miércoles, 7 de mayo de 2025

Oksana Linde: Travesías // El Jardín De Las Matemáticas: El Jardín De Las Matemáticas

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 30 de abril de 2025.)

Segundo volumen que recupera porciones del trabajo registrado entre inicios de los 80s y mediados de los 90s, con Travesías la ucraniana-venezolana Oksana Linde se ha visto -felizmente- libre de la reventadera de cohetes que supuso el precedente Aquatic And Other Worlds, así como de una polémica en la que ella no tomó parte alguna. Esto último, a raíz de ciertos comentarios que menudearon desde la prensa independiente especializada, que desatinadamente la parangonaron a figuras de la talla de Ursula Bogner o White Noise. Al menos ahora, por ende, podemos centrarnos sin más en el contenido del acetato y en su específico contexto.

El período concreto en que se grabaron los números seleccionados para este testimonial Travesías va de 1986 a 1994. Tres de ellos fueron creados por la artista para su participación en el Tercer Encuentro De La Nueva Música Electrónica, realizado en 1991: “Arrecifes Del Espacio”, “Mundos Flotantes” y “Horizontes Lejanos” (nombres todos que apuntan a un imaginario muy Roger Dean). Otros cuatro fechan su forja en los 80s, pensados para sesiones reiki de curación alternativa, a las que Linde se aficionó entonces: “Estrellas I”, “Kerepakupai Vena”, “Luciérnagas En Los Manglares” y “Estrellas II”. “Sahara”, que igualmente debe inscribirse en el intervalo señalado, completa el repertorio de una rodaja más pareja y armoniosa que su diligente antecesora.

Esto porque Luis Alvarado de Buh Records, sello nuevamente encargado de la edición, ha aplicado un criterio compilador más uniforme y cohesionado. De la escuela berlinesa que también cultivase la autora en las pistas de Aquatic..., muy poco sobrevive en Travesías (denominación parcialmente reciclada de la que recibiera su presentación en el evento mentado, ‘Travesía Acuastral’). Menos aún del prog electrónico. Aquí el énfasis ha sido puesto en las líneas de teclado de fisionomías serena, dramática y algo nostálgica. Los colores se revelan de idéntica variedad: vivaces, apagados, encendidos, solemnes. Lo interesante es que pese al notorio grosor de algunos de estos trazos (“Mundos Flotantes”), ellos siempre se muestran quebradizos, como para no olvidar su cristalina morfología.

Guían manos y mente de la compositora una new age de sesgo electrónico analógico, lo bastante volátil como para transformarse en dungeon synth cuando aborda ambientes tenues en iluminación (“Horizontes Lejanos”, la breve “Arrecifes Del Espacio”). Súmese a lo enumerado el hecho evidente de haber sido estos temas cocidos a fuego lento, característica perceptible desde la performance distendida y relajada (la apolínea “Sahara” es casi una melodía de cuna), producto del sobrio equilibrio anímico y espiritual de quien ejecuta -sólo se desborda en la melodramática “Luciérnagas En Los Manglares”, así y todo bonita. Ídem desde la vibrante y florida decoración (“Estrellas I”).

Masterizado por Alberto Cendra en Garden Lab Audio, toda vez que sea mesuradamente, por donde se le juzgue es Travesías un artefacto que ilustra con más justicia talento y talante de la joven Oksana. La foto que adorna la carátula está firmada por Elisa Ochoa Linde, y diseño y arte son de Gonzalo De Montreuil.

¿Has escuchado ese viejo adagio según el cual todos/as los/as weirdos y weirdas/frikis/outsiders/locos y locas de una ciudad acaban tarde o temprano conociéndose y compartiendo bando (cuando no banda)? Pues lo mismo vale para las regiones y aún los continentes. Si ello era ya una perogrullada en el siglo pasado, en éste se ha vuelto casi una ley inmutable universal, con redes sociales, plataformas, videochats y salas virtuales.

Hace semanas, el músico chileno Tomás Salvatierra compartió en su muro de Facebook el link hacia el epónimo debut en largo del colectivo El Jardín De Las Matemáticas. He preferido atenerme a la palabra “colectivo” porque, dadas sus peculiaridades en la alineación, no sé si obtenga la continuidad que me facultaría a hablar de “grupo”. Si lo es, EJDLM tiene el insólito mérito de haber juntado en un mismo tiempo y/o espacio (virtual) a descastados que trashuman el espectro de extrañas frecuencias circundantes a lo que alguna vez se definiera como “pop de vanguardia”. Para comprobarlo, basta con una revisión a vuelo de pájaro de los antecedentes con que cuenta cada conjurado.

Salvatierra y su coterráneo Álvaro Daguer vienen de Glorias Navales, asociación oriunda de Viña Del Mar que se mantuvo activa durante el segundo lustro de la década pasada, tocando en vivo una muy particular aleación de polifonías devocionales y algo así como el lado B del pellejo de la música de cámara. Daguer, además, ha estado/está en la celebrada mancha avant psicodélica A Full Cosmic Sound y forma parte de ETCS Records. El tercer integrante es el argentino Pablo Picco. Natural de Córdoba, el salsipuedino acredita ya decenas de lanzamientos pese a haber empezado en el ‘16, utilizando nombre civil, el de Valle De Galgos y el de Bardo Todol. Sus improvisaciones se derivan de una estética fundada sobre el drone, grabaciones de campo, la tape music y un folk de código abierto. Cuarto pero no por ello último, el londinense Mark Harwood también es relativamente nuevo en esto de componer y editar, aunque acaso sea el más avezado de los cuatro. En Offering (‘22), siembra los mismos campos que sus compañeros, con el añadido de recurrir mucho a una técnica cut and paste que genera desarrollos inquietantes.

¿Qué podría resultar, entonces, de la unión de estos cuatro investigadores del Sonido? Pues un disco extrañísimo como El Jardín De Las Matemáticas (‘24), que recorre terrenos de música concreta, parajes dibujados por la psicodelia más minimal que puedas alucinar, soundscapes donde se vulnera a cada paso el concepto contemporáneo de lo que entendemos por “música”, atmósferas de inspiración pretérita, geografías fagocitadas por el zumbido del drone... Todo envuelto en una magnética aura de exotismo pagano, de ritualismo que no sería del todo descaminado calificar de prehispánico, si no fuera porque de aquello raramente posee uno que otro vestigio.

De ”Las Palabras Fueron Sonido” a “Pastoreo De Cabras”, asistimos a una jornada que cualquier fenomenología no vacilaría en tipificar como extraterrestre. Empleando instrumentación poco convencional como el tambor chino, la ocarina o la flauta de búho; pero también gongs, sonajas, cintas y un Korg MS-20; el cuarteto esculpe episodios de un agostamiento abrasivo, donde pululan ruidos eyectados al azar, a veces sobre una tribal percusión embrionaria -y a veces ni eso. En el corte homónimo la percusión aparece cuando su mitad ha quedado bien atrás, por ejemplo, sosteniéndose éste desde el principio gracias a un bajo que tampoco es fácil de etiquetar. Hay canales que comienzan como una mera adición de sonoridades (“Luces De Montaña”), para sólo bastante después perfilarse como música.

El trino monocorde de los pájaros (“El Golem Gordo”), el canto inconfundible del agua (“Pastoreo De Cabras”), incluso una solitaria y tímida voz casi inaudible (“El Problema De Suslin”); reciben tratamientos distintos a los que se acostumbra dárseles, de la misma manera en que instrumentos de cuerda son usados como si lo fueran de percusión, y herramientas como silbatos y cornetillas parecen acabar libradas al azote del viento. Es gracias a esta insular fusión de albur premeditado y metodología improvisacional que El Jardín... se devela como asomándose desde los albores de la civilización humana. Pocos documentos sonoros de reciente data pueden jactarse de ello -cf. la fantástica labor conjunta de nuestros paisanos Ronald Sánchez y Fred Clarke. Se porta Penultimate Press.

Hákim de Merv

jueves, 1 de mayo de 2025

Brujo Mayor: Medication 1 EP // Gelatina Magma: Liminales

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 23 de abril de 2025.)

Macerada en sustancias non-sanctas, una voz rasposa y aguardentosa te lee la cartilla del blues callejero y faltoso, ése que siempre te dirá que cuando no tienes ni dónde caerte muerto/a, todavía te quedará el blues. Así comienza Medication 1 EP, el estreno en corto de Brujo Mayor, power trío limeño nacido un año atrás y constituido por Ricardo Rodríguez (voz y eléctrica), Julio César Araujo (batería) y Fernando Acosta (bajo). Dos de ellos acreditan en su haber bandas de cierto renombre en las escenas nacionales adscritas al stoner rock, Rifle (Araujo) y Stonearth (Rodríguez), mientras que el tercero es compa del baterista desde hace muchos almanaques.

El extended play ha sido grabado en directo, emulando las arrabaleras condiciones lo fi de grabación en una 4-track, tal cual se hacía entre fines de los 60s y principios de los 70s. La idea era dotar de este acabado a M1 EP, objetivo logrado con creces gracias no sólo a ese proceso, sino también a las particularidades intrínsecas de la música que performa el trinomio. Sucio blues rock de tiempos farragosos/pesados, de guitarra psicodélica hasta la médula, de voz deliberadamente ininteligible. La impresión final es, por ende, la de estar escuchando algún combo perdido de época -y antepasado directo del stoner, a la vez.

Por supuesto, a ello suma asimismo que tres de los cuatro surcos que integran el EP sean versiones de clásicos en todo el sentido de la palabra. Abre la jornada “More Light”: único número firmado por Brujo Mayor, es un interminable jammeo que rebasa la barrera de los 14 minutos y medio, en el que la guitarra intercala trallazos inalterables con encendidos solos de efusión lisérgica, y que las baquetas rematan multiplicándose en el epílogo. De allí en más, desfilan las relecturas de gemas de la talla de “Fruit And Iceburgs” de los usamericanos Blue Cheer (sindicados como el primer line up heavy metal de la Historia), “Reberveration” de The 13th Floor Elevators (extraído de su brillante debut, 1966) y “A Storyless Junkie” de nuestros Pax (de su unigénito May God And Your Will Land You And Your Soul Miles Away From Evil, 1972).

Largas secciones instrumentales, cuerdas desbordantes de fuzz descosiéndose en enérgicos y penetrantes riffs de ADN setentero, teba de locomoción lenta -por momentos, también densa-, bajo distorsionado que titubea entre ocupar el discreto lugar que siempre ha tenido en la dialéctica rock y coger la antorcha para liderar la acometida. Todas características propias del stoner, reunidas en torno a un proyecto que curiosamente resuella más próximo al blues rock de Hendrix o The Fabulous Thunderbirds. Ello no ha impedido que BM se codee con compañeros de armas de robusta stonura como Satánicos Marihuanos o Reptil. Y es que la terna se muestra lo bastante permeable como para asimilar heavy metal, hard rock y hasta resabios de doom. Cómo se acomodan aquellas improntas en esta mancha de veteranos, para esclarecer algo más su ascendencia, se verá con la salida de su primer largo (programado para la segunda mitad del año).

Si lo tuyo es el blues de Eric Clapton o de Savoy Brown, la gruesa película de Baja Fidelidad que envuelve esta placa no tardará mucho en desanimarte. Por el contrario, si militas en la orilla opuesta, allí está.

Hacía buen rato que no se sabía nada de Gelatina Magma. Lo último de lo que se tuvo noticias fue Zapatos Ardientes EP, allá por el ‘21. Desde entonces, el dúo ha estado inmerso en un hiato del que nadie tiene certeza sobre si alguna vez terminará -por haber tomado residencia Ángela Ruesta fuera del país, y orientado todos sus esfuerzos Giancarlo Samamé a su propia aventura personal, Polvos Azules. Hoy, que existen medios para componer a cuatro manos o más estando en lugares del globo muy separados, vaya uno/a a saber qué conmina al tándem a permanecer en la congeladora por tiempo indefinido.

No ha regresado al Perú Ruesta, ni Samamé le ha dado el encuentro, entonces. Lo que ha visto la luz entre el 10 y el 11 de marzo últimos es un mini-álbum que ¿compila? ¿recopila? primeras tomas, demos y ensayos de tracks que no me queda claro si han salido antes o no, salvo por “El Río”. Estuve repasando tanto lo publicado bajo los alias de Gelatina Magma y de Polvos Azules, como lo editado por El Paso y por Soma, sin encontrar pistas que se correspondan con lo liberado en Liminales. Debo deducir, pues, que se trata de una pequeña colección de canales inéditos (descontando la excepción antedicha).

Con repertorio de ese cariz, Liminales no podía llevar mejor nombre. El mismo hecho de describirle conformado por maquetas, rehearsals y primeras tomas indica que éstas son pasos conducentes a versiones definitivas que acaso todavía no se concretan. El “tránsito” sugerido en ese concepto, y además en la portada, es identificable con la función de aquellos espacios físicos que sólo sirven para movilizarse de un lugar a otro: pasillos, escaleras, zaguanes, halls, etc. Es decir, liminales. Ergo, es imperativo sopesar este puñado de temas como dibujos inacabados de canciones futuras, que quién sabe cuándo se harán realidad.

En su cortedad, Liminales tiene de todo un poco, y no siempre en modo convergente con el background de Gelatina Magma. “Telúrica”, por ejemplo, es una inusual mezcolanza de dark ambient y post rock. Sin antecedentes en la historia de la dupla, su atípico semblante abstracto-espectral le posiciona traumáticamente alejada de los melodiosos paisajes pop de Así De Simple (‘15) o de Una Nueva Era (‘18). El mismo sino sigue “Corazones De Papel (Demo)”, sólo que sin el epatante pulso oscuro de “Telúrica” -pero con un tic-tac a inicio y final de sus más de cuatro minutos. Ídem “Recuerdos (Demo)”, sobreabundante en dub y dotado de un reloj -éste sí presente a toda hora- que dicta tempos aún más pausados. Lástima que aquí la voz de Ángela no llegue a las notas altas por más que se esfuerza.

Del post pop en plan electrónica trippy de “El Río”, que utiliza patrones vocales de Ruesta remuestreados, no hay mucho más que decir. Para más señas, repasar Lisergias (‘24), opus de Polvos Azules donde se le incluye originalmente. Sí hay algo más de chicha en “A Puerta Cerrada”, nueva expresión de ese mestizaje del que Gelatina Magma daba señales en rounds como “Oda A Malanga” y “Caminante Nocturno”. “A Puerta...” apela a la fusión de percusión afroperuana y de jazz en el mástil del bajo, matizada por teclados lúdicos y una letra bastante sombría. Como para no guardar muchas expectativas sobre el rejunte de la sociedad Ruesta-Samamé en un futuro inmediato.

Hákim de Merv

jueves, 24 de abril de 2025

Philodina // Un Día En Venus: Darkwave EP

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 16 de mayo de 2025.)

Aparecieron entre fines de febrero y principios de marzo las dos caras de Philodina, nuevo lanzamiento bifronte de Chip Musik destinado a prolongar la saga inaugurada durante el ‘23 por Seven 7’’. Esta vez no se ha adosado la nomenclatura “single” a la denominación, si bien una de las faces (A) encaja perfectamente dentro de ese concepto. De todas formas, tampoco es que los dos lados de Seven 7’’ se ciñesen a la estricta definición de lo que es un 45 rpm. En lo sí que coinciden ambos títulos es en la figura del 6-way split, al menos formalmente.

En el side A de Philodina (24/2) corre el telón Trampaluz, remixeado en esta oportunidad por Óxido, unipersonales santiaguinos ambos. En “Pulsar - PSR B1919+21”, se hibridan pelágico post rock y picoteante electrónica, aunque para discernir qué tramos corresponden a qué manos es menester pelarle oreja al apenas estrenado Pulsar (18/3) de Fernando Arce. En caso contrario, sin más puedes disfrutar de sus correntadas subterráneas de fluidos binarios, tamizadas por laxas ambientaciones propias del primer post. Le sigue “Patas De Perro”, del también chileno Pande-Dios. Lo de Mauro Rojas va a la vera de un folk de compleja taxonomía, muchas veces emparentado con la veta usamericana más arisca del post original. La concisión no resiente su feeling neopagano de dimensión paralela, ni su coletilla de embrionario ruido blanco.

Baja la persiana de la cara A “Montuno”, composición de Norvasc. Llaman la atención la tromba de noise polucionante y la aleatoriedad de su estética glitchera, ya que Gerardo Flores normalmente boceta viñetas mucho más calmadas y melodiosas. Tras 3 minutos y medio de enturbiada ¿deconstrucción? ¿destrucción?, se elevan desde simas crackeadas el bliss pop y el baggy a que el individualista siempre ha sido afecto. La corrosión, sin embargo, no se desvanece.

Philodina reserva a Ionaxs la apertura de su side B (10/3). Con el sugerente marbete de “Geopolímero”, Jorge Rivas postula una performance de post IDM sobregirado de software y hardware incluso a niveles microscópicos, pese a que las primeras acometidas me hacían pensar en Puna antes que en Ionaxs. A renglón seguido, Alcaloidë presenta “Tesla”, conformada por dos capas de sonido muy distintas entre sí que colisionan para producir azarosas formas de noise camelado divergentes del shoegazing. Una de estas capas se prodiga en la vorágine de un ruidismo digital áspero en exceso, mientras que la otra -prácticamente sepultada por la primera- erupciona a cuentagotas para dar paso al éter mayúsculo del bliss out. Cinco minutos y monedas de insólita convivencia después, matizados por cacofonías binarias que emulan la voz humana, emerge un amago de programación.

Finaliza el lado B “Teletransportador”, de Óxido y Trampaluz. Se propone aquí, siempre y cuando accedas a audicionarle con los ojos cerrados, una experiencia hasta cierto punto inmersiva que despega de manera un tanto confusa. El cúmulo de impresiones metasónicas que reviste los primeros minutos del corte afloja luego  de  buen  rato  ante  divisiones  abrumadas  de  volátil  cosmicidad,  lo  que deja una impresión final de permanente transición -del caos al orden, del desconcierto a la avenencia, del primer chispazo de impulsiva creación al último de veterana precisión.

Me quedo aún con ambos lados de Seven 7’’, que lograban una mejor representación de la nómina Chip, tanto en cantidad (seis participantes claramente diferenciados, en vez de los cinco de Philodina) como en diversidad (¿y el shoegazing dónde recaló?).

A poco de iniciado el año, pudo sondearse en redes un pulso de gran actividad por parte de Miguel Ángel Elescano. Bien con seudónimos nuevos, bien con otros ya conocidos, el músico no ha permanecido quieto; al punto de acreditar a día de hoy suficiente material nuevo para al menos un par de reseñas. Aquí va la primera de ellas.

Elescano debuta bajo el alias de Un Día En Venus el 17 de enero, inaugurando de refilón su propia label discográfica, Nuclear Pop Records. De entrada, el individualista explicita intenciones de volcar la recién bruñida chapa hacia sonidos no antes hollados por su mano, declaración rubricada gracias al título que confiere a la primera producción de UDEV: Darkwave EP. En efecto, en el extended hay un tufo a lo que actualmente se entiende por darkwave -pero también a géneros cercanos, como el dark-gothic, el minimal synth, la coldwave e incluso la electronic body music. Si ello responde a una jugada vintage, retro o de cualquier otra laya, que cada quien lo decida.

Cuatro temas en menos de un cuarto de hora. Comienza el EP con “Elefantes En Mi Habitación”, darkwave al alza de medio tiempo, que a lo primero que me recuerda es a esa bandaza que fue Décima Víctima. Oscuridad que puede sobrellevarse merced a su tesitura pop, a su sencilla estructura lírica, a su dinamismo en el límite de lo tolerable para un estilo tan cargado como lo fuera en su edad dorada el dark rock. A este cumplidor inicio le sigue “La Cocaína Mata A Mis Amigos”, bastante más próximo al electro-gothic de fines de los 80s, ése que naciese del contubernio entre el gothic y la EBM. Aunque reconozco que sobre “La Cocaína...” flota un aura mucho más amenazante, también debo decir que es un surco muy cliché.

“Las Estrellas” se inserta de lleno en la dialéctica de la coldwave francesa, a modo de punto medio entre los extremos que supondrían las dos piezas que le anteceden. Coadyuva en la tarea no sólo su vecindad con grupos como Police Des Moeurs o Martial Canterel, sino el protagonismo concedido a unas glaciales vocales femeninas que no se consignan acreditadas por ningún lado. Salvo por ese detalle, “Por La Cordillera De Los Andes” fatiga idéntico carril. Mohína y evocativa, la voz de Elescano acompaña una melodía de cansinos ardores, de fervorosa gelidez maquinal, de apagados resplandores boreales; mientras erra como alma en pena buscando en andinas serranías a su incógnita musa.

Novísima faceta, la que abarca aquí el limeño. Nada mal para empezar, en el futuro inmediato se ha de exigir un poco más, a fin de renovar el interés por la mixturada propuesta que le atribuye a Un Día En Venus.

Hákim de Merv

viernes, 18 de abril de 2025

Adelaida: Retrovisor // Rafael Cheuquelaf: Tiempo Profundo

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 9 de abril de 2025.)

Pasó un tiempo más o menos considerable desde que Animita (‘20) hiciese brillar el nombre de Adelaida, tras la insólita gira que el entonces terceto realizó en países de Extremo Oriente. Tiempo que, es verdad, coincide con la fase más severa de la pandemia -cuatro años, nada menos. No fueron sólo las sanitarias, empero, las únicas circunstancias que intervinieron en este prolongado paréntesis. A la luz de lo exhibido en el subsiguiente Retrovisor (‘24), el grupo de Valpo tuvo que afrontar durante ese par de bienios drásticas transformaciones en su configuración, que repercutirían a la postre -si bien no de manera demasiado traumática- en su discurrir sónico.

En efecto, en algún punto entre el ‘21 y el ‘23, Adelaida dejó de ser un trío y reinventóse como cuarteto. El verbo no es exagerado, ya que no sólo se trató de adicionar un nuevo miembro. De Animita a Retrovisor, el alias prescindió tanto de las baquetas de Gabriel Holzapfel como del bajo y de las vocales de Naty Lane. En reemplazo del primero, cogió el relevo Tomás Pérez, mientras que Anke Steinhöfel sustituyó a la segunda en ambas funciones. El ingreso de Joaquín Roa en el puesto de guitarrista divide con Claudio Manríquez (a) Jurel Sónico, que sobrevive como único miembro original del acto, responsabilidades relativas a los desarrollos estelarizados por la eléctrica.

Desde un principio, Adelaida se decantó por las formas de crear/ejecutar música pop fundadas sobre la Distorsión. Con la solitaria excepción del shoegazing, la mayoría de ellas surgidas sobre suelo americano: el noise rock de Dinosaur Jr. y Sonic Youth, el “hype” del alternative rock, el indie rock de Sebadoh y Shellac, el grunge de Mudhoney y Alice In Chains... El balanceo de todos esos ingredientes le dio al combo su identidad constitutiva, de la que despachase sobrados ejemplos en discos del nivel de Paraíso (‘17) o Madre Culebra (‘15). Esos rumbos se ven magnificados en Retrovisor, al punto de poder catalogársele como la placa que refunda a la banda del ex Lisérgico.

Con los primeros acordes del corte homónimo retumbando en los headphones y disparando las guitarras salva tras salva de duras acometidas rockeras, queda en evidencia el anabolizado ascendiente de ruido y distorsión que presidirá de ahora en más el sino de Adelaida. Uno que, sin renunciar del todo a su herencia baggy (“La Montaña”, “12 Días”, “Mi Ventana”), transitará esencialmente por este lado del Atlántico. “Pólvora” es una excelente muestra de ello. Otras igualmente recomendables son “Espirales”, “Girasoles”, la psicodélica relectura de “Brilla” (original de los argentinos Suárez que venía como hidden track en Hora De No Ver), “Resplandor” y el farrellesco colofón de “Desdén”.

Un par de apuntes más acerca de Retrovisor. Por supuesto, tiene su lunar. A “Frutos De Otoño” se le siente muy inicios de los 90s, cosecha neopsicodélica, rasgo que se acentúa cuando al promediar la canción los valpeños rebajan el tempo y gana ésta un groove típico de esos ácidos días. Claro, la toma primigenia ya venía impregnada de esos aromas. Y es que Retrovisor se concede la libertad de reinterpretar algunos números antiguos de Adelaida, todos ellos provenientes de su ópera prima Monolito (‘14), subrayando ese hálito de “segundo debut” del que hablaba hace un momento. Pasa con “Frutos...”, con “Océano Mundial”, con “12 Días”.

Muy pocas jornadas antes de la última Navidad, se subió a la cuenta BandCamp de la escudería independiente Eolo Producciones el último trabajo solista del músico magallánico Rafael Cheuquelaf. Integrante de Lluvia Ácida, dúo que justamente fundase Eolo en el ‘01 y que ha asumido la tarea de relanzarle hace algunos meses, éste es ya el tercer esfuerzo de largo aliento que el buen Rafael saca adelante -y el cuarto lanzamiento alejado de sus trajines junto a Héctor Aguilar. Sin embargo, para la ocasión no ha marcado el autor mucha distancia respecto del curso que navega actualmente la reconocida mancuerna puntarenense.

En Camino Interior (‘22), Cheuquelaf tomaba el sendero del trip hop enyuntándole a una narrativa conceptual proyectada como siempre sobre el fundamento de su experiencia vital, externa e interna. También se encumbra Tiempo Profundo desde un concepto de fondo, pero las sonoridades que le vertebran se hallan más cerca del urgente dark ambient empuñado por el binomio en Puntarenazo (‘24). Y cuando no ocurre de esta guisa, el esférico remite a los días oscuros y nerviosos de Antiviral (‘20), que LlA compusiera durante el periodo hardcore del COVID-19. Esta última conexión no es gratuita, ya que asimismo se cuela aquí una temática científica de por medio.

Ésta corresponde a un residenciado artístico y de investigación que el chileno cursó vía la Universidad de Magallanes. Consistió éste en exploraciones de la zona más austral del país, con el objeto de estudiar/especular-acerca-de una época de la región magallánica anterior a la llegada del Hombre. De ahí la chapa de “Tiempo Profundo”, frase acuñada bajo esos mismos parámetro por James Hutton, geólogo escocés del siglo XVIII. De ahí, también, muchas de las denominaciones utilizadas para bautizar los surcos que agrupa el plástico: “estromatolitos”, “ictiosauria”, “amonite”, “bloques erráticos”, etc (cada una explicada por Rafael en la sumilla de BandCamp).

Sonidos de enjambres binarios (“Amonite”), perfecta síncopa de precisión clínica (“El Ciclo De Las Rocas”, circa el Tecno de Daniel Melero), inexpugnable densidad vítrea (“Manto De Hielo Patagónico”), gélidos strings digitales (“Estromatolitos”), bronco dark ambient inoculado de chillones órganos eclesiásticos de pelaje sintético (“Bloques Erráticos”). Los climas sonoros en Tiempo Profundo recorren con ritmo sostenido comarcas ambientales pletóricas en incertidumbre y suspenso, apertrechándose de un synth completamente deconstruido -algo así como el lado Z de Chris & Cosey. Si hay momentos de reposo, éstos son devorados con celeridad por evoluciones ominosas, casi carpenterianas.

Inicio y epílogo del álbum sortean este modus operandi con desigual destino. Mientras que la pieza titular es una zarabanda de ruidos binarios generados aparentemente al azar, que acaba desbarrancándose hacia preternaturales abismos lovecraftianos (en sintonía con el sutil guiño de la portada), “Primer Fuego En Karukinka” es un tema solemne, que oscila entre crepuscular y angélico. La flama encendida por los primeros seres humanos habitantes del extremo sur en lo que tras cientos de años sería suelo Selk'nam, ciertamente, marca el final de una era y el inicio de otra. Por eso “Primer Fuego...” muta el cariz al aproximarse a sus cuatro minutos para derivar en un panegírico lleno de emotividad y vitalidad. Laudable.

Hákim de Merv

miércoles, 2 de abril de 2025

Mono: Oath

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 26 de marzo de 2025.)

Con Oath de Mono y similares lanzamientos hechos durante el año pasado, ya puede hablarse de la total comodificación del sonido que patentase la segunda generación post rocker. Esto es, la de Magnog, Stars Of The Lid, God Is An Astronaut, Explosions In The Sky, Friends Of Dean Martinez o Mogwai. Tras poco más de una docena de álbums en estudio, en los últimos de los cuales se evidenciaban signos de estancamiento, los japoneses Takaakira Goto, Tamaki Kunishi e Hideki Suematsu se toman con mucha calma la carrera que inaugurase Under The Pipal Tree allá por el ‘01. El reciente estreno no comporta, pues, mayores cambios.

No es que Oath sea un disco malo. En absoluto. Si un neófito en estas lides le prestase atención, el knock out sería instantáneo. En esta placa, como no sucedía antes en jornadas del talante de Nowhere Now Here (‘19) o del precedente Pilgrimage Of The Soul (‘21), el paradigma concebido por Sigur Rós o If These Trees Could Talk se enseñorea prácticamente desde el primer minuto hasta el último. Descontando la solitaria excepción de “Hourglass”, solemne hasta grados pesarosos, el nuevo repertorio de Mono yace fundado en la evocación inmediata, en las melodías abstractas in crescendo, en la aparatosa espectacularidad de su sección orquestal de cuerdas, en la implacable pulcritud instrumental de sus ejecutantes.

El problema no sólo radica en que estas características pertenecen a un arquetipo que hace varios años se convirtió en lugar común/modelo a seguir para bandas de idénticas coordenadas, sino en que su cariz es ya tan perfecto que parece una impostación. Si he audicionado cinco minutos de Oath en los que la agrupación nipona se arriesga, es demasiado. Tal vez el timing del gringo Dominic Cipolla, reemplazo en la batería del histórico Yasunori Takada, pueda aún deslumbrar. De pronto cuando a veces consiguen dosificar su intenso dramatismo, las cuerdas de orquesta te dejan en offside gracias a esa contención. No mucho más puede alegarse como argumento a favor del factor sorpresa.

Entre “Run On” y “Time Goes By”, cada pieza firmada por Mono se constituye en una enésima variación del teorema que sustenta al segundo post rock, salvo la excepción antes referida. Verdad que tanto “We All Shine On” como el cierre “Time...” se esfuerzan en exaltarse para sobrepujar la barrera del cliché, pero no consiguen derribarla. Y en cuanto a la trilogía de despegue “Us, Then”-“Oath”-“Then, Us”, dispuesta cual tour de force, en realidad son tres segmentos que enhebrados componen un solo gran tema -sí, en la misma línea del resto del CD. Más redundancia, para mayores señas en un largo que alcanza los 71 minutos, imposible.

No encuentro condenable que actualmente haya grupos -nuevos o viejos- inspirándose en el post rock de segunda generación, siempre y cuando no se le aborde como libro de texto ad pedem literae. En todos lados han surgido nuevas sangres que le toman como punto de partida para ir agregando ingredientes estilísticos hasta encontrar la propia identidad. Seguirán surgiendo aún más. Sin embargo, en última instancia tampoco se trata de replicar ad infinitum un molde desde la más inmaculada integridad. Primero, porque volúmenes así se tornan aburridos de escuchar y digerir. Y segundo, porque la “excelencia” está reñida con el post rock desde su alumbramiento a inicios de los 90s -cada asociación adscrita a la primera asonada post era difícil de equiparar con las demás, hermanándoles únicamente la vocación rupturista, actitud que por sí sola habla de su repulsa/cuestionamiento para con el concepto mismo de perfección.

Hákim de Merv

jueves, 27 de marzo de 2025

Desawe: Grindattack EP // Chino Burga: Tecnología En La Religión Futura

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 19 de marzo de 2025.)

Conforme lo pregona el nombre del extended que funge como puesta de corto, de un tiempo a esta parte la gente de Desawe ha empezado a pisar el acelerador hasta el fondo. Formado en el ‘16, el cuarteto recién registra en mayo último la maqueta Sociedad Coprofágica, cassette que le sirviera de bosquejo para la publicación hecha el pasado 10 de enero y que motiva las presentes líneas: Grindattack EP. A su vez, ésta se ha difundido como adelanto de lo que supongo vendría a ser su primer disco en regla, de fecha de salida ignota y título desconocido.

¿Cuánto ha avanzado Desawe, entonces, entre el demo y Grindattack EP? Aunque ha habido algunos cambios, yo dudaría en tipificarles como avances antes que como retrocesos -y eso no sería necesariamente un jalón de orejas. Porque el chiste del grindcore es el del bajo malsanamente retorcido, el de la(s) guitarra(s) intencionalmente desafinada(s) varios tonos cuesta abajo, el del doble pedal tejiendo velocidades demoníacamente sobrehumanas. Y obvio, el de voces guturales cuando no agudas -en el combo parece haber dos, una que gruñe y otra que grazna.

De Sociedad..., el grupo ha rescatado “Destruir” y “Chapa Tu Choro Y Mátalo”. Las nuevas versiones suenan aún más chancrosas que las tomas de la cinta, precisamente en el marco de un género para el que “peor es mejor”. Esa peculiaridad en la grabación se propaga a casi todos los tracks del EP -media docena, que en conjunto se quedan a las puertas de los seis minutos. Arranca éste con “Intro”, que no es otra cosa que parte del speech de Hades, muestreado del capítulo que a Orfeo dedica la recordada serie The Storyteller (segunda temporada, denominada “Mitos Griegos”).

Mugre opacidad, uniforme continuidad, ininteligibilidad, fugaz concisión. Algunos seguidores de la banda se han quejado de lo poco o nada que se puede entender de sus letras, cuando en el grind y afines la ira es el mensaje a transmitir/recabar. Esto se evidencia al escuchar “Pueblo Elegido”, “Motor De Sangre” o “Caca Blanda” -las dos últimas en una clave hardcore más reconocible-, siempre en la línea grind/crust/fast de la que hay antecedentes por montones en estas comarcas. Vale el esfuerzo, si es que estás habituado/a a este tipo de vejámenes sónicos. Si no, como dijese François Quesnay tres siglos atrás, “dejar hacer, dejar pasar”.

A poco de acabar el primer mes del año, el inagotable Miguel Ángel Burga liberó para descarga gratuita nuevo álbum acreditado con nombre civil, que se ha convertido en una tremenda sorpresa dada la fractura que implica respecto del devenir kosmische normalmente atribuible a su discografía. Pese a ser cierto que en algunos EPs Burga explora direcciones más periféricas, ninguna de esas producciones se adentra en ellas de la manera en que lo ha hecho su más reciente trabajo.

Según el músico, la génesis de Tecnología En La Religión Futura comienza un año atrás, cuando se propuso distenderse ejercitando su talento con programaciones y sampleos que guardaba en la PC o en la laptop. En cuanto a los sampleos, éstos habían sido creados a partir de voces cantando o rezando plegarias, con lo que su cualidad litúrgica queda fuera de discusión. Miguel Ángel no especifica si las piezas estuvieron perfilándose conforme trascurrían los meses o si se retomaron hace poco para pulirles y finalmente empacarles tras un mismo rótulo. Sea una cosa o la otra, el resultado suscita la sensación de estar audicionando expresiones sonoras de un credo teñido de orientalismo, en tiempos aún por venir.

Las programaciones recicladas postulan beats corpulentos de tempo rebajado -son todo lo iterativas que cabe esperar de composiciones pensadas para solemnes ceremonias en torno a un altar o tótem, sin mutar en/acometer empellones. Las atmósferas están llenas de ruidosa estética drone, pero su enérgica ominosidad no desciende hasta transfigurarse en lóbrega. Y las voces que percibimos como tales se asemejan mucho a las de aquellos/as hijos/as de los desiertos medio-orientales que llamaban/llaman a la oración, cualesquiera sea o haya sido su religión abrahámica de procedencia: almuecines, anacoretas, patriarcas. De ahí el aroma vagamente oriental y la invocación subconsciente a esa extraña fascinación por los mares de arena.

Sin embargo, en algo difieren estas visiones de Burga de las impuestas por las culturas judeocristiana y arábiga, y ello es el rol que la Mujer desempeña en estos cánticos futuristas. La divergencia propugnada calza a la perfección con el illbient escarpado que cincela áspero cada corte, con el minimalista IDM oscuro que facilita la metamorfosis de cada surco en un mantra, con el ambient dub ritual que adelanta su mirada cientos de años hacia el remoto mañana. De esta guisa, Tecnología En La Religión Futura bien puede plantearse como banda sonora alternativa de la fantástica Dune de Denis Villeneuve. Ignoro si el ex Espira la habrá visto o tenido en cuenta. De no ser así, estaríamos hablando de un excepcional caso de poligénesis sónica -que incluiría, cómo no, la ligeramente brutalista portada, soportal hiperbólico de un templo enclavado en mitad de grisáceos yermos.

Es una opinión subjetiva, por supuesto. Pistas como “Noth”, “iisaM”, “Shinto” o “Das” a mí se me hacen idóneas para vivir junto a los fremen, cabalgar los gigantescos Shai-Hulud, meditar las palabras de las Bene Gesserit. Números manantes de reverberaciones ritualistas con que suspirar por el advenimiento del Kwisatz Haderach -que no llegaremos a ver.

Hákim de Merv

jueves, 20 de marzo de 2025

Elisa Tokeshi: Mi Peor Accidente EP // José A. Rodríguez: Micromapas Del Subsuelo

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 12 de marzo de 2025.)

No había querido escribir sobre Elisa Tokeshi hasta ahora. Principalmente, porque me era imposible sintonizar con su desmadejado pop de hábitos coprolálicos, menos aún con esas vocales equilibristas entre volcánicas y desapasionadas. Quiero decir, la comprendía y sabía que era talentosa. Pero no conseguía sentirla, establecer una conexión fuerte y segura con la música que liberaba al éter. Cuando aparece Hipersensible (hubiera quedado mejor con los signos de admiración consignados en portada), pensé que acaso podía ser una cuestión generacional, ya que la peruana es bastante joven. Hoy sé que los tiros no van por ahí, sino por otro lado -el de las horas más oscuras, sentenciaría Dave Mustaine.

De padre aficionado al piano y a la guitarra, la cantautora empieza siendo una niña. No tengo claro si su proyecto solista Julieta Azul data de aquella época y se reactivó tras extinguirse el grupo de covers que integró en quinto de secundaria, o si Julieta Azul -que acredita un EP subido a SoundCloud en el ‘16, Artificial- arranca al decidirse a hacer camino sola. Como fuere, es recién en el ‘23 que aparece la primera referencia a título personal -el mencionado Hipersensible. Allí se hacen presentes in extenso las características del pop facturado por la muchacha: sencillo, honesto hasta decir basta, próximo al folk y al indie, contraproducentemente severo, muy pocas veces rockero, tan tributario de su frugal par anglosajón como de su mexicana contraparte mainstream.

Abre Tokeshi este 2025 por medio de Mi Peor Accidente EP. En la práctica, el extended es una prolongación de Hipersensible, salvo por la ruta escogida -excluyentemente acústica, o a lo sumo electroacústica. Pop desnudo cuyas raíces pueden rastrearse hasta los glasgüenses Camera Obscura por un lado, mientras que por el otro ganan la orilla de los bristolianos The Sundays, pasando a mitad de camino por Julieta Venegas o los finteros de Belanova. Lo mismo que las del debut, “intensidad” es un vocablo que define muy apropiadamente las cuatro pistas de la rodaja: “Hay Un Hombre En Mi Cabeza” (estrenada el año anterior), “Toxic”, “EX” y “Mi Peor Accidente”. Ninguna siquiera se aproxima al “rhythm’n’blues nigeriano” o al “afropop” cacareados en algunos comentarios online con pana y concha.

La voz de Tokeshi es aterciopelada. Claramente, Elisa es bien consciente de sus límites, y debido a ello se mantiene en los cauces de uso frecuente. Por eso es que no defrauda nunca. Esto último enmarca esa irresistible empatía con que la autora, de pronunciada tendencia a la coprolalia, nimba el abanico de emociones -mayormente negativas- que atraviesan sus canciones. Sólo en el surco epónimo, que arranca con efecto “vinílico” y ella al piano, las vocales llegan a desbordarse, consecuencia de la furia que les domina. No es para menos: Mi Peor Accidente EP parece consagrarse por entero a ajustar cuentas con un ex de la limeña -gruesa o leve, cada palabra tiene implícito destinatario de señas particulares, en medio de alusiones a likes y a bloqueos de WhatsApp. Lástima que hubo de mediar el final de la relación con mi enamorada para internarme en su agridulce aura. A nosotros también nos dejan, y no duele menos.


Novísimo mazazo que sucede al escuezante Manual De Ornitología (‘20), en Micromapas Del Subsuelo da pie José A. Rodríguez a una perfecta performance imbuida de esa profusa estética del Ruido a que se consagrase usando nombre propio. De esta forma, consolida el capitalino su faceta como cultor del noise, una bien distinta de las que acreditase a otras identidades (Aloysius Acker, los primeros años de Puna). En comparación con su antecesor, el mini-álbum consigue apenas ser catalogado como tal, si bien se da maña para transformar los conceptos subyacentes a su resonante título en significativas y estrepitosas sonoridades -que recorren la gradación ruidista sorteando hitos de algunos alias célebres como, digamos, los finlandeses PanSonic o el japonés Merzbow. El mérito es, ergo, doble.

Por espacio de escasos 16 minutos y monedas, Micromapas... incursiona en hostiles dimensiones en las que el Ruido es cal y canto, no importa sea éste digital o analógico. Rodríguez se rinde en cuerpo y espíritu ante la posesión casi sobrenatural de un estado bersek informático, de ésos que abundaban en los viejos 90s y que ya le habían sobrepasado en Manual De Ornitología. Como en aquella ocasión, el músico se apertrecha de variables aleatorias para consolidar la hegemonía de atmósferas fragmentarias -que, por sus broncos/dramáticos golpes de timón, recuerdan a la distancia las cuarteadas postales post apocalípticas de la seminal pandilla de Blixa Bargeld en sus mejores tiempos. El tratamiento es, pues, consonante con el del poluto ersatz erosivo/corrupto que reinase soberano en MDO.

¿Alguna diferencia sustantiva, entonces? Sí. Ésta se halla en relación directa con la austeridad draconianamente minimal que encorseta prácticamente la totalidad del mini-LP. “Prácticamente” porque, siendo verdad que determinados segmentos de MDS coquetean con las obras de los fineses o del nipón mentados, no es menos cierto que no todo en el disco es ruido desestructurado de instinto asesino. Es como si la indómita naturaleza airada y la necesidad de constante fractura hubieran sido subsumidas por el libreño a un ruidismo azaroso de moderadas frecuencias y copiosos ambientes vacíos. Ahí están las fugaces “Yacimiento Mineral” y “Osario De Hexágonos”, o “Hidrografía Subterránea”, para demostrarlo. Refuerza asimismo dicha impresión la impronta consignada en los bautizos de los tracks, más afines a carreras ligadas a la ingeniería de minas o a la topografía.

En algunos números, el Ruido cede lugar a insólitos colchones de palios armónicos, de ondas hertzianas de pulsión sobria. En “Sub Estación 79”, por ejemplo, la herrumbre descargada sobre lo más parecido que puede tener este Micromapas... a una secuencia se difumina al paso de pulsos ordenados que no tienen inconveniente en convivir a la par de cacofonías mil. Aunque de forma menos evidente, en “Análisis De Sedimento” sucede algo similar. Sin embargo, Micromapas Del Subsuelo cierra con “Hélices En Reversa”, cuyo óxido me trajo a la memoria esa obra de expresionismo cyberpunk que es Tetsuo The Ironman (1989). La ilusión dura lo justo, pues tras la avalancha de saturación analógica va ni-tan-de-fondo ese ruidismo empleado por el polímata, hasta colgarse y dispararle el tiro de gracia a la jornada. Auspiciosa manera de empezar el año. Publica la chilena Rata Sorda Rec.

Hákim de Merv