Hat-trick instrumental
desde Santiago De Chile.
En esencia, Poxi Records es una discográfica especializada en bandas y solistas que se han
adherido al credo del lo fi, cual fuere la tendencia que eligieron cultivar. Consecuentemente,
todo el catálogo viene editado en el formato que más refleja esta suerte de
“ética” en que ha devenido la Baja Fidelidad: el cassette. Si bien el tiraje es
reducido y la nómina de lanzamientos no es muy abundante (veinticinco, en el BandCamp oficial), su variedad estilística es encomiable, lo mismo que la disposición de
grabaciones cedidas ex profeso por nombres ya consagrados en la escena alternativa
mapocha. Como ejemplo de esto último, rebuscados directos de The Holydrug
Couple y de Chicos De Nazca. Como muestra de lo primero, producciones de Lonely
Unicorn (indie), de Cosmic Coyote (psych), de Laktik (electrónica)...
...y, por supuesto,
de Talismán. Formado por Drago Ljube (guitarra), Matías Andrade (batería) y Diego
Pinto (teclados); desde el principio -Talismán EP, 2018- el trío entregó alma y corazón a la vetusta música surf. Su hoja de
ruta, afianzada en el reciente Istina,
se parece bastante a la de The Cramps; que copularon con el rockabilly no para
procrear un mero revival, sino para redimensionarlo viviseccionándolo con la
navaja del punk. En Istina, la
surf music de abuelos como The Ventures o Dick Dale & His Del-Tones resurge
cavernosa, bronca, cóncava; como venida de una oscura realidad paralela. A ello
ayuda que las baquetas de Andrade marquen gradaciones rítmicas dignas de un
walkman con pilas bajas: los temas de la nueva cinta suenan ralentizados,
densos, entre pausados y hieráticos.
Conforme su modelo
de fines de los 50s y principios de los 60s (de hecho, la terna versionea el
clásico “Misirlou”), las figuras que dibuja la guitarra acometen la melodía
principal en las piezas de Talismán, sin escapar nunca de la brutal gravedad
combinada de la batería y de los teclados. Éstos últimos se agitan pletóricos
de extrapolaciones medio-orientales, lo que le confiere a su música un
saborcito exótico a surf arábigo, e incluso a darkwave egipcio -en consonancia
con lo mostrado en, pero en modo alguno igual a, “Killing An Arab” de The Cure.
Curiosísimo camino que espero no se trunque rápidamente.
El Diablo Es Un Magnífico es un cuarteto que no he tenido ocasión de degustar concienzudamente;
tal vez por su antigüedad (diciembre del 2000), tal vez por su insularidad (mezcla
la “psicodelia rural” de Flying Saucer Attack con el drone, el kraut rock con
el sludge, el post rock con el umbanda), tal vez por su falta de continuidad (el
epónimo canto de cisne del 2013 acaba de resignar esa condición frente a un split de este año con otro acto chileno igual de singular, Ïha), tal vez por
las muchas contradicciones que acoge su historia (debut facturado por la
legendaria Corporación Fonográfica Autónoma en el 2001, El Retrato De Urmedales no aparece en la cuenta BandCamp de los santiaguinos, lo mismo que Coma o La Ruta Nos Aportó Otro Paso Natural; consignándose
allí como producción más antigua el single Seiseiseis, 2006).
Tecladista de
EDEUM, a Cristian Sánchez sí lo he escuchado gracias a su proyecto solista,
Asunción. El músico arranca con esta faceta de su labor artística hacia el
final del 2017, cuando graba El Reino Mineral, un registro que él mismo califica a medio camino entre la maqueta
y el extended. En todo caso, puede considerarse a El Paisaje Interior (2019) como su ópera prima en regla.
Tímidamente en ERM, donde se oye la eléctrica de Felipe
Álvarez, para El Paisaje Interior
Sánchez explora con mayor soltura los injertos entre géneros que ha decidido
implementar. El de Asunción es un output que puede parecer drone psicodélico o kraut
synth, sazonado con motivos autóctonos (esto último le vincula de modo bastante
tangencial a Tobías Alcayota). La principal diferencia con El Diablo... radica
en el componente kraut, pues Asunción decide vibrar en la misma esfera que la
escuela berlinesa del “género”.
Sólo el track
titular acoge un sonido synth maximalista que no muta inmediatamente, sino que
se transforma de a pocos, conforme se van desgranando sus diez minutazos. En el
otro extremo, tanto “La Geografía Infinita Que Yace Y Arrea La Franja Litoral”
como “Op. 2 (Llamamiento)” acreditan pulsaciones instrumentales cósmicas que no
persiguen el dinamismo, sino que te envuelven de a pocos en hipnóticas atmósferas
contemplativas -empujándote hacia una tormenta de estática ambient que no
puedes determinar en qué momento empezó. Un enorme paso adelante con respecto
al “demo EP”.
Todavía es motivo
de polémica afirmar que el post rock vive hoy una segunda primavera anclado en
cientos de circuitos independientes alrededor del globo, lejos de los anglosajones
ghettos underground que le vieran nacer nada más iniciar los iconoclastas 90s. El
solo hecho de formular este enunciado, soy consciente de ello, revive la luenga
discusión: ¿cómo pueden considerarse los albums de Mogwai y Sigur Rós
reinventores del post rock, si éste se definía más por una estética desencajantemente
trasgresora que por un sonido en común?
Es verdad, las
hazañas de Bark Psychosis, Main, Pram o Moonshake; que no se parecen en lo más
mínimo entre sí, han sido irrepetibles, y poca relación guardan con los opus de
Bardo Pond, Explosions In The Sky y similares. Pero, tratándose de una estética
y hasta de una retórica, convengo en que muchas de las cualidades del post rock
original han sobrevivido sintetizadas en aquellos sucedáneos. En última
instancia, poco importa la pertinencia de las etiquetas, si nos topamos con formaciones
tan buenas como Oh Hiroshima (Suecia), Sleep Dealer (Moscú), Avalon (Israel),
April Rain (San Petersburgo) o Paint The Sky Red (Singapur); todas ellas dueñas
de suficiente energía, nervio y ritmo para crear un nuevo post rock, que funde
con destreza y desapego las lecciones maestras de sus mayores al math rock, al
slowcore, al indie, al ambient y hasta al lo fi.
Latinoamérica no es
la excepción: ni la Venezuela desangrada de Maduro (Días De Septiembre), ni el
gigantesco Brasil (E A Terra Nunca Me Pareceu Tão Distante, Odradek), ni mucho
menos Perú (Parahelio) o Chile. Partícipes de una camada notable donde también
militan entre otros Anguila, Sistemas Inestables, Meridiano De Zürich, La
Oficina Del Sueño y Baikonur; los cinco duchos de La Ciencia Simple publicaron
en octubre pasado su segundo larga duración. Al momento de descubrirles (abril
del 2018), su última referencia era II III V (2016). Dejé de seguirles la pista, y me perdí la publicación que es
materia de estas tardías líneas.
Hasta ahora no he
podido dilucidar el por qué del nombre del nuevo disco: III V VII. El anterior también constaba de números romanos.
Coordenadas, cadenas, acordes: nada cuadra. Lo más cerca que se amolda es la
secuencia de los números primos, pero falta el I, y además no encuentro
justificación para repetir el III y el V. En fin, teorías especulativas aparte,
III V VII es otro golazo de LCS. Su performance
superpone armoniosamente percusiones de diferentes tempos, con una carga fuerte
de lacerante dramatismo, un poco en la onda de los mexicanos A Shelter In The Desert. La media de los cortes sobrepasa los cuatro minutos, tiempo suficiente
para facturar viñetas tributarias del Ruido (“Noisetalgia”), de un minimalismo
instrumental ingrávido (“Ya No Veo Mi Reflejo En El Agua”), o de un indie math
bellísimo y comedidamente perfecto (la extensa “La Sensación Más Antigua Del
Mundo”). Uno de esos plásticos mágicos que en estos días valen doble, el firmado
por Edgar Sandoval (guitarra), Tomás Cornejo (bajo), Diego Palomino (guitarra, sintetizadores),
Gonzalo Valencia (batería, toda forma de percusión), y Rienzi Valencia (sí,
otra guitarra).
Me quedo con “AM”,
que muestra gran dominio de la batería, y la elegía ¿electrónica? de “105”.
Hákim de Merv
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