(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 16 de diciembre del 2020.)
A Abdel Del La Cruz, do quiera se encuentre.
Triplete rojinegro ad portas de culminar el año pandémico.
Algo tremendo remece en estas semanas la existencia misma de La Vie. Una metamorfosis tras la que, al parecer, no hay vuelta atrás. Si Magic Mushroom (2018) impelía al acto arequipeño a clavarse entre las erizadas corrientes submarinas de la música electrónica con mucho de bagaje experimental, preservando ese amor por el formato canción que orlase sus primeros pasos, Sacred Valley saca lustre al ochenio del alias lastrándolo más hacia esas profundidades y borroneando grandemente esa ácida filia pop que todavía persistía -sólo un tercio del contenido le ilustra, y harto matizado.
¿Cuán determinante asoma la evidencia? Circunstancial de momento, pero avalada por el citado antecesor y la presente situación sanitaria. Diego Romero concibe su quinto largo solista lejos de casa, en ese Valle Sagrado de los Incas que no se cansa de recorrer el Urubamba (Cuzco), guardando estricto encierro durante la cuarentena decretada a causa del COVID-19. Desconozco si el confinamiento agarró allí al músico, si el traslado estaba planeado de antemano para efectos de composición y grabación, o si pasó un poco de ambos. Como fuere, contados lugares naturales del país transmiten la energía espiritual requerida para la elaboración de un disco con las trazas de este Sacred Valley -que desde nombre y portada ya te ponen sobre aviso.
No resulta inexacto afirmar que SV posee ribetes drónicos, si bien urge de una explicación adicional. Apelo a la adjetivación derivada del drone porque se trata de un álbum minimal para los estándares de La Vie, que ya habían sido zamarreados por Magic Mushroom y el 7’’ dedicado a La Monte Young. A las grabaciones de campo que hormiguean de la obertura “Undine” al desenlace epilogal “Initiation” -vigorosos cantos de pájaros, tranquilizador tintinear del agua- se superponen clústeres entrecortados pero sostenidos a rajatabla. Espacio para digresiones armónicas, queda muy poco en viñetas como la monocorde “Chant From The Masters” (de aerodinámico noise), la resonante fluidez zen interválica de “The Tibetan”, la ya aludida “Undine” o “Eliphas Lévi” (dedicada al decimonónico mago francés lector de la Kabbala Denudata y de las obras de Antoine Fabre d'Olivet y Emanuel Swedenborg). Menos severo, ese minimalismo de notas casi pedales se enseñorea además en “Mutation” y en la pieza epónima, si bien la primera es más mudadiza. “Sacred Valley”, por su parte, acredita un ni tan lejano tufo a bliss pop; imbuido de irisadas ondulaciones en sus extremidades -quizá el contrapeso imprescindible a la participación de Anamorph Experimental Music, colectivo vienés de avant garde.
El flanco más asequible de la entrega se revela en pasajes en los que aún resiste el viejo perfil de La Vie: el de acústicos arpegios, el del folk que se transfigura en new age y/o viceversa, el del ambient pre-digital. Ese La Vie de emociones conmovedoras sobrevive, ya tamizado, en la pacífica bonanza de texturas que integran la fugaz “Initiation”, en la enternecedoramente despojada “Mysterium Magnum” y en la flemática “Contemplation”. Todas ellas de corta duración, encuentro sintomático que se hallen desperdigadas como cuñas en medio de los oscuros ecos e iterativos sintetizadores acopiados por espacio de poco más de tres cuartos de hora.
¿Volverá a ser La Vie el proyecto de antaño, entonces? Yo pienso que es lo de menos, siempre que Romero no olvide el punto de partida ni pierda de vista el de llegada.
Algo ha pasado con La Ciudad Negra entre el lanzamiento de su primer sencillo y la elaboración de su reciente ¿EP? ¿mini-LP? La banda, fundada a inicios del 2017 en la capital mistiana, ciertamente ha sufrido algunas modificaciones en la alineación; pero no es a ello a lo que me refiero. Colgado en octubre del 2018, “Vomitorium” anunciaba un renovado crossover de noise rock, grunge y stoner; renovado en tanto fatigaba coordenadas estilísticas cercanas a las que recurriese Miguel Málaga capitaneando experiencias anteriores -Los Death Monkeys y Perros De Presa.
Editado en tape por la plataforma mapocha Sacred Necrophiliac, SCAR/Abajo califica más como un EP que como un mini-LP; y le reporta inesperadas variantes, respecto del single debut, al cuarteto que completan Ángelo Salazar (bajo), Blas Cruz (teclados y bajo) y Aníbal Guillén (batería). El giro más notorio está ligado al registro, que parece como cubierto por un velo. Asumo que es elección consciente, acaso para darle al extended un acabado que maride mejor con la recalibración ensayada.
Otro viraje a subrayar es la incorporación de un tenue color psicodélico, extraído de la variable stoner y que consecuentemente le debilita. Aunque el grupo flirtea con el género de Cult Of Luna y Lower Slaughter, lo hace en mucha menor medida de lo que avisaba “Vomitorium”. La avezada y punchera mezcla de grunge y noise rock se ve favorecida por esta declinación, robándose las cámaras durante la primera mitad del EP y dejando para la segunda los apuntes de ascendencia psicotrópica y esos guiños stoner a los que LCN aún condesciende.
Cuatro canales, dos lados. En el primero, las canciones -ruidosas, grunge-, hirviendo de furia, estruendo e ironía. En el segundo, los instrumentales -lisérgicos, stoner-, a los que les falta el mismo pulso firme que gobierna a sus contrapartes. Pese a que cada cara tiene tintes diferentes, hay algo que les iguala: las parejas “En Un Cohete Al Sol”-“Avalon” y “Cazar Moscas”-“Nace El K-Ohs” se entrelazan a través de sendas estructuras-puente, nebulosas secciones de sonidos atmosféricos que respectivamente dan pase al segundo track de cada lado, en plan conceptual.
Próximamente, la independiente canadiense Subvision se encargará de la edición en CD de SCAR/Abajo.
Algo fantástico debería suceder con el excelente estreno de Alunaki. Sin embargo, nunca se sabe con la escena independiente nacional. Así que mejor intentar guardar la compostura. Intentar...
Raúl Begazo, 50% de dúos de notable trayectoria como Paisaje 3 y Orquídea, guitarrista de Aero y de Fobya; se tomó un tiempo para chambear a conciencia las composiciones que vertebrarían el debut de su seudónimo en solitario. El semblante de éste se vislumbraba gracias a las influencias que el arequipeño ha recorrido en aquellos combos en que su presencia fuera más patente -el shoegazing en primer lugar, y en menor medida el sonido Bristol. Además, un porcentaje del repertorio correspondía a outtakes de Fobya, a los que Begazo dio numerosas vueltas antes de encontrarles sitio. Desafortunadamente, el upload del esférico tuvo lugar en la víspera del inesperado, lamentable deceso de Abdel De La Cruz -la otra mitad de Orquídea, líder de los darkies de Fobya y amigo personal de Begazo.
Telescopio -¿puede haber un título más baggy?-, pues, tiene una marcada impronta ethereal noise, pero también otra bien en la onda postpunkgaze de los 10s. De hecho, abre con la pista homónima y “Dushhand”, cargadas ambas de ese estilo que conecta el post punk adlátere al primer dark con el dream pop de octanaje extremo. Otros cortes de dicha aleación son “La Señal En Ti” y “What If” (encantadora performance vocal de Orfa Ponce, que también hace los coros en “Dushhand”), ubicados juntos al inicio de la segunda mitad. La ensombrecida languidez que corría por las venas de esas músicas nacidas al albor de los 80s, y que conoció una segunda juventud a través del revival del nuevo siglo (y los devotos émulos que ha tenido siempre), sale a la superficie en estos rounds de macizos graves y nostalgia filtrada mediante la electrónica (sobre todo en el colofón de “La Señal...”).
La mayor fortaleza de Alunaki es el shoegazing, empero. Éste calienta motores con la accesible “Dreams” y se vuelve im-pa-ra-ble gracias a “Diboom”, primer remezón de volumen tan meticulosamente confeccionado. La estruendosa carga decibélica de pares como el ruidoso “Otoño” o el incendiario crepúsculo pincelado por “Murió En Un Sueño” (magnífica Christy Monzón, que también gorjea en “La Señal...”) se abre paso a través de Telescopio empapando asimismo el aura de las canciones mencionadas en el párrafo anterior, enfatizando el cálido reverb étersónico de colores incandescentes que Begazo dispensa a discreción.
Aún la terna de cierre, en que el guitarrista se decide por un prudente acercamiento al trip hop, queda inoculada por la reciedumbre/el nervio extra que el volumen demoledor de la mezcla le confiere al disco. La ensimismada cadencia de “Vomit” (donde Ponce vuelve a lucir su talento), la inteligibilidad meta-synth de “Icarus” y el asalto más bien Madchester de “Mar Vacío” -su encuadre aquí es discutible, ya que también se premune de un muro de distorsión digno de The Jesus And Mary Chain y My Bloody Valentine- culminan una puesta de largo impecable por donde se le aborde.
Conservo indicios fidedignos sobre tomas que no llegaron a ocupar plaza en Telescopio, por variopintas razones. Ello habla maravillosamente de un proyecto con mucho potencial de cara al futuro en corto y mediano plazo. Por eso, animo a Raúl desde estos bytes a no tirar la toalla como Alunaki. Aunque los acontecimientos que rodeasen la salida de la obra hayan sido dramáticamente luctuosos, la mejor forma de honrar al hermano que se fue es justamente seguir adelante. Abdel sería el primero en estar de acuerdo.
La extraterrestre carátula ha sido tratada por Richard Chuquitaype -Fobya, Lunes, El Estéreo Tipo- quien también se portó con la premasterización de “Icarus” y los arreglos de batería y guitarra en “What If”.
Hákim de Merv
excelente me encanto "murió en un sueño" BRAVO ALUNAKI!
ResponderBorrarTODAS LAS CANCIONES MUY BUENAS, COMO SE HACEN PARA COMPRAR EL DISCO?
ResponderBorrarBuenas tardes, ¿qué tal?
BorrarEn la parte del texto correspondiente a Alunaki, se consignan los links tanto hacia su Facebook como hacia su BandCamp. En ambos enlaces puedes preguntar y/o hallar un modo de contactar al músico.
Muchas gracias por escribir. Saludos desde Lima.