miércoles, 21 de junio de 2017

Slowdive En Lima

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 17 de mayo del 2017. Pauteado en el blog tal cual fue escrito.)

SLOWDIVE: EL SUEÑO INALCANZABLE HECHO REALIDAD

Si hemos de apegarnos a la verdad, el concierto de mañana acaba con una espera cuantitativamente corta. Mal haríamos en hablar de los proclamados 22 años de los que medio mundo ha venido haciéndose eco. No. Hasta el 2014, ver en vivo a Slowdive en el Perú era una fantasía por la que se suspiraba sabiéndosela imposible. La banda se había disuelto entre 1995 y 1996, tras la salida del Pygmalion, e inmediatamente después Neil Halstead y Rachel Goswell formaron Mojave 3. A su tiempo -2007, probablemente-, M3 también había dicho adiós. Los miembros de la agrupación bandera del shoegazing andaban desperdigados y no había reconciliación a la vista.

Cuando Slowdive concreta su reunión en el 2014, la fantasía se condensa en una posibilidad remota. Quienes fuimos sus fans en los 90s hemos padecido taquicardia crónica desde entonces, ante la eventualidad no sólo de nuevo material, sino también la de una presentación aquí. No exagero: tres años atrás, se corrió el rumor de que empresarios locales planeaban juntar en un mismo concierto a Slowdive y a Pixies -estos últimos sí llegarían a tocar en el Perú, aunque sin Tanya Donelli. Por supuesto, hubieron voces que protestaron contra el cotilleo (“no se jueguen así con el corazón de la gente”).

Durante este trienio, nos han estado llegando noticias a granel sobre el resucitado quinteto: declaraciones, fotos y videos de sus lives, teasers, la aparición estelar en el documentalazo Beautiful Noise (2015)... Por lejos, la primera gran noticia llegó hace más o menos un año, cuando los ingleses revelaron que entrarían al estudio a grabar nuevo álbum, el primero en 22 años. La segunda: Rachel Goswell, diosa entre diosas, protagonizó el que para mí es el mejor disco del ejercicio 2016, el epónimo debut del “supergrupo” Minor Victories -al lado de músicos experimentados como James Lockey (Hand Held Cine Club), Stuart Braithwaite (Mogwai) y Justin Lockey (The Editors).

En marzo de este 2017, nuestros ojos y oídos se enteraron de que Slowdive tocaría en Santiago, sueño que se hizo realidad para los hermanos sureños el pasado sábado 13. Se supo entonces que Slowdive giraría por la región. A la par, el grupo programó la salida del nuevo trabajo discográfico para el 5 de mayo. Muchos pedimos que se aprovechara la coyuntura a fin de negociar su llegada a Lima. Pedimos, insistimos y, finalmente, exhortamos. No era para menos: fresca está aún en el recuerdo la desastrosa falta de reflejos de los organizadores nacionales para traer a Dead Can Dance, un dúo literalmente de otro planeta, que se presentó DOS VECES en Chile.

Esta vez, hubo humo blanco. La espera, por consiguiente, no ha sido muy larga que digamos. Si acaso tres años. Pero la emoción de poder tenerlos aquí, ésa sí que hizo sufrir horrores a la feligresía local, dolorosa duda que se desvaneció al confirmarse la buena nueva en la veintena de abril último. Hoy, ya sólo falta un día.

AMOR DE SEGUNDA JUVENTUD

En Kaze Tachinu (Se Levanta El Viento, 2013), de Hayao Miyazaki, Jiro conversa a través de sus sueños muchas veces con el diseñador italiano Giovanni Battista Caproni. En la penúltima de esas veces, Caproni le dice a Jiro: “Los artistas sólo son creativos por diez años. Los ingenieros no somos diferentes. Vive tus diez años al máximo”.

Desde que Slowdive se juntase otra vez, mucho se ha especulado sobre si sus capacidades, que los convirtieran en el máximo exponente del dream pop; se mantenían intactas. No han faltado quienes vean en este regreso sólo una oportunidad para exprimir su celebridad y hacer dinero. En tal sentido, el segundo testimonio homónimo de la banda -el primero fue el EP de debut absoluto, allá por 1990- parecía llamado a disipar esas dudas.

Pero no olvides la sentencia de Caproni. ¿Realmente era correcto esperar una obra maestra de músicos que han estado separados tanto tiempo? ¿Era imperioso que volviesen con una obra maestra completa quienes han empezado a dejar atrás la mitad de sus cuarentas? Extendiendo aún más el radio de la interrogante, ¿es conditio sine qua non que cualquier grupo o artista invente la sopa de ajo con cada nuevo disco que publica? Ciertamente, creo que eso deseábamos todos los fans.

No es una obligación, sin embargo. Alguna vez, el gran Eduardo Lenti escribió sobre “Let’s Go To Bed” de The Cure unas líneas que también son válidas para todo el período del Japanese Whispers (1983): “una canción tan conmovedora como los primeros pasos de un enfermo tras una larga convalecencia”. Slowdive es eso, el regreso de una agrupación como no ha existido otra al interior del shoegazing, el primer paso en la segunda vida de quienes serían el combo-escuela del género si éste no hubiera sido perfilado antes por el Loveless (1991) de My Bloody Valentine -Eduardo Lecca, de hecho, les considera el segundo nombre más grande de la nómina Creation Records, sólo por detrás de MBV (lástima que se equivoque en escoger al Pygmalion como su legado definitivo).

Sin olvidar los resultados artísticos, cualesquiera creas que éstos son, lo que puede decirse a priori del nuevo álbum es que poco le falta para ahogarse/ahogarte en emotividad. Los cinco de Reading, Berkshire, han tenido las emociones a flor de piel durante todo el proceso de creación y registro; como corresponde al hecho de experimentar una segunda (¿y también bisoña?) juventud. Bien es cierto que este factor no basta por sí solo para levantar un disco, pero tengámoslo siempre presente al momento de evaluar la recién estrenada placa -que se filtrase casi dos semanas antes de la fecha oficial de lanzamiento (en su cuenta Facebook, Rachell Goswell deploró amargamente el hecho).

En parte, pienso que esa desbordada emotividad le ha jugado un par de veces en contra a Slowdive. Cuando comienza a cantar en “Slomo”, la voz de Halstead le pone cabe a lo que debería haber sido un reentré glorioso. Y la Goswell lo hace apenas mejor al tomarle el relevo en este número de apertura. Por otro lado, y al final del plástico, “Falling Ashes” se queda a escasos milímetros de erigirse como gran cierre de jornada a-lo-Pygmalion, debido a que las vocales no consiguen elevar el tema a las alturas que la contraparte sonora reclamaba -se puede alegar, cómo no, el inevitable paso de los años.

Acabo de aludir a la música, ésa que era intensa experimentación y melodía pop irresistible a partes iguales, en la primera vida de Slowdive. Aquí, otra pregunta, no tan ligada al disco; encuentra espacio. Dentro de los hoy sincréticos lindes de la música pop/rock, ¿no es un poco ingenuo esperar algo nuevo, tras el cambio de milenio? Ojo, no inquiero por algo bien hecho, fresco, con gancho melódico que mate -sino por algo completamente nuevo, inédito. Se acusa a Slowdive de haberse convertido en otro grupo indie más del montón, sin tomarse en cuenta no sólo la cuestión que acaba de ser planteada, sino también el hecho de que casi la totalidad de actos shoegazing que se adueñó del relevo generacional entre 1996 y el año del Jubileo optó por derivar casi naturalmente hacia el indie. Los mismos sobrevivientes de Slowdive esculpieron desarmantes viñetas corta-venas bajo el alias de Mojave 3, y el propio Chris Saville siguió ese camino con Monster Movie. Por lo demás, a las mismas voces que sindican este golpe de timón como un desatino total, y que son abiertamente críticas con el indie de nuestros días; podría replicárseles si los argumentos les alcanzan para hacer lo mismo con el indie de los 90s (Flaming Lips, Pavement, Mercury Rev, Red House Painters y un inacabable etcétera).

Por donde los mire, estos juicios me parecen exagerados. “Star Roving”, primer single del nuevo Slowdive, se afana en recuperar su sonido característico, que diera todo de sí en obras tan paporreteadas por mis neuronas como el Souvlaki (1993) y los EPs ad látere. Muy al margen de la polémica que pueda armarse en torno a la performance vocal de “Slomo” y “Falling Skies”, Slowdive es un disco dinámicamente balanceado. Se tiende a intercalar un tema de medio tempo con otro algo más acelerado y ruidoso, pero esa pauta no es inmutable. Así, mientras “Star Roving” debe tener el tempo más veloz en toda la discografía de los ingleses, y “Don’t Know Why” baja a niveles “normales” ese pulso; “Sugar For The Pill”, segundo single del disco, es en la práctica una semibalada.


No es muy evidente, pero hasta aquí se llega a percibir visos de una disputa entre lo que el grupo fue y lo que quiere ser ahora, una suerte de dialéctica entre la hora actual de Slowdive y su prontuario histórico. Convertido gracias a tres LPs maravillosos en una estupenda banda de culto -Just For A Day (1991), Souvlaki y Pygmalion-, el quinteto quiere romper un poco su propio molde. Lo consigue a medias. Porque a partir de “Everyone Knows”, Slowdive regresa a ese pasado con que más se le identifica. Lo que sí cambia es la participación de cada integrante en la ejecución colectiva. En todo el esférico, por ejemplo, juega importantísimo papel la sección rítmica: Nick Chaplin en el bajo y Simon Scott en la batería soportan el peso principal de las canciones. Es menester subrayar sobre todo al primero, que descolla por lo sorprendente de su técnica (mucho oído a lo suyo).

Otro tanto puede decirse de la voz cantante. Rachel se retira a un segundo plano para dejar a Neil cumplir el rol de vocalista principal, revelándose sólo en los momentos clave, cuando Halstead necesita una mano para hacer que el combo despegue. Ello, a pesar de las dos reservas puntuales que ya acoté en párrafos anteriores. Para más inri, la impresión global, grosso modo; es la de un disco in crescendo aupado por las voces.

De las ocho canciones incluidas en el álbum (nueve en la edición japonesa: el hermoso bonus track “30th June”), la única que no he mencionado en estas líneas es “No Longer Making Time”. En cierta forma, esta composición resume no sólo las virtudes del disco, sino todo aquello que ha estado detrás del regreso de Slowdive. Shoegazing en estado puro (“dulce como un caramelo aural, amargo como el recuerdo de la felicidad perdida”, escribí en el 2001): sin elevar demasiado el volumen, “No Longer...” revive los días del Souvlaki, cuando las voces hechas susurros nos acariciaban mientras la tormenta de sonido nos jaloneaba con violencia para llevarnos hacia atardeceres inalcanzables, interminables. Recuerda también lo mucho que se les ama (Slowdive es, de todas maneras, la banda más querida del baggy), lo mucho que se les extrañaba, lo emocionados que nos sentimos todos cuando supimos que volvían, y lo felices que nos pusimos cuando confirmaron su presencia en el Perú -ante la sola posibilidad, cuando todo eran rumores y ninguna certeza se tenía, me eché a llorar a lágrima viva de sólo pensar que podría escuchar en vivo genialidades como “Catch The Breeze”, “Alison”, “Crazy For Yoy”, “Dagger”, “Machine Gun” y “When The Sun Hits”.


El domingo pasado, en horas de la noche, Slowdive tocó en Brasil. Ayer ocurrió otro tanto en Argentina. Los muchos set lists que han estado circulando, pertenecientes a las tocadas realizadas durante las últimas semanas, esbozan un menú de más o menos diez a doce canciones fijas. Un tercio de ellas está centrado en el nuevo disco, mientras que el porcentaje restante pasa revista a toda su producción, con especial énfasis en el Souvlaki -pero también con sorpresas repescadas de los EPs, como “Avalyn” y “Golden Hair”, el cover de Syd Barrett que usan para cerrar (al menos de primera intención) las presentaciones. El encore es otra cosa.

Sound And Vision, el magnífico site mexicano especializado en músicas independientes, y que fuera de los primeros medios latinoamericanos en anunciar este retorno (hace dos días notició sobre Every Country’s Sun, nueva rodaja en ciernes de Mogwai, por siaca); ha advertido sobre lo difícil que es para cualquier fan de Slowdive no irse a ningún extremo. Slowdive no es una maravilla, ni tiene la obligación de serlo: es sólo el regreso de músicos legendarios tras una pausa de 22 años; que, sin querer ser exactamente los de antes, sí anhelan rejuvenecer para esta segunda vida que han decidido compartir con nosotros. Vamos, no peques de exigente, su obra anterior les otorga suficiente margen para que les perdonemos cualquier desfase en su vuelta al ruedo.

Como con Yo La Tengo, como con Los Planetas, como con !!! (Chk Chk Chk); mañana mato para estar en primera fila, a escasos metros de ellos, dispuesto a saltar como cualquier chibolo pulpín y a soltar moco contenido como cualquier viejo dencorub. Dispuesto a renovar el ritual.

Mañana, el Destino es nuestro aliado.

;)

PD: A la organización del evento, por favor, tengan al menos un par de ambulancias listas para cualquier emergencia, incluyendo sendos desfibriladores cardíacos. Vale más prevenir.

Hákim de Merv

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 19 de mayo del 2017. Pauteado en el blog tal cual fue escrito.)


Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Pero si aquella va acompañada de unas cuantas líneas, queda todavía mejor.


Cuando te atragantas de emotividad hasta sentir que vas a reventar a partes iguales de tristeza y felicidad, todo lo que te rodea tiende a tornarse difuso. Las emociones empañan el juicio, y éste cede a los impulsos primarios que aún gobiernan la especie.

Slowdive, el grupo shoegazing que más amo y amaré toda mi vida, me llevó a una epifanía la noche del pasado jueves. Salté, lloré y grité las letras hasta quedarme afónico; como nunca antes lo he hecho. En circunstancias así, no tienes de otra sino de gritarlas, salvo que a medio camino te agarre “Dagger” y sólo te quede la opción de apenas balbucear, mientras un nudo se te forma en la garganta y otro se te deshace en el corazón -lo que hubiera dado por la mirada cómplice que en esta canción le echó la Goswell a Halstead.


A la porra la espera de horas, a la porra el cansancio y los gallos que en otras circunstancias causarían más de un rubor. Slowdive estaba ahí, tocando frente a mí, Rachel, Nick, Neil, Christian, Simon; mientras la envolvente correntada de noise y pop que salía desde los gigantescos parlantes hacía que se me remecieran hasta los calzoncillos -lo que va contra todas las leyes conocidas de la física, a menos que los causantes sean los cinco de Reading.


Fernando Rivera, Diego Ballón, Jaime Alfaro (mil disculpas, maestro, me ganó la emoción de abrazarme con mi causa Walter Rojas), Pedro Reyes, Marcelo Villanueva, Abdel De La Cruz, Raúl Begazo, Wilbert Estrada, Antonio Zelada, Jorge Rivas O’Connor y tantos otros que no alcancé a ver... Todos nos fundimos en la bruma de un concierto que en realidad no fue tal cosa -sino una excepcional experiencia ritual, de ésas que sanan las heridas del alma y que te reconcilian con la vida.

Adivina quién sale haciendo headbanging en 3.50, cuando la cámara gira a la derecha, en primera fila.

:')


Hákim de Merv

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