Hacía tiempo que no
me exponía al estímulo de una obra así... Confío en que haberlo dicho antes de
empezar alegue a mi favor en el pobre balance general del escueto texto -muy probablemente,
no sean las palabras adecuadas.
Música Casual es proyecto
unipersonal de nacionalidad chilena. Su impulsor, Rodrigo Mardones, es originario
de la capital sureña. Si bien tiene ya sus calendarios a cuestas, recién tres años atrás ha hecho sus pininos en solitario. Aunque es probable que antes haya
formado parte de algún grupo, no puedo asegurarlo. Lo que sí puedo asegurar es
que el no-músico ha escogido una discográfica peruana para el debut: Chip Musik
-la única plataforma online donde puede escucharse y descargarse su “intitulada”
opera prima.
Untitled es una caminata de largo aliento. Larguísimo.
Su hoja de ruta te conduce por las soledades de aquella música experimental/de
vanguardia que ya se halla a poco de celebrar tres decenios autocatalogándose
así. Las raíces son, pues, noventeras. El hecho de que la principal fuente de combustible
para este viaje sea un abundante corpus de grabaciones de campo, remite al cut-and-paste
orwelliano de Scanner (Robin Rimbaud). Estos fragmentos vienen adheridos a una
basca interminable de aleatorias imperfecciones sonoras, que aportan decrepitud
y anomalía a imbricadas texturas cuya expresividad posee una significación típicamente
“humana” -la del desacierto, la del fallo, la de la equivocación.
Es el de Mardones,
entonces, un ambient de ampulosidad inexistente; que incluso podría catalogarse
como yermo o estéril si no fuera por la carga negativa de la que siempre
estarán embebidos ambos adjetivos. Un ambient que observa férreamente una
draconiana economía de medios, y que dista mucho de ser un facsímil de la obra
de Scanner. La manera en que Música Casual procesa-loopea-y-dispone la materia
prima de la que se alimenta, evoca los días en que Oval dotaba de dimensiones
filosóficas al recurso del Error y de ominosa significancia al Ruido en la
música digital de aquella desvanecida década.
Esta
instrumentalización de yerros, lapsus y deslices se hace luminosamente notoria
en “Folclor”, por ejemplo; donde por espacio de varios minutos desaparece todo vestigio
de sonido. O en canales como “Trabajador 5” y “Trabajador 3”, en los que drops y
ruido de superficie parecen cebarse. Pero nada más notar el sempiterno siseo de
cinta que traspasa todos los tracks, la intencionalidad de esta
instrumentalización queda prefijada. Es ella la que construye desde lo
meramente cacofónico, desde los retazos de conversaciones (“Taxi”), utilizando como
médium al artífice del acomodo y del acoplamiento que es el individualista.
Un disco sumamente
difícil, de ésos que aún pueden dejarte exhausto/a si no tienes experiencia
previa (e incluso si la tienes), y que reafirma/valida la paradoja en la que
cayó el avant-garde antes del cambio de siglo -indescifrable y hasta tedioso
para el oyente pop, tributario de una forma de esculpir sonido que sigue
luciendo idéntica cerca de treinta años después.
Hákim de Merv
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