(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 27 de noviembre de 2024.)
La prudencia quedó justificada tras escuchar Everything Squared, que al menos oficialmente no figura como EP. El vinilo se queda a poco de rebasar la barrera de la media hora, duración que para compañeros de viaje como Autechre sería insuficiente a fin de considerarle álbum regular, y los capítulos que le vertebran apenas alcanzan la media docena. Pese a ello, ES se afana en sostener la calificación estándar de la agrupación, revisitando las mayores virtudes de ésta al proponer permutaciones interesantes del output que le identifica. Y lo consigue. Quizá de ahí la abstención de añadir el calificativo “extended play”.
Hacia el final, la asociación pone el ojo en
el tribalismo escuezante de Succour. Atiborrados de acompasadas
atmósferas de aspereza ambient, “Hooked Paw” y “End Of Here” son los mejores
números de la rodaja, picando hasta caer cerca de los altos registros de
abstracción metasónica exhibidos treinta años atrás. Sobre todo “End...”, que
culmina echando mano no sé si de cornos digitales o de auténticos elefantes
barritando sin cesar. Everything Squared gana así una mención honrosa de
la que su predecesor no puede jactarse -ser jornada heredera de los mayores
descubrimientos de Seefeel.
El único inconveniente es que esa misma jornada la firma Seefeel -que ha sufrido la baja de Kazuhisa Iida, quedando reducido a trío: los históricos Sarah Peacock y Mark Clifford, acompañados desde el ‘21 por el japonés Shigeru Ishihara.
De Remis Espacial y Windsurf Holograma (que entiendo todavía se halla en activo), Germán Magnaghi es quien se encarga de sintes y secuencias, amén de la guitarra y la voz. Del unipersonal electro Amo:Mi:Walkman, Pablo Morán se ocupa del percutado mástil de cuatro cuerdas, e igualmente de la guitarra. Vida Espacial, acreditado a Ger Espacial + A:M:W, aprovecha la experiencia de ambos artistas en gamas como el dream pop imbuido de Baja Fidelidad, el indie amateur presto a jugar con tecnología casera, el avant pop, la experimentación psico-iterativa. Su metodología intuitiva y su brevedad han concitado en torno a este debut, lanzado a fines de septiembre, cierto interés en los dominios de la escena alternativa gaucha.
Por supuesto, el rock a secas no está excluido. No obstante, sí he de admitir que no cuenta con mucho espacio -por aquí “Sensación”, por allá el hidden track “Eterno”. En todo caso, un dream pop harto tamizado trashuma estos canales lo mismo que otros de hálito minimal pero de bullente inventiva: “Más Y Más”, “Amor, Llévame” (más no fi que lo fi, en realidad), “Pasó El Tiempo”, “Simple”... Un largo de calidez y de proximidad con el/la oyente, como pocos que de entre las nuevas hornadas han florecido en este 2024 que ya se va. Parejo en su cotidianeidad y emotivo en su cercanía.
Sólo la relectura de Charly García me ha dejado algo perplejo. La deconstrucción de “Demoliendo Hoteles” practicada por Magnaghi y Morán cumplimenta el cometido de desmarcarse radicalmente del original, pero el reacomodo de la letra a la nueva melodía termina desorientando al más hincha. Y eso que, del bigote bicolor, nunca lo he sido.
La primera certeza que nace en mi mente tras escuchar muchas veces Songs Of A Lost World es que éste es/será el último trabajo de The Cure. El primero en 16 años, luego de dos entregas asaz discretas (The Cure en el ‘04 y 4:13 Dream en el ‘08), lo nuevo de La Cura cobija diversos humores -el de la reivindicación, el del propósito de enmienda, el de esa “tercera madurez” desde la que lo único que necesitas es despedirte dando todo lo que queda de ti, sin guardar más para el resto del camino. El de quien pone orden en la propia casa, de la mejor manera posible, antes de marcharse definitivamente.
¿Cómo podrían entenderse de otra manera líricas como “This Is The End Of Every Song That We Sing” (la primera línea de “Alone”), “I Lose My Reason Whеn I Fall Through The Door/Endless Black Night Lost In Looking For More/At Least I Know Now How I Lose It Before/One Last Shot At Happiness?” (la estrofa postrer de “Drone: Nodrone”), “It's All Gone, It's All Gone/Nothing Left Of All I Loved/It All Feels Wrong/It's All Gone, It's All Gone, It's All Gone/No Hopes, No Dreams, No World/No, I Don't Belong/I Don't Belong Here Anymore” (parte del coro de “Endsong”)? ¿Cómo interpretar en otro sentido la evidente denominación del acetato? Para cualquier persona nacida antes del cambio de siglo, en más de un modo éste no es el mundo al que vinimos. Las transformaciones se producen demasiado rápido, muchas veces desconcertantemente. En ese contexto, un 33 como el que acaba de publicar The Cure suena en efecto a procedente de un mundo que ya no existe, que se perdió (¡la portada reproduce parte de una escultura reducida a cascajo, por todos los cielos!). SOALW reposa incluso en sus canciones más rockeras (“Drone: Nodrone”, “A Fragile Thing”). Maneja intros que rozan lo interminable, lo infinito. Atesora la majestuosidad imperturbable, el resuello crepuscular, la senescencia elegíaca, la melancolía del adiós (que esta vez sí parece conclusivo). Refuerza la idea el saber que se trata de composiciones que Robert Smith ha ido armando desde hace muchos años -cinco de las cuales, registradas en directo el año pasado, son añadidas como bonus tracks a la versión digital de Songs...
Más allá de eventuales divergencias en el criterio valorativo, la abrumadora cantidad de reseñas ha traído a colación la imponente estela de Disintegration (‘89), señalando que Songs Of A Lost World es el mejor disco de The Cure desde Bloodflowers (‘00), el único otro gran título que ha firmado el legendario grupo británico durante la presente centuria. La referencia es parcialmente correcta: por cuanto Disintegration fue la piedra de toque que ha fijado para siempre esencia y talante de Cure, siendo la proximidad o lejanía de posteriores álbums respecto suyo lo que les avala o descalifica, es claro que Songs... evoca los reflejos del doble del ’89. Pero lo es más que en sus surcos resplandece con mayor fuerza la impronta de Bloodflowers. Si en Disintegration se contrae Smith sobre sí mismo, y cosecha las virtudes señeras del periodo “oscuro” de la banda insuflándolas de sensibilidad pop, en Bloodflowers consigue replicar la faena cambiando de circunstancias, leguaje y dimensiones. Si Bloodflowers es una vivificante transustanciación de Disintegration, Songs... lo es asimismo del LP del ‘00.
(Esto aparte, nadie ha subrayado el ascendiente de cortes como “A Fragile Thing” o “All I Ever Am”, que sutilmente se remonta a los tiempos de The Head On The Door (‘85). El detalle es importante, ya que The Head... inicia la etapa clásica más pop de La Cura, precisamente honrando sus fundaciones dark -algo que luego ensayaría y potenciaría Disintegration, rodeado de fasto y esplendor.)
¿Es entonces Songs Of A Lost World una nueva obra maestra de The Cure, a poco de arribar al medio siglo de existencia (lo hará en 2028)? Conjeturo que sería equivocado pensar en esos términos. Podría ser, pero The Cure no necesita de una “nueva obra maestra” que añadir a las ya consignadas en su palmarés. Lo que necesitaba -y ha hecho- es alzar la voz y los puños gritando “¡Todavía estoy aquí!”, con un “Mad Bob” superlativo a quien los lustros no le han apagado/alterado la voz. Ese tremendo testimonio, que representa a una vieja escuela que se niega a desaparecer sin llamar al orden a la muchachada que ha crecido obliterada por el mito del Fin de la Historia, imparte de paso una lección al basurero en que se ha convertido el pop contemporáneo -hábitat de monetizados exhumadores/recicladores de décadas anteriores, de trapperos, de indietontolones.
Como se ha dicho antes un par de veces, a todo gran campeón le queda siempre una última pelea en su interior, no importa lo añoso que esté. De corazón, espero que sea éste el caso de Robert Smith y collera, pues han arriesgado en este esfuerzo volúmenes fantásticos de integridad, sinceridad, ética -y quién sabe si serán capaces de volverlo a hacer. Ocurre con los verdaderamente grandes, y The Cure tiempo hace que es uno de ellos. Como también se ha dicho ya de otros pocos de sus colegas de armas en el discurrir de la Historia, “nosotros les debemos todo, y ellos no nos deben nada”.
Ya no.
Hákim de Merv