jueves, 30 de abril de 2020

Spatial Moods: Cae Un Mito / Nace Un Ciclo

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 22 de abril del 2020.)

Ha pasado un tiempo tras la última vez que el nombre de Spatial Moods se paseó por estos lares. Aquella última ocasión se dio a propósito del Terra EP, eyectado en noviembre del 2016. Y si bien la agrupación impugnó con el lanzamiento la decisión de disolverse que había tomado meses antes, el futuro no quedaba claro, ya que el extended adquiría sustancia sobre temas concebidos durante el 2014 -temas cuyo atronador desarrollo no encajaba ni en el epónimo debut (2013), ni en el subsiguiente Spatial Moods II (mismo año).


Hay que agregar además que el line up recién obtuvo una cierta estabilidad con el Terra EP; misma que, por otro lado, no fue definitiva. A partir de aquel extended, los guitarristas Jorge Apaza y Arturo Quispe -integrantes de mayor permanencia en el proyecto- incorporaron de modo más perenne a Israel Tenor (batería). Manuel Villavicencio (bajo), reemplazo de Christian Pacheco (quien grabase el EP), completa la alineación que ha grabado el díptico armado por Cae Un Mito (2019) y Nace Un Ciclo (2020). Desafortunadamente, ello no impidió que Quispe y Villavicencio abandonasen Spatial Moods una vez finalizadas las placas -sospecho que por incompatibilidad de horarios, pues ambos están enrolados desde hace mucho en las filas de Cholo Visceral. Apaza es, luego, el único sobreviviente del dúo original (el otro 50% era Gean Karlo Vargas); ahora flanqueado por Tenor y por el bajista Julio César Elorreaga.

No es sólo debido a la similitud en la estructura gramatical de los títulos, o al haber sido facturados por las mismas personas, que considero a Cae Un Mito y Nace Un Ciclo sendas mitades de un díptico. Lo estimo de esa guisa esencialmente por su cercanía temporal: aunque publicado a principios de este mes, Nace... fue registrado en el 2019. Comparte por ende la misma bolsa amniótica que Cae... -una donde se cobija el embrión que fecundó el Terra EP, alimentado a punta de psicodelia/space rock/stoner; no ya de ese kraut disperso que se agitaba en sus primeros episodios.

El sonido Spatial Moods asoma mucho más musculoso que nunca en una y otra rodaja. También desgarrado, entre el maelström space y la tempestad stoner. Tercia la psicodelia, sobre todo en los gaseosos estratos superiores de la atmósfera planetaria que respira el otrora cuarteto -“333” es muestra paradigmática de ello. Del kraut, ya se dijo, apenas una que otra inflexión (“Besitos De Hormiga”, cuyo epílogo amaga emular el motorik teutón); lo mismo que del jazz o del prog. Yo hubiera apostado por retener el ingrediente germano, más por carecer aquí de muchos exponentes semejantes, que porque no cuadren los números del giro planteado hacia el stoner. Éste, que hace siete años proporcionaba el punto de sabor, ha devenido elemento indispensable del menú: en “Mar De Escorpio” -apertura del Cae Un Mito- abandona toda prudencia y se despacha una suite de robustez lo bastante expandible como para frisar la categoría sludge, sacudiéndose de todo atisbo space. “Golpe avisa”.

O también “el que adelanta, gana”. Pese a lo discutido de la lid, en Cae Un Mito el show se lo roba el género de Truckfighters y Monster Magnet: basta con escuchar “Mar...”, “333” (pétrea fundación stoner, rodeada por la psicodelia sólo a partir de cierta altitud) o la tremenda “Amancaes” para avalar ese dictamen. Sobre todo en esta última, es encomiable la capacidad de la banda para saltar de climas de contemplación space casi épica a ásperas cascadas de textura stoner imposible de barrenar a la primera -menos de cinco segundos le son suficiente para hacer arder el aire. Por contraste, “Anime, Un Mito” aflora como vigoroso ejercicio en el que se suceden las tres facetas con que se ornamenta Spatial Moods. “Besitos De Hormiga” queda así como el surco más “accesible” de esta entrega, con su etéreo groove psicodélico y su difuso timing kraut.


El horizonte se reacomoda para Nace Un Ciclo. En su interior, también asistimos a un pulseo de fuerzas, con la diferencia de que el round se lo adjudica el género de Agitation Free y los japoneses Cosmos Factory. El reluctante 45 virtual de adelanto, “Gira-Sol”, anunciaba la conversión definitiva de SM al credo stoner. No ocurre tal. “Regenio, Recuerdo” es una majestuosa eufonía space que a medio recorrido muta en un track de lisergia santanera (cuando no proto-cumbia psicodélica). Conviene en este instante recordar a “Angelical Moods”, corte del estreno en que el combo probase adosar percusión peruana a su magma sonoro. Aquella vez no funcionó. Con “Regenio...”, en cambio, la fusión marida perfecta.

Otro momento estelar del Nace... es “Miedito”, excelente tour de force con dos segmentos bien diferenciados -uno melancólicamente marcial, otro ahíto de divagar-, pero cuyo movimiento interno se sostiene pendular de principio a fin. Sospecho asimismo que es uno de los escasos canales de Spatial Moods en que resuena nítida la voz. La inspiración/influencia sideral alcanza a copar otra composición, y con ello queda sellada su supremacía en el volumen: me refiero a “Teresa”, space blues que progresivamente desciende hasta oquedades terrestres. En la otra esquina, el stoner se enseñorea en “Gira-Sol” y en “Incierta Gran Aventura”. Las competencias rítmicas del grupo y su preciso manejo de las pausas magnifican el uso de invencibles riffs monolíticos y límpidas melodías cercadas por ominosos/apabullantes bancos de niebla sónica. El resultado estoy seguro satisface incluso a los fans más exigentes del stoner.

Impresionante reentré, y por partida doble, del hoy power trío. Su eficacia instrumental ha madurado (aunque no de la forma en que esperábamos quienes quedamos prendados de sus primeros discos), objetivo logrado por encima de las marchas y contramarchas sucedidas en la conformación del alias desde su origen mismo. Ojalá éstas dejen de ser determinantes en el trabajo colectivo, y éste consolide a SM como nuevo puntal de la escena meta stoner peruana. Las condiciones están dadas hace rato.


Hákim de Merv

jueves, 23 de abril de 2020

Rü: Rojo

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 15 de abril del 2020.)

Nueva entrega de , quizá el exponente más conspicuo del bedroom pop limeño. Para la ocasión, Bruno Cuzcano ha reducido notablemente las opciones que venía manejando el guardarropa de su proyecto solista, dosificándole esa habilidad proteica refrendada por jornadas anteriores de mostrar varios rostros distintos -shoegazing, psicodelia, funk, indie, lo fi, electrónica...- durante una misma entrega.

El bedroom pop propuesto en Rojo ha quedado reducido a su filón indie, entonces. Al menos por ahora. No es que se hayan difuminado los matices, o los arreglos un toque sorpresivos, pero sí puede decirse que todos ellos tienden a uniformizarse con el fúlgido candor de la música dispuesta por Rü en este volumen -candor que recuerda su poco al de los efusivos primeros trabajos de La Buena Vida y al del epónimo debut en 33 de Le Mans.

Apuesto a que este panorama es producto de lidias varias con el vil sentimiento. Y es que el joven individualista parece flotar hoy en uno de esos períodos entre la desilusión subsecuente a una ruptura amorosa y los albores de una nueva relación sentimental, etapas que la Vida suele atiborrar de indulgente saudade. Ese tristón humor miserabilista que copa letra y música recibe confirmación del propio Cuzcano, quien en las notas de BandCamp dedica 10 de las 13 canciones a su ex y las restantes a otra (no aclara si se refiere a otra ex o simplemente a alguien más).

Secundado por el baterista Sergio Maldonado, cuya recurrencia indica una paulatina integración a  en funciones de músico de estudio, Bruno se asocia a nuevos nombres para despachar estos óleos pletóricos en narraciones de desencuentros y expectativas frustradas: César Gutiérrez se encarga de la flauta traversa en “En Tus Lunares” y “Tú”, mientras que Piero Rodríguez apuntala la percusión en esta última y “En Tu Boca”. Sin embargo, quien se roba los flashes es un músico lacónicamente acreditado como David, ¿miembro?/¿ex miembro? del grupo venezolano Dante Y La Divina Comedia. Su saxofón se lleva de maravillas con muchos pasajes de Rojo.

Sea en la aproximación en sutil clave space age a la bossa nova brasilera de “En Tus Lunares”, en los medios tiempos proto-baladescos de “Mi Niña” y “Antes De Que No Pasara”, en el revoltijo de falsos jazz y soul blancos a lo Kenny G de “Psicópata De Mierda” y “Estábamos Ciegos” (¿guiño al vaporwave?), o en las trepidaciones cuasi-mediterráneas de “Tú”; el saxo no sólo deja su firma indeleble, sino que también fluye armoniosamente con esa marea de pop a la que el esférico ha sido ofrendado. Un pop que puede ser melifluo y estar sazonado de palabrotas como en “Todos Los Días”, o elevar las lecturas de sacarosa como en “Chinita”. Un pop que tan pronto puede mostrarse vigorosamente semiacústico (“Hueles A Que Me Vas A Romper El Corazón En Un Millón De Pedazos”), como eléctricamente deschavado (“Me Das Asco”) o raudo y resuelto (“En Tu Boca”).

No se me termina de acomodar el hecho de que Cuzcano haya eliminado de su catálogo discográfico el extended Patético (2019). Podría alegar que Rojo es la primera referencia del capitalino para una escudería independiente, la renombrada LaFlor Records, y el incluir en el largo dos de cuatro temas del EP (“Tan Vacío” y “Tan Loco”) lo inclinaron a esa supresión. Sería especular. De cualquier modo, lo que sí representa Rojo es el arribo a un cierto grado de madurez como productor y cantautor bedroom pop, el lente meloso y acibarado con que este músico de 20 abriles enfrenta nuevos escenarios anímicos, propios de la segunda juventud.

El disco merece puntaje adicional por su voluptuosa portada -fotografía, acreditada a Soledad Samamé, de una composición plástica creada por José Andrés Lezma (que bastante de naturaleza muerta tiene, en la pobre opinión de un aficionado a la pintura).


Hákim de Merv

jueves, 16 de abril de 2020

Maifersoni: Vamos De Nuevo EP / Monstrws

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 8 de abril del 2020.)

#AguanteChile

Desde los días de las “John Peel bands”, las sesiones de radio se han establecido como un otro medio para acercar sensiblemente a las nuevas hornadas de grupos al público mayoritario. Por el célebre programa que hasta su deceso (2004) dirigiese el aludido legendario DJ en la BBC Radio 1, desfilaron decenas y hasta cientos de nombres que a posteriori dejarían huella en la historia de la música pop contemporánea. Fue tan decisiva la fórmula con la que diese Peel, que convirtióse en paradigma sobre el que se han replicado sesiones de radio en distintas partes del mundo, antes y después del fallecimiento del británico.

La publicación del Vamos De Nuevo EP en julio del 2019 es harto ponderable por varias buenas razones. La que está más a la mano: es el título con que Maifersoni, uno de los actos más interesantes del indie chileno de los 10s, regresa tras tres años de silencio discográfico -la última referencia había sido el extended de remixes Monstruo De Tagua Tagua (julio del 2016). Otra razón de (mayor) peso: con Vamos..., el proyecto del guitarrista Enrique Elgueta ha concretado la transición al formato grupo. Ahora se integran a Maifersoni los músicos que solían acompañarle en directo: Daniel Ramos (bajo), Juan Pablo Órdenes (guitarra) y Andrés Ugarte (batería).

Sin embargo, la principal razón por la que Vamos De Nuevo merece subrayarse es que se le ha catalogado como “un EP audiovisual”. Mi memoria no recuerda ningún precedente al respecto, así que debo considerarle el primero de la Historia. En la práctica, se trata de una sesión de radio, pese a que el escenario no sea la cabina de una: el cuarteto estrena cinco canciones, registradas en directo al interior de un estudio de grabación. Detalles del metraje indican que las tomas corresponden cuando menos a un solo día de grabación, y por ende las condiciones equivaldrían a las de cualquier sesión radial: realización que evidencia profusas y fecundas horas de ensayo, equipos seteados al milímetro, toneladas de calidez, prolijidad incluso en los momentos de distensión -de cuyas improvisaciones nació la potente apertura, “Príncipes”.

Vamos De Nuevo EP no se distancia del sonido preeminente en Telar Deslizante (2010) y en el espectacular Maiferland (Acto De Amor) (2015). Es el suyo un indie rock que tan pronto puede lucir colorido/juguetón/vivaz (“Vamos De Nuevo”), aumentando revoluciones a placer o disminuyéndolas (“Pequeño Mortal”), como vestir sobrio y algo solemne (“Campo De Acción”) -cuando no acerado, presto a sumergirse en corrientes subterráneas de noise (“Príncipes”). La dirección de la “placa” podría interpretarse como indicio de que, si bien ahora Maifersoni es un combo, la composición sigue siendo cosa de Elgueta. No es así. Más allá de “Príncipes”, la dinámica colectiva -apegada aquí a la esencia original del alias santiaguino- se extiende hasta el último surco. Éste, “Que Entre El Frío”, es fruto de la colaboración entre la banda y Niña Tormenta, nom de guerre de Tiare Galaz, quien debutase en el 2017 con Loza (producido por el talqueño Diego Lorenzini, de las filas de los irreverentes VariosArtistas). “Que Entre...” completa la elíptica que traza el EP, aplacando los decibeles de sus movimientos iniciales y empujando los climas oscuros hacia tensas inmediaciones slowcore. Insospechados cinco minutos y medio con que Maifersoni parece cerrar una etapa y comenzar otra, habida cuenta del nuevo trabajo aparecido cuatro meses después.


Aunque hablar de un output predominante en los dos primeros episodios del hoy cuarteto no ha sido mera figura retórica, esa descripción ciertamente se ajusta más al estreno del 2010. Porque en Maiferland..., Elgueta se internaba por caminos progresivamente divergentes de ese indie de reverb acaramelado-mas-no-empalagoso y pistones generando implacables el tempo en la mayoría de tracks. “Picorocos De Guanaqueros”, “Al Acecho Nuevamente” (no muy lejos de lo hecho por Sam Prekop/The Sea And Cake) o “Partners” proponían distintos grados de experimentación rítmica e imposibles maridajes entre estéticas que -al menos en apariencia- no compartían nada. El summum de esas fusiones es “Invocación”, improbable e inopinado cruce entre Stereolab y el raggamuflin, cuyo sostén percusivo recuerda (y mucho)... al reggaetón (¡¡¡glup!!!).

Monstrws, colgado en BandCamp a principios de noviembre último, se trepa a un bus distinto del que abordase Vamos De Nuevo EP. Su norte no es replicar, magnificado, el extended; sino arriesgarse a atravesar las brechas que abrió el anterior CD. De ello no se deduce que Maifersoni encarpete lo exhibido en Telar Deslizante y en parte de Maiferland... Ahí está “Tranquilo Por Las Piedras”, en sociedad con Las Brumas, y en bastante menor medida las bellísimas y dramáticas -a un paso del bajón- “Quiltros” y “El Pacto”. Puede comprobarse asimismo la supervivencia de evasivos efectos digitales, de uso frecuente en Telar..., en la dupla compuesta por la casi dionisíaca “Calvario” y el arrullo ‘electro’ de cuna “Vigilia”.

La metamorfosis aventurada por Maifersoni es la que prima en muchos de los canales de Monstrws. Ésta se verifica en las rítmicas comparativamente lujuriosas de la cadenciosa y sibarita “Piratas Y Corsarios”, de “Animal” o del etéreo spaghetti western de “Procesión”. También, en la percusión medio escurridiza de “No Tengas Miedo” (al lado de Aye Aye, encargado de los remixes en el EP del 2016). Y, en buena cuenta, durante toda la segunda parte del esférico: descontando las características previamente resaltadas, a “Calvario”, “Quiltros”, “Vigilia” y “El Pacto” les embarga una tirante atmósfera de lobreguez fisurada por distorsivas acometidas instrumentales que constantemente saltan más allá de los márgenes del indie rock, combustionadas por una euforia de niveles orgiásticos.

Golazo de disco. No queda duda, pues, acerca de cómo se han enriquecido la ejecución y la performance de Maifersoni ahora que su simiente es cuádruple. Y aún cuando declaraciones públicas afirman que con la composición ocurre lo mismo, lo pienso mejor y ya no estoy tan seguro. No niego que Ramos, Ugarte y Órdenes hagan valiosas contribuciones a la hora de componer. Pero sospecho que todo pasa todavía por el filtro de Elgueta. Es eso, o el camino de tener el control absoluto a compartirlo con otros tres ha sido más corto y menos traumático de lo que habitualmente es. Estaré feliz de contar con esa certeza en el caso de Maifersoni.



POST DATA

En este 2020, Elgueta ha publicado el título Que Ningún Sentimiento Amanezca En Su Casa, junto al poeta Juan Santander: un total de tres impros acompañados por la voz del bardo.

Hákim de Merv

jueves, 2 de abril de 2020

Prophecy + Progress: UK Electronics 1978 - 1990

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 25 de marzo del 2020.)

A propósito del norconeño Habø, la semana pasada mencionaba que a Grauzone se le considera el primer acto minimal synth de la Historia. Tal es el consenso que valida la crítica especializada tras la luz verde que en el 2010 recibiera Grauzone 1980-1982 Remastered, compilación que rescató el homónimo y unigénito legado del trío suizo (1981), sazonado con numeroso material inédito y/o de difícil disponibilidad.

No es menos cierto, sin embargo, que con frecuencia los géneros/subgéneros que se desgajan de la música popular contemporánea les deben la propia identidad a varios progenitores -algunos de los cuales no se enteran sino décadas después-. Y tampoco peca de falaz quien afirme que muchas de estas tendencias sonoras devienen consecuencia del Azar. Ejemplos de una y otra fenomenología, usualmente entrecruzadas, pueden encontrarse varios en los anales del pop de avanzada. Recuérdese que, desde cientos de garajes esparcidos por la Unión Americana a finales de los 60s, surgió la psicodelia beat en el intento de nóveles músicos por emular a The Beatles. También, cómo el fundacional electro-pop de Kraftwerk deslumbró (no sólo) a los jóvenes turcos de fines de los 70s, quienes siguiendo su estela inventaron sin planearlo el synth pop. O la coyuntural travesía del ex Sex Pistols John Lydon a Jamaica, que prefijase coordenadas para el nacimiento y ascenso del flamígero post punk original.

La génesis del minimal synth tiene un poco de esto y otro poco de aquello. Las miras de quienes empezaron a probar suerte con lo que a posteriori se convertiría en estilo, eran menos dar vida a una nueva cepa del synth que ampararse para crear la propia música en la frialdad maquinal y la enajenación robótica de subversivos como Tubeway Army/Gary Numan, O.M.D., The Future/The Human League/Heaven 17, Visage, John Foxx o los Ultravox sin este último. Y aunque esos largo tiempo desconocidos precursores fueran asimismo inspirados en principio por los Robots de Düsseldorf, más les sedujo otro iluminado por los germanos, que en 1978 alborotase el cotarro con el inmortal single “T.V.O.D./Warm Leatherette”: The Normal, identidad de Daniel Miller, fundador de Mute Records en los primeros 80s.

Los helvéticos Grauzone, pues, nunca estuvieron solos -si bien Christian Trüssel, Marco Repetto y Martin Eicher son visiblemente los más reconocidos exponentes del primer minimal synth. En la misma Suiza radicaba Mesh, dueto ginebrino coetáneo de los berneses que recién editaría álbum en 1986 (Claustrophobia) y que debió esperar casi seis lustros para la reedición doble de rigor con abundantes tomas inéditas (Cenotaph, 2015). En la dividida Alemania de la postguerra, existía una pequeña escena occidental identificada con la neue welle que se inclinaba hacia el synth más austero y glacial: Dusk To Dawn, Futurisk, Bal Paré, Das Kabinette... Del lado francés del Canal de la Mancha, nombres como Clair Obscur, End Of Data o los excelentes Moderne coadyuvaban a moldear la coldwave, aporte galo que se ha mantenido vigente hasta nuestros días deparándonos sorpresas como Police Des Moeurs. Del lado británico del brazo de mar, respiraban entidades como Breathing Age y Joy Before The Storm. Incluso el agreste norte de España fue tierra fértil para la fecundación de proyectos afines: El Guerrillero Rojo, Séptimo Sello, T.V. Soviética, Grupo Q...

Ninguno de los combos que en el párrafo anterior he evocado desde el ayer logró notoriedad en su espacio-tiempo de procedencia. Es con los años y mediando mucha paciencia que se vienen armando estoicamente los mapas/mosaicos de esas olvidadas genealogías: a la lentitud con que van recuperándose las piezas para reconstruir estos rompecabezas, hay que sumar la inevitable desaparición de algunas de éstas. Por ello cobra relevancia la publicación de compilaciones que repesquen todos los fragmentos rastreables, a las que como mínimo hay que reconocerles un crucial valor testimonial. La coldwave franchute ya tuvo un primer avatar con el interesantísimo muestrario Synthétique: A French Synthwave Compilation 1982​-​2016 (2017). En esa misma recta arqueológica va Prophecy + Progress: UK Electronics 1978- 1990 (2018), esfuerzo auroral por ilustrar el acaecer histórico del minimal synth en la Rubia Albión.

Como sucede con el antecedente franco, el track list del Prophecy + Progress... sigue un estricto orden cronológico. Pero, a diferencia del Synthétique..., aquí se lucha por omitir los vacíos temporales en la medida de lo posible -graficando más fielmente no sólo la evolución del minimal synth, sino además su permeabilidad. Según qué filones estilísticos, podría postularse que etiquetas como “coldwave”, “synthwave”, “synth punk” o “minimal synth” guardan determinado grado de equivalencia. Incluso se podría decir que ambos panorámicos se complementan, ya que ni siquiera la coldwave es excluyentemente francesa -un ejemplo: los belgas Absolute Body Control.


Levanta el telón la única agrupación conocida de todas las participantes, Clock DVA. “Lomticks Of Time”, outtake perdido de su debut Tape 1 (1978), pone justicieramente en entredicho la categorización tradicional del quinteto de Sheffield encabezado por Adi Newton (miembro del maravilloso experimento The Future junto a quienes después formarían The Human League): plásticos como Thirst (1981) o White Souls In Black Suits (1980) no me suenan en absoluto a industrial, sino a un extraño híbrido abortado en los márgenes de la música electrónica de sus días. La asfixiante acechanza percusiva de “Lomticks...”, que parece extrapolada de una película B de ciencia ficción, traza lineamientos que repiten actos tan antiguos como Vice Versa (semilla de la que naciese ABC, una tribal “Idol”), Konstruktivists (su impericia a los teclados en “Vision Speed” es fantástica) o Colin Potter (una machacantemente oscura “Number 5”).


“Rabies” de Naked Lunch retacea el incipiente canon trazado para prodigarlo hacia distintas direcciones, acercándose a lo que entonces ya había ganado notoriedad como synth pop hasta poner pie en sus proximidades. De paso, se inaugura el segmento más prometedor de Prophecy + Progress... -articulado por la angustiante pulsión proto EBM de Five Times Of Dust (revulsiva “Automation”), el synth de polícromos ribetes pop que facturasen Peter Hope + David Harrow y Attrition (cuyos respectivos “Too Hot” y “Beast Of Burden” tuvieron todo menos suerte para colarse en las programaciones de la FM de la época), o el epatante accionar coldwave de Schleimer K (“Women”) y V-Sor,X (“Conversation With”), quienes se reflejan en el New Order que todavía no dejaba de ser Joy Division.


Con “Total Shutdown” (1986) de John Costello entramos a la recta final del registro y a un período en que se redefinen ideas, se vuelve a las fuentes y se adoptan los postulados que le dan forma definitiva al synth de acabado lacónico y temperatura bajo cero: pertinaces ritmos frígidos destilados desde las drum machines, teclados espartanos, el escarpado bajo dibujando sobrias líneas nocturnales, el/la cantante en plan desafecto/a e imperturbable impersonator de la vocalización dark rock clásica -Ian Curtis en primer lugar. No es que Costello, T.A.G.C. (“Further And Evident Meanings”) o John Avery (“12am Awake & Looking Down (Edit)”) ya suenen como Lebanon Hanover, Doric o She Past Away; sino que abren los surcos y ponen las semillas cuyos frutos, latentes en su aletargamiento, han recogido sus herederos del nuevo milenio. De paso, renuncian de una buena vez al sendero por el que se internasen Depeche Mode, Soft Cell o Pet Shop Boys; y siguiesen sus sucesores naturales -Anything Box, Red Flag, Seven Red Seven...

Disco con que aprender de quienes ahora quedan reivindicados, y que obviamente no hace menos a Grauzone y compañía. La lista de espera no se ha cerrado, empero, y todavía es larga. Poco a poco emergerán grandes porciones de data sónica con que completar el puzzle. Por lo pronto, basta y sobra con este Prophecy + Progress: UK Electronics 1978 - 1990. Puedes escucharlo a través de los links adjuntos a esta reseña, o descargarlo aquí.


Hákim de Merv

jueves, 26 de marzo de 2020

Habø

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 18 de marzo del 2020.)

Todavía hoy, con el torrente de músicas de todas las décadas fluyendo sin pausa en Internet y a un click de distancia, es factible ocasionalmente exponerse a audiciones que comporten no un descubrimiento para quienes ya llevamos tiempo en esto, sino para quienes las protagonizan. Siendo así, ¿guarda ello alguna relevancia para nosotros/as? Mucha: nos recuerda que en cierto momento de nuestras vidas fuimos jóvenes con ganas de forzar las fauces para engullirnos el mundo, ansiosos/as de andar por nuestra cuenta caminos ya recorridos por quienes nos precedieron -sin que nos importase lo que ellos/as pensaran. Nadie nació sabiendo, ¿verdad? ¿Por qué sentir rubor, entonces, al descubrir e identificarnos con el shoegazing o con la movida 2-Tone, no perteneciendo nosotros/as a sus respectivas épocas de esplendor?

Le he dado vueltas a esa idea tras la primera vez que oí la música de Alberto Carbajal. No le conozco en persona. Sé que estudia arquitectura en la UNI, que es un joven músico de 27 abriles y que reside en el Cono Norte. Luego, la única manera que tengo a mi alcance para evaluar su creatividad es a través de su obra. Desde la sensatez obtenida gracias a un cuarto de siglo escribiendo sobre el que considero el arte por excelencia, la encuentro profundamente sincera.

Los pininos de Carbajal como Habø son bastante recientes. De hecho, un primer boceto del homónimo demo con que ha debutado vistiendo las sedas de SuperSpace Records ya existía en septiembre del 2019. No he reproducido esa versión online, pero sí la Maqueta De Ensayos Caseros Underground EP, colgada el 31 de enero. Tres improvisaciones -“[0]”, “Under[Data]”, “[Drone]Sequence[Do#]”- que ilustran algunas de las improntas con que el coneño se ha familiarizado: dislocaciones sonoras que evocan el vacilante proto synth de The Future (primera encarnación de lo que luego sería The Human League), frecuencias chirriantes/crujientes que reflejan el lado más dionisíaco del mejor Klaus Schulze, desprolija actitud punk... Estos elementos repiten en Maqueta..., amplificado, el plato que ya paladeaban en la versión SSR de Habø -subida el 18 de enero.

El mini-álbum de estreno se ve cubierto de un sonido bastante opaco, de hechura casera e indisociable de la ética/estética do it yourself. No es el único vestigio punk del que hace gala el limeño allí: en la mayoría de temas, rastreo una rítmica enjuta sutilmente fracturada, medio revoltosa. El desparpajo y la subversión que cuajan en varios pasajes del disco califican asimismo como remanentes cosecha ’77, aunque también traen a la memoria ciertas performances de otra referencia estelar. Quien haya escuchado acuciosamente la producción de El Aviador Dro Y Sus Obreros Especializados entre 1979 y 1986 encontrará en el accionar de Habø insólitas convergencias con el lado B/freak del inolvidable grupo español -los teclados marcianos de “Hal 9000”, las regurgitaciones sintéticas de “Rusos S.A.”, la nerviosa ominosidad que salpican “El Laberinto Del Nuevo Minotauro” o “El Retorno De Godzilla”.

Carbajal puede no haber escuchado EADYSOE. Aún en el caso de que lo hubiera hecho, le embargan el entusiasmo y la autenticidad puros de quien niega el pasado para crear a partir del mismo. Pasa con el buen Aviador, pero además con Grauzone y Suicide, pistas esenciales para desenmarañar el pathos de Habø. Recuérdese que tanto el quinteto suizo como el tándem gringo coludieron el electro pop al punk -y mientras a los europeos se les considera el primer grupo minimal synth de la Historia, el de los usamericanos es un nombre ineludible en la escena punk neoyorkina 1975-1979. Son, de hecho, Martin Rev y Alan Vega quienes más influencian a Habø: ese sonido minimal, repetitivo y turbio siempre subyace a todos los surcos del mini-LP -incluso a la luminosa “Synth Room” y a la cuasi-acústica “(Pétalos E Incienzo) Years”.

Habrá quienes piensen que “Mon’k Junto A Mí” es en la práctica un rework del vital clasicazo “Ghost Rider”, y que lo de Habø no supera la condición de epigónico o derivativo. No puedo negar que es una posibilidad: habida cuenta de las inevitables comparaciones, al menos formalmente hay argumentos para afirmarlo. Con todo, no es la forma lo más importante en el mundo de la música pop independiente, sino el contenido. He repasado varias veces los dos títulos del capitalino, y he elegido creer en su autenticidad. Sí, es una elección intuitiva, no racional. No obstante, jamás me permito olvidar que la intuición es la razón que el entendimiento no puede penetrar.


Hákim de Merv

jueves, 19 de marzo de 2020

Schmerz: EP // Culto Al Qondor: Tannhäuser Tor

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 11 de marzo del 2020.)

Ateniéndome a cierta consonancia vibratoria, si descontase algunos pasajes del debut de Blue Velvet (In Event Of Moon Disaster, 2018) y algunos otros más del Dante Gonzáles posterior a Diseñar Y Construir (2001), puedo jugármela afirmando que Schmerz debe ser el primer acto peruano cuyo ADN se construye a partir del minimal synth y de la coldwave. No son éstos los únicos componentes que figuran en su genoma sónico, donde tercia el dark-gothic, pero sí son los que más resaltan en cada nucleótido.

Schmerz es el unipersonal de Khrome Hitam Laga -desconozco si ése es su nombre verdadero-, quien canta en alemán e inglés. Para los directos, cuenta con el concurso en las vocales de una tal N (¿de “Nana”?). Enrolado en el batallón de InfraVox Records, el alias ya ha ofrecido unas cuantas tocadas a despecho de ser bastante bisoño -me sorprendería que sobrepasase el año de existencia. Lo interesante es que esto último no le pesa en contra.

Se hermanan en el escuetamente bautizado EP la aparatosidad del gothic a lo The Wake (US, no UK), el pop sintético fundido en gris -cuando no en negro- y la letal albura gélida de la coldwave, encajándose las piezas dentro de una estética que favorece sistemáticamente la constitución de armazones minimalistas. Es gracias a este inteligente subterfugio ornamental que Schmerz evita dejarse apabullar por la raigambre kitsch de su secuencia genética, logrando contenerla y dosificarla. El resultado asalta tus tímpanos nada más empezar “Lies”: un cliché que elude el cliché -ingenioso eso de “minimal dark”.

“Let My Heart Die”, “Mein Schmerz” y la mencionada “Lies” recorren estos senderos de nieve negra y noche eterna plasmados desde una monacal economía de conceptos. También lo hacen “Blindead” y “Shooting Star”, si bien éstos no tienen reparos en olvidarse de las bases synth para intentar -sólo intentar- saltar hacia la electronic body music (aguas que KHL ya ha probado como Monöchrome, junto a Nana Aray). El hecho de que “Blindead” sólo complete media acrobacia, con esa voz que parece entonada por el mismísimo Belial, da pie para hablar de un “baile de los condenados”.

Debut en corto redondo, que hará las delicias de los fans de estos subgéneros y de los seguidores del limeño -insólitamente, europeos en su mayoría.


Sorteando la escisión temporal -el baterista Aldo Castillejos radica desde hace ya algún tiempo en San Francisco (Estados Unidos)-, Culto Al Qondor se las arregló para lanzar en mayo pasado su segunda producción, que consiguiese presea de plata en el recuento anual perucho 2019. No satisfecha con semejante proeza, el 15 de agosto último la banda anunció en su página Facebook la inesperada salida de nuevo material. Indicaba el posteo que se trataba de un mini-álbum, y señalaba rumbos algo distintos a los trajinados tanto en Templos (2017) como en Electricidad (2019). Entonces no se previó que el mini-LP tardaría en aparecer hasta febrero del 2020 vía BandCamp, ni que el vinilo recién se publicase hace menos de un mes.

Hoy se conocen, gracias a Miguel Ángel Burga, bajista y frontman de CAQ; muchos de los detalles relacionados a Tannhäuser Tor. Se sabe, por ejemplo, que “Part 1” y “Part 2” formaban originalmente un solo gigantesco track de 29 minutos -que acaba dividiéndose fade in/fade out mediante por obra de Joel Álvarez, encargado de grabación y mezcla del Electricidad. Se sabe además que el nombre del esférico, revelado desde el posteo de agosto, fue escogido porque el mismo día que se grabó (19/7) había fallecido el actor Rutger Hauer -quien encarnase al icónico replicante Roy Batty en el legendario film Blade Runner (1982). Lo más importante quizá sea saber que Tannhäuser Tor es consecuencia de un ensayo que quedó a centésimas de ser abortado: el batero de sesión Renato Sauri no pudo llegar a la cita, por lo que Burga y el guitarrista José Antonio Flores a.k.a. Dolmo decidieron abandonarse a improvisar utilizando como micrófono el celular de Miguel Ángel. Media hora después, para reponer fuerzas los implicados hicieron un alto que se extendió durante otros treinta minutos, escuchando lo que se acababa de grabar. El resto es historia.

El disco, entonces, carece de batería. Eso no implica, por otro lado, que sea huérfano de rítmica: hay una chamba de manipulación de frecuencias y, sobre todo, una persistente iteración drónica en la guitarra; rasgos que nimban a ambos números de TT de una aureola de síncopa prácticamente intangible -o al menos lo suficiente para no interferir con la fisionomía convulsa pero también expansiva y disipada de este jam equiparable al viento solar. Climas magnéticos, sedantes, nebulosos; muy en la línea de lo mostrado en Electricidad, que al space rock de los capitalinos inspirado por Agitation Free, UFO o Brainticket integraba la retórica de la Berlin School. La novedad reside ahora en un acercamiento al post rock de los 90s, guiada la dupla Burga/Flores por la heredad de Flying Saucer Attack, A Silver Mt. Zion o Jessamine.

Entremés cósmico y acaso pretérito, como la luz que nos llega desde estrellas del pasado que tal vez ya no existan, Tannhäuser Tor ha sido planchado en vinilo por la recién estrenada Worst Bassist Records. El sello, propiedad de Lulu Neudeck -bajista de los teutones Electric Moon-, se especializa en space, post punk, motorik y drone music.


Hákim de Merv

jueves, 12 de marzo de 2020

Martia Pelepsi: Un Verano Silencioso

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 4 de marzo del 2020.)

#AguanteChile

Rubricando la honrosa tercera posición que viene sosteniendo desde los 90s la escena independiente chilena frente a sus pares latinoamericanas de habla hispana -y ya no es tan descabellado hablar de un segundo puesto, Argentina se ha dejado estar muchísimo tiempo-, hace por lo menos dos lustros se ha cimentado al sur de Arica una estirpe de creadores polifuncionales capaces tanto de articularse a uno o más grupos como de labrar interesantes carreras en solitario componiendo música y letra, acompañándose para los directos de colegas allegados cuando es menester. El inmenso Cristian Heyne -Christianes, Shogún, Tormenta- fue su precursor, cuando se extinguía el siglo pasado, y seguramente también es su figura mayor; lo que no obsta para elogiar otros ejemplos conspicuos de ese linaje, caso Alejandro Zahler o José Tomás Molina (de quienes ya he hablado antes en este espacio).

Sobre el papel, el músico Carlos Torrejón cumple con todos los requisitos conducentes a su adscripción a esta casta. Natural de Concepción, región tradicionalmente considerada cuna del rock chileno, el penquista hoy radicado en Santiago se ha enrolado en muchas bandas de diverso pelaje y duración dispar. De todas ellas -Fosfeno, aM BattOm, Cannguru, Analogic Disorder Attitude, Transistores, Lovecraft-, sólo he podido audicionar material completo de las dos últimas: de ahí, valga la aclaración, mi uso de la muletilla “sobre el papel”. Formaciones ambas oriundas de ‘Conce’, independientemente del género que cada una esgrime (post punk Lovecraft, rock alternativo Transistores), noto en el guitarrista una peculiar sensibilidad garagera -que se ha trasladado corregida y aumentada a su nuevo proyecto.


Martia Pelepsi nace en el 2018. Hacia noviembre de ese mismo año, y por espacio de doce meses, tienen lugar las sesiones de lo que a la larga será su debut en 33. El trío, que completan el baterista Gonzalo Jessen y el bajista Raúl Lorca (respectivamente a izquierda y derecha en la foto), manifiesta en redes practicar un post rock ‘somático’. Quizá justamente por eso, la arquitectura de Un Verano Silencioso (2019) tiene más de sencillo y honesto indie noventero que del post rock 2.0 de Mogwai y compinches. Porque lo de ‘somático’, ni planeado se evidencia mejor: las monocromáticas líneas espiraladas que bosqueja la eléctrica de Torrejón (a) Turk 182, la simplicidad de las formas que sombrea el bajo lorquiano, la descomplicada geometría apolínea que profesan la drum machine y las baquetas de Jessen; cuajan sonoridades profilácticas -cuando no efectivamente curativas- que ayudan a contener el estrés de la vida común y silvestre basculando entre el pop independiente y el de “vanguardia”.

Estas características, presentes en por lo menos cinco de los seis instrumentales que acoge el estreno, son enfatizadas por el registro de las cuerdas con el micrófono de un celular y por la edición de ese input con -digamos- software de bolsillo. A la vez, dicho proceso sitúa al álbum en territorio indie y subraya ese urgente minimalismo expresivo inherente a la poética del garage.

El estallido social que vive Chile desde octubre último no podía menos que dejar su marca en Un Verano Silencioso. Algunos de los temas han nacido producto de la conflictiva cotidianeidad que ahora palpita el hermano país austral, como el cierre “Sanar” -hay títulos que lo dicen todo-, “Hombre Caminando Bajo La Lluvia” o la apertura “Temporada De Luciérnagas”. Otros, como “Se Acerca El Invierno” o “Coma (Umma Song)” (que Carlos dedica a su querendona bull terrier), han obtenido su mezcla definitiva ya en el marco del diario convulsionar mapocho. Todo esto, es evidente, no se traduce en un LP sobrecogedor y doloroso -ni mucho menos. No son el post rock o el indie de los 90s demasiado proclives a la representación dantesca de realidades dramáticas/traumáticas -pero tal vez sí los primeros estilos que se me vienen a la cabeza si se trata de sublimar aquellas terribles experiencias. Gracias a la dilatada extensión de sus tracks y a la ¿“ciclicidad”? de sus motivos y estructuras, UVS le atina al doble cometido de disipar la tensión del Chile urbano sedimentada en la psique y descargarla con ejercicios sonoros de conducción casi zen.

La única excepción del disco: “Billy The Spleen”, corte dedicado a un héroe de juventud (Billy Corgan, de Smashing Pumpkins), único momento equidistante entre el post rock químicamente puro y la pleamar indie de décadas atrás.


Hákim de Merv