los
finteros de Belanova. Lo mismo que las del debut, “intensidad” es un vocablo
que define muy apropiadamente las cuatro pistas de la rodaja: “Hay Un Hombre En
Mi Cabeza” (estrenada el año anterior), “Toxic”, “EX” y “Mi Peor Accidente”.
Ninguna siquiera se aproxima al “rhythm’n’blues nigeriano” o al “afropop” cacareados
en algunos comentarios online con pana y concha.
La voz de Tokeshi es aterciopelada. Claramente,
Elisa es bien consciente de sus límites, y debido a ello se mantiene en los
cauces de uso frecuente. Por eso es que no defrauda nunca. Esto último enmarca
esa irresistible empatía con que la autora, de pronunciada tendencia a la
coprolalia, nimba el abanico de emociones -mayormente negativas- que atraviesan
sus canciones. Sólo en el surco epónimo, que arranca con efecto “vinílico” y
ella al piano, las vocales llegan a desbordarse, consecuencia de la furia que les
domina. No es para menos: Mi Peor Accidente EP parece consagrarse por
entero a ajustar cuentas con un ex de la limeña -gruesa o leve, cada palabra
tiene implícito destinatario de señas particulares, en medio de alusiones a
likes y a bloqueos de WhatsApp. Lástima que hubo de mediar el final de la
relación con mi enamorada para internarme en su agridulce aura. A nosotros también nos dejan, y no duele menos.
Novísimo mazazo que sucede al escuezante Manual De Ornitología (‘20), en Micromapas Del Subsuelo da pie José A.
Rodríguez a una perfecta performance imbuida de esa profusa estética del Ruido
a que se consagrase usando nombre propio. De esta forma, consolida el
capitalino su faceta como cultor del noise, una bien distinta de las que
acreditase a otras identidades (Aloysius Acker, los primeros años de Puna). En
comparación con su antecesor, el mini-álbum consigue apenas ser catalogado como
tal, si bien se da maña para transformar los conceptos subyacentes a su
resonante título en significativas y estrepitosas sonoridades -que recorren la
gradación ruidista sorteando hitos de algunos alias célebres como, digamos, los
finlandeses PanSonic o el japonés Merzbow. El mérito es, ergo, doble.
Por espacio de escasos 16 minutos y monedas, Micromapas...
incursiona en hostiles dimensiones en las que el Ruido es cal y canto, no
importa sea éste digital o analógico. Rodríguez se rinde en cuerpo y espíritu ante
la posesión casi sobrenatural de un estado bersek informático, de ésos que
abundaban en los viejos 90s y que ya le habían sobrepasado en Manual De
Ornitología. Como en aquella ocasión, el músico se apertrecha de variables
aleatorias para consolidar la hegemonía de atmósferas fragmentarias -que, por
sus broncos/dramáticos golpes de timón, recuerdan a la distancia las cuarteadas
postales post apocalípticas de la seminal pandilla de Blixa Bargeld en sus mejores tiempos. El tratamiento es, pues, consonante con el del poluto ersatz
erosivo/corrupto que reinase soberano en MDO.
¿Alguna diferencia sustantiva, entonces? Sí.
Ésta se halla en relación directa con la austeridad draconianamente minimal que
encorseta prácticamente la totalidad del mini-LP. “Prácticamente” porque,
siendo verdad que determinados segmentos de MDS coquetean con las obras
de los fineses o del nipón mentados, no es menos cierto que no todo en el disco
es ruido desestructurado de instinto asesino. Es como si la indómita naturaleza
airada y la necesidad de constante fractura hubieran sido subsumidas por el
libreño a un ruidismo azaroso de moderadas frecuencias y copiosos ambientes
vacíos. Ahí están las fugaces “Yacimiento Mineral” y “Osario De Hexágonos”, o “Hidrografía
Subterránea”, para demostrarlo. Refuerza asimismo dicha impresión la impronta
consignada en los bautizos de los tracks, más afines a carreras ligadas a la
ingeniería de minas o a la topografía.
En algunos números, el Ruido cede lugar a
insólitos colchones de palios armónicos, de ondas hertzianas de pulsión sobria.
En “Sub Estación 79”, por ejemplo, la herrumbre descargada sobre lo más
parecido que puede tener este Micromapas... a una secuencia se difumina
al paso de pulsos ordenados que no tienen inconveniente en convivir a la par de
cacofonías mil. Aunque de forma menos evidente, en “Análisis De Sedimento”
sucede algo similar. Sin embargo, Micromapas Del Subsuelo cierra con
“Hélices En Reversa”, cuyo óxido me trajo a la memoria esa obra de
expresionismo cyberpunk que es Tetsuo The Ironman (1989). La ilusión
dura lo justo, pues tras la avalancha de saturación analógica va ni-tan-de-fondo
ese ruidismo empleado por el polímata, hasta colgarse y dispararle el tiro de
gracia a la jornada. Auspiciosa manera de empezar el año. Publica la chilena
Rata Sorda Rec.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 5 de marzo de 2025.)
Hace unos días cumplió tres décadas Ultrasol,
unigénito documento discográfico legado por Christianes, entidad chilena que
junto a otras coterráneas contribuyó a revolucionar durante los 90s el patio
del pop chileno independiente. Tan notorio fue su impacto, como asimismo el de
condiscípulos suyos (vg. Malcorazón o Congelador), que números de la talla de
“Abril”, “Amapolas”, “Nunca Fui Más Que Dios”, “Tardío” y sobre todo el hitazo
“Mírame Sólo Una Vez” aún hoy son tenidos por clásicos. Terceto del que emergería
el enorme Cristián Heyne, considerado el Daniel Melero de Chile, bueno será a
propósito de la efeméride repasar al vuelo las historias en torno a disco y a grupo.
NOCHE EN ESPIRAL
De facto, Christianes nació en 1989. Entonces
lo integraban Heyne (bajo) y su amigo de barrio Christian Arenas (guitarra y
voz). Una breve prehistoria tiene lugar a partir de 1986, cuando la dupla
fundadora se ve fuertemente influenciada por estetas como The Jesus And Mary
Chain, Cocteau Twins y The Cure. Acoplado en 1990, el tercio restante fue Juan
Carlos Oyarzún, quien también cantaba y empuñaba la guitarra. Para el ‘92, el
trío ya enarbolaba un sonido oscuro de etérea sofisticación, pero su actitud en
escena tendía a ser un tanto hosca (si bien no a la manera de los hermanos Reid).
Ante la imperiosa necesidad de ensayar más horas y el deseo de la mancuerna
Arenas-Heyne de sonar más pop; fue estancados en esa suerte de callejón sin
salida que Oyarzún, quien había asumido el rol de vocalista, deja tirando
cintura a sus compinches.
Christianes capea el revés/coge un segundo
aire y encara el reto de seguir adelante con la incorporación de Evelyn
Fuentes, la enamorada de Christian Arenas y a la sazón estudiante de danza.
Sería la última persona en ingresar al combo hasta su disolución, haciéndose
cargo de la voz -decisión excluyente aprovechada para poner un poco de orden en
la interna, clarificando responsabilidades. Desde ese momento, Arenas se ocupa
del enfoque sonoro, mientras que Cristián Heyne hace lo propio con las letras.
A juzgar por lo plasmado en Ultrasol, el curso de acción que posibilitó
las renovaciones arrogadas en estos tres aspectos identificativos fue el
correcto: menos de tres años después (verano del ‘95), la terna es fichada por
la división mapocha de EMI, como sucediera también con los increíbles Pánico,
Los Tetas y Lucybell (estos últimos siempre vilipendiados por Fuentes y
compañía).
Ultrasol aparece un 2 de
marzo, hace treinta años. Si sobreviven maquetas o demos anteriores al debut y
despedida de Christianes, esas grabaciones se hallan en poder de sus autores
-el otro testimonio de época es un CD single promocional con tres tomas de
“Mírame Sólo Una Vez”, de las que sólo la acústica puede escucharse en YouTube.
Por ende, no es posible establecer comparaciones verificables entre la fase
precedente de los australes y la que ilustra el estreno. Éste despega en modo
tour de force con “Planeta Luna”, “Remolinos De Fuego” y “Mírame Sólo Una Vez”
sucediéndose sin pausa. Si las crónicas que describen las performances entre
1989 y 1992 son ciertas, es claro que el acto viró ¿(cuán) espontáneamente?
tanto hacia el shoegazing como hacia la psicodelia más paradigmática.
VIAJE AL CENTRO DE LA
MENTE
Signo inequívoco de la influencia que
ejerciera el sonido patentado por My Bloody Valentine y similares, el uso de
los pedales se torna extensivo en la placa -y con él, la distorsión y el
murallón de ruido erigido a partir suyo. Cuando este último se desengruesa al
punto de ganar cierta angélica transparencia, decreciendo así la presencia de
teclados/mellotrones/campanas tubulares (cosa del músico invitado José Miguel
Miranda), perfílase nítidamente la ascendencia de una ácida guitarra en
generosas cantidades. Son adheridos a ésta textos entre oníricos y surrealistas,
de los que abundan en “Sol” (primer éxito del trinomio), “Nunca Fui Más Que
Dios”, “Amapolas” o “No Moriré Jamás (Como La Luz Del Sol)”. Es curioso el
efecto que produce la conjunción de dos o más de los factores descritos
-tórridas atmósferas de melódico noise, neblina lisérgica de síncopa impecable
(cortesía de la batería electrónica de Arenas y de Juan Patricio Fuenzalida en
percusiones varias), esbeltez distorsiva, nostalgia químicamente inducida.
“Amor Ultravioleta”, “Por Qué”, “Remolinos De Fuego” o “Solté Mi Cuerpo Al
Viento (Al “Viento Solar”)” se cuentan entre esas ocasiones irrepetibles.
Con todo, Ultrasol no habría llegado a
dejar huella en las arenas del Tiempo de la manera en que lo logró si no fuese
por su inconfundible cariz pop. Aunque los réditos de su fragua son compartido
por Heyne y Arenas, cobran éstos especial relevancia gracias a la quebradiza,
melancólica, emotiva interpretación de Evelyn Fuentes. No precisamente una
cantante dotada, el susurrante registro ensoñador de la santiaguina -a quien se
ha llegado a comparar más de una vez con Jeanette- abrillanta mucha de la
chamba de sus compañeros. Esto se hace prominentemente visible en el tramo
final del esférico, en canciones como “Abril”, la preciosa “Marfil”, “No Moriré
Jamás...” y “Cuando Vuelvas De La Guerra (En El Viento)”. Al elevarse según los
requerimientos de cada surco, su impronta “estrangulada” le permite ganar
protagonismo casi exclusivo, tal cual ocurre en “Tardío”, en “Solté Mi Cuerpo
Al Viento...” y en la arquetípica “Mírame Sólo Una Vez” -a cuyo conjuro se
evoca incesante el recuerdo de Christianes.
Distribuido por EMI, el impacto de Ultrasol
fue prácticamente instantáneo, tanto por méritos propios como por su atipicidad
en el contexto del pop mapocho al promediar la última década del siglo XX. La
baza, sin embargo, no fue capitalizada al máximo por la agrupación. Ésta tuvo
siempre una relación distante con la prensa, por no decir tirante o
abiertamente hostil, y no llegó a concretar sino escasos directos. Además, en
el corto plazo comenzaron a divergir los intereses artísticos de cada miembro
con respecto a los del resto, siendo el caso más evidente el de Heyne -quien
dejó a medio mundo patitieso con Disconegro (1996), largada de su
proyecto personal Shogún, que merece un artículo completo por separado debido a
su insularidad. Así fue que Christianes se desintegra en 1997.
MIL CAMINOS
Pese a la sorpresa de una versión
remasterizada de Ultrasol colgada hace un bienio en Spotify, las chances
de una reunión de Christianes son computables en cero. De Christian Arenas, no
se tienen noticias ni siquiera antiguas. En cuanto a Evelyn Fuentes, retomó sus
estudios de danza, y desde el ‘08 cada tanto toca en vivo algunas de las
canciones de su ex banda (la última oportunidad fue hace casi un año). Lanzó Sin Culpa en el ‘09 y Extravagante Azar en el ‘17. En España, Juan
Carlos Oyarzún se sacó el clavo con Souvlaki, dueto junto a su compatriota
pianista Carolina Mora que reportase un EP (This Sound A Bit Like Goodbye,
‘07), dos largos y una relectura de “Girl In Amber” de Nick Cave And The Bad
Seeds lanzada como single virtual (‘20). A la par de consolidar una tremenda
reputación como productor, Cristián Heyne eyectó a Shogún a la categoría de
leyenda, y probó suerte en un formato más accesible gracias a Tormenta (sociedad
al lado de Begoña Ortúzar).
Como puede inferirse, cada integrante de
Christianes ha hecho camino propio dentro o fuera de la música pop
contemporánea, y en esa senda han profundizado todos/as en el curso de lustros.
Es altamente improbable, pues, que volvamos a verles codo a codo sobre la
palestra. Nos queda el mitigado consuelo -que así y todo es mejor a no tener
ninguno- de poder acceder ahora al íntegro de su debut desde cualquier parte
del planeta. Y de, al amparo de sus sonidos, revivir esos tiempos mozos de entusiasta
renovación en que los circuitos independientes latinoamericanos se vieron
inmersos, previos al cambio de milenio.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 19 de febrero de 2025.)
LOS DISCOS PERUANOS DE 2024 QUE NO ALCANCÉ A
RESEÑAR (IV)
Colgado en plataformas un mes antes de que finalice
el ‘24, dudé prácticamente hasta el último segundo en escuchar o no Zambo Urbano, ¿compilación? que reúne nuevamente a Rolo Gallardo y a Tribilín Sound para homenajear al desaparecido Arturo Cavero, santo patrono en la
hagiografía de las músicas afroperuana y criolla. Primero, porque mi afición a
las sonoridades de raíces negras no se lleva con mi desprecio hacia el arte
decadente de los herederos de la casta “blanca” que ha dominado el país desde
su nacimiento y que siempre hipoteca el bienestar general al suyo propio. Y segundo,
porque si bien me parece divertida la subversión mashup de Tribilín Sound (pese
a que rato ha ya no lo sigo), a Rolo Gallardo en su faceta de hip hoper casi no
lo manyo. De sus días en los horripilantes Bareto, mejor no hablar.
A la postre pesaron no sólo el cachondesco
sentido del humor de Tribilín Sound, sino también el pull de colaboradores/as invitados/as
por la mancuerna, así como un precedente que podía echar luces sobre lo que
mostraría Zambo Urbano. Ese precedente es Proyecto Zambo,
publicado en el ‘19 y acompañado del artefacto de remixes de ley recién en la
víspera de las últimas fiestas patrias. En ambas rodajas, acompañan al tándem
nombres como Novalima, Dengue Dengue Dengue, Quechuaboi y Vudufa.
Para mi mala suerte, Zambo Urbano dista
mucho de lo que sus antecedentes me hacían pensar. Aunque existen intervenciones
sustanciales tanto de Gallardo como de TS, éstas son equivalentes a las de los/as
artistas convocados/as para la ocasión. La mayoría de ellos pertenece a predios
hip hop, a excepción de uno o dos que se esconden en la tramposa etiqueta
“urbano”. “Bueno, lo dice el título del largo. ¿Qué esperabas?”. Esperaba que
menudeasen los sampleos de Cavero y que se deconstruyesen con hartos punche e
ingenio sus clásicos. Pasa lo primero, no lo segundo.
Jirones del inconfundible vozarrón del
“Zambo” aparecen por todo el esférico, recontextualizados según lo destine tal
o cual participante. Sin embargo, con la solitaria excepción de “La Abeja” (donde
el sampleado finado es protagonista excluyente de una inteligente reversión en dialecto
jamaiquino), las letras de sus canciones apenas son entonadas por los/as
vocalistas de turno. Éstas, de hecho, son sólo tomadas como breves puntos de
partida para lanzar fraseos de inspiración propia. No se trata de
modificaciones parciales, sino de líricas -limericks, en este caso- nuevas en
un 95% o más.
Definitivamente no es lo que había previsto.
La inclusión de Tribilín Sound, que prometía algo varios cuerpos más loco,
resulta en el balance engañosa. Zambo Urbano es una colección de piezas hip
hop que podría ser piolera/ tomada más en serio si se hubiera explicitado su
verdadera naturaleza al presentársele. “Olga” (con DJ Prax y Pounda &
Nomodico), “Nuestro Secreto” (Chinono), “Callejón De Un Solo Caño” (Ali
Lampoa), “Se Acabó Y Punto” (Psiko-Delia, MC Bomgo & King Buaat)... Ninguna,
ni siquiera “La Abeja”, me parece especialmente extraordinaria. Mucho menos
esos números en que dicen “aquí estoy” esperpentos como el trap (“Y Se Llama
Perú” con Chispa Rap, “Ésta Es Mi Tierra” con Maco) o involuciones peores (el
vomitivo reggaetón de Mostradamuz y “Rebeca”).
Siempre campechano, el “Zambo” se lo habría
tomado olímpicamente. Yo, nones.
Mentiría si dijese que era consciente del
lustro transcurrido entre Simbiosis y Colisión Brutal, nuevo
álbum que El Jefazo editó en junio último. Sabía que el trío andaba buen rato
sin despachar nada sustantivo, pero no cuán extenso era este hiato. Quizá ello respondía
tanto a la salida del directo Tormenta Mental - Live At Woodstaco 2019
en mayo del ‘22 como a los pálidos réditos que éste ofreció. Siendo EJ uno de
los combos más interesantes de la escena independiente, puntal indiscutible de
la asonada stoner junto a Ancestro, Tormenta Mental... no capturaba ni
las dimensiones épicas ni la colosal fortaleza, aún menos el nervio ignífero que
anima la música de la sociedad Sánchez/French/Monzón.
Lo primero que cabe decir respecto de Colisión Brutal es que el regreso le ha costado un poco a El Jefazo. Su baterista de
toda la vida, Renán Monzón, abandonó la alineación y fue sustituido por Adrián
Hinojosa, que también es acreditado como percusionista. Fundamentadas muchas de
las virtudes del grupo en el soporte rítmico, Hinojosa no lo hace mal, a
despecho de lo cual es claro que requiere de mayor rodaje antes de calzarse los
zapatos del ex. Y lo segundo que debe manifestarse es que los sencillos aparecidos
-ninguno de los cuales ha sido recuperado en Colisión...- datan del ‘20,
y el live fecha en el ‘19, por lo que cuando menos un trienio se ha
desvanecido sin que el conjunto produzca ni anuncie nuevo material. Acuartelarse
en invierno siempre pasa factura, incluso a los más pintados.
Colisión Brutal da la largada con
guiñazo al documental holandés sobre taxistas peruchos, Metaal En Melancholie (1993). Utilizando efectos como el delay o el reverb, “Metal Y
Melancolía” rescata las palabras de Jorge Rodríguez Paz, quien cita el poema “A Carmela, La Peruana” de Federico García Lorca para explicar la terrible
realidad que le había obligado a mutar de actor a chofer de taxi. El inicio es asaz
solemne en medio de sus fastos de vieja escuela, como para que la eléctrica de
Bruno Sánchez protagonice una acometida de psychedelic blues ahogada en
wah-wah. Más allá de su primera mitad, “Metal...” empieza a calentar motores,
sin salirse nunca de los cauces ocupados tras el arranque.
De allí en más, asistimos a una jornada cuya
masa muscular han trabajado principalmente el heavy psych y el rock de
connotaciones desérticas, y a la que el stoner rock perla pero apenas permea.
Salvo “Zarpazo” y algunos momentos en “Colisión Brutal” o en “Delta Acuárida”, Colisión...
ostenta un acabado más bien “clásico”: aunque no tienen la tesitura apolínea de
unos Deep Jimi And The Zep Creams, a los surcos les cuesta bastante trascender
el status de “epigonales”, sin menoscabo de su estupenda factura. Echo en falta
el entendimiento espontáneo, el achoramiento rabioso, la combustión liberadora;
que hacían de obras precedentes auténticos tratados de rock pesado/stoneado y
de pegada soberbia -y que les convertían en un fascinante mal viaje a cual más
que el otro.
No es que no haya disfrutado del tercer
esfuerzo de El Jefazo. Indiscernible, el bajo de Carlos French se ha prodigado
en su papel de indispensable contrapunto tanto a las baquetas de Adrián como a
las cuerdas de Sánchez. Brutalidad y dureza no le faltan al volumen, tampoco.
El problema es que, pienso, le hubiera disfrutado mucho más de no haber
coincidido las circunstancias descritas hace tres párrafos -si hubiese sino una
u otra, en lugar de ambas... Asumo es cuestión de que vuelvan a alinearse las
estrellas, como aconteciera en la briosa “Zarpazo” y en la primera mitad de
“Colisión Brutal”. Confiar más en la intuición que en la razón, para no tener
que soplarnos discretos solos a lo Satriani como en “Perro Seco”. Sí, fácil ésa
es una máxima a tener como axioma al encarar el próximo proceso creativo. Disco
modestamente transicional.
Para Fiorella16, José María Málaga cerró el
‘24 eyectando Mas(a)Océano desde los bytes de la novel escudería
cuzqueña Primaveras Digitales, hace poco más de dos meses. Se sostiene así un
período inventivo inusualmente dilatado que el arequipeño todavía se encuentra atravesando, a la par de una redefinición de conceptos al interior de su alias
más reconocible -o, por último, de una traumática sustitución de esas variables
que ha manipulado durante gran parte de su trayectoria.
Si en Suni A Través Del Espejo, al
alimón con Asteroide, ya se notaba cuán creciente era la relevancia que la
influencia de la obra de Sunn O))) ha cobrado durante los últimos tiempos para
Fiorella16; en Mas(a)Océano esa relevancia llega a modificar el perfil
mismo del proyecto, a saber si temporal o permanentemente. Es cierto que el
registro evidencia dos segmentos no opuestos mas sí distintos. Es cierto además
que el primero de ellos se compone de tracks bautizados como “Parte 1”, “Parte
2”, etc; acaso subrayando un concepto sólo válido en esta oportunidad. Pero
también es cierto que el discurso de Málaga bajo esta faceta sufre una
transformación mayúscula, no compartida por las improvisaciones en vivo que
vertebran la segunda sección del LP.
Efectivamente, las formas de Fiorella16 son
ahora pétreas y negruzcas. Sus atmósferas quedan hechas añicos debido a las subsónicas
frecuencias saturadísimas que descerraja, y en su lugar quedan instaurados
opresivos climas de oscuridad perpetua. Las espartanas melodías a las que
ocasionalmente da pie se eclipsan pronto (“Parte 1”, “Nulle Part”,
“Mas(a)Océano”), mientras esotéricos filtros surcan el encrespado mar de
texturas distorsivas. El escaso resplandor visible corresponde a violentados
destellos de luz que a lo que más se asemejan es a fuegos fatuos (“Parte 2”). Y
la voz del mistiano tiende a replicar los gruñidos e inflexiones guturales de
los de Seattle. Ése es el estado de cosas ¿actual?/¿de fines del ‘24? que se
agita en el universo de F16.
Poco o nada de ese ritualismo drónico florece
en la segunda parte de Mas(a)Océano. En ella se asientan tres ejecuciones
en directo, a cuyas coordenadas geográficas hacen alusión sus correspondientes nombres.
Psicofónicas intervenciones sonoras todas, tienden a parecerse bastante entre
sí, descontando el pulso secuencial de cada una. “Montevideo 2 Tatami Registros
- Uruguay” es comparativamente más relajada, por ejemplo. “Zárate CasaMou -
Argentina”, más extrema. Todas ellas, finalmente, pertenecen al pasado
inmediato del unipersonal. En beneficio de una experiencia más llevadera y
menos incómoda, habría sido atinado prescindir de al menos una -que de tal modo
se recortaba el minutaje a menos de una hora. Aunque, claro, Fiorella16 no
necesita hacérselo más sencillo a sus habituales escuchas.
Actualmente desbandados y sin posibilidades
de reunión a la vista, no sé cuánto tiempo duró la travesía de Haiti Bon Aire.
Agradezco, eso sí, que no hayan dado de baja su cuenta en SoundCloud -hasta
donde entiendo y junto a una exigua cuenta BandCamp, único lugar en el que puedes escuchar el que es su debut y
despedida, aparte de en Spotify: 9 Amenidades (अनमास्टर्ड). Trátase de un
puñado de mocosos airados que ni siquiera corre urgido de autoproclamarse
heredero del legado del fallecido Leonardo Bacteria, a quien dedican “Leonardo
Del Castillo AKA Leo Bacteria Miserito Jungle Conscious Break 11 Caleta”. Basta
y sobra con presionar play para corroborar a prima facie ese ascendente.
La de Haiti Bon Aire es una genealogía
gabber, como la que consolidase Insumisión entre los años 2000 y 2003. La
apertura “Eaf 27sept1969” se dispara a una velocidad inhumana de bpms, tan
imposible de descifrar al primer golpe de oído como efímero es su recorrido. De
unos cuantos segundos más de extensión es la subsiguiente “‘77 Up”, que añade
dosis de drum’n’bass desenfrenado cosecha Atari Teenage Riot (“Deutschland (Has
Gotta Die)”) al insoportable digital hardcore que el grupo unge como la médula
de su input. Ese huayco de bulla atronadora y demencial no hace sino
potenciarse en “La Rubia Tarada . Noche De Karaoke” y en “Pare Y Dolia”.
Recién con “Koupe Tèt Funk”, la casi
terrorífica celeridad de HBA consiente en ceder un poco. Es el canal más largo
en lo que va de reproducido 9 Amenidades (अनमास्टर्ड). No obstante, su
funk ensopado de ruido maniático y de onomatopeyas metálicas a granel nunca
termina de metamorfosear la piel. Tampoco lo hace ese banco de pruebas para
progresiones rítmicas varias y sampleos a destajo que es “Yo Vago”. Pese a su
brevedad (no llega ni al minuto y medio), el auténtico cambio se produce con la
enigmáticamente titulada “,”, cuyo reposo a golpe de falsa bossa nova es el
primer asalto del repertorio en ponerle el cascabel al gato.
Penúltimo round de la placa, “Leonardo Del
Castillo...” sube nuevamente el hebefrénico nivel de contaminación sonora, en
tributo que debe haberle arrancado una sonrisa a Leo Bacteria donde se
encuentre. Pienso que el plástico debió terminar aquí, redondeado en poco más
de 18 minutos. Por desgracia, Haiti Bon Aire añade una última creación, “Bater
Perna”, que eleva la duración global hasta superar los 25 minutos. Esto habla
de un corte que por sí solo roza los 7 minutos de propagación. Dado que es un ejercicio
infestado de grind noise en onda electrónica, como que acaba restándole algunos
puntos a 9 Amenidades (अनमास्टर्ड) más que sumárselos.
De todas formas, HBA ha sido una de las
sorpresas del año que pasó. A pesar de sostener desde sus respectivas
trincheras tanto el hardcore punk como el metal sendas cruzadas de músicas
agresivas y airadas, se extrañan propuestas así de tóxicas desde terreno
electrónico. Me hubiera gustado verles en vivo, aunque quién sabe, por ahí
regresan. De cualquier modo, aprecio la oportunidad de haberme vuelto a sacudir
con ese bullicio abarrotado de drum’n’bass, grindcore, techno industrial,
hardcore digital y gabber. Si su esencia aún persiste, un Bacteria harto
satisfecho tendría que haber experimentado lo mismo.
Acabando noviembre del ‘24, el ex Rayobac Miguel Uza lanzó su segundo disco a título personal. Coyunturas curiosas
rodearon la aparición de 20|22: entras en el BandCamp del músico y te das
de narices con abundante material colgado sobre todo en las postrimerías del ‘21
-dos compilaciones de demos y un álbum entero denominado iPadMorita, que
muy probablemente sea el legado inédito del acto del mismo nombre con que Uza editó
un sencillo allá por el ‘14 (“Pomabamba 393”). Empero, estos testimonios han
sido pauteados tanto antes de su homónimo debut (‘18) como de los singles que a
éste preceden, enfatizando un carácter “accesorio” respecto de ellos.
Con 20|22, queda claro que la
intención en la anterior jornada no era la de insuflar nueva vida al sonido de
los extintos Rayobac. Si bien algunos instrumentales están dotados de bajo y
batería (“Sin Título #14”, “Booster Rocker”), la mayoría de ellos no tiene sino
tempos sugeridos. El ejemplo de la obertura “Lo Que Hacía Mientras El Mundo Se
Estaba Muriendo” es sintomático: las guitarras de Uza no se perciben limitadas
por ataduras formales, ni se apegan a género alguno. Carecen de voces que (les)
dictaminen los tiempos, a excepción quizá de unas plumillas casi inaudibles.
Salvo los casos ya especificados, el resto de viñetas sigue el mismo sino.
Es entonces un disco de estética ambient, el
del limeño radicado en la Ciudad Condal. En 20|22, las eléctricas
permanecen todo el rato enchufadas, prestas a florecer improvisando secciones profusas en decoración minimal (“Sachi & Masao”, “Valentín San” -¿dedicada a su ex
partner en Rayobac, de apellido Yoshimoto?-). No siempre consiguen navegar en
medio de espesos cúmulos de albo vapor, ya que por muy ambientales que suenen,
las de seis cuerdas van premunidas de timbres grosos/pesados -como ocurre en “20|22”,
que parece las tuviera grabadas al revés, o en “Luz De La Mañana”. Así y todo,
el estilo que mejor le define es el que se acuñase a partir de los álbums en
que abandonó el pop Brian Eno.
Quedaba dicho que las excepciones de 20|22
son “Booster Rocker” y “Sin Título #14”. No son las únicas. A ellas hay que
sumar “Terrores Nocturnos”, para completar la terna de composiciones con que
Uza impone una interesante digresión hacia el pasado de su ex banda. A su modo,
cada una asume la tarea de reinterpretarle. Las adustas y rígidas eléctricas de
“Sin Título #14” enfilan hacia estratos más experimentales, sin llegar a los niveles
crípticos de otras experiencias. “Booster...” merodea entre el indie, el punk,
el slowcore. La más cacofónica de las tres, “Terrores Nocturnos” y sus cíclicos
intervalos de ruido y onirismo se aproximan mejor a las performances a veces
insoportables que en directo disparaba Rayobac.
Uza no es Archer Prewitt ni Vini Reilly.
Mucho menos David Grubbs o Jim O’ Rourke. Con todo, extrañamente suena a
inquietante híbrido de esos cuatro tótems. No es lo bastante árido como para
entrar en la categoría post rock, si bien sí le evoca. No levita suficientes
metros por encima del suelo como para mirarse en el espejo de The Durutti Column, aunque sí le insinúa. Y sus ocasionales ramalazos pop y/o rock no alcanzan para conjurar la maestría de un Prewitt o de unos The Sea And Cake. Pero
-jódete, otra vez- sí puede pasar por muy aficionado suyo.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 12 de febrero de 2025.)
LOS DISCOS PERUANOS DE 2024 QUE NO ALCANCÉ A
RESEÑAR (III)
(Ni tan) inusual el sino que le fuera
deparado al primigenio volumen de Monsters. Fundado a mediados del ‘16 en La
Oroya, Junín (región centroandina del Perú), el dúo de los hermanos Paulo (voz,
arreglos) y Ronald Chávez (segunda voz, producción) le edita en julio del ‘18.
Que sea la apertura de una label cuyo catálogo siete años después no rebasa aún
los dos dígitos (Dark Sheep Records), acaso explique lo desapercibido que Lejos De Mi Ciudad pasó más allá de su radio inmediato de alcance. Para suerte
suya, ello no ha afectado gran cosa el accionar del binomio, que sigue tocando dentro
y fuera del terruño.
En septiembre del ‘24, Lejos... se ha
favorecido de una nueva edición gracias a Dark Grave, disquera independiente que
bordea el centenar de referencias con apenas un bienio más que su par
huancaína. De esta forma, se pone a consideración de públicos más
jóvenes/nóveles un esférico merecedor de mejor fortuna que la cosechada hace
media docena de años, que ilustra parte del amplio espectro de música
electrónica cultivada en la movida oroína, y que debiera ubicarse junto a obras
de coetáneos/coterráneos como En Los Ojos De Medusa (Ausencia, ‘19) o
Irinum (El Origen De La R-Evolución, ‘16).
Lejos De Mi Ciudad viene tapizado con
ornamentaciones new wave y EBM. Buena parte de sus programaciones podría etiquetarse
como fundada sobre una especie de proto-techno. Su fuente matriz es, sin
embargo, el synth pop. No cualquiera: el output de los Chávez tiende a ser más
opaco de lo normal y a acelerar el trote, aunque la temperatura glacial típica
del synth de los 80s se mantiene inalterable. A despecho de su velocidad,
“Misterios De Amor” me suena su largo rato a Visage. Otras muestras de esos
sintes de ébano y secuencias de ágil marcialidad son “Tan Cerca De Mí”, “Sueño
Oscuro” y la terna final “Muriendo En Tu Ser”-“Latidos De Tu Corazón”-“Lejos De
Mi Ciudad”.
Sintomáticamente, la tríada que acabo de subrayar
sucede a una precedente, donde Monsters testea esos otros sabores mencionados renglones
atrás. “Mafia Y Poder” me recuerda a la electronic body music de Nitzer Ebb.
“Monsters” busca reverdecer los laureles del techno industrial de gente como
Front Line Assembly. Y “Siempre Estaré Contigo” es casi techno trax al alza. Canales
divergentes que encajan en un plástico de sesgo bailable -al modo en que se
bailaba en los 80s, obviamente-, que no pierde nunca de vista el norte synth al
que ha entregado su alma. Por algo la pileraza “Tu Oportunidad” se levanta
sobre ese nervioso synth de gustito agridulce que se manufacturaba en la Unión
Americana no bien alborearon los 90s.
Lejos de ser un trabajo impecable, y ya de
cara a una próxima jornada, Monsters necesita implementar prontas reformulaciones
en dos rubros muy específicos: la voz y las letras. Se nota en qué canciones
las vocales están forzadas y en qué otras no. Obviamente, Lejos De Mi Ciudad
luce más cuando la voz sale suelta, sin pretender ser lo que no es. Igual se le
aprecia en grado sumo cuando las líricas son construidas con empeño, dejando
atrás disfuerzos medio cursis. No olvidar, eso sí, que estamos hablando de un episodio
editado por primera vez en el ‘18. Hoy, las cosas podrían haber cambiado
sustancialmente.
Hace un par de semanas, escribí unas pocas
líneas sobre el bluff que supone Super Fuzz, abanderado local del llamado “egg
punk”. Ya tenía pensado comentar también 100mg, estreno absoluto de
Antibióticos, cuando me enteré por medio del crítico Fernando Pinzás que ambas agrupaciones
comparten integrantes. “Mientras no milite en las dos el cantante...”, recuerdo
que pensé con no poca aprensión, ya que la actuación ofrecida por el sujeto en
cuestión en Super Fuzz EP es tan mala que consigue estigmatizar alineación
y extended.
Aparentemente, no es el caso. Coincide el
sonido molde de Antibióticos con el del punk, mas no con el del subgénero que
practican Ismatic Guru o Snõõper. Como bien señala Pinzás, si 100mg
hubiese salido hace 48 años, nadie le habría tenido por otra cosa que hijo de
su tiempo. Suena a punk primordial, rasposo, concebido bajo el canon de la
explosión ‘77. Y sobre todo, fresco, con el cerebro lleno de ideas por probar y
el corazón a mil -lo que no se traduce a la prepo en rebotar gratuita y
ridículamente de un rincón al otro, sino en escupir cada asalto con urgencia,
vitalidad e inteligencia.
Que 100mg es imperfecto, es una verdad
innegable. Si hasta da que pensar que involuntariamente se han micrado mal los
instrumentos (cuando probablemente sea al revés). Lo mismo ocurría con los
jóvenes turcos de la segunda mitad de los 70s. Es esa imperfección, adviértase,
lo que aquellas huestes reivindicaban como única salida posible ante el
pro-gre-si-vo acartonamiento en que había caído el pop contemporáneo. Repite la
faena Antibióticos en edades muy posteriores, provisto de mucha más libertad
que antes. El pistoletazo de salida “Proteínas/Calorías” puede traer a la
memoria a multitud de bandas punk clásicas, aunque asimismo a la síncopa de
“Ether” de Gang Of Four -no por mucho más de cuarenta segundos. La brevedad es
una aliada a la que el acto le saca el jugo. Otro tanto acontece con
“Transgénicos”.
La efímera “Transmisión” está armada a punta
de sintetizadores, y calza perfectamente con el rock mutante a lo Devo de
“Vitamina C”, indicio que profetiza despegue punk hacia destinos quién sabe de
qué color. De gravosa marcha rockera, “Prescripción” ve alivianado su tonelaje
gracias a la inserción de fuertes dosis de componentes electrónicos -una
evolución congénita, como lo demuestra Pete Shelley, que pasó de Buzzcocks a modelar
sólida carrera solista en predios synth. “Consumir” despide 100mg remontándose
a las raíces punk que Antibióticos busca de continuo reivindicar.
¿Fugacidad? Sí. Pero fuera de esa cualidad común,
no hay ninguna otra que permita hablar de egg punk al mencionar a este conjunto.
Aún cuando se trata de hacer algo con mal gusto, hay que tener buen gusto. Con
mayor razón, si la consigna es divertirse, hay que hacerlo seriamente -para no
quedar como un hato de cretinos que se palanganean de su torpeza e
incompetencia. Abiertas de par en par las puertas para seguir avanzando, espero
lo siguiente de Antibióticos no demore demasiado.
En el prontuario de la música pop peruana,
dedos de pies y manos son suficientes para contabilizar álbums grabados en vivo.
Normalmente, registros de esas características tienen lugar cuando una
agrupación o un/a solista ha alcanzado ciertos niveles de difusión, lo que de
paso asegura el considerable impacto que propician sin dejar por esto las
cuentas en rojo. Al menos tal es la norma en las principales escenas
internacionales, donde a partir de este punto es que sobrevienen otros
criterios -el artístico, primero entre ellos.
En un país como el nuestro, donde el pop, el
rock y la electrónica han sido sistemáticamente apartados de las grandes
audiencias por los culiestrechos intereses de la mass media; esa norma carece
de vigencia. Son causales estrictamente artísticas las que suelen determinar la
edición de un live, no existiendo en la práctica expectativas de retorno
vinculadas a la transmisión/divulgación o a la crematística. Pese a ello, no
siempre queda garantizado el valor testimonial -ahí está Tormenta Mental - Live At Woodstaco 2019 (‘22), de El Jefazo, ejemplo de cómo NO encarar la
producción de un material en directo.
En el otro extremo se halla Fukuyama, que
inauguró octubre último recuperando para la posteridad su performance en la
edición del Festival Sarcófago del año pasado, junto a bandas como Titania, Pus
y Laura La Sangrienta. Fijando El Estallido... devela desde su denominación
la intención del entonces cuarteto: legar a futuro un documento que atestigüe
el estado por el que atravesase el combo en aquel momento histórico. Noise rock
de orla pesada, sostenido por un soporte rítmico -Gonzalo Santos en batería, Erick
Cavero en bajo- que semeja una columna vertebral de titanio, dotado de
suficiente versatilidad como para pasar del estruendo arrollador a la calma
plácida y viceversa.
El cassette tiene cuatro temas ya conocidos y
tres que pueden contarse como nuevos -salvo Fukuyama afirme lo contrario. Entre
los primeros, encontramos a “Los Días Son Aterradoramente Calmos”, a “Blíster”
(ambos de Los Días Son... EP), a “Tierra Baldía” (del mini-álbum Fukuyama)
y a “Intro” (de su debut en corto, Fukuyama EP). Entre los segundos, a “Intro
II”, al lovecraftiano -por el nombre- “Lo Que No Tiene Forma Te Protegerá” y a
“Acá Morimos Todos”. Salvo este último, en insólita configuración dub-reggae,
el íntegro del repertorio interpretado ese 18 de mayo conjura a los sospechosos
de siempre cuando se habla de la entidad nucleada por Juan Pablo Villanueva
(guitarra, voz): Sebadoh, Sonic Youth, Dinosaur Jr., Fugazi... Guitarrera bulla
audioextremista que estalla cíclicamente, sea volando, sea serpenteando.
Señalo un par de detalles. El primero: sintetizador,
secuencias y sampleos de Ernesto Bernilla. Su presencia, sólo percibida en
segmentos puntuales de Fijando El Estallido..., debería ser más
relevante -cuando se le escucha, se aprecia su gran desenvolvimiento. El
segundo detalle: la voz de Villanueva. En medio de las tormentas de noise y
decibeles que despliega Fukuyama, siempre se le oye gritar más que cantar, lo
cual es de agradecer. En “Lo Que No Tiene Forma...” y “Tierra Baldía”, empero,
la vocalización suena filtrada/procesada. ¿Será cuestión de mezcla y
masterización, a cargo de Vamsick? Afirmativa o no la respuesta a esa interrogante,
en esas canciones me queda la sensación de estar oyendo vociferar a Starscream.
Otra placa “31/12”. Primaveras Digitales se
autodefine como productora lo fi especializada en bootlegs y mixtapes. Con base
de operaciones en Cuzco, la plataforma parece haber iniciado su existencia en
diciembre último, o al menos así lo indican tanto Mas(a)Océano de
Fiorella16 como la compilación con que ultimase el ‘24, Todo Sigue Igual.
Hace ésta trasversal alusión a un panorámico anterior, también lanzado en la
Ciudad Imperial por Felino Renegado Records, cuya reedición en cassette PD acaba
de financiar: Qué Bueno Que Ya Nada Es Igual (2019).
Las coordenadas estilísticas de Todo Sigue Igual le sitúan un poco a trasmano de Qué Bueno... En general, los
proyectos que aquí colaboran -arequipeños, cuzqueños, limeños- llevan a cabo
todo el proceso desde espacios físicos privados. De ahí el calificativo de
“homemade” a que se acogen. Con todo, no existe una equivalencia completa entre
esa etiqueta y la de “bedroom pop”. En Todo... no sólo hay lugar para este
último, sino además para el indie rock, para la electrónica, para el pop punk,
para el lo fi. Incluso para el noise. Y si bien Qué Bueno... gozaba de cierta
variedad, Todo Sigue Igual le sobrepasa en ese rubro concreto.
Al disco lo abre “Nanananaan”, de Violento
Amor, único alias que figura dos veces en el menú. Su otra participación es
“Meme Chistoso” -me quedo con ella, más redonda en su línea de indie rock que
la otra en su perfil de punk elemental. De idéntica laya son “No Me Importa” de
Trapo Sucio, que se hace eco del primer Azmereír, y “Brazo Y Letra” de Amaru
Loayza (algo formulaico). “Muxos Honguitos” de Nematodos comienza a escarbar en
la veta indie a la par que la del pop, aunque no me queda claro si su espíritu
es lúdico o simplemente bobo. Sí está más allá de las dudas, en cambio, “Estallar
(En Mil Pedazos)” de Teni3nte Laz33r.
En la senda de un pop más elaborado crecen “Hay
Un Lugar” de Capitán Milaneso (tributario del noventoso sonido donostiarra) y
“Distimia” de DjSexo (instrumental y austero). En la de un rock emotivo y
sobrio, “1 7” de Tetraedro, “Larvas” de La Terminal (noise grunge), “Enero” de
Sieteonueve (vibrante ascendencia ochentera) y “Catarsis” de Anfótero -la
tajada más prominente. En la de un noise que se sirve de la drone music, el
postrer “Mas(a)Océano” de Fiorella16, extraído del LP del mismo nombre. De esta
guisa, Todo Sigue Igual ayuda a visibilizar grupos y/o individualistas
que, en la mayoría de casos, recién están empezando.
Reservo el párrafo final para las excepciones
de rigor. Primero, la negativa: “Demente” de Cirugía No Terminada. Con esa chapa,
me esperaba algo más ruidoso y/o avant garde, en vez del rapcore desabrido y
caricaturesco que finalmente plasma. Segundo, la positiva: “Un Nuevo Día, Otra
Vez” de Love & Pop. Interesante cómo el aluvión de noise con que arranca se
despeja para transformarse en un número que fluctúa entre el synth deconstruido
y un cruce minimal de IDM y jungle.
Humano De Hiel es una de las dos identidades
que le conozco a César Aguirre -la otra es El Balcón Rojo, con la que ha ido
liberando varias composiciones a través de muestrarios diversos, y cuyos
réditos sí tengo más o menos presentes. HDH, por otro lado, es algo nuevo para
mí. Lo primero que le audiciono es “Infección Y Meditación”, cedida a Entre Rejas Y Concreto (‘24). Ya allí se exhibía como acto industrial que
prefería ruidos de máquinas en lugar de secuenciaciones brotadas de algún
ejercicio basado en softwares. Lo que no sabía es que, antes de esa pista,
Aguirre ya había gestionado y colgado dos EPs bien a principios del año previo
al actual.
Dichos EPs son Encierro y Emboscada,
y ostentan el sello de agua de la misma factoría que “Infección Y Meditación”,
si bien son bastante más virulentos. En efecto, los EPs son sendas ventanas
hacia delirantes realidades postapocalípticas de paisajes dramáticamente
sucios. Sórdidas e insanas, las oxidadas sonoridades que pueblan estos artefactos
nacen de las mismas visiones de pesadilla que colonizasen los imaginarios de héroes
como Foetus, Laibach, Einstürzende Neubauten, Coil o SPK: rebencazos metálicos,
laxas texturas hertzianas, maníacas voces rastreras sampleadas una y otra vez,
efectos crispantes que se repiten sin fin, invencible prescindencia de
percusión sincopada...
Tal vez debido a su tenaz minimalismo, Encierro
EP (1/1/24) es la expresión más acabada del esteticismo que enarbola Humano De
Hiel. Sirviéndose de chasquidos apenas audibles, tanto “Con-Tacto” como “Radio
Esplendor” y “Sólo Importa La Fuerza” descascaran los convencionalismos
relacionados a la Música -“armonía”, “orden”, “melodía”- y los que se asientan
en el contexto de un “mundo civilizado”. El futuro propuesto por el extended se
corresponde con el de ominosas realidades en las que, como profetizaban los
Lluvia Ácida hace casi tres décadas, existir es espanto.
Por contraste, Emboscada EP (30/3/24) es
más concesivo. También postula nubarrones de escalofriante ruido omnívoro
(“Pérdida Sensorial”) y dantescos escenarios de horra abyección casi
inimaginable. Sólo que lo hace empleando otros modos. Puede adoptar una
apariencia más tribal (“Mi Alma Ya No Habita En Mi Cuerpo”), e incluso
condescender a herrumbrosos esbozos de secuencias, que al final no son otra
cosa que trallazos al pobre sinte y/o teclado. Puede samplear una voz para
procesarla hasta la deformación completa (“No Podrás Escapar”), mientras se
hunde en un imposible pozo de oscuridad material, como si estuviera buceando en
petróleo. En el crepúsculo, esa voz contrahecha y maligna espetará un “Todo
Será Extinto” que resonará en nuestras psiques y las devorará si no se
tiene la suficiente fuerza de voluntad.
Llamativo el cuestionamiento que Humano De
Hiel realiza de patrones formales, en consonancia con la asimilación plena de
los postulados futuristas que miraban entusiastas hacia la nueva gama de
sonidos proporcionada por la decimonónica Revolución Industrial. O con la
instrumentalización de ruidos punzocortantes con que acuchilla las normalidades
que nos rodean. ¿Faltará mucho todavía para el estreno en largo de estos
exorcismos dadaístas?