Ha querido felizmente
el Destino que sólo se esfumasen dos años -menos, en realidad- antes de volver
a tener nuevas de Culto Al Qondor relativas a su discografía. Pese a lo borroso
y “deliberadamente accidentado” del registro, aún se halla en pie el recuerdo
de su debut Templos (2017) y el
torrente de timbres enteogénico que manaba del repertorio. Escuchado el
lanzamiento de este 2019, satisface comprobar que los cambios implementados en
éste han redundado unánimemente en favor de la banda y el peculiar sonido que
enarbola.
Como sucediese con
los de Templos (en el desaparecido Hensley
de Monterrico), los temas que dan forma a esta novel rodaja se grabaron en un
bar, el Macchu Picchu. El proceso, que fue bien distinto del seguido para el
estreno, corrió por cuenta de Joel Álvarez y culminó en agosto del 2018; antes
de que el baterista Aldo Castillejos -¡cómo se está haciendo esperar lo último
de Registros Akásicos!- abandone el país por circunstancias laborales. Las
subsecuentes mezcla y masterización del álbum, respectivamente a cargo de Álvarez-Miguel
Ángel Burga-José Antonio Flores-a.k.a.-Dolmo y de David Castillejos, postergaron
su salida hasta mayo del presente año. La alineación de CAQ sigue siendo la
misma: Burga en bajo y dronismos varios, Aldo en baquetas y loopeos, Dolmo en
guitarra y delay. Se hace necesario, eso sí, remarcar la participación de
Antonio Ballester -Blue Velvet, Silvania, Server- en algunos tramos del disco.
Sí, porque los
sintes y demás florituras electrónicas del colaborador decididamente han sumado
en la no demasiado perceptible irradiación a que el estilo de la terna ha sido
sometido. Culto Al Qondor sigue alimentándose de/inspirándose en aquellas
lecciones maestras que legasen el space rock y sus poderosos despliegues de infinita
arquitectura hiperbólica, la psicodelia y sus incendiarios jammings de
connotaciones surrealquímicas, el kraut rock y su francotiradora vocación
experimental -incluso el oscuro heavy ‘tritónico’ de los primeros Black
Sabbath. Pero, a diferencia de lo que se evidenciaba en Templos, en este Electricidad
el cruce de influencias ya no se me acomoda equitativo. Algunas voces han
apuntado al alza del elemento psicodélico de variedad floydiana. Sin menoscabo
de tal valoración, advierto que el cambio neurálgico radica en que el magma del
terceto sale expelido adoptando giros propios de la Berlin School, la rama más proyectadaza
y electro del kraut rock -aquí no vale mencionar a Kraftwerk, que dejó de
pertenecer a esta comunidad de adelantados alemanes en una fase muy temprana,
para escribir su propia y gloriosa historia-.
Permíteme alegar,
antes de que empieces a juntar legumbres descompuestas y piedras filosas. No es
que CAQ se haya deshecho de sus “instrumentos reales” (¿?) para financiar
Hammonds, MiniMoogs, audiogeneradores o armóniums. Lo que digo es que las
evoluciones picapedreras en ácido que produce el ballet entre bajo y batería, los
ininterrumpidos devaneos del primero, los inalterables puntazos que dictan el
imponente latir de la segunda, la atmosférico-minimalista performance de una
guitarra tan iterativa en sus acordes como teleológica en sus riffs; cuajan en
sinuosas/melancólicas/desbordantes zarabandas extrasensoriales que recuerdan
mucho a la kosmische musik que Klaus Schulze y compañía firmase en los 70s. El
aporte de Ballester en “E1” y en la coda que corona a “Catedral (E3)”, track de
24 minutos y monedas, le da a la jornada el psicotrónico acabado mate que la
convierte en señera obra maestra a destacar en el contexto de la escena
independiente nacional de todos los tiempos.
Pendular paisajismo
sinfónico, hechicero psych post occidental, adictivo ambient-drone
retrofuturista. Tres maneras, no excluyentes entre sí, de describir igual
número de surcos dispuestos a lo largo de rotundas cinco decenas de minutos. La
norma, por desgracia, dicta que escoja una de estas vastas gradaciones
‘afásicas’ como representativa de las múltiples virtudes de tan parejo vinilo.
Me quedo con la obertura como perfecta invitación a degustar las psicoactivas
delicias de lo nuevo de Culto Al Qondor.
PD: Recién hace un
par de calendarios, me entero de la existencia de un revival en toda regla de
la escuela berlinesa. Esta asonada, que arranca tímidamente durante la segunda
mitad de los 90s, en esencia es protagonizada por músicos anglosajones. El
germano Fastidious Android, los suecos Ved y Fontän, y el combo británico
Redshift (1996 es el año del homónimo primer round); son algunos de sus
principales adalides.
Hákim de Merv
No hay comentarios.:
Publicar un comentario