(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 6 de noviembre de 2024.)
En más de un modo saludable, azora descubrir
la existencia del proyecto Pande-Dios. La razón más a la mano tiene que ver con
la identidad de su único integrante, Mauro Rojas, miembro de Parasomnia. Éste
es un combo cuyo epónimo extended rampaba desde la estética post punk, algo no
muy frecuente antaño en tierras chilenas, cuajando ya para el estreno en 33 rpm
Vigilia (2022) un discurso más darkwave y gothic pop (ídem). Pande-Dios
se halla, ciertamente, muy lejos de esos oscuros territorios.
El segundo motivo por el que sorprende esta
incursión es el formato escogido, de prominentes raíces acústicas, o en todo
caso electroacústicas. Las características inherentes a ese régimen le
posicionan por igual cerca del indie anglosajón nacido en olvidados suburbios
lisérgicos, de esa Baja Fidelidad feérica de onirismo espiritista, del
nictálope post rock usamericano de surreales paisajismos. Facetas no siempre
colindantes que, en Quebrar Ventanas EP, son representadas bien por
separado, bien en cómplice connivencia. Ello, tercera causa de admiración, pese
a su manifiesta brevedad.
Son esa concisión y la devoción al
soundscaping los pilares del método que ayuda a Rojas a redondear en menos de
veinte minutos una placa de visos bastante interesantes. Pande-Dios boceta y pigmenta
miniaturas de tramados fugaces, de arpegios desenfadados. Asoman éstas bordadas
en un dream folk de ensoñación ambient, que casi siempre abraza la senda
instrumental -la excepción a tal regla: “Quintay”. Dicha ruta le permite
trasvasar de continuo hacia el post rock de este lado del Atlántico, coartada
que en mayor/menor medida justifica hablar de lo fi -“Acepto”, “Espacio
Alrededor”, “Algo Entre Ojos”- o de glo fi -“De Puerta En Puerta”, “Tu Imagen
En La Nube”-. Acontece mayormente lo primero.
Más que de una decisión meditada, que el
acabado panorámico de Quebrar Ventanas EP le haga picar lejos del pop de
acceso irrestricto es consecuencia de los materiales con que ha sido éste construido.
No percibo en el alias solista del santiaguino intenciones de zambullirse en
aguas de la experimentación sonora agreste y militante, pero a ello le
aproximan su lucidez/lúdica tributaria de Gastr Del Sol, su borrosa y sofocante
aridez, la profusión de sus fríos climas ingrávidos. Suficiente combustible
como para tornarle arisco a oídos del/de la escucha eminentemente pop.
Publica para descarga gratuita la peruana
Chip Musik, que este año ha decidido tomárselo con calma, levantando cuarteles
de invierno.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 23 de octubre de 2024.)
Nucleados hace tres almanaques, los
valencianos Gazella han debutado en largo este ‘24 con un epónimo esférico
merecedor de muchos y muy elogiosos comentarios. Han subrayado éstos la
naturaleza polimórfica y polícroma de su música, concebida al interior del
exquisito arte conceptual que el underground del pop contemporáneo viese
florecer entre fines de los 80s y principios de los 90s, así como su adhesión a
la cuidada nómina de la notable escudería catalana Foehn Records.
El breve y cristalino “AL1” adelanta, pues,
una jornada llena de matices que van del primigenio dream pop glosolálico cosecha
Cocteau Twins al shoegazing de Chapterhouse, Pale Saints y Mellonta Tauta. Circunstancia
que no deja de ser curiosa por cuanto, en el mejor de los casos, estas gentes
acababan de nacer cuando la primavera supersónica de los noventas era ya una
realidad tangible. El extra de equipaje no es más reciente: ecos del noise rock
y del indie noventosos, un andamiaje percusivo que no pocas veces emula el
motorik del kraut teutón, electrónicas florituras ornamentales de procedencia fin
de siècle...
Lo del quinteto refleja definitivamente una
diversificada filia por el pasado más que un update retromaníaco. No obstante,
es la semilla plantada por Elizabeth Fraser y compañía, que llegase a su máximo
esplendor con My Bloody Valentine, y cuyos frutos fueran diseminados durante las
edades míticas del primer shoegazing; la que se hace del cetro en la dialéctica
de Gazella. Suele adoptar ésta dos formas. Una es la de canciones veloces y puntería
envidiable. La otra es de cortes más reposados e igualmente efectivos. Y aunque
la primera es más frecuente, la segunda lega asimismo momentazos para el
recuerdo.
Enrolados en la división de caballería
ligera, encontramos canales como “Cuerpo” (un estallido de baggy,
literalmente), “Azul [Ctrl Z]”, los brutales mazazos de “Piscina De Arena” y
“Sol Menor”. Piezas de una admirable fuerza arrolladora, con el pedal
literalmente pisado hasta el fondo, de un magnífico melodicismo urgente y
vital. Conscriptos de la pesada unidad de infantería, en cambio, hallamos asaltos
del tipo de ”Ozymandias”, del paulatinamente denso “Espiral”, del contenido
“Por Qué El Ser” y del mesurado “Inercia”. Números que priorizan la sostenida/sólida
construcción de ambientaciones y texturas, el brío/brillo de esa melancolía pop
de la que hablaba el finado Abdel De La Cruz (Fobya), el paso firme antes que
el regate correlón.
La amalgama que homogeniza el primer disco de
Gazella se compone de dos principios. Por un lado, la esmerada actuación del
soporte rítmico, responsabilidad compartida entre Mauro Llopis (bajo) y Lluisen
Capafons (batería y voz). Por otro lado, el inmenso trabajo en voces de Raquel
Palomino. Sin mimetizarse los colores de sus cuerdas con los de las grandes
referentes del ¿género?, su desenvolvimiento agudamente celestial remite
-cuando indescifrable- al lenguaje preverbal de la Fraser. Son éstos los
elementos que dan coherencia interna a la banda, y que le han ayudado a firmar
una rotunda puesta de largo -que así y todo tiene su (saludable) excepción a la
regla: la electrónica “Urkia”.
Con más frecuencia que la que quisieras, es
inevitable perder rastros prometedores a través del océano de información que
surcas/ves pasar diariamente en Internet. Por eso, cuando logras detenerte a
tiempo para pescar algo grande, a contrapelo de la velocidad de las
correntadas; una situación tal suele reportar interesantes -e incluso
cruciales- descubrimientos. No importa demasiado si se trata de hallazgos
actuales, pertenecientes al pasado inmediato o correspondientes a una
antigüedad mayor.
Cierto día, mi vista quedó clavada en el link
compartido en un grupo dedicado a músicas periféricas sudamericanas. El motivo
no fue tanto el nombre del acto, Pablito Clon, como sí del opus: Pomba Gira
EP. Quizá algún día me sea dado fatigar las calles de la Roma Negra, Salvador
Do Bahia De Todos Os Santos. Mientras, he de alimentar a paso de tortuga mi pobrísimo
conocimiento sobre los ritos afrobrasileños... A Pomba Gira la conocí gracias a
Umberto Eco y su extraordinaria novela El Péndulo De Foucault. Contaba en
sus páginas “el Último Humanista” que Pomba Gira es la compañera de Exu,
divinidades yorubas ambas que presiden las sesiones de umbanda.
A lo nuestro. Pablito Clon, a veces Pablo
Clon, es Pablo Albornoz. Músico argentino natural de Magdalena, en La Plata
(provincia de Buenos Aires), el man pertenece a esas estirpes de creadores
empecinados en recorrer los márgenes de las músicas independientes -lejos de
reflectores y primeras planas, pero cerca del impulso innovador/renovador y de
la vocación francotiradora. En el caso del che, esa afiliación se traduce en
investigaciones intuitivas en torno al ambient sombrío y negruzco que naciera de
la confluencia entre el post industrial y el aislacionismo noventero.
En apariencia, éste no es el único alias de
Albornoz. En apariencia, también, Pablito Clon comienza su andadura en el ‘22 con
dos EPs simultáneos: Atrapado En El Futuro y Pomba Gira. Este
último, sin embargo, asoma mucho más afianzado que su par. En paisajes de
pesadilla como “Oh Muerte, Muerte” y “El Rito”, el ambient supera rápidamente
los bosquejos ritualistas que sugieren título del extended y algunos intros para
desparramarse sobre atmósferas aterradoras, plagadas de siniestrismo y
frecuencias protervas cuya saturación desgarra sin reposo la propia epidermis de
los temas. Aunque es verdad que tras el surco homónimo Pomba Gira EP
condesciende a mostrarse más accesible en pistas comparativamente más
convencionales, la atonal polución aguijoneante no aliviana la sensación de una
drone music reptante, iterativa, horra.
Es imperativo subrayar que, deformadas y
oscuras, las guturales voces dispuestas en el extended se hallan presentes en
sus cinco rounds. Algunas veces más contoneadas, como sucede en “Oh Muerte,
Muerte” o “Casa De Las Almas”, y otras mucho más enterradas, como en “Pomba
Gira” y “Síndrome De Cotard”; pero siempre ininteligibles, sugestionando, imprecando,
¿profetizando? El ominoso peso de su inclusión apura un acabado de sórdida
malignidad para el EP -uno que espero no esté ausente en posteriores trabajos
como Nocturnes In The Cemetery (’24) o el recientísimo En La
Madrugada EP, en comandita con Ariel Barié.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 16 de octubre de 2024.)
Coinciden las antiguas crónicas en que es DisPerú
el primer sello independiente fundado por una mujer tanto a nivel Perú como
Sudamérica. La gracia se la debemos a Rebeca Llave Vaccaro, quien con 17 eneros
inicia las operaciones de su escudería en 1964, tras intenso fogueo en Dispesa
-dupletearía en ambos frentes hasta 1968, año en que simplemente decidió pasar
a otra cosa en la Vida. Pero ese lustro y sus copiosas referencias singleras
bien le valieron un decisivo lugar en la historia de la música pop nacional.
Con Demoler! Demoler! Demoler! The Story Of Rebeca Llave And Disperu, Home To Los Saicos, la plataforma española
Munster Records homenajea el legado de label y gestora recopilando en poco más
de 37 minutos algunos de los que considera hitos representativos de tamaña
trayectoria. Una que empezó apostando por sonidos beat, rock’n’roll y nuevaoleros,
para terminar dirigiendo su atención a sociedades de ascendiente tropical (giro
imposible de agradar a todos/as, ciertamente).
Como no podía ser de otra forma, el acetato es
aperturado por la composición más difundida del buque insignia de DisPerú, Los
Saicos; misma que por desgracia también ha devenido ya en trillado lugar común,
de tanto que se recurre a ella: “Demolición”. Luego hacen su aparición nombres
familiares de la época: Golden Boys, Jean Paul “El Troglodita”, Los Peruvian
Brass... Incluso Los 4 Brillantes, abanderados uruguayos del shaker, son de la
partida al haber sido editados por Llave Vaccaro. De ellos suena “Vuelve A Mi
Barquita”, canción de mucha popularidad en esos días -con decirte que mi viejo
se sabía la coreografía que desplegaba Ivonne Amorín en presentaciones
televisivas.
De los citados Golden Boys se repesca “No
Resisto Más”, a dos tiempos intercalándose sin cesar, uno usando modos de latin
lover que para esas eras debían funcionar, y otro desenfrenadamente a gogó.
Mientras, al recordado “Troglo” y a Los Peruvian Brass les representan
respectivamente “Tema Del Troglodita” y “Vírgenes Del Sol”. El primero asumo
corresponde a su edición 45 rpm, ya que Munster ha relanzado su inconseguible
primer LP Tengo Un Mustang (1967) y la toma allí consignada no calza. Más
allá de diferencias, “Tema...” pone de relieve por qué resultaba difícil
clasificar el “cavernícola style” del chalaco como parte de la “nueva ola
peruana”, o encuadrarle entre las hornadas de grupos de corte Los Incas
Modernos o Los Belkings.
En cuanto a Los Peruvian Brass, su relectura
del clásico de Jorge Bravo De Rueda luce mustia al lado de la que practicara el
excelente conjunto ayacuchano Los Sideral’s. Completan este tramo la versión
instrumental de “Te Amo” de Los Saicos (anteriormente difundida por
Re-Psych-Led Records), el surf nuevaolero de Claudio Fabbri (“Fiesta De
Verano”) y una curiosidad acreditada a la actriz Gloria Travesí e hijos (“Pobre
Adán”).
Chano Scotty Y Su Combo Latino inaugura el
segmento de la recopilación reservado a las sonoridades tropicalonas. La
influencia de la cumbia colombiana es palpable desde los primeros minutos de “Prende
La Vela”, y se extiende al amago de ¿mambo? de “Psicosis”, número donde Scotty
se enyunta a Los Big Ben (a quienes me imagino les debemos los psicodelicoides frikismos
terrorífico-gritones que le abren). El mismo sino siguen Alicia Estrada Y Su
Orquesta, Los Guajiros Del Ritmo, Toño Y Sus Sicodélicos. La primera, sin
mayores cambios (“Yolanda”, megaclásico de aquel entonces). Los segundos,
atisbando en el horizonte el arribo de la supremacía de la salsa en el Caribe
austral (“El Fresco”). Toño Y Sus Sicodélicos, haciendo gala de versatilidad
tras haber entregado previamente “Mr. Boogaloo”, justamente en clave de
boogaloo (género olvidado que gozó de cierta popularidad entre fines de los 60s
y principios de los 70s, antes de que el sonido de Lavoe y Blades lo borrase de
la historia). Prácticamente instrumental, el postrer “El Guayacol” -que ha de dedicarse
a Waldir Sáenz, Christian Cueva y demás especímenes empinacodos de nuestra
fauna local, exfutbolistas casi todos ellos- reafirma el influjo colocho.
Respecto de esta mitad, me parece mucho más
interesante la cumbia que empezó a fermentar el Oriente peruano. No obstante,
en la medida en que Demoler!... documenta un catálogo antes que un
período o unas coordenadas histórico-geográficas concretas, no cabía sino que
fuera fiel a aquello de lo que su historia da fe.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 9 de octubre de 2024.)
De tres a cuatro calendarios median entre EP
(‘20) y Lamentum, primer álbum del unipersonal Schmerz. Débese el lapso
al desfase existente entre la aparición online del 33 rpm (marzo del ‘23) y su
confección en físico (a la que, según se ha anunciado, nos hallamos ad portas).
Dado que el acto se mueve en circuitos que los músicos independientes
nacionales mismos considerarían independientes, aún apegándonos a la primera
fecha puede el debut en largo considerarse todavía novedad.
Destaca otra diferencia importante, esta vez
atenida a las dos producciones que Khrome Hitam Laga lanzase a través de
InfraVox Records -una tercera se ha colgado únicamente en BandCamp propio, a
mediados del presente: Ghost Tapes (Lost Demos)-. El extended de estreno
pregonaba una cierta policromía que le salvaba de caer en los lugares comunes
afectos al principal ingrediente de la retórica Schmerz. Éste era el gothic,
matizado por el minimal synth y la coldwave, etiquetas ambas de relativa consanguinidad.
Pese a que dicho protagonismo no ha cambiado, sí lo han hecho sus cotas de
hegemonía.
Muy poco en Lamentum se posiciona más
allá de las fronteras del dark fabulado durante los 90s desde factorías como
las estadounidenses Cleopatra, Metropolis o Pendragon; o ya en los albores del
nuevo siglo desde las holandesas Neophyte o Enzyme. Quizá por ahí las animosas
armonías de ascendencia Xymox circa “7th Time” o “No Words”, que recupera
“Eliza”. Quizá también el impulso de pop ambiental que cientos de bandas
duplicaron en la segunda mitad de los 80s, plasmado en “Frozen Heart”. No mucho
más. El color que abarrota la rodaja es el del gothic en simbiosis con la electrónica
afín a gradaciones metálicas -de Evil Toys a Haujobb, de Pressurehed a
Nosferatu.
A despecho de su notoria extensión, el CD no
termina aburriéndote. Escuchando “Hex”, pensé que ése sería el caso. Por
suerte, Schmerz demuestra suficiente talento como para alivianar el tempo en el
instante justo, amén de dosificar el cariz de sus canciones evitando atosigar
al/a la escucha. Mientras temas como “Thanatosis”, “Sanguis Rose” o “Chrysalis”
despliegan motivos de intenciones épicas, canales como “Dance Macabre”, “A La
Luné” o “Memento Mori” ilustran el lado más oscuro del electro-gothic. Los tiempos
más elongados suelen ir adosados a estos últimos, y los más rápidos a los
primeros, aunque no es una regla estricta.
Es evidente que el de Lamentum se corresponde
con perfiles de muy específicas tribus urbanas nacidas en el seno de la cultura
pop contemporánea. Hará las delicias de darkies y góticos, y probablemente
sucederá otro tanto con los head hunters de la EBM y del industrial -no en
vano, Hitam Laga toca asimismo en Monöchrome. Si bien he aludido a algunos
segmentos en que pululan iridiscencias menos gravosas, lo que cohesiona el
repertorio de cabo a rabo es la entonación de Khrome: distanciándose de EP,
su fúnebre cavernosidad es completamente mórbida, sepulcral (a veces no
funciona, cf. “Frozen Heart”, tan forzado como escuchar a Van Morrison cantando
en un grupo tontipop español). Atenúa con sus jaspeadas vocales Casiopea Amore.
El mismo día de su salida (3/8), fui
noticiado por Miguel Ángel Elescano de la aparición de éste, el último opus del
más conocido de sus múltiples alias. Por su intermedio, DJ Locopro se despide
de toda actividad, pasando a engrosar el catálogo de nombres a evocar como
parte del legado histórico de la música pop originaria de estas tierras. En
adelante, Elescano conducirá toda su creatividad artística utilizando
seudónimos como los de Teiza Raizi, Lutero, Lima Centro Project, Maria Reiche...
Es una naturaleza bastante disociada la de
este epilogal Locopro Is Dead. De un lado, es necesario enfatizar que si
bien el menú completo se acredita a la autoría del músico capitalino, ésta se
plasma empleando algunas de las diversas identidades que maneja. De otro lado,
DJ Locopro ha querido poner punto final a su andadura con un artefacto
recopilatorio, que empero reserva algunas plazas para material nuevo. Así
sucede cuando concurre Lima Centro Project, portándose con “Otros Planetas” y
“Gray Is Turning Blue”. Su sino es esquizoide: mientras que el primero luce un
big beat desestructurado, vencido por la propia gravedad, el segundo se ampara
en la IDM de los primeros años, ésa que no necesitaba del menor pálpito
percusivo para alzar vuelo. Completa la terna “Lejos De Londres”, ambient trip
al alimón con Afrosky MF.
En lo concerniente a discordancia
estilística, algo similar ocurre con Lutero y Teiza Raizi. Bajo el chaplín luterano,
tan pronto hace implosionar Elescano un tech house de repiques vítreos (“Play”)
como coser voluptuosas programaciones technoides a sampleos algo siniestros
(“Seven”), creando atmósferas de ciberdélico horror folk. En cuanto a TR, no
cabe esperar mayor congruencia: el armazón rítmico de “Jazzy Jungle” pondera su
prosapia rebosante de swing, surcado por sampleos de inequívoca raigambre sacra
en clave SD, al tiempo que “Time (Lucha Reyes Vs. Portishead)” hace honor a su denominación
recreando la estética bristoliana mientras mixtura “Roads” de los genios británicos
y “Regresa” de la fenecida cantante criolla.
El resto del track list es ocupado por DJ
Locopro, asistido de algunos invitados y premunido de algunos muestreos en plan
admirativo. Entre estos últimos quedan fijados los respectivos números techno y
house de “Ride Me” y “Mily Star”, sendos tributos a Voz Propia (de quienes
recicla “Llévame”, de su maqueta del ‘90, El Sueño) y a la artista
folklórica conocida como Princesita Mily, lo mismo que el poliédrico remix de
“Dudas”, de Vrianch. Entre los primeros, la vaporosa/quebradiza “Invisible”
junto a Coppé, la cadenciosamente rocktrónica “In The Light” al lado de Raúl
Santiago a.k.a. Rara Avis, el house anabolizado de “New Creature” en
sociedad con la nipona 34423.
De esta forma contradictoria y plausible, dicen
adiós DJ Locopro y el potente crisol de house y techno que lo acompañara en sus
días de esplendor. Es posible que algo de ello se reencause empleando Miguel
Ángel a tal fin cualquier otro de sus noms de guerre. Sospecho, sin
embargo, que no será lo mismo. Extrañaré su invencible constancia, su
comprometida prolificidad, la solidez de las convicciones vertidas en sus
discos -podía discrepar de su curso de acción, pero no de su entrega. Hasta una
próxima vida, Locopro.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 2 de octubre de 2024.)
Muchos años después de publicado su
primerísimo Canciones Para Mis Amigxs EP, resucitan los chilenos de Las Olas (Noispop) casi sin proponérselo. Siendo la empresa original una suerte de
documentación arqueológica de lo que significasen para el período ‘15-‘16 el hoy
sexteto y su hasta hace poco unigénita referencia, el reagrupamiento derivó en
una segunda vida, que testimonia el novísimo Perdidxs En El Ruido
(editado por Fisura).
Sorprendentemente lanzado por la peruana
Gatitx Discos, con el plus de un bonus track no disponible al sur de Tacna
(“Todo El Tiempo Está Ahí”), Canciones Para Mis Amigxs es un registro
que bordea el cuarto de hora. Cuidadosamente balanceados, sus seis asaltos pintan
de cuerpo entero a un combo que idolatra por igual al pop y a la distorsión
codificada al abrigo del noise rock. Los australes, sin embargo, no permitían
que ambos amores les dirigiesen hacia alguna clasificación más específica,
encorsetándoles. Podían guiñar tan pronto a los CDs más ruidosos de Yo La Tengo
como al indie de Baja Fidelidad, al punk más aupado como al bubblegum pop -hoy
extinto- que en décadas anteriores copase las propagandas mediáticas.
A pesar de doblarle en duración, Perdidxs
En El Ruido EP no rebasa el límite de los 30 minutos. Como si lo hiciera por
lejos: el esférico honra casi literalmente el título que la banda le ha puesto,
ofreciendo resultados muy discretos en relación al estreno. La música de LO(N) se
ha decantado visiblemente hacia el indie deudor del lo fi, con timing lo suficientemente
potente para sortear la chillona cubierta de ruido deformante. En realidad,
este tapizado no es todo lo espeso que debería, sino fácilmente desmontable -de
ahí que dijese “chillona” en vez de “chirriante”.
No acontece lo mismo con el pop sencillo y
efectivo que sobresalía en Canciones Para... A decir verdad, ese pop se
ha vuelto trotón, voluble, antojadizo; cualidades que le emparentan con el
denostado tontipop ibérico de entresiglo. Esa ligereza le impide abrirse paso
por en medio de una capa de noise tan maleable como la del opus. Otro tanto
ocurre con la voz: Camila Falcucci cantaba en la anterior jornada revistiéndose
de una naturalidad que hoy está ausente. En Perdidxs..., sus vocales
suenan impostadas, llenas de afectación forzada. Me hace pensar en una
agudizada variación de la de Alison Shaw -y esto no es, ni por asomo, Cranes.
El rejunte, del que también participan Marina
Gris, Luis Venegas, Javier Álvarez, Simón Errázuriz y Franco Perucca; parecía
una buena idea en ese momento. Ahora no.
Con harto retraso se me da escuchar lo más
reciente in extenso de Hablemos Del Alma. Liberado en mayo del ‘22, Hypnótica es un
segundo paso al frente firmemente efectuado. Hacia adelante, si bien no tanto en
la dirección que podía suponerse tras la puesta de largo Programática
(‘20) -mucho menos girando hacia los lindes new age de su epónimo EP (‘16), que
a día de hoy haríamos bien en considerar historia definitivamente pasada.
En su primer álbum propiamente dicho, el
proyecto de Ángelo Santa Cruz se alimentó de cualquier ascesis eufónica de los
80s que pregonara genealogía synth o new wave. Ello, apertrechado de un modus
operandi que ignoraba por completo conceptos como los de nitidez o fidelidad.
Esta contradicción, no obstante, era siempre resuelta otorgando más peso a las
construcciones sonoras que a las texturas de que éstas se envolvían; posibilitando
que HDA se acerque por igual no sólo al minimal synth o al synthwave, sino
también a códigos algo más densos como el darkwave.
Para Hypnótica (Poxi Records), el
chileno deja a su mecánica ocupar el lugar de su metafísica. Quiere esto decir
que ahora el lo fi obtiene un rol avasalladoramente hegemónico en comparación
con la materia prima a maniobrar. Ésta sigue siendo la misma, pero lo que antes
era genuina exploración al interior de las músicas electrónicas ochenteras, se
ha convertido ahora en pastiche a-lo-lado-B del synth pop. ¿Tiene eso algo de
malo? Ni la sombra. Se despunta la homónima obertura del cassette y queda
clarísimo que se ha sepultado todo atisbo de aspiraciones ambient que pudiera
rastrearse en la obra del sureño, como proclama también “Éxtasis”.
En tal sentido, no es errado postular que
Hablemos Del Alma revisita desde las parcelas del nuevo milenio la poética del
viejo synth cosecha 80s, en lugar de hacerlo afincándose en el propio contexto
de éste. Esa intencionalidad vintage ya existe, por cierto, y responde al
nombre de electrocläsh. Santa Cruz no da el salto en ningún momento hacia la
etiqueta, aunque en más de una oportunidad flirtea con ella: “Amor Electro”,
“Distracción, Veneno... Distorsión”, “Selfy Time Travel”, “Full Reflexiones”.
En “Jardín De Noche” y en “Another Intergalactic Cosmic Love Song”, por otro
lado, el tratamiento SD es tan evidente que poco le falta para conectar con
otro revival del siglo XXI -el vaporwave.
El único pasaje en que siento respirar otra
vez al viejo HDA es el del cierre. “Un Sueño En Un Sueño” me hizo pensar en
esos Depeche Mode que iban mutando tras la salida de Clarke y la entronización
de Gore, sólo que en clave más austera. Suerte de “Leave In Silence” de un
universo alternativo, el round no es otra cosa que una alusión medio anacrónica
al background inmediatamente anterior de Santa Cruz. No percibo riesgo de que
éste vuelva, y sí menudean incertidumbres sobre qué hacer ahora: oscilar entre
ambos revivalismos equivale a andar por la cuerda floja, y ésta nunca es lo
bastante larga.
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 18 de septiembre de 2024.)
Muy a destiempo -cuatro años, nada menos- me
doy por enterado de las existencia y puesta de largo de Mumrunner, alineación
finlandesa originaria de Tampere, en la zona sur de la nación escandinava. Aunque
sospecho que el cuarteto pervive, ya que su Facebook registra actividad hasta
fines del ‘23, con seguridad Valeriana ostenta todavía la condición de
última producción publicada. En físico, el esférico fue coproducido por la
estadounidense Shelflife (para América) y por la germánica Through Love (para
Europa).
Los inicios de Mumrunner se remontan a 2014,
cuando se lanza el single “Zit”, ocupando “Rut” el consabido lado B. Si bien ya
entonces eran cuatro, no son los mismos que llegarían a grabar el debut: en el
camino se uniría Michael Kloet a Kati Säger (bajo), Juuso Peltonen (batería) y
Sauli Hämäläinen (guitarra), en lugar de un tal Jukka; vocalista que abandonó
el combo después de editarse Gentle Slopes EP en el ‘16. Por fortuna, la
voz de Sauli se parece bastante a la de Jukka, generándose así una nada
desdeñable impresión de continuidad.
Desde el puntapié de largada del ‘14, quedó evidenciado
que lo de estos nórdicos se decantaba por enyuntar el indie y el shoegazing,
dos géneros que a mediados de los 90s comenzaran a sincronizarse y a converger
más de lo que las apariencias sugerían. Luego de un par de sencillos virtuales
y del extended play mencionado, Valeriana confirmaba las cualidades por
las que Mumrunner había decidido apostar. Si bien “Foe” era un aplicado
ejercicio de baggy bastante ágil para los paradigmas de estilo, no evitaba correr
sobre el pavimento del indie pop de principios de siglo.
A posteriori de la apertura, Mumrunner elige
bascular. En “Remember Me”, los fineses acentúan el filón de indie dulce y
doloroso adoptando los modos del solitario neoyorkino Nicholas Nicholas -el
vapor lo fi con que el grupo flirtea complota para viabilizar el símil. Sin
repetir influencia, la pesadumbre murriosa del instrumental “Valeriana” hunde
el dedo en la llaga, lo mismo que “Woe”. Por contraste, el dream pop desplegado
en “Mirage”, “Haven” o “Easy Life” se devela más cuajado: aunque los colores
predominantes dependan en mayor o menor grado del tempo -raudo en “Haven” y en
“Easy Life”, a media máquina en “Mirage”-, en el “peor” de los casos puede
el/la escucha paladear una nostalgia muy agradable.
El CD cierra con “Transient” como mordiéndose
la cola, pese a darle más protagonismo al soporte rítmico que a las vocales y
sobre todo a la eléctrica -aparece a cuentagotas en el epílogo. De todas
maneras, es suficiente para redondear el estreno cumplidor de una agrupación
que nos queda al otro lado del mundo. 31 minutos sin nada que sobre y con
algunas cosas faltantes. Desde entonces (‘20), de Mumrunner no se han vuelto a
tener noticias. Como subrayé al inicio, su página Facebook continuaba mostrando
actividad hace doce meses. El detalle es que ésta era mínima. ¿Habrá sido la
banda otra “víctima” del COVID-19?
(Publicado originalmente en mi cuenta
Facebook el 11 de septiembre de 2024.)
Próximo a acabarse octubre del ‘23, Mario Villayzan
puso nuevamente en práctica aquello que condensa la sentencia “la rutina de lo imprevisible”.
En promedio, había trascurrido un año desde el lanzamiento de Banda Sonora Para Cometas Y Halos Lunares, pese a lo cual el único integrante fijo de la saga Silvania sometía a consideración todo un nuevo disco -con seguridad, el
más extenso en la voluminosa discografía del célebre alias. También, el que más
sutilmente contravenía los pronósticos sobre el derrotero a seguir en un futuro
inmediato.
En efecto, Banda Sonora... se enfocó
en las vertientes electrónicas alentadas por el otrora dúo, lo que inducía a especular
en torno a un cambio de dirección respecto de Todos Los Astronautas Dicen Que Pasaron Por La Luna (‘21). ¿Bajo qué parámetros? Se pensaba que los
mismos de Juniperfin (‘97), del Suprematiz EP (‘97), del Naves
Sin Puertos (‘98). Aeolian reposiciona a Silvania como notorio
habitante del planeta electro, sólo que afincado en el continente de donde es
oriundo el ambient pop. Basta con empezar la reproducción del plástico para
comprobarlo -el empuje vitalista de “Ella Es Un Arcoiris”, plasmado en
maretazos de almíbar digital.
De allí en más, son muy pocas las ocasiones
en que Mario prescinde del fuego que entregase The Blue Nile en los 80s, y que
aquí cuenta ya con una tradición de cierta antigüedad (de Jardín Solar a Aural
Noise, pasando por Dispositivo Sueños, Polvos Azules, Blind Dancers e incluso
Ciëlo según qué jornadas). Podría hablarse de la espartana austeridad de “A
Derek Jarman” (en memoria del recordado cineasta británico que filmase Jubilee
y rodara videos para artistas como los Pistols, Pet Shop Boys o los Smiths). Podría
sumársele asimismo la lírica ensoñación glacial que emana de “Felt (Saoirse)”.
No mucho más, por no decir nada más, salvo quizá “Julia Song” y su liviano tono
avant garde.
Utilizando elementos estéticos de otros
territorios (sendos guiños al hit de Salvatore Adamo “Es Mi Vida” y al
shoegazing en “Nuestra Historia”, al lado más diáfano de M83 en
“Constelaciones”), apelando a tinturas flemáticas con que pintar la melancolía
y la nostalgia invernales (“Canción Para Nadia”, “Elizabeth”), suprimiendo
criteriosamente el empleo de secuencias para abrillantar las vírgulas infinitas
del Cygnus Space o del Arp Solina (“Canción De Las Esferas”, “Aeolian (Aire
Song)”)... Así logra el músico limeño diversificar el cariz de Aeolian,
cuya duración rebasa los 79 minutos sin que el oído muestre signo alguno de
fatiga.
Todo lo contrario. Es de agradecer el ambient
pop facturado en esta entrega por Silvania, de plácidas ambrosías
etéreo-electrónicas (“Sinestesia-Oyendo Los Colores”), de prístinas
reverberaciones que arramblan el oscuro vacuus interestelar (“Celeste Dice”),
de melodiosos soundvenirs (“Felt...”) y sidéreas resonancias celestiales
(“Solina - Melancolía”). Resulta fútil arriesgar ahora pronósticos, por dos
razones. La primera es que Aeolian ya tiene sucesor, de más bien corto
minutaje. y la segunda, es que permite éste vislumbrar en Mario un pathos que prefiere
moverse priorizando el momento y la intuición por encima de la planificación y
la razón.
Para la quincena de mayo, Silvania da a
conocer a través de su cuenta en BandCamp un artefacto a medio camino entre mini-álbum
y largo. Igualmente por intercesión de Celeste Discos, la nueva rodaja presume
su naturaleza admirativa desde el título. Nazca (A Maria Reiche) es -como
también ocurre con la homónima identidad paralela de Miguel Ángel Elescano (DJ Locopro)- el homenaje personal de Villayzan a la fallecida científica alemana,
que consagró su vida al estudio de las famosas líneas prehispánicas sitas en
Ica.
En este conciso volumen (poco más de media
hora), Mario siembra y favorece una variedad de ambient pop a la que se le siente
bastante cercana a la IDM noventera. Algo así como un híbrido entre el mejor
Dreams On Board (el de Wishes, ‘15) y el intelligent techno de calado intermedio
(LFO, B-12, Locust). Bajo determinadas condiciones, la antedicha cruza puede
sentirse más cómoda acercándose a la accesibilidad melódica (“Reiche”) o
aproximándose a las geométricas complejidades de la electrónica post rave (“Otra
Luna . Desde El Cielo”). Una oscilación nunca lo suficientemente extrema como
para privarse de anclas que le retengan en campo contrario (“El Astronauta” incluso
se permite coquetear con la lúdica circular del drum’n’bass).
Abriendo la segunda mitad de Nazca...,
“Colibrí” saca chapa de outtake repescado de las sesiones de grabación de Aeolian.
Aquí, sin embargo, lo que suena es un theremin vagabundeando sin cesar por
estratos superiores del pentagrama -casi cósmicos. En idénticas coordenadas se
plantea “Nazca Song”, que reemplaza al instrumento de origen ruso por los Arp
Odissey y los Ocean Swift, los Dx 7 y los Cs 80 Yamaha, habituales todos ellos en
el opus previo. De otro lado, ubícase “Maria Dice” bajo el mismo signo que “El
Astronauta”, volviendo al redil del ambient pop transfigurante. Diferente, pero
en cierto modo parecido: aunque el track no dispone de un soporte de estructura
secuenciada, el lugar de éste es ocupado por tintineantes teclados que hacen
levitar la melodía entera, suspendiéndola entre esos mundos que ahora surca Silvania.
Con Nazca (A Maria Reiche), cuyas composiciones
registradas el año pasado samplean a la erudita germana a destajo, conmemorando
así los 120 años de su nacimiento; queda manifiesto aquello del modus operandi
intuitivo, que obra a partir del temperamento y de la disposición anímica del
aquí y del ahora. Ésa es mi impresión final, concerniente cuando menos a estos
trabajos: como sucediera en su momento con los estetas Vinny Reilly (The
Durutti Column) y Michael Rother (ex Neu!), Mario parece haber encontrado su
propio espacio más allá del nombre de Silvania y el prestigio/peso que
comporta. En adelante, tal vez no hayan tantas novedades como antaño, cualitativamente
hablando, si bien eso no tiene por qué opacar el fulgor de cada nuevo parto por
acaecer.