Si antes abarcar
las obras completas de músicos hiperprolíficos como Fabio, Madelman o Carl
Craig era una empresa difícilmente exitosa; hoy que sus vástagos son legión es,
en la práctica, imposible. Algo equivalente ocurre con el chileno Eduardo
Yáñez, quien en predios de la escena sureña ajena al mainstream dista
barbaridades de ser un principiante. No podría asegurar que 1984 es el punto de
partida de su trayectoria como músico, pero sí que ése es el año en que aparece
el primer registro suyo del que se tienen noticias confirmadas (aunque otras
fuentes apuntan a 1983). Más de tres décadas, pues, han pasado desde la
aparición de la que de todas maneras debe colarse entre las referencias fundacionales
para la música electrónica independiente mapocha: Radio EP.
Conforme a lo
estipulado, entonces, no será ésta una revisión exhaustiva sobre el recorrido
de Yáñez bajo su nom de guerre más
célebre -Gozne. No terminaría nunca, y me interesa más su producción reciente,
en que el camarada Eduardo da visos de haber accedido al zen que lo venía
eludiendo tiempo atrás. Dejaré, por ende, que a esta crónica incompleta la guíe
mi descubrimiento personal -ofreciendo, cómo no, algunas señas cronológicas
para contextualizarla. Y dice así...
Lanzado como
cassette, Radio EP compendia cuatro
temas recorridos por un sonido industrial que ya no iza el estandarte dantesco
de fines de los 70s, sino insignias mucho más caseras -el signo de los tiempos,
que le dicen: recordemos que fue durante los 80s que la electrónica encontró
calurosa acogida en el público masivo, donde reclutaría a quienes con el Tiempo
se convirtieran en sus nuevos subversivos. El extended refleja el espíritu
inquieto de quien saca la mayor ventaja posible de los aparatos con que cuenta,
en una suerte de catarsis creativa y lúdica. No faltará quien afirme que, a
diferencia de sus pares del Primer Mundo (O.M.D., The Future/The Human League,
Ultravox, Pete Shelley), en Radio EP Yáñez
no alcanza el balance entre experimentación y pop, entre maquinismo y calidez.
Escuchados algunos de sus ejercicios posteriores, sospecho que nunca fue ésa la
intención del autor.
A propósito, el EP
ha sido colgado en junio del 2017 en el BandCamp de Heavenly Music para su
descarga gratuita.
En este punto de mi
relato, las sombras rodean el recuento que vengo haciendo. Metafóricamente
hablando, claro: se trata de casi dos décadas en las que el músico prosiguió
editando trabajos que no he podido escuchar todavía (Komunikatzion, Algún Lugar En El Tiempo, Vértigo, EPs y remixes
varios). La excepción es la de sus días en Alvania, trío EBM/cyberpunk/techno
industrial del que ya hablé anteriormente. En la sumilla que le dedica, la
prestigiosa netlabel chilena Pueblo Nuevo indica que Gozne extendió la estela
de Radio EP a lo largo de los 80s con
“muchos discos experimentales” (Matine 15:30, por ejemplo), y que más adelante se reorientó hacia la
E(lectronic)B(ody)M(usic); lo que coincide con el rastro dejado por Alvania.
Recién en el 2007, la
info que puede consultarse en Internet me vuelve a proporcionar pistas del villalemanino.
En ese año, Yáñez publica primero un EP (Vivisección)
y un mini-álbum (Nomenklatura), y
luego un disco largo (Mate). Del
extended del ’84 queda la experimentación lúdica, y de la fugaz aventura de
Alvania, la dureza del techno. Glitch, house, IDM, ambient, etc... La impresión
parcializada es la de un update dramático, diríase hasta violento -y por eso es
importante subrayar las evidentes lagunas de las que este texto adolece. 2008 es
un calendario apenas menos ajetreado, con el artefacto de remixes La Botica (tema extraído del Nomenklatura) y el Colliguay EP.
2011 marca la
salida de un nuevo larga duración, Paisajes Cotidianos, a partir del cual se sucede una seguidilla de discos con los
que el porteño no sólo ha ganado vigencia en el plano internacional, sino
también continuidad. Más importante aún, Gozne finalmente llega a un corpus
homogéneo en su mezcolanza de sonoridades, con que podrá dar forma y color a
jornadas incluso conceptuales si ése es su deseo: Paisajes Cotidianos, Transmition Machine (2013), Non Human (2014)
y Fin Del Tiempo (2017) -los tres
últimos editados bajo la égida de Pueblo Nuevo.
Estos cuatro
títulos tienen en común la misma posología, a saber, generar abundante
ornamentación sonoro-timbral. La esencia de esta metodología de creación es
analógica, aunque Yáñez jamás haya renunciado a incorporar la nueva tecnología
disponible y las ilimitadas posibilidades de nuevos ruidos
concordantes/discordantes que ella promete. Si antes fueron los secuenciadores,
las pedaleras y las drum machines; hoy son el iElectribe, el GZN Micromodular
System y el Crumar DS-2 los encargados de esculpir armazones minimalistas lo
suficientemente versátiles como para acoger florecientes percusiones
electrónicas, palimpsestos digitales de sonidos traslúcidos y a la vez estridentes,
inflexiones en caída libre de sintetizadores virtuales.
Exceptuando a Fin Del Tiempo, estos discos lucen como el
resultado de una expedición triunfal de exploración a través de la intuitio
mentis. En ese sentido, recuerdan mucho a Kraftwerk: la energía que convierte
melodías circulares en fisiológicamente hipnóticas, las ambientaciones
maquinales, las resonancias que tan pronto empujan al escucha hacia una
realidad alternativa más densa como se tornan incorpóreas, la “obcecación” por
la simbiosis entre lo natural y lo artificial/el carbono y el silicio/lo
orgánico y lo inorgánico... Circunstancias/obsesiones todas que presiden el
mágico legado de los Robots de Düsseldorf y, por extensión, los albores de la
edad pop de la música electrónica.
Pero, obvio, ésta
no es la música de Kraftwerk; sino la de Gozne, que se halla lejos de ser llanamente
derivativa.
Fin Del Tiempo es la obra conceptual digresora en el
camino de Yáñez, o al menos en los tramos que he podido oír. Desde el arte de
portada y contraportada -si las ilustraciones no son de Doré, el estilo le debe
mucho al del genio francés-, la idea subyacente va de especular sobre el ocaso
y el destino final de la especie humana. El fin del mundo y del Tiempo, para
efectos de lo que nos interesa como seres vivos dotados de conciencia. En
virtud de ello, Gozne se ha inspirado en determinados versículos de la Biblia.
Salvo por este concepto de fondo, que añade oscuridad ante la posibilidad de
ser testigos de nuestra propia hecatombe, FDT
transita el mismo sendero que sus predecesores. Lo que no hace sino corroborar
la proteicidad del sonido al que Gozne arribó tras 27 años en la ruta, y que ha
puesto en uso intensivo a partir de entonces.
Sea desde la
síntesis de modulación de frecuencias, sea desde la manipulación de plug-ins, sea
desde procesos computacionales; Yáñez se las ha ingeniado para mantener al día
su característico sonido analógico. Nada mal para un músico con 34 años de periplo,
que además es artista audiovisual, y encima es capaz de hacer más música con
otro alias: Zacarías Malden. Pero ello ya es parte de otra historia, una que
tal vez no quede igual de inconclusa que ésta.
Hákim de Merv
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