miércoles, 20 de septiembre de 2023

A Certain Ratio: 1982 // Slowdive: Everything Is Alive

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 13 de septiembre del 2023.)

Me toca admitir, antes que nada, que lo último que esperaba testimoniar al despuntarse esta década es el retorno en regla de A Certain Ratio. Formado en 1977 por Peter Terrell (segunda voz y guitarra) y Simon Topping (vocalista principal), habían trascurrido 12 años desde el último de sus esfuerzos (Mind Made Up, ‘08), y el doble desde el penúltimo (Change The Station, ‘96). Era el de este combo, pues, un nombre cuyo lugar permanecía anclado en el pasado.

Con justicia, por supuesto. Su primera incursión, The Graveyard And The Ballroom (‘80), dio mucho de qué hablar en esas aurorales eras posteriores al punk: la consistencia tridimensional de su música, la inmisericorde punción de las cortantes guitarras, la gravedad festiva del bajo, la tornasolada opacidad de los teclados... Originarios de Manchester como Joy Division, e inscritos también en el padrón de Factory Records, el documento antedicho y el subsiguiente To Each... (‘81) habrían tenido mayores ascendencia y difusión, si no hubieran mediado dos circunstancias. Una fue el suicidio del frontman de los Division, el frágil Ian Curtis, que confirió a cantante y compañeros instantáneo-y-merecido status de culto. El otro hecho fue la considerable pérdida de orientación que estragó a los dirigidos por Topping y Terrell a partir de Sextet (‘82). En adelante, no andarían sino a los tumbos...

Hasta el ‘20, cuando deciden regresar con todas las de la ley, si bien prescindiendo de sus fundadores. Del sexteto que debutase en el ‘80, sobreviven el bajista/vocalista Jez Kerr, el guitarrista/trompetista Martin Moscrop y el batero Donald Johnson. El hoy septeto, que completan Tony Quigley (saxo), Viv Griffin (bajo), Ellen Beth Abdi (flauta) y Matt Steele (teclados); reaparece hace tres almanaques gracias a ACR Loco, trabajo que le ha provisto de harta tela por tijeretear, remodelada en un compendio de remixes (‘21) y en otro live (‘22).

Con carátula de inequívoca referencia a los videocassettes en blanco para betamax y/o VHS, y título más que revelador, 1982 plantea una recuperación del tiempo perdido apuntando directamente al año en que A Certain Ratio extraviase el sendero. Aunque Sextet forzó la irrupción de latinismos y de pretensiones seudo-arty como fallida coartada para ahondar en la filiación funk que el grupo siempre había profesado, la idea no era del todo mala. La nueva aventura permite esa convivencia entre la tropicalia sabrosona y el jazz mutante a lo Herbie Hancock, y la tensión urbana/incendiaria creatividad que experimentase el after punk del ‘78 al ‘84. El extraño concubinato encarna desde las primeras notas de “Samo”, bañadas por un dub reluctante que pinta extractado de las teorías del Cuarto Mundo enunciadas por Eno -hay que recordar que el propio alias de ACR es repescado de la letra de “The True Wheel”, que el Prócer del Ambient posiciona en Taking Tiger Mountain (By Strategy) (‘74).

Concedo que tal vez “Ballad Of ACR”, con su insospechado intro meloso que prontamente colapsa ante el surgimiento de espirituosas líneas jazzy, no es el mejor cierre para un esférico de veras sorprendente. Es, si se quiere, la única objeción que oponer a un puñado de canciones que refina la mixtura hasta niveles de desprejuiciado eclecticismo (“Constant Curve”), que no afloja si se trata de entrarle al lounge (“Tombo In M3”), que puede estilizarse (“Tier 3”) o prenderse (“Afro Dizzy”) a voluntad. Que, también, sabe retrotraerse a los días en que New York fue una zona liberada, hábitat de locos/as desopilantes (el lado cool de A Certain Ratio le debe mucho a Talking Heads, como atestigua “A Trip In Hulme”) y de marcianos/as sandungueros/as (Liquid Liquid en “1982”), iluminados/as todos/as por una penumbra rebosante de seducción groovy.

Entonces, si el tiempo vuelve a empezar y todo camino está por recorrer, ¿por qué no?

Incluso cuando ha alcanzado el Cielo, se ha desintegrado casi a renglón seguido y vuelto a juntar tras casi dos décadas, el segundo paso en la nueva vida de una banda es materia complicada. Aunque quizá sea más fácil para las consagradas en el plano internacional, tampoco lo es demasiado. Mucho más sencillo es comenzar a publicar tras la reunión, que apuntalar ese segundo debut con un sucesor que aplome y concorde.

Le ha costado media docena de años a Slowdive dar luz verde a un larga duración tras el epónimo reentré del ‘17. La pandemia del COVID-19 trastocó las previsiones iniciales de empezar a grabar en abril del ‘20, retrasándose el proceso cinco meses. No mucho después, Rachel Goswell -voz, teclados, pandereta- perdería a su madre, y luego acontecería otro tanto con el padre de Simon Scott (batería). Estas pérdidas, que en el caso de la vocalista le empujó al alcoholismo, ralentizaron el desarrollo de la nueva placa; al punto de tomarle dos años y muchos meses ganar forma definitiva en grabación y producción.

Mas a diferencia de lo acaecido con el resplandeciente estreno de Arcade Fire (Funeral, ‘04), gestado bajo coyuntura similar, el quinto álbum en la carrera de los de Reading ha sublimado de manera diametralmente opuesta las luctuosas experiencias. Y acaso no sea ése el único tamiz a considerar. Editado por Dead Oceans, no puede afirmarse de Everything Is Alive que equipare en niveles más o menos esperables las cotas shoegazing que aún podían advertirse en su anterior rodaja. Existen elementos que vinculan a la agrupación al noise etéreo que ella misma contribuyese a forjar durante la primavera supersónica de los primeros 90s (el hercúleo farallón distorsivo de “Shanty”), sí, pero actualmente palpitan junto a otros sonidos que los ingleses han decidido asimilar -consciente o instintivamente.

Abre EIA el sintetizador modular de la alegada “Shanty”, melodía originalmente pensada para un LP en solitario de Neal Halstead (el último de los cuales, Palindrome Hunches, data del ‘12). La argucia no dura mucho, y luego nos enfrentamos a un canal ruidoso y oscuro a partes iguales. Tal es el sino que seguirá casi hasta el final Everything Is Alive: a veces atestado de melancolía, a veces multiplicándose en dilatados segmentos instrumentales que invitan a ser escuchados durante interminables ocasos invernales, a veces proponiendo luengas caminatas de agradable agotamiento... La oscuridad aludida, no obstante, no se traduce en monotonía. Aunque las eléctricas de Halstead y Chris Savill prefieran hoy explorar oquedades, detalle que valida parangonar el nuevo episodio a Pygmalion (‘95, comparación no del todo desacertada), estas cavidades son maravillosamente traslúcidas -pobladas de formaciones coralinas que brillan en la negrura circundante, y que semejan constelaciones alcanzables por ahora sólo con la imaginación. O con el arte.

La nebulosa turbiedad de Everything... es consecuencia de la apertura a otros matices, como decía hace un rato. ¿Es la afluencia de éstos la que le da su peculiar coloración al CD? Esa pregunta sólo puede contestarla el quinteto. Pero es claro que tanto Neil como Rachel han bajado al menos un tercio de octava frente a los micrófonos, acompañando así con más propiedad el incesante accionar tanto de los teclados que ellos mismos manipulan como el del sobrio e incansable bateo de Scott, coprotagonista en las ocho renovadoras composiciones del repertorio de los británicos. También es claro que, estilísticamente, Slowdive no sólo se ha separado en gran medida del shoegazing, sino que además se ha acercado al after punk marinado por la electrónica de unos Cure, lo mismo que al slowcore clásico de insignes precursores como Seam, Galaxie 500 o Bedhead. La íntima evocación procurada por joyas como “Skin In The Game”, “Prayer Remembered” -otro outtake del abortado solista de Halstead- o la magistral “Andalucia Play” inclina a pensar que el conjunto asume de este modo, conscientemente y como se debe, el arribo a la madurez definitiva.

Ahora es la de Slowdive, pues, una alineación bastante afecta a los temas de medio tiempo para abajo, copados de estamina al 100%, que cuajan en preciosos paisajes auditivos de melancolía con que fatigar la orilla de la Vida. A despecho de esto último, dicha saudade no obsta para, de vez en cuando, sacudirse un poco la modorra y virar hacia las épocas en que encendieron todas las antorchas con Just For A Day (‘91)- porque las del todopoderoso Souvlaki (‘93) difícilmente han de combustionar otra vez: “Kisses”, “Alife”, la muy ochentera “Chained To A Cloud”, la briosa “The Slab” -de seguro no el número más veloz de Savill/Chaplin/Goswell/Scott/Halstead, pero sí el más corpulento e imponente.

Nuestros héroes están de vuelta.

Hákim de Merv

jueves, 14 de septiembre de 2023

Seven 7'' // DJ Locopro: Human Music

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 6 de septiembre del 2023.)

En el background general de la música pop, la figura del single doble es rarísima, mucho más que la del extended play doble. Si algo tienen uno y otro en común, ello es una justificación conceptual no siempre impertérrita. Quizá el ejemplo más célebre del doble EP es el que diera lugar posteriormente al disco Magical Mystery Tour (‘67) de The Beatles. En cuanto al doble 7’’, la primera vez que supe de su existencia fue gracias al 45 r.p.m. de Japan “Gentlemen Take Polaroids” (‘80), insólitamente presentado como díptico. Aunque de seguro hay antecedentes más antiguos.

Cerca de dos meses atrás, Chip Musik Records lanzó el sencillo de nombre Seven, editando por separado el lado A (13/7) y el lado B (16/7). Salvo el buen tino que ha presidido la elección de participantes en la sucinta jornada doble, lo que de paso también me faculta a hablar de algo así como un 6-way split, no capto ninguna idea subyacente a cada “cara” del single. Eso sí, cumple Seven con ilustrar los principales méritos de la discográfica (si bien de manera demasiado efímera para mi gusto).

El lado A de Seven empieza con Aloysius Acker -y, considerando las coordenadas de los cinco actos que le suceden, puedo decir que no hubo mejor lugar en donde ubicarle. El nom de guerre de José Rodríguez deambula entre el shoegazing próximo al bliss pop y el post rock de facciones etéreas. Henchida de texturas poco menos que seráficas, la pieza “Esta Sombra Que Cae Del Ruido De Tus Pasos” no sólo se condice con el perfil que retrata este filón del músico, sino que corrobora la buena forma en que se mantiene. Le siguen Siam Liam y Ionaxs, sendos cultores IDM clásicos del sello, inusualmente presos de una inflamada heterodoxia durante sus performances. El primero se sirve de una melodía de ambient acuoso rodeada de dosis exactas de intelligent techno/deconstruida con beats que guiñan a la distancia al drum’n’bass (“Mar Cuántico O Fluctuaciones Del Vacío”). En cambio, Ionaxs -Ion Axs, para la ocasión- cose IDM epiléptico y entrecortado a secuencias de raigambre downtempo (“Haz De Iones”, nimbada por enaltecidas frecuencias vibratorias).

Seven da inicio a su lado B con fichaje de estreno en la nómina Chip -Paititi. El novísimo seudónimo de Óscar Cireneo (Semilla Galáctica/Galactic Seed) nos obsequia en “Tagmatron” una polimórfica exhibición de autechrismos circa Tri Repetæ (‘96) y de esa agitación intrínseca al subgénero braindance en sus horas de inspirada ebullición. Tras el surco, se posicionan Mongo No Stars y Troek. El segundo es otro chaplín debutante en los bits de la label, aunque detrás suyo están dos viejos conocidos: Jorge Rivas (Ionaxs, Puna, Philkophillips) y Alfonso Noriega (El Otro Infinito, Prados Perfectos, Puna). “Primer Mensaje Desde La Niebla” es un ventarrón huracanado de ruido digital, que se ve progresivamente invadido por restallantes programaciones de nerviosa electrónica.

Mongo No Stars, por otra parte, es ya una revelación confirmada; fogueada en compilaciones de las series ‘Lego’ y ‘Trasmisores’, y cuyo primigenio Neofhyte Miscellanea se erigió como el mejor álbum perucho del ‘21. El proyecto se esmera en mitigar todas las salientes producidas por la robusta mezcla entre acid techno y ambient house que esgrime, aditando elementos intelligent e incluso EBM, consiguiendo así abastecer a “Tigh Rope” de una gran capacidad de fuego de cara al dancefloor. Admito que a prima facie la noción de un single doble no concitaba mucho mi atención. Los resultados obtenidos por Seven me conminan a reconocer la nulidad de esa temprana sugestión.

Para su nuevo capítulo bajo la identidad que más ha hecho suya frente a las escenas independientes, Miguel Elescano propone una suerte de tratado abstracto sobre algunos de los géneros electrónicos de obvia filiación noventera. A tal efecto, el limeño no discrimina entre vieja y nueva escuela, por lo que Human Music reditúa la incómoda sensación de querer sonar omniabarcante y errar en el intento -aunque no sea ése su objetivo.

En “In The Light”, por ejemplo, DJ Locopro hace rugir los motores con que siempre coge velocidad y vuelo -los del house y del techno. Pero el trote del tema de apertura es suave, cansino, a despecho de la alta tensión que muge a través de las ensordecedoras líneas de acompañamiento. Algo similar sucede al reproducirse el track epónimo del esférico (si bien se prescinde de osamenta rítmica). Esta parsimonia choca con la presteza de composiciones como “New Creature” o “Nuclear Pop” -respectivamente demostraciones del vertiginoso tech house de-ascendencia-Roland TR-808 que fascina al capitalino, y del fracturado jungle con que éste difumina nubarrones y sirenas.

Otro ejemplo de diversidad es “Sweet Poison”, que paulatinamente se va acercando al trip hop, sin llegar nunca a sumergirse del todo en el sonido bristoliano. Ello, pese a la presencia de la japonesa Coppé y de ¿esa colaboración? ¿ese sampleo? a lo Horace Andy que más parecido, imposible. Y no podía faltar el guiño a aquellas dialécticas digitales marca 90s que basculan entre el lo fi y el no fi, que pueden ser angélicas y dulces como asimismo áridas y punzantes -que son todo atmósferas y efectos, sin rastro de programación o secuencia. En este último cajón incluyo a “Coming Home” y a “Dios Es Luz”.

El balance es un poco disparejo, entonces. No porque falte oficio, o porque Human Music tienda a disgregarse en variedad de impresiones que divergen unas de otras. No. En Everything Is Wrong (‘94), Moby probó que se podía ser exageradamente versátil y aún así permanecer a flote con circunspección y solvencia. El problema es que los canales mismos carecen de mayores brillos: no destacan por características propias, una vez descifrada su posología, y en honor a la verdad lucen bastante inanes todos ellos. Ni siquiera esa excepción a la tácita regla de base 9 que es “Aunque Los Perros Ladren”, synth pop fondeado en los 80s, escapa de la imperante aura de inercia. Así, se torna difícil matizar un largo al que le es imposible avanzar más allá de la categoría “regularón, nomás”.

Hákim de Merv

jueves, 7 de septiembre de 2023

Zetangas: Sesiones Intangibles

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 30 de agosto del 2023.)

Afirmaba hace un par de años que los últimos lanzamientos de Carlos García le aterrizaban en el lugar exacto al que éste parecía haber aspirado llegar siempre, si bien hacía la salvedad de realmente no tener el 100% de certeza acerca de ese destino (“...con lo inquieto que es...”). En buena hora incluí la atingencia.

Sin el apañe de sus ¿reales? ¿imaginarios? Monsters De Comida, Zetangas ha publicado pasada la quincena de junio su séptimo álbum de estudio, que constituye una sorpresa por cuanto no guarda relación alguna con aquello mostrado en Vacuum Phases (‘21) o en el mayúsculo 22/09/1953 (‘19). Tamaña circunstancia se anuncia desde la carátula de estas Sesiones Intangibles, elaborada a la antigua montando diversas imágenes -dibujos, motivos geométricos modificados, una añeja foto- a la usanza del formato collage, que invoca estados de ánimo simultáneamente placenteros/recreativos/juguetones (cf. los créditos de apertura de Juno).

¿Cuánto de esto se ve reflejado en el contenido del nuevo artefacto? Bastante. Con quince pistas y apenas 31 minutos, Sesiones Intangibles empieza su andar de la mano de un track marcado por la estética del dub y por el backbeat consustancial al género que hizo famoso (a) papá Marley. Es “Natura Concreto”, entonces, un inicio impensado. Tanto como la dirección del subsiguiente “Pepino De Mar”, de osario pop y de guitarra cuya digitación límpida y fluida remite instantáneamente al maestro/genio Vini Reilly (The Durutti Column). Lo curioso es que, por lo menos hasta casi el final del segundo tercio del CD, el guitarrista hoy radicado en Suecia trenza ambos filones con precisión y regularidad infalibles.

Tenemos de un lado, pues, ecos del 4/4 jamaiquino que se presentan diluidos (“Abisal”), tribalizados (“Fantoche”), marinados en la tradición afroperuana (“Altitud De Crucero”). De otro lado, pop no precisamente inmaculado pero sí circunspecto (“Asta”), fibroso y ligeramente experimental (“Carnaval Rojo”), que guiña a las acuarelas del legendario mancuniano (“Emérita Análoga” tiene toda la pinta de corte firmado por TDC). En medio, un Zetangas devoto del miniaturismo, que a veces confunde las proporciones y se acuerda de sus viejos tiempos (“Estilo Turco”), y que para la ocasión flirtea apasionadamente con el wah-wah.

“Lo Sigo Buscando. Ya Lo Encontré!” funciona como cuña que rompe la incesante oscilación de Sesiones Intangibles. La claridad del registro se ve empañada por la voz filtrada de García, extendiendo ese manto lo fi hacia el resto de la composición, de remolona melodía indie. Esto vuelve a ocurrir en el divertido “Y Es Que Los Dioses!”, número de despedida del disco, quedando los canales entre éste y “Lo Sigo...” exiliados a un limbo donde por fin desaparecen las tranqueras estilísticas de cada ingrediente empleado (excepto el rasta, que ya no vuelve a figurar). Pop sesudo, que se vale del wah-wah (“Rayo Geométrico”) lo mismo que del didgeridoo (“Shuri”), y que nos regala otra vuelta de tuerca con el mestizaje acogedor/demoledor de “Viringo”. Dejo sentada mi protesta: difícil adivinar, de esta guisa, qué hará Zetangas para su próximo larga duración.

Hákim de Merv

jueves, 31 de agosto de 2023

La Ciencia Simple: Ritmos En Cruz // Trampaluz: Paisajes Del Tiempo

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 23 de agosto del 2023.)

Aunque haya aparecido en la veintena de octubre del ‘22, bien puede decirse que con Ritmos En Cruz festeja La Ciencia Simple una década de vida en este 2023 ya inclinado ante su último tercio -pese a que el combo santiaguino fecha el debut Hacia El Mar en el ‘14, éste es registrado el año anterior. Al aniversario arriba la banda de la mano de una descollante madurez, logro no menor toda vez que ha sufrido la baja de uno de sus guitarristas fundadores, Diego Palomino.

Esta lozanía ganada por el hoy cuarteto, además de descollante, ¿es plácida o serena? Excelente pregunta. Cantada, si se considera el carácter instrumental de LCS, y sobre todo el rol medular que han desempeñado las eléctricas en su música. A falta de declaración de parte, estimo que es más indicado hablar de serenidad. Porque aún cuando la ausencia de Palomino presupone un escenario un tanto incómodo, la grácil performance de Rienzi Valencia en la otra guitarra permite a la alineación salir airosa de la contingencia. El bauprés apunta ahora hacia territorios de cielos más tersos, distantes de los giros a veces sobrecogedoramente intempestivos que otrora dictaban en sociedad el bajo de Tomás Cornejo y la teba y programaciones de Gonzalo Valencia.

Es Ritmos En Cruz, ergo, una jornada comparativamente más reposada que las ofrecidas en II III V (‘16) o en III V VII (‘18). Los sampleos, las percusiones, los sintetizadores; se adhieren con mayor naturalidad que antes al coloquio entre soporte rítmico y guitarra -en la medida en que tal diálogo opta por filtrarse y encausarse en cálidas armonías inmateriales, en susurrantes melodías etéreocrepusculares preñadas de un impresionista tratamiento onírico.

Tal vez todo ello se deba al equitativo balance entre instrumentos de que ahora goza el conjunto. No sé. Lo que de todas formas me queda claro es que, si esta reconfiguración responde a la salida de Diego, no se nota en absoluto. De ahí el calificativo de “sereno” antes que el de “plácido”. La placa es igual de punchera, perentoria, poliédrica y estimulante que el background hasta el ‘18 acreditado por los capitalinos. La única diferencia es que el post rock a lo Mogwai que hoy ejecutan prescinde de los rebotes/de las paradas en seco/de los saltos percusivos, en favor de atmósferas sosegadas/reposadas/pacíficas donde la estética del ambient se enseñorea a gusto.

Y no, no es que esta gente haya renunciado a la sorpresa y/o a la contundencia. Desde “Ultramar” hasta “Éter”, pasando por las elogiables “Domingo”, “Cruz Del Sur”, “Magnolia” o el inequívoco homenaje a Richard D. James “Aphex”; se percibe una suerte de lenta/progresiva/sostenida inclinación a soltar con tacto los frenos y a pisar pudorosamente el acelerador. Concentración, mesura y determinación claves en un disco producido y mezclado nada menos que por John McEntire -Tortoise, The Sea And Cake- en su base de Portland (Oregon).

Corto receso editorial de por medio, vuelve Trampaluz a agitar la palestra gracias a un lanzamiento algo inasible de encajonar en parámetros convencionales, aún contando como tales aquellos que el acto chileno acostumbra visitar.

Ocurre que a mediados de junio llega a mis manos la versión física del nuevo título firmado por Fernando Arce, Paisajes Del Tiempo. En formato digipack, el diseño de funda es bastante parco, a contrapelo de otros volúmenes de Trampaluz que he podido consultar. Le había dado ya un par de vueltas a la versión en línea cedida a Chip Musik Records, así que tenía algunas ideas esbozadas sobre el contenido que me esperaba. Cuán grande sería mi sorpresa al constatar que había ni-tan-pequeñas e importantes diferencias entre lo que iba revelando el láser y lo que las neuronas recordaban de las reproducciones online. Frené en seco, para caer en la cuenta de la desigualdad entre portadas, de la minúscula variación en las denominaciones, de la falta de correspondencias en los minutajes...

Paisajes Del Tiempo es el bautizo que recibe la edición en CD. Llena de viejos negativos con que se trabajaban las fotografías antes de la era digital, la carátula abunda en vistas campestres de imprecisa definición y en matices que insinúan predilección por las estaciones en que Deméter sufre la privación de su hija Perséfone, algo que las nueve pistas del opus retratan muy bien sin agotarse en esa instancia. El contraste es patente con la contraparte digital de Chip Musik: Paisajes En El Tiempo no sólo prefiere las fotos antes que a sus negativos, sino que además les insufla de colores algo más vivos, anunciando así un acabado ligeramente distinto para los también nueve canales del álbum -más la toma adicional de “Reflejo Visual En El Espacio”, intervenida por Miyagi Pitcher y subtitulada ‘Vista Aérea Remix’.

La variación más manifiesta, no obstante, se produce en la extensión. Mientras Paisajes En El Tiempo sobrepasa los 106 minutos, Paisajes Del Tiempo apenas si dobla la esquina de los tres cuartos de hora. Revisando info, la disparidad débese a que las sesiones grabadas entre junio y agosto del ‘22 han sido sometidas a determinados procesos de corte y edición en una primera oportunidad, y a otros muy distintos en una segunda. Cabe aquí precisar que esa primera vez -octubre- se dio con ocasión de la publicación en físico, que Arce data en noviembre del año pasado (y que en realidad salió en paralelo a PEET), mientras que la segunda -marzo del calendario en curso- ve la luz vía el BandCamp de la escudería peruana en abril del presente. Es menester tomarlas, pues, por separado.

Respecto de Paisajes Del Tiempo, éste otorga licencia para especular sobre un endurecimiento del camino transitado recientemente por el sureño. El post rock desplegado aquí se inscribe en la tradición latinoamericana de sus cultores más ariscos, aquellos espartanamente reacios a cualquier comodificación. Porciones de magma sonoro informe como engendrado en el caos de resonancias nunca domesticadas, siseantes voces fantasmagóricas del todo ininteligibles (“Un Extenso Terreno”, “Transformación De La Naturaleza”), oscuras dinámicas paroxistas que recuerdan la tosquedad cara a/innata de la estirpe de Slint (“Forma De Ver El Tiempo”, “Lo Imaginario De Un Momento”), mínimas secuencias intransigentemente inalterables de grisácea tesitura (“Reflejo Visual...”).

El perfil invernal de este corpus se agiganta ante la casi total carencia de melodías -si las hay, éstas son desapacibles, prontamente ahogadas por las borrascosas texturas de agreste composición. Sintomáticamente, el efecto generado es el de sentir los motivos centrales de cada surco siempre sugeridos, nunca nítidamente visibles, flotando eclipsados por las sombras que dispensan la constante indefinición y el frío perpetuo. De hecho, son computables en 0 los casi inexistentes pasajes de calma en medio del vendaval que dispara Trampaluz (acaso reunidos en “Todo Lo Que Alcanza La Vista”). Y sin embargo, la radicalidad expuesta en Paisajes Del Tiempo palidece ante la que acribilla a su impar de Chip Musik. Ése, por supuesto, ya es objeto de otra historia.

(PD: Consigno una pieza de la edición ChM, al no existir online alguna de la edición física.)

Hákim de Merv

jueves, 17 de agosto de 2023

Canciones De Verano Y Costa: Un Tributo Del Pop Español A Paraíso Y La Mode

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 9 de agosto del 2023.)

Mi primera vez con La Mode sabiendo que lo que estaba sonando era La Mode, no fue realmente mi primera vez. Como supongo le sucedió a mis demás coetáneos/as, a punto de cumplir nueve recién comenzaba a descubrir la radio, y ésta rara vez emitía el single más exitoso de esos españoles. Curioso, ya que entonces -primera mitad de los 80s- se vivía en Latinoamérica el “boom del rock en castellano”. Me estoy refiriendo, claro está, al 45 rpm “Enfermera De Noche”.

Pasó mucho tiempo antes de que la legendaria formación de Fernando “El Zurdo” Márquez se me revelase en todo su esplendor. Era 1992, y en casa de un amigo que por esos años vivía ilusionado con la “trova latinoamericana” di con un mixtape confeccionado en La Colmena. A la cinta la escoltaba la llana denominación de Post Punk Españoles, e incluía abriendo el lado B “El Único Juego En La Ciudad”. Fue un amor a primera escucha, que se fundió con mi piel en Cuzco durante el verano del ‘94, y el inicio de un culto entre algunos/as de quienes hasta ahora son compas muy cercanos/as. No faltarían, después, más instancias decisivas: el redescubrimiento de “Enfermera De Noche”, la adquisición de la obra íntegra de La Mode registrada junto a Márquez a través de la recopilación triple Todas Sus Grabaciones 1982-1984 (se editaría un LP más sin él, antes de la ineluctable disolución), la certeza de no ser la mía la única colectividad de weirdos que se había enamorado del terceto (Cocó Revilla de Silvania y Ciëlo les reivindica en entrevista concedida a Freak Out!, publicada en el cuarto número), etc.

De manera que, cuando me llegaron nuevas fresquitas relacionadas a la confección de un homenaje doble dedicado a La Mode y a Paraíso -primera experiencia de Fernando posterior a Kaka De Luxe, este último-, me lancé a averiguar de inmediato si las noticias tenían fundamento. Y pues sí. Canciones De Verano Y Costa: Un Tributo Del Pop Español A Paraíso Y La Mode ha sido orquestado desde Valencia por Vicente Ribas, y contiene versiones variopintas de veintidós clásicos pertenecientes a ambas alineaciones. Previsiblemente, la mayoría de participantes es valenciana, aunque también los hay de otras regiones -y hasta uno que otro ilustre contemporáneo del entrañable combo, responsable de las canciones acaso más sofisticadas de su época, producto de su afición por la new wave y la estética new romantic, y de su pasión por el synth pop y el talento de Brian Ferry.

Precisamente es la recordada Casilda Fernández, vocalista de Estación Victoria, quien rompe los fuegos de la primera rodaja con una enérgica relectura de “Aquella Canción De Roxy”. Basándose en la versión LP del tema, cuya contraparte 7’’ era bastante distinta, la madrileña hoy radicada en Jávea -Alicante- cierra flancos reagrupándose con sus excompañeros. Rebautizados para la ocasión como Casilda Y Victoria, su excelente toma prescinde del grueso de la ornamentación filo-electrónica del original, entregándose a una performance mucho más rockera -que flirtea con la letra de uno de los éxitos más memorables de EV (“Cita En La Embajada Francesa En Saigón/Oh, Mon Dieu! C'est La Mousson”).

Muchas de las interpretaciones que encuentran cabida en Canciones De Verano Y Costa... se hallan fundamentadas en un pop/rock atemporal y en las variantes mínimas que de esta asociación se desprenden. Ese rasgo tiende a nimbar al díptico de una impresión de uniformidad, impresión si bien varias veces corroborada, nunca al 100%. En efecto, no son Los Viernes (“Y Al Final Carolina”), Arcanodia (“La Teoría De La Relatividad”), Scrig (“El Eterno Femenino”), Sauna Bytes (“Mi Dulce Geisha”), Última Emoción (“Cita En Hawaii”) o Los Inhumanos (una jubilosa “Las Chicas De La Inter”); lo mismo que Jon Dove (“Amor En Taxi”), Falsa Pasión (“Wild Puppets (We Love You So)”), El Aviador Dro Y Sus Obreros Especializados (“La Estrella De La Radio”), Los Radiadores (“Makoki”), Amiga Mala Suerte (“No Te Equivoques”) o Uve Eme (“Aquella Chica”). Si bien ninguno de ellos consigue poner de vuelta y media las brillantes creaciones de La Mode, los primeros por empeño y ganas no quedan, mientras que los últimos no ensayan mayores variaciones respecto de los modelos (o dan peligrosos pasos en falso). Sorprende, para mal, que sea justo en este segundo grupo donde se sitúan dos históricos de la movida española de hace cuatro décadas: El Aviador Dro... y Falsa Pasión.

Salvo excepciones como la de Casilda Y Victoria, son las versiones que se salen del molde las que mejores resultados obtienen, pese a que ello no comporta una regla. Sí es el caso de Mist3rfly, cuya relectura de “Enfermera De Noche” se vuelca completamente al electro. También es el de Los Detectives, el otro ensamble que nace tras la desintegración de Paraíso, quienes perpetran una ejecución punk de “Sé Una Chica De Hoy” con guiños al fundacional EP de Kaka De Luxe (y menos sutilmente a los Ramones). Y es el de Víctor Eme y SERCH. (sendas fantásticas reinvenciones electrónicas de “La Evolución De Las Costumbres - Radio Edit” y “En Cualquier Fiesta”), así como el de Matamala (lúdica revisión punk de “Para Ti”).

El premio gordo, sin embargo, se lo lleva Juegos Nocturnos. Este proyecto, que une a dos referentes imprescindibles de la movida ibérica (Per Mertanen de Décima Víctima y Jesús Amodia de P.V.P.), deconstruye la magnífica “El Único Juego En La Ciudad”; rearmándola a punta de generosas dosis de espacioso dub y de un tridimensional reggae en clave roots. Quién hubiera pensado que tal cosa sería posible. Ni el mismísimo “Zurdo”, creo, cuyas maravillosas composiciones al lado de Mario Gil y Antonio Zancajo permanecen como uno de los picos a los que llegara la escena independiente ochentera, hija desafiante de la España liberada de la tiranía franquista.

Hákim de Merv

jueves, 10 de agosto de 2023

U.F.O. 1982: Cyber Noir EP // Búho Ermitaño: Implosiones

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 2 de agosto del 2023.)

Mala suerte la de U.F.O. 1982 al subir a BandCamp su puesta de largo el 22 de febrero del ‘20, pocos días antes de decretarse el inicio de la emergencia sanitaria en el Perú a consecuencia del COVID-19. Por ende, Fantasía pasó completamente desapercibida en medio de la crisis pandémica, que condenó a un olvido algo dilatado el esfuerzo de Janis Monja -principal y única fuerza motriz del proyecto- producido por Esteban Loayza.

Tres traslaciones terrestres después, U.F.O. 1982 lanza un extended play temático con todas sus pistas empalmadas. Cyber Noir EP se centra en la figura del T-800, el ominoso e implacable antagonista de Terminator (‘84), joya del cine B y uno de los mitos contemporáneos más destacados que surgiera de la cultura pop ochentera. La decisión no extraña, ya que desde un principio el alias de la peruana ha dejado en claro la devoción que le suscitan los sonidos electrónicos de los primeros 80s -concretamente la new wave y el synth pop, amén de la prole y cruces que ambas corrientes generasen hasta clausurarse el siglo pasado.

Cyber Noir EP luce más como una gran pieza de casi 18 minutos, antes que un conjunto de cuatro tracks. En gran medida, el tema central que signa Brad Fiedel para la banda sonora del aludido film es el motivo inspirador de esos canales, al punto que el “Intro” del extended es una especie de remodelación/rework de aquel, con parlamento sampleado de alguna(s) de las secuelas de la saga Terminator. Pegadizo synth pop de ciencia ficción y musculatura Hi-NRG que, en la práctica, no se diferencia del de “The Future Is Not Set” más que en la programación -mientras éste la tiene, “Intro” carece de aquella. Queda así la sensación de una fosca reelaboración entre futurista y dance, a partes iguales, de la composición original de Fiedel.

En “Tech Noir”, nombre de la discoteca en que Kyle Reese y el T-800 se enfrentan por primera vez, el equilibrio detallado se sostiene lo mismo que la secuencia rítmica. Sin embargo, los principales rasgos identitarios de la obra de Fiedel se han difuminado. Los arreglos vintage/retrofuturistas de robóticos sintetizadores y cristalinos teclados habrán nacido de su simiente, pero ellos ya no están. Tampoco la explosión Hi-NRG de la primera mitad. Para cuando “Skynet” empieza a sonar, bajándole simultáneamente la persiana al EP, Monja termina por sepultar todo vestigio del soundtrack de Terminator: del synth pop ochentero lleno de fulgor hasta grados chillones no sobrevive nada, pues la música se vuelve más reluctante al acercarse a la tradición del synth usamericano de los primeros 90s (tipo Faith Assembly, Seven Red Seven o Cosmicity).

U.F.O. 1982 se presentó el domingo 6 de agosto en el festival Underground Space, autodenominado “el primer evento de vaporwave peruano”. Pese a que ni en Fantasía ni en Cyber Noir EP he podido encontrar siquiera media nota de hard vapour o de future funk, debido a las inclaudicables reminiscencias en la producción del acto se comprenden las razones para haberle programado junto a otros seudónimos que sí califican como vaporwave -Lost Traveller ロスト, Babefake, Blurred Hologram, S O A R E R.

Las historias de todos los circuitos que conforman directa o indirectamente el mosaico de nuestra escena independiente nacional están atestadas de casos en los que tal o cual grupo no logró superar el reto del segundo álbum, tras agotarse el entusiasmo inicial y sobre todo si su estreno fue tan bueno que acabó convirtiéndose en sambenito y obstáculo. Hasta hace unos meses, a este limbo parecía pertenecer la banda Búho Ermitaño, que en el ‘14 debutase con un LP magnífico como Horizonte, a seis años de haberse fundado.

De todas formas, pausas de casi una década suelen ser aquí sinónimos de expiración definitiva. Hasta que se van al tacho, claro. No es ésa la única singularidad que distingue a BE. Cuentan a su favor una existencia que jamás se ha visto interrumpida y la permanencia de los seis individuos que firmasen Horizonte. Estas circunstancias, no obstante, son relegadas a riguroso segundo plano cuando aparece un nuevo documento sonoro a considerar. Y vaya que si el Tiempo no ha transcurrido ni para los capitalinos ni para el novísimo Implosiones.

Editado por Buh Records, el vinilo es mucho más corto que el mazazo de hace nueve calendarios. Pese a ello, la media de sus siete surcos sigue siendo muy elevada, como toca a una alineación que se desliza entre/impregna de todos los subgéneros lisérgicos de vieja escuela -así como de sus coetáneos más próximos, y aún de sus más aplicados descendientes. En la senda de lo mostrado por Horizonte, las nuevas creaciones de Búho Ermitaño se alimentan del espíritu del prog, del delirio del space, de la contundencia del hard, de la turbia viscosidad del heavy, del arrebato del blues, del pasotismo de la psicodelia, del jammeo intuitivo del kraut, del groove tribal de fusión enraizadamente jazzera...

Poco es, entonces, lo que ha cambiado la receta del sexteto en cuanto a ingredientes. Acaso sea el folk el único de éstos del que se ha prescindido. Felizmente, no es correcto utilizar ese adverbio calificativo para describir el aliento que sopla en este puñado de seis instrumentales y un solitario número cantado. Tampoco, para referir la soltura con que ahora los músicos fisionan influencias. O su remarcable desenvolvimiento instrumental, que ha ganado durante todo este tiempo sin editar cotas verdaderamente fabulosas -de inequívoca superioridad a las del primer esfuerzo. Todo esto ha sido posible gracias al disciplinado vigor que ahora ejercen tanto individual como colectivamente: si antes se les podía reclamar a los limeños un poco más de “descontrol”, hoy es evidente que no sólo pueden hacerlo cuando quieran, sino que es consciente decisión propia no abusar de esa coartada.

Así entiendo el milimétrico kraut ácido a lo Guru Guru de “Herbie”, los místicamente laxos efluvios cósmico-uterinos de “Ingravita” y el breve “Preludio”, el ascendente punche ácido de “Explosiones”, las piruetas prog-jazz pro-Birth Control de “Buarabino”, la irrupción de acervos sonoros de la zona altoandina presentes en “Renacer”... También, por supuesto, el indómito crescendo psicodeliblues de orientación space que comporta “Entre Los Cerros” -probablemente, lo más impetuoso/achorado/¿feérico? que han publicado a la fecha Juan Camba (batería, flauta), los hermanos Leo (bajo, guitarra, sintetizadores, theremin) y Diego Pando (bajo, guitarra, voz), Irving Fuentes (charango, bajo, la talk box), Ale Borea (percusión, loops, efectos) y Franz Núñez (guitarra, flauta, sintetizador, bajo). Otra jornada perucha de este 2023 que logra puntaje perfecto -y duro competidor fijo en los recuentos de fin de año.

Hákim de Merv

viernes, 4 de agosto de 2023

Miyagi Pitcher: Gala EP // Kinder: Desastres Naturales Para Niños

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 26 de julio del 2023.)

A manera de antesala para lo que será su nuevo larga duración, sexto desde que en el ‘15 diese sus primeros pasos con el notable Blonde, Miyagi Pitcher pone a consideración del público un breviario de remezclas nombrado Gala EP. Como su denominación indica, se trata de una más-bien-reducida selección de material sometido a reinterpretación digital, con el agregado de dos números a modo de adelanto de cara al próximo estreno.

Indicando de antemano una mirada furtiva antes que un cierto repaso a la obra del proyecto, tres son los remixes de Gala EP. De esa terna de relecturas, dos proceden de originales de Ikigai () (‘22), en tanto la tercera extrae su materia prima de Okuraseru (‘17); rodaja con que MP acentuó la diversificación sonora que ya había empezado Nymph EP (también ‘17). Los tracks del ‘22 han sido remezclados por Siam Liam: “Gala (ねこ)” e “Ikigai (生きがい)”. En ambos casos, el tratamiento es bastante similar: acaso “Ikigai...” no disponga de la opacidad nublada/sobresaturada que da la bienvenida al escucha en “Gala...” y que luego declina, pero sí comparte el trastoque de cadencias basado en una selección de loopeados muestreos de su modelo matriz (como también le sucede a “Gala...”).

A cargo de un tal Atoq, al que no he escuchado previamente, la remezcla de “Midori Iro” despega ahogada por el amperaje extremo de un molesto zumbido. Tras casi dos minutos de anabolizado proto harsh noise y de descuadrantes silencios intempestivos, el cielorraso se despeja un poco y empiezan a oírse rastros del original. Como éste, el remix prescinde tanto de los bpms como de cualquier otra tentativa de secuencia o programación.

Resulta interesante repasar varias veces la dupla de cortes nuevos que incluye Gala EP. Ambos parecen comportar un retorno a los días en que Miyagi Pitcher blasonaba de una pureza vaporwave, que encandilaba ante la casi nula presencia de otros compañeros de trinchera sobre suelo patrio. Y digo “parecen” porque no es la primera vez que me queda la sensación de que el individualista oroíno tienta volver por sus primigenios fueros. Como tantos otros en el pasado, en este caso lo logra, pero vaya uno/a a saber si será ésa la nueva dirección del siguiente capítulo. Por el momento, basta para ilusionarse: mientras el mallsoft de “Wabi-Sabi” nos regresa a las épocas de Blonde y de Honey (’16), con la calidez pastel y el glo-fi de sus teclados, el muzakcore de “Komorebi” subraya jornadas más recientes del unipersonal en que se ha buscado restituir al vaporwave al lugar preponderante que ostentaba en la retórica Pitcher -ambient pop afín a la glosolalia y a la psicodelia, preñado de alusiones directas al específico pasado ochentero en que se recrea el también llamado VHS pop.

Exceptuando la realineación oleada y sacramentada por un reciente tour europeo, nunca me he sentado a averiguar si es que los miembros de Kinder han sido los mismos desde que la banda irrumpiese en la escena indie -allá por el ’05- hasta la segunda mitad de los 10s. Dos son los escenarios posibles: o hubo un recambio de piezas al interior de la agrupación (cuán extenso, también sería motivo de investigación), o se decidieron a practicar un giro bastante radical en sus aspiraciones artísticas (entre 180 y 270 grados). Si fue lo primero o lo segundo, lo cierto es que un Kinder es el que debuta con el escuetamente bautizado Mini EP (Internerds Recors) y otro el que se reinventa en su lanzamiento epónimo del ‘10 (Automatic Entertainment). Es este último el que ha rubricado artefactos tan recomendables como Archipiélago EP (‘12) o Migraciones (‘16).

Lo nuevo de su cosecha, Desastres Naturales Para Niños es el mejor álbum de Kinder a la fecha. Y no precisamente porque se haya implementado otro golpe de timón en la travesía. El sonido es, en esencia, el mismo validado por el precedente Migraciones -uno que jamás se priva del groove hegemónico en los jammings, que pese a ello mantiene control íntegro de cada uno de sus aspectos, que a través de ese delicado balance no sólo se ensambla y cohesiona de maravillas, sino que además ejerce el ilusionismo de la unicidad estilística realizando malabares con los códigos abrazados durante por lo menos trece años.

¿No hay novedades, entonces? Sí, y éstas son cruciales. La más sutil es la asimilación inteligente y consecuente ósmosis de formas depuradas tanto del indie rock como del post rock del nuevo milenio y del math rock. Aunque la velocidad del math, que ya poco o nada se sincroniza con la del drum’n’bass, sea la que dictamine el brioso paso durante casi todo el esférico; ésta no opaca la filia indie marca 90s que domina muchas de las atmósferas elaboradas por guitarras y teclados en Kinder. Es, de hecho, esta conjunción la que permite el símil con el post rock que traspuso el Año del Jubileo: además de acreditar unos envidiables acierto y timing instrumentales, el indie matematizado de “Las Colinas”, el paisajismo metamórfico de “Porque Eso Es Lo Que Somos”, la poliédrica “Tomorrow I’ll Radiate” (acompañándose de La Cueva Del Oso) o la apagada pesadumbre de “Incendios” (el ancla del plástico) son indubitables lecciones del quinteto a este respecto.

La otra novedad, la más evidente, se relaciona con el acabado. No es la electrónica una ilustre desconocida para los limeños, pero en Desastres Naturales... adquiere mayor relevancia que la dispensada en jornadas anteriores del combo. De arranque nomás con “Dream Master”, ese fulgor electro en clave de viejo y arcádico 8BIT se convierte en justo contrapunto al soporte rítmico de Kinder, transformando aquello que toca en puestas de un ludismo fantástico. Aquí se puede mencionar sin ligereza a prácticamente todo el menú: “Magnolias”, “Primeras Horas” (su segunda colaboración con Cristina Valentina), la canción epónima (cuyo bajo ponedor se roba los flashes), el segundo inicio que supone “Winnie Looper”...

Dejándose de prejuicios fofos y de ansiedades momentáneas, me pregunto qué pensarían al audicionar este opus quienes fueron a la hasta-ahora-única presentación de The Cure en Lima y se desvivieron tratando de apurar a los Kinder para que terminasen su set. Si tuviesen dos dedos de frente, se les debería caer la cara de vergüenza. Notorio candidato a disco del ejercicio ‘23, el que han alumbrado Nicolas Gjivanovic, Esteban Rodríguez, Mariano La Torre, Luis Alonso Altamirano y Francisco Borges -los dos últimos, batería y bajo respectivamente, nuevos integrantes de la familia. Ello explica por qué la sección rítmica del alias asoma rejuvenecida y decisiva en este extraordinario esfuerzo.

Hákim de Merv