(Publicado
originalmente en mi cuenta Facebook el 22 de junio del 2015.)
Aludía a la
narrativa cinematográfica el gran Armando Robles Godoy cuando hablaba de lo que
denominaba “el lenguaje misterioso”. A través de una serie de cortos publicados
-creo- entre fines de los 70s y principios de los 80s, el director nacional
desmenuzaba dialéctica y didácticamente el abecedario mismo del séptimo arte
-para llegar a la conclusión de que, más allá de conocer y dominar los
elementos en juego sobre el ecran; la poética del cine tenía que ver con una
sapiencia inasible al momento de combinar esos mismos elementos durante el
proceso de edición, más que con un seguimiento ad pedem literæ del hipotético “manual
del buen realizador de cine”.

No puede
sintetizarse en pocas palabras lo que ha hecho Brageiki Vega en su segundo
disco, el EP Wayta. Su debut, El Espejo De La Iris (2014), era una
mezcla interesantísima de sonidos vernáculos y electrónica lo-fi a partes
iguales. No me atreví entonces a hablar de cierta ascendencia de Quilluya, del
Christian Galarreta de “Charangorrión” o del Evamuss de “RuidOn/HuayNo”; porque
el sonido de Vega no se parecía al de esos referentes, pero también porque no
me quedaba claro dónde se ubicaba la matriz sónica de Brageiki.

Es evidente con
esta entrega que Brageiki parte de la música tradicional andina para acercarse
al lo-fi y a la electrónica. Wayta EP arranca planeando en fase ambient, menos
con “Amarilis” que con “Constelación De Orión”. Recién con “Chapla Chaplita”,
los árboles cesan y se nos abre el paisaje del extended en todo su esplendor:
una suerte de folklore contemporáneo, cómodo con un pie en el pasado (“Tempestad
Andina”) y otro en el futuro (“Cielo Contraste”) -o mejor, un latido urbano (“Geosmina”)
y otro rural (“Chapla Chaplita”). Con concisión y espiritualidad que se
agradece, además. Hermoso.
Hákim de Merv
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