#AguanteChile.
Cuarta estación en
su trayectoria discográfica, Animita
trae de regreso a Adelaida, el terceto valpeño curtido en forjas inéditas manipulando
la Distorsión de niveles dBA potencialmente perniciosos. Compruebo que el ducho
alias se sustenta en la misma nómina desde los tiempos en que Natalia Adelina
Díaz abandonase el barco: Claudio Manríquez a.k.a.
Jurel Sónico (guitarras, voz, synth, pandero), Naty Lane (bajo, voz, coros, teclados)
y Gabriel Holzapfel (batería y voz). Curiosamente, el esférico se ha concebido
como el “pago” de una “manda” solicitada a/concedida por Émile Dubois -el
equivalente a “las ofrendas por los favores recibidos” de los santos, oficiales
o no, en el Perú. De ahí la portada, una representación del mármol dispuesto sobre
la tumba de Dubois, e incluso el nombre que recibe este Animita.
La placa tiene
mucho de lo que Adelaida ha mostrado en entregas anteriores, esta vez en
proporciones adelantadas únicamente por “Fantasma”, el estupendo single del
2018. No es gratuito que “Fantasma” haya sido repescado aquí, lo mismo que los 45s
de promoción “Ya Siento” y “Perdida”. Otra novedad a subrayar es lo albo que
suena el repertorio pese a la recurrente presencia de efectos distorsivos, como
si mediante la ascesis zen el trío hubiera atravesado el ruido hacia un estado
de quietud y contemplación.
Y es que el
conjunto luce maravillosamente controlado, llegado a su propia madurez
expresiva tras ocho años de andadura. Sin pisar el acelerador, el post grunge
de “Perdida” y de “Efervescencia” dosifica los decibelios, contendiendo con el noise
en lugar de cederle las riendas. No es el momento. Éste llega con las
fulminantes baquetas de “Kraken”, pero sobre todo con “Mundo”, en donde la
guitarra de Manríquez llamea y el bajo de Lane construye escherianos loops
acrobáticos. Las variables se acomodan a partir de la majestuosamente
psicodélica “Valhalla”, y así se mantendrán hasta “La Manda”: la contundencia de
rollos como el grunge y el stoner ven disminuir la adrenalina rítmica y
redirigirse sus energías hacia un mayor tremendismo sonoro. Ya sea el
shoegazing (la insular “Coral”), el guitarrorismo a lo Sonic Youth (“Fantasma”)
o el post hardcore (“No Hay Daño”, junto a Chini.png -o María José Ayarza en
plan solista-), las características centrales que han hecho de Adelaida una
gran banda figuran ecuánimes en ese tramo.
El acceso hepático de
“Ciego Y Sordo” es un cachetazo que te coge con los pantalones abajo. A pesar de
que luego Adelaida trata de alivianar esta brusquedad con “Ya Siento”, el
sacudón goza de una segunda vida gracias a “Yo Tenía” y su punk a lo Bikini
Kill. Por fortuna, para el epílogo de Animita
los portuarios escogen una composición drásticamente distinta del resto. La
acústica “Estrellas De Mar” es una tonada inusual desde su tranquilidad, amansada
por aires de balneario en atardeceres soleados, embebida de sosiego -como
alguien ha escrito previamente, la cortina “para los créditos finales de una
película”.
Queda claro que
Adelaida ha encarado su nuevo trabajo regenerando la tímbrica de jornadas
precedentes, inspirándose y a la vez conteniéndose, siendo consciente de/planificando
los detalles más insignificantes. En el camino, al menos por ahora, ha dicho adiós
el shoegazing, señal de que el filtraje estético se inclina hacia el lado más bullanguero
pero también menos elaborado; como abandonando el Paraíso y regresando a la Madre Culebra (sin olvidar lo aprehendido en la técnica). En ese nimbo han decidido
los chilenos echar raíces y crecer. Lo mostrado hasta la fecha me invita a
seguirles el rastro sin reticencias.
Del mismo árbol que
Adelaida, un brote jovencísimo ha dado su primer fruto en mayo. Luego de un
lustro de vida y tres temas publicados durante ese período, los santiaguinos de
Aramea colgaron en varias plataformas online a su primogénito. Con chapa de
connotaciones bíblicas, el grupo está formado por el guitarrista ‘Sonic’
Verdejo, el batero Matías Montecino y el bassman Flavio Zárate. Este último
pone además la voz, mientras los demás apuntalan los coros.
Solsticio retrata a un trinomio abroquelado cuando sus
integrantes todavía estaban en el colegio. A día de hoy ninguno llega aún a los
21, y continúan exhibiéndose nóveles pese a sus cinco almanaques de trajín. Acorde
con esa circunstancia, los ‘triates’ definitivamente no son originales, pero sí
auténticos. El combo se muestra en este lance tributario de adalides noventeros
que, si bien trabajaban con la Distorsión al tope, la moldeaban de una manera
convencional. Son claras las influencias del hype alternativo, del sonido
Seattle, del rapcore, e incluso del indie nacido al amparo de esa década. Esto
último es más palpable en la cualidad inherente conferida al álbum durante la
producción, que esgrime un registro borroso, casi lo fi.
Los 31 minutos y
monedas de Solsticio son desbordados
por esas energía y vitalidad que se experimentan con vehemencia irreprimible
sólo en la primera juventud. Las dos pueden exteriorizarse de forma veloz e
impetuosa, como en “Paranoia”, “Avaricia” o “Letargo”; pero las más de las
veces cuajan en intensos números de electricidad centelleante y revoluciones a
media máquina -“Sofrosina”, “Punzó”, “Disyuntiva”, el efímero “Insomnia”... Asimismo,
ambas se enroscan en torno a líricas que brincan del bajón desarmante a la
furia explosiva, viceversa y de regreso. Como ejemplo de ello, “Lapidícolo”,
que va de “Nervios De Punta/Déjenme Crecer/El Opio Que Siembro En Mis Manos/No Es Lo Mismo Que Yo” a “Y
Al Silencio Obedecer/Y Al Silencio
Obedecer/Agonía Punzante En Mis
Recuerdos/Deja En Mañana Al Anochecer”.
El angst post
adolescente no se lleva mal con la fuerte compenetración a nivel instrumental que
los capitalinos acreditan. Merece destacarse este rasgo en una agrupación bisoña,
que necesita crecer más allá de los efluvios genéricos a Deftones, a Weezer, a
Alice In Chains o a Collective Soul; destilados todavía por su música. Idénticamente,
merece destacarse la agenda recargada de Aramea en tiempos de emergencia
sanitaria: sesiones en streaming, tutoriales, conversatorios vía Zoom...
Solsticio contó con la colaboración de Jurel Sónico
(“Punzó”) y Naty Lane (“Lapidíloco”, “Avaricia”, “Letargo”). Para su producción
y mezcla en Lagartija Estudio, además de los antedichos participó Pablo Gálvez
(Cangrejo).
Hákim de Merv
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