Extrañísimo el
viraje que implementa Cholo Visceral en su más reciente producción en estudio,
empezando por la alineación. El Vol. II
(2016) fue ejecutado por Israel Tenor (guitarra), Arturo Quispe (guitarras, teclado,
voces), Joao Orozco (batería), Manuel Villavicencio (bajo, voces), Max Vega
(saxo) y Silvana Tello (theremin, voz, percusión; aguardo paciente el debut
tras haberle dado vueltas a las pistas adelantadas en su BandCamp). Para Sutilezas EP (mayo), la formación ha
quedado reducida a Quispe (ocupándose de la batería) y Villavicencio, a quienes
ahora acompañan el tecladista Beto Cerquera y el guitarrista Kevin Lara -quien co-firmó
el homónimo paso inaugural (2013). Nótese, además, que es lo primero de ChV sin
vientos y con puesto fijo para los teclados. Una y otra característica coadyuvan
al tránsito -¿momentáneo?- del combo por la ruta que recorre este sucinto
artefacto.
En el telón arriba de
“Amanda”, que dura 32 segundos, el cuarteto necesita apenas los últimos 20 para
borronear todo residuo de su distintivo sonido ‘power progresssive’. Sustituyéndole,
se escucha un murmullo ininteligible como prólogo a trenzadas grecas eufónicas
de origen retro -nunca tanto como para volver vista y oído hacia los 70s. Y si
al fan promedio de Cholo Visceral puede no sorprenderle demasiado este fugaz
intro, “Eros Vaporwave” de cajón lo pesca desprevenido, con su proclama de inédita
síntesis entre el progresivo de raíces jazzy y el vaporwave. De este último recolecta
su plástica exuberancia ensoñadora, la intensidad con que evoca apacibles
sonoridades de antaño, mientras que del primero repesca el eficaz timing de su
compulsa capacidad improvisacional. Altamente improbable, semejante unión deviene
real gracias a que ChV potencia el swing tan smooth incubado en el filón muzak
del vaporwave.
No tan corto como
“Amanda”, lo único que hace “Fm” es rendirle honor a su nombre: el notorio dial
salta de notas calcadas de “Eros...” a jirones en colisión de las primeras suites
de la banda. El final llega de la mano de “Géminis”, casi ocho minutos donde
vuelve a aparecer ese excéntrico balance entre prog jazz y vaporwave -si bien rato
después de sobrepasada la mitad, el vaporwave se esfuma del todo, emergiendo el
sonido clásico de ChV en un plan más liviano (scratch incluido).
Siento una gran
curiosidad por saber si esto es sólo una extravagancia que el grupo se ha
permitido, o si será la norma sobre la que trabajarán próximas entregas. Ahora,
a aplicarle al acabadito de estrenar Live At Woodstaco (su primer álbum en vivo).
Hace siete días
aplaudí la determinante colaboración de Antonio Ballester (Blue Velvet) en el
nuevo disco de Culto Al Qondor (Electricidad).
Me toca hablar de él otra vez, a propósito de Server y su epónimo EP -aunque,
la verdad, el opus se prodiga bastante más que un extended.
Server es el alias que
bautiza la asociación entre Ballester y Andrés Pérez. Al concretarse (2017), lo
hace con el nombre de Videodrome, en inequívoco homenaje a la extraordinaria película (1983) del esteta canadiense David Cronenberg. Influenciados por la
electrónica de viejo cuño, ambos músicos comienzan a grabar demos que
desembocarán en un primer tema, rescatado como la apertura de su referencia
debut.
Es ésta una curiosa
mezcla de synthwave de principios de los 80s, de estética Hi-NRG de mediados de
la misma década, y de ese sonido 4/4 anabolizado-con-graves-artificiales tan
característico del único mago verdaderamente grande que tuvo la repugnante
música disco -el maestro Giorgio Moroder.
Maquetado como tour de force (entiéndase tracks
entrelazados) y modulado en ocho canales, Server EP es un registro de 32 minutos realizado de una sola toma. El extended sublima
la herencia del genio italiano utilizando a tal fin sintetizadores que no cesan
de implosionar y/o burbujear, sea que eleven los timbres hasta alcanzar notas que
de puro chillonas se convierten en kitsch, sea que desciendan hasta bajo cero
al revivir el glacial synth de los precursores británicos. De “Quema Todas Tus
Cosas” a “Tecnocacerismo”, un desfile constante y triunfal de circuitería
electro secuenciada, coloreada por pedaleras de guitarra. Produce Mario
Silvania -Antonio se ha integrado a la nueva formación del célebre grupo-, quien
se ha desenvuelto para esta jornada con la mano de un japonés: con profusa producción
electrónica, le da al EP un acabado marcadamente austero.
Como asimismo
Daniel Dávila (Taneli Lucis), Ricardo Agüero pertenece a las nuevas
generaciones de músicos/no-músicos peruanos independientes, inscritas en los
frentes de avanzada. En su caso particular, por ahora ha consagrado energías al
shoegazing, al post rock y al Ruido; según lo paladeado en el estreno de su
unipersonal, Ricardo's Blue Shine.
Aparecido en enero,
Matrix Cósmica EP se compone de dos
movimientos: “Atardecer” y “Puente”. Gestados ambos sobre palios ambarinos e
índigos, son todo menos parecidos. En una esquina, “Puente” es un ejercicio de
yuxtaposición abstracta entre reverberaciones de una psicodelia fantasmal y
ruido punzante de lesiva sobrecarga, que sólo hacia el epílogo adquiere
contornos más clementes en su melodiosidad. “Atardecer”, en la otra esquina, asoma
como corolario de una mística sesión de ascesis psicosomática a través del
Sonido: el dream pop en que encarna se alimenta de los Cocteau Twins circa Blue Bell Knoll (1988), pero debo decir
que termina siendo bastante plano, o al menos así lo hace lucir su prolongado
minutaje.
Pese a sentirme más
cerca de “Atardecer”, prefiero destacar a “Puente”. Tarjeta de presentación con
puntaje promedio, nomás. Veremos cómo evoluciona a partir de ahora.
Last but not least, la de Specto Caligo debe contarse
entre las puestas de largo más auspiciosas del 2019. Formado hace relativamente
poco (fines del 2017), la cara más reconocible del cuarteto es la de Herrmann Hamann, de los músicos más talentosos que habita la escena independiente peruana
del nuevo milenio -colaborador del difunto Leo Bacteria en Insumisión, partícipe
de las míticas Trigal Sessions, solista, impulsor de Hamann Y La Luna, miembro de los
primeros Cinco Esquinas y de Jacko Wacko... Seguro se me pasa más de un nombre.
Junto a Hamann, militan en SC Angélica Carlos, Raúl Vega y el ¿ex? Varsovia Fernando
Pinzás. El mote del proyecto viene del latín -“vislumbrar la niebla”-.
Pero, honestamente,
más que vislumbrarla es sentirla, olerla, penetrarla, adentrarse en ella. Y más
que niebla, es oscuridad prácticamente material. De entrada, arte y título de Distorsiones Óseas -para no hablar de su BandCamp oficial, casi se te desprenden las retinas tratando de visualizar con
nitidez el contenido del site- conjuran la morbosa sordidez del industrial de
fines de los 70s, la apocalíptica malignidad del post industrial de principios
de los 80s. No son, sin embargo, las influencias centrales del grupo; más allá
de la angustiante apertura homónima del cassette (para la que Hamann y la
Carlos acometen percusiones metálicas dignas de Einstürzende Neubauten). La
porción mayoritaria en ese sentido la ocupa una exhibición nada pacata de climas
tenebrosos, cortesía del dark-gothic ochentero (Fields Of The Nephilim, Bauhaus
y -en menor medida- And Also The Trees), sólo que en clave más minimal y
vigorosa.
Las simas del
Tártaro quedan expuestas ni bien comienza a firuletear el bajo de Pinzás en “La
Danza”, sensación subrayada en la perniciosa “Burden” (¿un guiño a The Wolfgang
Press, otra banda clásica de aquellos ‘siniestros’ calendarios?). Y aunque
luego el diástole de la cinta entra en una calma ominosa con “Sombras” y
“Paralysis”, no más ligeras pero sí menos estremecedoras, Specto Caligo retoma la
curva hacia el averno en “Séptimo Sello” y en “Camélidos Endemoniados”; broncos
diminuendos donde la guitarra de Vega y las escalofriantes vocales de Angélica -preñada
de ayes invisibles- acaban por hundirnos en las tinieblas, a merced de un
terror ciego. Magnífico.
Hákim de Merv
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