(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 23 de agosto del 2023.)
Esta lozanía ganada por el hoy cuarteto, además de descollante, ¿es plácida o serena? Excelente pregunta. Cantada, si se considera el carácter instrumental de LCS, y sobre todo el rol medular que han desempeñado las eléctricas en su música. A falta de declaración de parte, estimo que es más indicado hablar de serenidad. Porque aún cuando la ausencia de Palomino presupone un escenario un tanto incómodo, la grácil performance de Rienzi Valencia en la otra guitarra permite a la alineación salir airosa de la contingencia. El bauprés apunta ahora hacia territorios de cielos más tersos, distantes de los giros a veces sobrecogedoramente intempestivos que otrora dictaban en sociedad el bajo de Tomás Cornejo y la teba y programaciones de Gonzalo Valencia.
Tal vez todo ello se deba al equitativo balance entre instrumentos de que ahora goza el conjunto. No sé. Lo que de todas formas me queda claro es que, si esta reconfiguración responde a la salida de Diego, no se nota en absoluto. De ahí el calificativo de “sereno” antes que el de “plácido”. La placa es igual de punchera, perentoria, poliédrica y estimulante que el background hasta el ‘18 acreditado por los capitalinos. La única diferencia es que el post rock a lo Mogwai que hoy ejecutan prescinde de los rebotes/de las paradas en seco/de los saltos percusivos, en favor de atmósferas sosegadas/reposadas/pacíficas donde la estética del ambient se enseñorea a gusto.
Y no, no es que esta gente haya renunciado a la sorpresa y/o a la contundencia. Desde “Ultramar” hasta “Éter”, pasando por las elogiables “Domingo”, “Cruz Del Sur”, “Magnolia” o el inequívoco homenaje a Richard D. James “Aphex”; se percibe una suerte de lenta/progresiva/sostenida inclinación a soltar con tacto los frenos y a pisar pudorosamente el acelerador. Concentración, mesura y determinación claves en un disco producido y mezclado nada menos que por John McEntire -Tortoise, The Sea And Cake- en su base de Portland (Oregon).
Ocurre que a mediados de junio llega a mis manos la versión física del nuevo título firmado por Fernando Arce, Paisajes Del Tiempo. En formato digipack, el diseño de funda es bastante parco, a contrapelo de otros volúmenes de Trampaluz que he podido consultar. Le había dado ya un par de vueltas a la versión en línea cedida a Chip Musik Records, así que tenía algunas ideas esbozadas sobre el contenido que me esperaba. Cuán grande sería mi sorpresa al constatar que había ni-tan-pequeñas e importantes diferencias entre lo que iba revelando el láser y lo que las neuronas recordaban de las reproducciones online. Frené en seco, para caer en la cuenta de la desigualdad entre portadas, de la minúscula variación en las denominaciones, de la falta de correspondencias en los minutajes...
La variación más manifiesta, no obstante, se produce en la extensión. Mientras Paisajes En El Tiempo sobrepasa los 106 minutos, Paisajes Del Tiempo apenas si dobla la esquina de los tres cuartos de hora. Revisando info, la disparidad débese a que las sesiones grabadas entre junio y agosto del ‘22 han sido sometidas a determinados procesos de corte y edición en una primera oportunidad, y a otros muy distintos en una segunda. Cabe aquí precisar que esa primera vez -octubre- se dio con ocasión de la publicación en físico, que Arce data en noviembre del año pasado (y que en realidad salió en paralelo a PEET), mientras que la segunda -marzo del calendario en curso- ve la luz vía el BandCamp de la escudería peruana en abril del presente. Es menester tomarlas, pues, por separado.
El perfil invernal de este corpus se agiganta ante la casi total carencia de melodías -si las hay, éstas son desapacibles, prontamente ahogadas por las borrascosas texturas de agreste composición. Sintomáticamente, el efecto generado es el de sentir los motivos centrales de cada surco siempre sugeridos, nunca nítidamente visibles, flotando eclipsados por las sombras que dispensan la constante indefinición y el frío perpetuo. De hecho, son computables en 0 los casi inexistentes pasajes de calma en medio del vendaval que dispara Trampaluz (acaso reunidos en “Todo Lo Que Alcanza La Vista”). Y sin embargo, la radicalidad expuesta en Paisajes Del Tiempo palidece ante la que acribilla a su impar de Chip Musik. Ése, por supuesto, ya es objeto de otra historia.
(PD: Consigno una pieza de la edición ChM, al no existir online alguna de la edición física.)
Hákim de Merv
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