(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 18 de noviembre del 2020.)
Ingresado a la cancha a principios de siglo, ocupando desde el saque plaza en diversidad de compilaciones, el de Norvasc ha sido un nombre cuya presencia constante a través de los pliegues más enrevesados de la escena independiente nacional no ha precisado respaldo de obras in extenso. Bien gracias a sus primeras escaramuzas en el triple Mixtape (2004) de Internerds Recors o en el legendario Vamos A Ser Felices (mismo año), bien gracias a su largo historial de contribuciones al catálogo de Chip Musik, Gerardo Flores se las ha arreglado para participar de varias jornadas en las que nuestras vanguardias sonoras han asumido roles estelares -sin mayor requisito que un puñado de piezas dispersas, la totalidad de las cuales hasta el 2009 fue recogida en Norvasc, compendio ¿oficial? para libre descarga que actualmente ya no se encuentra disponible (creo).
Descontando esa suerte de epónimo Ten Rapid..., pues, le ha tomado a Norvasc cerca de veinte años vertebrar el estreno formal. En modo mini-álbum y recurriendo de nuevo a la homonimia, el esfuerzo ha sido editado por la norconeña SuperSpace Records. Atendiendo a la máxima acuñada por el viejo Elvis Costelo (“tienes 20 años para hacer tu primer disco, pero sólo uno para hacer el segundo”), no juzgo necesario aquilatar a este nuevo Norvasc considerando los lustros que lleva el gafete en circulación, sino sus propias cualidades intrínsecas -habida cuenta de lo cual, comienzo diciendo que es éste un excelente debut, epítome de los caminos que el limeño ha trajinado a posteriori de “Tractatus”, su primer tema publicado.
Sobreseo la portada, guiño personal a la cultura grind y al finado Leo Bacteria (de quien Gerardo fue amigo cercano). No guarda ésta relación alguna con el contenido de la placa: ni bien se desgaja “Intro”, rango y dominio de Norvasc quedan demarcados por la devoción al Sonido que cultivan aquellas huestes abroqueladas en derredor del rótulo avant garde tras los 90s. El unipersonal expele un shoegazing de duermevela, ensamblado a partir de recias capas donde la textura es la realidad primera y última. Dichas capas se posicionan unas detrás de otras, en número tal que, antes de regresionar hacia la primera, mejor es disfrutar del ensueño que ese feroz arrullo resuella. La sobrecarga voltaica planteada se encarama sobre osamentas de ascendiente digital para accesar al bagaje bliss pop cuando la coloración del surco lo requiere -luego de la apertura, siempre o casi. Ahí están “Marchas Sanmarquinas” (arrancando con un fantástico timing rockero, termina convirtiéndose en un géiser de éter), “Colofón” (finaliza intratable pese a su despegue cuasi-acústico) o “Post 2” (la conexión con Windy & Carl es inmediata) para corroborar ello (y lo mucho que pesa la chamba en mezcla).
Las dos menciones honrosas en una travesía llena de buenas noticias, cuyo único defecto es ser bastante corta (no trasgrede los 28 minutos), se las llevan “Plaza Bolognesi” y “El Dorado”. Finalizado el rendezvous al Shambhala del bliss que es “Post 2”, “Plaza...” nos devuelve a parajes más rock, ahogados siempre bajo una riada de noise guitarrero que roza niveles de caos impenetrable. Ese mismo caos es menos dramático en “El Dorado”, pero acaso más asfixiante, deformando hasta lo ilegible el aporte vocal de Ángela Ruesta (Soma, Gelatina Magma) apercibido en medio de la tormenta -y a la vez matizando el acceso de neopsicodelia que se hace de la batuta al promediar el track. De los trabajos locales más rotundos firmados en los últimos meses.
Flores ha avisado que se viene nuevo disco antes de que termine el calendario, en registro completamente distinto de lo que ha ofrecido este Norvasc versión 2020. A ver si es verdad tanta belleza.
Apartado sólo temporalmente de su quehacer como Aloysius Acker, que ya anunciase la salida de nueva producción para fines de este año/principios del 2021, el polímata José A. Rodríguez debuta usando denominación civil a través de una colaboración para la plataforma chilena Rata Sorda Rec -especializada en ruido y arte digitales. Habiendo fijado domicilio siempre a la vera de las escenas experimentales peruanas, sin adentrarse nunca tan de lleno en las espesuras visitadas por los colectivos más obsesionados con el Ruido, sorprende constatar la faceta que el músico ha inaugurado en Manual De Ornitología.
Inspirándose en la estética glitch -que en los 90s dotase al Ruido de una funcionalidad a prueba de balas (la del Error)-, Rodríguez ha pintado dramáticos cuadros de galopante y tuberoso urbanismo, anegados de envenenada entropía neoplásica desde la carátula misma, magnífica instantánea que resume el cariz de aquello que va a acecharte durante poco más de media hora tras presionar play. El pantone timbral de que se premune el capitalino se halla compuesto de software y sintetizadores, sí, pero también de instrumentos de cuerda como el violín o la guitarra, así como de diversos objetos metálicos susceptibles de generar patrones de percusión. Mediante improvisaciones en las que el Azar desempeña papel central, el Manual De Ornitología es más un tratado de aleatoriedad bersek, una colección de viñetas que grafica cómo el Ruido puede ser simultáneamente desestructurado/descompuesto/triturado/reciclado, cual si se le abandonase a inmisericordes condiciones ambientales de corrosión/desgaste (“Endecasílabos”).
El Ruido en Manual... es, ergo, vejación y vejamen; consecuencia de desbocadas simbiosis (“Sedimento Fluvial”) y/o de impúdicas ósmosis (“Óseo”). Las formas que sobreviven a la traumática experiencia, seleccionadas e impuestas por Rodríguez en el proceso de edición, favorecen que ese Ruido trastoque en puro sonido las paredes descascarándose (“Siluetas De Un Jardín Vacío”), los cables retorciéndose epilépticamente (“Thanato Estàtica”), el reflejo del aire azotando los restos inertes de una post-moderna megalópolis fantasma (“Transcom Detritus”, “Vida Social De Una Estatua Rota”)... Es sólo al final, con “Vistiendo A Un Hombre Muerto”, que el autor se permite el uso de un lenguaje más reconocible -¿free jazz? desacelerado e invadido de glitcheos mil, la esquirla que sobra en este menhir erigido a las posibilidades que todavía hoy le quedan al Ruido sin apelar a la sobresaturación de frecuencias.
Mirando esa joyaza de documental que es Memory: The Origins Of Alien (2019), al que puedes acceder desde el excelente site Área Documental, caes en la cuenta de que el paradigmático film incluye un detalle desapercibido para casi todo el mundo por espacio de cuatro décadas: la ininterrumpida presencia de un zumbido de fondo que acompaña todo el metraje hasta muy poco antes del desenlace, zumbido cuya percepción es equiparable a la del hiss del cassette o -mejor aún- a la del ruido rojo.
Lo que no sé decirte es si ese zumbido que noto después de escuchar tantas veces el MDO es una psicofonía inducida por el esférico, o si de veras existe, o si se trata de un psicoacústico efecto colateral, o si...
Hákim de Merv
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