(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 13 de octubre del 2021.)
Apunta la sumilla que de Wichq’ana Ch’askancha puede leerse en el BandCamp de Chip Musik Records, que el debut de Alcaloidë fecha en julio del 2007, que responde al nombre de Gliese 581 y que es la referencia fundacional de la label concebida en La Oroya. Con relación a Sensations (febrero del 2009), pues, más de una década se ha desvanecido desde la última vez que este nom de guerre de Alexander Fabián publicase material de estudio en largo.
Lo primero que puede decirse de este Wichq’ana Ch’askancha es que confirma a Alcaloidë como la faceta más ruidosa/ruidista de un músico que sostiene muchas identidades paralelas. En contraste, ni Siam Liam ni Ozono, ni mucho menos Ban And Flap o Miyagi Pitcher; apelan a la cantidad de capas fisionadas de noise digital que invoca de continuo Alcaloidë. Un rasgo invariable que trasciende todos sus trabajos por igual -acaso con la única excepción de Sassy Cat EP (2013), que al menos en mi memoria no ha dejado una huella tan nublada por la barahúnda. El vapuleo decibélico que despachan “Juno” y “Pak Al” pone de relieve esa estruendosa instancia nada más comenzar Wichq’ana Ch’askancha.
“¿Todo en Alcaloidë es bulla y pandemónium, entonces?”. Casi. Aunque un IDM matemáticamente asimétrico sea la médula de la ¿música? registrada bajo la autoría del unipersonal, esa médula se halla rodeada de toneladas de caótica información binaria, en una suerte de sobrenatural harsh bliss elaborado por las máquinas -que copa sus 65 minutos y pico. Por suerte, “casi” no es sinónimo absoluto de “todo/a”. Ocurre contadas veces que ese noise abrumador se torna permeable. Sucede en “Nuragas”, sin que resigne su hegemonía. Sucede en “Autobahn 2082”, primer guiño a los precursores Kraftwerk (y a Florian Schneider, miembro original de la banda alemana fenecido el año pasado), donde tras siete minutos el ruido es abandonado como si de un capullo se tratase. Sucede también en “Wichq’ana”, engañoso punto de inflexión de la jornada -de hecho, “Moray” parece consolidar esa transformación, sólo para revertirla y volver al caos digital durante su segunda mitad. Y de hecho sucede en “Tanzmusik”, estupenda versión en clave two-step del clásico de los Robots de Düsseldorf.
Queda claro, entonces, que el Ruido se convierte en elemento preponderante y avasallador de Wichq’ana Ch’askancha. La ascesis ctónica que conduce Fabián marcha sobre ruedas en las pistas aludidas, así como en la síncopa metafísica de “Entelequia”. Pero el proceso flaquea durante los últimos tramos, y el CD termina desdibujado. Más que en “Boing Boom Tschak”, redundante tercer guiño a Kraftwerk, este descontrol se evidencia en “Del Fin” y “La Menat”: se pasa aquí de la efectividad al efectismo, desembocando en el mismo callejón sin salida en que cae la experimentación que es todo forma y cero contenido. Discreto cierre para un título que pudo haber obtenido mejor puntaje con las clavijas ajustadas hasta el final.
ADVERTENCIA: La edición física de Wichq’ana Ch’askancha lista diez temas. Once, sin embargo, son los que reconoce el láser. No se consigna debidamente acreditada la relectura de “Tanzmusik”, quizá por problemas de copyright. Pero allí está, ocupando el octavo carril -los que vienen después, corren una casilla.
A poco menos de tres meses para que finalice, me puedo arriesgar a decir que ha sido un 2021 muy complicado para Giancarlo Samamé, y por ende también para Dorog Records. En lo que va del año, la siempre efervescente plataforma limeña ha rebotado el deleznable Cutrismo de Sihuas Infuzzión y el interesante Memorias De Cuarentena de Marmotasdebemorir, en realidad colgados ambos por sus autores en las respectivas cuentas de BandCamp a lo largo del 2020. El único ingreso para el presente calendario que Dorog ha puesto a consideración es Nuevas Anormalidades, y corresponde sumarle a la enorme lista de (excelentes) compilaciones que cada tanto prepara Samamé.
El pródigo muestrario juega socarronamente con esa noción medio idiota de “nueva normalidad” que ha propuesto la mass media. Como siempre, el ciudadano de a pie ha volteado con ingenio el sentido de ese par de palabras, subvirtiendo el fenómeno de asimilación vocálica que suele ser bastante frecuente en nuestro idioma. En este caso, se duplica la vocal con que termina “nueva”, y se la añade al siguiente vocablo, cambiando por completo el tenor de la frase.
Nuevas Anormalidades tiene dos mitades nítidamente diferenciadas. Más ligera, la primera reúne a algunos habituales de la discográfica con otros nombres bisoños -e incluso con otros que no lo son tanto, como la chilena María Pía Navarrete (a) Pía Legonz, afincada en Lima hace muchísimos almanaques. La cantante recicla de su Congénitamente Defectuosos EP (2017) la apertura “Trasnoche”, testimonio de un pop con dosis justas de sobriedad y brillo. Unos cuantos siguen esa estela: Morojo (de medios tempos darkie a lo Interpol en “El Retrato”), El Cosmos (fogoso ímpetu en “Sol”), Marmotasdebemorir (vehemente el arrojo que anega su “El Camino”), Zolar (synth plastificado en “Distante”)...
Acompañan a estas canciones otras de manifiesta ascendencia electrónica, no necesariamente ubicadas en la esquina opuesta. El desnudo trip hop “étnico” a lo Portishead de “Tu Último Refugio”, donde Raydin se asocia a Víctor Chang a.k.a. Vrianch, es un ejemplo de estas diferencias estilísticas que no devienen en antagonismos gratuitos. El mismo Vrianch se acompaña más adelante de Miguel Elescano/DJ Locopro en el house de “A Principios De La Hipnosis” (un tanto melodramático debido al sampleo de -puajjj- Lucila Campos). Por otra parte, amante de la distorsión y del sonido de combos como The Notwist, El Enano Siniestro colude indie y dinámica post rock en la tal vez demasiado larga “Bastardo Sónico”; mientras que el vaporwave lounge/glo-fi de Viktor Torvik -“Problemas Psíquicos”- te hace pensar en la utilería de un set mexicano de televisión en los 70s.
Notoriamente distanciada de la primera, la segunda mitad de Nuevas Anormalidades esgrime un fuerte denominador común. Éste es el digitalismo de Jucsay (“Spiderdance”, de poso house), DJ Locopro (“AndreA” supura tech house durante sus casi cinco minutos) y Triumvirs (“Grief Ravine”, synth de vocalización EBM). Pero, sobre todo, es el de Chip Musik. En un artículo del año anterior, hablaba de las buenas relaciones existentes entre las dos escuderías. Esa hermandad asoma más fuerte que nunca en este panorámico, cuyos seis últimos escaños están reservados para proyectos ChM. Siendo el sello codirigido por Alexander Fabián y Jorge Rivas el depósito IDM de la escena nacional, éste despliega para la ocasión todas las variedades que su nómina cultiva, a través de surcos ya publicados: glitch y clicks’n’cuts (“Sekai Isshü” de Yume Station), intelligent techno (“Say Hi, Say Bye” de El Otro Infinito), digital ambient (“Musgo Del Tiempo” de Ionaxs), drone (“Sol Om On” de Xtredan)... De yapa, se cuela también el shoegazing/bliss pop/post rock de Puna, con “Utopía Del Ser Imaginario”.
Bien escogidos los ingredientes, pese a una cierta ausencia de balance en el trackeo.
Nuevo artefacto compilatorio orquestado por Trilce Discos, a propósito de sus 11 años de vida y dedicado exclusivamente al pop articulado en torno a cantantes femeninas. El concepto termina siendo más un hándicap que un plus, ya que excluye a las hijas de Eva que tocan instrumentos y componen. Además, si bien es plausible la idea en que se basa Nubes Azul Plateado, después de un rato te quedas con la impresión de estar escuchando el disco de un misma formación -en lugar de las trece que aquí comparecen.
Hay excepciones, por supuesto. Una de ellas es La Lauri Fire, cordobesa que define su estilo como mezcla de dream pop y synth, aunque la tosca delicadeza de “Recuérdame” hace pensar más en un baggy de baja fidelidad. Otra es la connacional Camila Salas, hoy radicada en Cataluña, quien adorna a “La Noche Y El Sol” de efluvios que remiten al llamado ‘canto latinoamericano’. Otra es Siempre Perdida, alias solista de la colombiana Ivanna Palacio (Cruel Cruel, Encarta 98), que zambulle a su “Pienso En Ti” en una hormigueante marejada de indie y folk. Otra más es Natalí Jiménez, joven cantautora peruana que cuenta ya con dos LPs, y cuyo “Frío” luce por momentos dark. Y otra más es la del novel cuarteto limeño Rawa (“Eterna”), colaboración de César Augusto Príncipe (Cardenales) incluida.
El resto de Nubes Azul Plateado transita las mismas coordenadas pop/rock moviéndose entre baladas, semi-baladas y medios tiempos -los más abundantes- de moderado punche. Los nombres que aquí calzan se arremolinan en torno a dos moldes. Uno responde al pop diseñado para hacer las veces de acústico, el de Susana Fátima (“Canto”) o Andrea Martínez (“Lo Siento Todo (Canción Corta)”). El otro, más celebrado, es ese pop lustroso lo suficientemente flexible/elástico para abarcar mucho y apretar poco. A su vera se acomodan Las Tetris (“Brincos”), la capitalina Alejaru (“Pura Luz”), los trujillanos Verano Del 83 (“Deja Que Tu Sonrisa Me Lleve”), el dúo Muchacha Punk (“Dudas Y Fallas”), las uruguayas Niña Lobo (“Barcelona”) y el quinteto Nena Pop (“Mantra”).
No se trata, ergo, de si unos/as son mejores que otros/as. O de tales o cuales merecimientos. Se trata de una carencia de variedad, agudizada mientras más avanza la reproducción. Esta carencia podría haberse mitigado prescindiendo de tres o cuatro nombres -o, por último, reemplazándoles por otros que fatigasen caminos algo más diversos. Bonito esfuerzo colectivo de Trilce, que acaba sonando algo monótono.
Hákim de Merv
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