jueves, 18 de febrero de 2021

Estación Abisal: Hoy Fue Ese Día // Alan Roque: Tour Colchón (A Sangre Y Fuego) // The Miguel Aragaki Project: Liberación EP // OC & The Only Band: Hope/Rough // Dolores Delirio: Nuclear

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 10 de febrero del 2021.)

LOS DISCOS PERUANOS DEL 2020 QUE NO ALCANCÉ A RESEÑAR (III)

Tras escucharle tres o cuatro veces, y durante algunas semanas, estuve convencido de sindicar al estreno de los huancaínos Estación Abisal como el hype nacional del 2020. No encontraba nada lo suficientemente sustantivo como para justificar la mayúscula repercusión que Hoy Fue Ese Día recibiera entre los colegas de medios especializados. Entonces decidí volverle a audicionar días antes de sentarme a redactar estos párrafos.

En muy pocas ocasiones, un disco que ya conozco ha logrado revertir la primera impresión haciendo click a último minuto. Ésta es una de ellas. La banda formada por Gerald Álvarez, Marcelo Díaz, Carlos Egoávil y Miguel Yauri concibe su propuesta partiendo esencialmente del indie pop español noventero y de sus ulteriores ecos argentinos -Él Mató A Un Policía Motorizado o Las Ligas Menores, por ejemplo. Este desarrollo es complementado por una pluma sorprendentemente solvente, que dota a las canciones de un sólido esqueleto letrístico, y por el insólito genoma new wave que lentamente deglute.

Hoy Fue Ese Día echa a andar con “Expectativas” y “Ansiolíticos”, sendas romanzas de un pop vivaz y zangolotino. Arranque entusiasta, aunque no muy prometedor. Por fortuna, el fugaz instrumental “Mundo” empieza a bajar las revoluciones en el desenvolvimiento del cuarteto, lo mismo que “Precario”. Iniciando la segunda mitad de la jornada, “Inmerso” termina de estabilizarle la mezcla de ingredientes, balance desde el cual álbum y grupo encuentran el tempo ideal y las tonalidades precisas -la disciplinada frialdad de los sintes fiscaliza tanto las emotivas letras como la marcha indoblegable del bajo.

De ”Inmerso” -su peculiar quiebre rítmico también anuncia la intensificación del accionar de la teba- en adelante, viene la mejor parte de HFED. Viñetas ágiles y de ambientaciones otoñales, donde se patentiza la hegemonía de esa suerte de wave garagero antes insinuado. Se ubican en este tramo de cierre “Arritmia” (ni-tan-solapa guiño a “Play For Today” de The Cure al iniciar, a “La Célula Que Explota” de Caifanes al terminar), “Circular” (single de adelanto publicado en noviembre, un mes antes), “Ella Duerme Nuevamente” (indie wave, etiqueta que los propios EA se sacan de la manga para codificar su estilo) y “Retorno Nocturno”. En sus siete minutazos, rematados por un elegíaco saxo crepuscular, es este último el broche de oro que resume las principales virtudes expuestas en un debut después de todo interesante.

Oí por primera vez el nombre de Alan Roque a raíz del lanzamiento de Rock Lima Sur: Compilatorio Vol. 5, hace poco más de tres años. Como algunos otros de los participantes en la compilación, de su pop/rock no había nada más que decir una vez subrayada su correcta ejecución y su transparente simplicidad. La historia detrás habla de un músico que para entonces tenía ya una docena de calendarios ejerciendo, primero figurando en la agrupación 09 Vidas, después solista en el 2015 -mediando una pausa de 36 meses retirado de toda actividad sonora-. La puesta de largo (Tiempos Intensos), que añade a la paleta tinturas de folk acústico y de indie, queda diferida hasta octubre del 2018.

El año pasado, Roque retomó el hilo de su carrera con Tour Colchón (A Sangre Y Fuego), trabajo que obtuvo cierta repercusión en las movidas del cono sur limeño, de las que siempre es complicado que trasciendan noticias más allá de sus lindes. Contrariamente a lo que título y portada pudieran calentonamente sugerir, Tour Colchón... acoge historias de la vida diaria acaecidas en los barrios sureños, que por extensión pueden suceder en cualquier punto de la ciudad-basural-jardín; en el marco de la nueva (a)“normalidad” impuesta por el COVID-19. Grabado con un celular, Roque formula aquí un pop desnudo, sin mayores artificios y de mínimo acompañamiento (“Te Desvaneces”, “En Tu Mirar”). En algunos minutos, como los de “Mi Niña”, “Tu Abrigo” y “Como Ayer”; el guitarrista deja entrever cierta debilidad por la balada -lo que no estaría mal, si no fuera porque aún arrastra mucho hándicap en las letras. No pocas de éstas son bastante lloronas, cuando no patéticas, como en “El Bus”.

La guitarra es, quedó implícito, la médula del sonido de Alan Roque. Mejores pruebas de su talento son las melodías que se acomodan conforme se acerca el postrer aliento del mini-LP, como “Sediento” y “Casandra”, ambas tanto más dinámicas que las anteriores. Sobre todo esta última, que en definitiva puede sindicarse como el punto álgido del CD. El problema, entonces, no radica tanto en la música como sí en las líricas -que tienen unas de cal (“...Arroz Con Huevo Y Té Sabú...”, canta el surconeño en “Como Ayer” al repasar dulces memorias) y otras de arena (“No Soy Muy Inteligente, Pero... Sé Lo Que Es El Amor”, paradinha incluida, en “Tu Abrigo”). Aunque no del todo mal, necesita ya mismo redoblar esfuerzos y seguir quemando naves.

La música de Textura evoca los días en que buena parte de las nóveles formaciones peruanas aún apostaba, cuando los 90s comenzaba su curva descendente, por el ya entonces añoso rock oscurón ochentero -sin todavía inclinarse hacia el gothic: para eso, habría que esperar hasta el surgimiento de Espergesia, Cleopatra y compañía. En 1996, este cuarteto hacía sus pininos con una maqueta epónima que le granjeó el mote de “los nuevos Dolores Delirio”. Ignorando ese rótulo, Textura trajinó su propio camino, distinguiéndose por la rigurosidad de su batería y el infatigable  desempeño  del bajo, pero sobre todo por la guitarra de Virus -en la mejor tradición del fosco dark de los 80s.

Más de dos décadas después, Virus decide saltar al ruedo recuperando nombre civil y arrellanándose en parcelas pop distintas de las que cursó con Textura. Distintas, mas en absoluto opuestas. Quizá el mayor defecto de Liberación EP es su cortedad, que limita un progreso más amplio del sonido que esgrime el guitarrista como principal responsable de The Miguel Aragaki Project, y que inevitablemente polariza sus esfuerzos.

Por un lado, están los surcos como “Madre Noche” y “Tan Lejos”, copados por un pop electrónico interpretado con sobrada destreza, llenos de luz hasta el apolíneo paroxismo, de colores pastel, apenas technificado. Surcos que procuran un adecuado contrapunto a lo que hace, por citar un nombre patrio, Marfilia. Por otro lado, están los cortes que, si bien se hallan lejos de lo que Aragaki ofreciera como Virus, son reconvenidos por algunas de las fijaciones inherentes a su recordado ex conjunto. En este apartado se estatuyen “Náufraga” y “Ahí Van Los Dos”, cumplidoras muestras de un pop enroscándose en torno a la new wave, algo más sobrias y definitivamente más de medio-tiempo cuasi baladesco/secuencias “tenebrosas”/pródigas concesiones literarias al, ejem, “vil sentimiento”.

El punto medio también hace las veces de epílogo. “Agresión Lunar” es de una ejecución impecable, a despecho de su acabado un tanto más rústico que el resto del extended, lo que sugiere un enfoque mucho más darkie. Acaso no sea sino una percepción, lo mismo que la filiación selenita que parece subrayar tanto este track como “Tan Lejos” (estrenada a mediados del 2019 con el título de “Luz Lunar”). En mi opinión, el de “Agresión Lunar” es el camino que debieran seguir Aragaki y compinches -los bajistas Carlos Velásquez y Luis Carrión, el tecladista Douglas Mendoza (que asimismo pone el hombro en los coros)- en sus futuras producciones.

Iba a empezar a escribir estas líneas con el oxímoron “Noticias desde el Primer Puerto del país...”, cuando me enteré de que el protagonista de turno, si bien vivió en Néstor Gambeta, gestó la música de su proyecto en el limeño distrito de San Martín De Porres (y actualmente reside en Surco Viejo). Ni modo, a guardar la muletilla para la próxima.

OC & The Only Band es cosa de Osmar Cubillas, quien desde el 2015 aúpa la plataforma discográfica Decadencia Records -editora de esféricos para los anfetaminizados hardcore punk de Atropello!! y para los stoner psicodélicos de Reptil, entre otros. Lo de Cubillas músico está fuertemente precintado por el rock psicodélico y aún el progre. Más fuerte todavía es la impronta esteticista de la Baja Fidelidad, desde la que construye los dos tomos acreditados a su alias artístico, Hope y Rough -abril y octubre, respectivamente-.

No existen diferencias tajantes entre uno y otro registro, que calzan en el formato de mini-álbum. Lo observable en Hope es un pequeño sistema orográfico de picos que intercalan el lado más asequible del rock ácido de fines de los 60s y un leve barroquismo prog (“Naee Bhoomi” y sus arábigas extrapolaciones, “El Ascenso”), siempre circundados por un enrarecido éter lo fi. Ocasionalmente, hay espacio para otros gases nobles en esas altitudes, como el jazz (“Dreaming”). Y cuando Cubillas se decide exclusivamente por la psicotropía, le sale algo bien barrettesco (la curiosa “La Captura” se torna demasiado densa al promediar).

Su gemelo Rough raramente va más allá de las pautas establecidas por Hope: “Asleep At Work”, “Surf Your Life”, la excelente “The Big Wave”... Son los dos números que completan el repertorio los que se descarrilan, por así decirlo: “Walking Home” y “What’s Wrong With Me?”. Mientras el primero abraza un formato pop, parecido a lo hecho por los arequipeños The Genius Sex Poets, el segundo es poseído por un sulfúreo arrebato punk que sin embargo no le controla de principio a fin.

Vale el esfuerzo, pero la cuesta todavía luce empinada. Progresos sustanciales a implementar con urgencia.

Ni en mis elucubraciones más desopilantes llegué a alucinar que reseñaría nuevamente una obra de Dolores Delirio. Pero ya ves, la vida te da sorpresas, como dice el sensei Rubén Blades.

Hecho científico del que todos/as somos conscientes: del cuarteto que naciera en 1994, hace mucho que no queda nada. De ese durísimo primer golpe que fue la trágica muerte del guitarra original, el recordado Jeffrey Parra, el terceto sobreviviente jamás pudo recuperarse satisfactoriamente. A lo largo de los años desfilaron por las filas de DD guitarristas experimentados -Juan Carlos Anchante de los trujillanos Ego, Luciano Agüero de Cenizas-, ninguno de los cuales logró consolidarse en el puesto que dejase el finado. Y si bien es verdad Parra no era el único artífice del sonido que facturase la banda desde su epónima maqueta hasta su semi-live Dolores Delirio: Bajo Un Envenenado Cielo Plateado (1997), sin su eléctrica fue imposible mantenerse a flote.

Luego del Raíz (2000), primer esfuerzo por cerrar la brillante época inaugural de Dolores Delirio tentando un giro mucho más electrónico para el que el público limeño mayoritario todavía no estaba del todo preparado, las relaciones entre los miembros sobrevivientes comenzaron a agrietarse, precipitándose la separación momentánea entre el 2003 y 2005. De tanto despedirse en directo, volvieron a juntarse reincorporando al batero fundador Josué Vásquez (se había ido en el 2001) y choteando (en el 2007) al cantante original Ricardo Brenneisen. Sólo tres producciones al 2018 -Histeria EP, Plástico Divino, El Camino EP- testimonian, mucho menos que los desencuentros, los pasos en falso, los divismos y la renuncia definitiva de Vásquez; el irregular camino que sigue el combo -en honor a la verdad, un pálido reflejo de lo que alguna vez fue.

Y sin embargo, persisten con Nuclear, aparecido a fines de noviembre último. Una vez más, el grupo trata de reinventarse. Una vez más, el resultado es incierto. Pero de ello no se deriva forzosamente que sea una rodaja maluca. Pasa que Brenneisen (voz), José Iñoñán (bajo primigenio de DD), Janio Cuadros (guitarra) y Roberto Sosa (batería) han tratado de hacer lo que por tantos lustros evitaron -una versión moderna, no necesariamente actualizada, del mítico Cero (1995). Les sale cualquier cosa menos lo que se han planteado: revisión llena de armonías plastificadas que juntas apenas si logran texturas de grosor infinitesimal, la guitarra y el bajo cumplen eficientemente el juego en pared, mientras el set de batería no aporta sino lo justo. En cuanto a Brenneisen, bueno, como vocalista siempre tuvo un techo que nunca ha logrado trascender. Se esperaba que lo hiciera con los años, y en los 26 que lleva de carrera no pudo. Ni con Dolores Delirio, ni con Fauzto, ni con Cómplices Eternos (ni mucho menos con Terapeutas Del Ritmo).

Nuclear tiene el aire medido, y ése es su principal obstáculo. Por momentos, se parece más al Raíz que al Cero -con una producción que recuerda, sin igualar, al Invisible (1995) de los chilenos La Ley. Ausente Vásquez de las baquetas, ausente la magia de Parra en la eléctrica -una herida que, parafraseando a Mario Vargas Llosa, se abre más que cicatrizar con el paso del Tiempo-, la placa carece de mayores brillos. No es que sea deplorable, es que no consigue estampar su huella en la memoria como sí sucedía antaño. “Retrovisor”, “Vulnerable”, “La Suerte”, “Luces”... Temas todos cortados con la misma tijera que “A Veces Tú”, que se salva porque es el primero de ellos y conserva por esta circunstancia su fuelle.

Al final de Nuclear, se cuela un ligero aroma al Cero. Parece que de un momento a otro fuera a materializarse el espíritu de Jeffrey. No, sólo es un hálito, una leve muestra de su aura. Ése es el sacudón que proporcionan “Dioses” y “Sálvame”, pero sobre todo “Imperfecto”, la única pista que llega a tocarme. Lo demás -la pieza epónima, el discreto cover de “Si Tú No Vuelves” de Miguel Bosé- no basta para ser rescatable.

Hákim de Merv

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