jueves, 15 de junio de 2017

"...A Trasmano De Las Demás Tierras, Tanto De Las Reales Como Del País De Los Sueños": Relatos Oníricos (IV)

(Publicado originalmente en mi cuenta Facebook el 16 de marzo del 2017.)

MI SUBCONSCIENTE SE JURA DJ SHADOW (MOMENTO #279)

Literalmente, esto ocurrió hace décadas, en un sueño que desde entonces ha ido perdiendo sus contornos definidos. Antes de que se desvanezca del todo, lo comparto.

Integraba una comitiva. Como le suele pasar a medio mundo, en el sueño interpretaba el papel principal, dentro de un séquito no muy numeroso (cinco, tal vez seis personas en total). Si bien los paisajes nunca fueron del todo claros, intuía que podría haberles dibujado un Roger Dean. De improviso llegamos a una torre, titánica en su altura -pero aún así, pequeña en comparación con la materialidad infinita que el subconsciente me ha permitido ver en pavorosos sueños posteriores.

En los alrededores del ciclópeo edificio, cuyo cariz arquitectónico mezclaba estéticas futurista y fantástica, dimos con un personaje de vestimenta estrafalaria pero ya vieja y camino a convertirse en andrajosa. El personaje en cuestión no era menos viejo: tenía las facciones de Ian Anderson y la voz de Ian Anderson, pero vaya uno a saber si de veras era Ian Anderson. Lo único que conservaba intacto era un sombrero de copa, que por alguna razón tácita iba con el resto de su indumentaria.

El anciano nos hizo pasar al interior de la torre. No conseguía ver el cielo abovedado de la misma, pero sí noté que se trataba de una única habitación, delimitada por los muros externos. En el centro se erigía un pétreo pedestal, y sobre el pedestal algo que no reconocí ni durante el sueño ni al despertar. Tiempo después aprendería   que   era   o  parecía   ser  una  Torre   de   Hanoi -incompleta, pues sólo tenía una varilla, con los muchos gruesos discos de metal dispuestos de más a menos y de abajo hacia arriba: sobresalía apenas, en efecto, la punta de la varilla.

No recuerdo la cháchara del viejo. Es más, ni siquiera recuerdo que dijera palabra alguna. Sólo sonreía con indulgencia. Quité el primer disco de metal, para observar mejor la punta de la varilla, y ésta se hundió del todo. Repetía la operación, sin dar señales de alterarme ante la monotonía del juego. Por dentro, sin embargo, sentía que algo no estaba bien, que con cada disco removido el mundo exterior avanzaba vertiginoso hasta casi correr.

Cuando extraje el último disco de metal, la varilla terminó por desaparecer en las profundidades del pedestal, dejando apenas sobre la superficie ahora plana el orificio que indicaba su camino. Salimos todos sin apresurarnos, y observamos patitiesos que el paisaje había cambiado. Conforme dejábamos atrás la torre, nos cruzábamos con otras personas a las que preguntábamos qué había sucedido, pero cuyas respuestas nos era difícil interpretar. Aunque en esencia el mismo lenguaje, los vocablos se habían deformado o habían sido sustituidos por otros nuevos e indescifrables. Comprendimos, al cabo de un rato y mucho esfuerzo, que con cada disco de metal extirpado en el interior de la torre, un año había transcurrido fuera de ella, hasta sumar cien.

En ese momento, el senescente personaje estrafalario sacó una flauta, comenzó a soplar con furioso jolgorio una melodía que yo conocía al dedillo, y se fue dando vueltas sobre sí mismo -como si se tratase de un derviche enloquecido. Ésta era la melodía.


PD: Ecos de cuentos como “Oshta Y El Duende” (de nuestra Carlota Carvallo De Núñez) o “Taro El Pescador”, sí; pero también una estructura brutalmente surreal, típicamente borgiana. Mi dealer no hace entregas fuera del país, por siaca.


Hákim de Merv

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